15

Matt asintió, pero estaba ruborizado hasta las mismas raíces de sus rubios cabellos.

—Tami… se apretó contra mí.

Hubo una larga pausa.

Meredith habló sin alterarse.

—Matt, ¿te refieres a que te abrazó? ¿Como en un fueeerte abrazo? O que ella… —Se detuvo, porque Matt sacudía ya la cabeza con vehemencia.

—No fue ningún fueeeerte abrazo inocente. Estábamos solos, allí en la entrada, y ella simplemente… bueno, no podía creerlo. Sólo tiene quince años, pero actuó como una mujer adulta. Quiero decir… no es que ninguna mujer adulta me haya hecho eso a mí.

Con aspecto incómodo pero aliviado por habérselo quitado de encima, la mirada de Matt pasó de rostro en rostro.

—Así que ¿qué pensáis? ¿Ha sido una simple coincidencia que Caroline estuviera allí? ¿O le dijo ella… algo a Tamra?

—Nada de coincidencias —repuso Elena con sencillez—. Sería demasiada coincidencia: Caroline coqueteando contigo y luego Tamra actuando de ese modo. Sé lo que digo… Conocía a Tami Bryce. Es una jovencita agradable… o antes lo era.

—Todavía lo es —dijo Meredith—. Ya os he dicho que salí con Jim unas cuantas veces. Es una chica muy agradable, y nada madura para su edad. No creo que normalmente fuese capaz de hacer nada inapropiado, a menos…

Se detuvo, mirando algo más allá, y luego se encogió de hombros sin terminar la frase.

Bonnie tenía un aspecto serio.

—Tenemos que detener esto —dijo—. ¿Qué pasará si le hace eso a algún chico que no es amable y tímido como Matt? ¡Conseguirá que la ataquen sexualmente!

—Ése es el problema —replicó Matt, enrojeciendo otra vez—. Quiero decir, es muy difícil… Si hubiese sido alguna otra chica, con la que yo estuviese saliendo; no es que esté saliendo con otras chicas… —se apresuró a añadir, echando una veloz mirada a Elena.

—Pero sí que deberías hacerlo —dijo Elena con firmeza—. Matt, no espero una fidelidad eterna de ti; no hay nada que me gustase más que verte saliendo con una buena chica.

Como por accidente, su mirada fue a parar a Bonnie, que en aquellos momentos intentaba mascar apio en silencio y con finura.

—Stefan, tú eres el único que puede decirnos qué hacer —siguió Elena, girando la cabeza hacia él.

Stefan tenía el ceño fruncido.

—No sé. Han sido sólo dos chicas, es complicado sacar conclusiones.

—Entonces ¿vamos a aguardar y ver qué hacen a continuación Caroline… o Tami? —preguntó Meredith.

—No es eso —repuso Stefan—. Tenemos que averiguar más cosas al respecto. Vosotros no perdáis de vista a Caroline ni a Tamra Bryce, y yo puedo investigar un poco.

—¡Maldita sea! —exclamó Elena, golpeando el suelo con un puño— Casi puedo…

Se interrumpió de repente y miró a sus amigos. Bonnie había soltado el apio, con una exclamación ahogada, y Matt se había atragantado con su bebida y era presa de un ataque de tos Incluso Meredith y Stefan la miraban con asombro.

—¿Qué? —inquirió la muchacha sin comprender.

Meredith fue la primera en recuperarse.

—Es sólo que ayer eras… bueno, los ángeles muy jóvenes no dicen palabrotas.

—¿Sólo porque haya muerto un par de veces se supone que tengo que decir «caray» durante el resto de mi vida? —Elena sacudió negativamente la cabeza—. No. Soy yo y voy a seguir siendo yo… quienquiera que yo sea.

—Estupendo —dijo Stefan, inclinándose hacia ella para besarle la coronilla.

Matt desvió la mirada y Elena dio a Stefan una palmadita de apariencia inocente, aunque encerraba un «te amo para siempre» que ella sabía que Stefan captaría. De hecho, descubrió que, aunque no pudo oír su respuesta mental, podía captar su respuesta general a ello, un cálido tono rosa pareció flotar a su alrededor.

¿Era eso lo que Bonnie había llamado una aura? Reparó en que durante la mayor parte del día le había visto con una especie de sombreado de un pálido y fresco tono esmeralda a su alrededor; si es que las sombras podían ser pálidas. Y el verde regresaba ahora a medida que el rosa se desvanecía.

Inmediatamente echó una ojeada al resto de los presentes. Bonnie estaba rodeada por un color más bien rosado, que se iba matizando hasta volverse el más pálido de los rosas. Meredith era un violeta intenso y profundo. Matt era un vivo azul claro.

Le recordó que justo hasta el día anterior —«¿únicamente ayer?»— había visto muchas cosas que nadie más podía ver. Incluido algo que le había dado un susto de muerte.

¿Qué había sido eso? Empezaba a recibir fogonazos de imágenes; pequeños detalles que ya eran muy aterradores en sí mismos. Podía ser tan pequeño como una uña o tan grande como un brazo. Textura como de corteza de árbol, al menos en el cuerpo. Antenas como las de los insectos, pero demasiadas, y moviéndose como látigos, más veloces de lo que cualquier insecto las movía nunca. Tuvo la sensación hormigueante general que tenía cada vez que pensaba en insectos. Era un bicho, entonces. Pero un bicho construido con un plan corporal distinto del de cualquier insecto que conociera. Era más una sanguijuela en ese sentido, o un calamar. Tenía una boca totalmente circular, con dientes afilados a su alrededor, y demasiados tentáculos que parecían gruesas enredaderas restallando atrás en todas direcciones.

Podía engancharse a una persona, pensó. Pero tenía la terrible sensación de que podía hacer más cosas.

Podía volverse transparente e introducirse dentro de alguien sin que éste sintiera mucho más que un simple pinchazo.

Y luego ¿qué sucedería?

Elena volvió la cabeza hacia Bonnie.

—¿Crees que si te muestro el aspecto que tiene algo, podrías volver a reconocerlo? ¿No con los ojos, sino con los sentidos psíquicos?

—Imagino que depende de lo que sea ese «algo» —respondió ella con cautela.

Elena dirigió una mirada a Stefan, quien le dedicó un brevísimo asentimiento.

—Entonces cierra los ojos —dijo Elena.

Bonnie así lo hizo, y Elena posó las yemas de los dedos en las sienes de la muchacha, acariciando suavemente con los pulgares las pestañas de Bonnie. Intentar activar sus Poderes Blancos —algo que había sido tan fácil hasta entonces— era como golpear dos piedras entre sí para encender un fuego y esperar que una fuese pedernal. Por fin percibió una pequeña chispa, y Bonnie dio una sacudida hacia atrás.

Los ojos de la muchacha se abrieron de golpe.

—¿Qué era eso? —jadeó, y respiraba con dificultad.

—Eso es lo que vi… ayer.

—¿Dónde?

—En el interior de Damon —respondió Elena lentamente.

—Pero ¿qué significa? ¿Él lo controlaba? O… o… —Bonnie se detuvo y sus ojos se abrieron de par en par.

Elena terminó la frase por ella.

.—¿Lo controlaba eso a él? No estoy segura. Sólo sé una cosa casi con certeza. Cuando ignoró tu llamada, Bonnie, estaba siendo influido por el malach.

—La pregunta es: si no era Damon, ¿quién controlaba eso? —dijo Stefan, volviendo a levantarse inquieto—. Yo lo capté, y la clase de criatura que Elena te mostró… no es algo que posea una mente propia. Necesita un cerebro externo que la controle.

—¿Como otro vampiro? —preguntó Meredith con voz tranquila.

Stefan se encogió de hombros.

—Los vampiros por lo general no les prestan atención, porque pueden obtener lo que quieran sin ellos. Haría falta una mente muy poderosa para conseguir que un malach como ése poseyera a un vampiro. Poderosa… y malvada.

—Ésos —dijo Damon con cáustica precisión gramatical, desde donde estaba sentado en la rama alta de un roble— son ellos. Mi hermano menor y sus… colegas.

—Maravilloso —murmuró Shinichi.

Éste se había acomodado aún más lánguidamente y con más elegancia que Damon en el roble. Aquello se había convertido en una competición no expresada. Los ojos dorados de Shinichi habían llameado una o dos veces —Damon lo había visto— al ver a Elena y ante la mención de Tami.

—No intentes siquiera decirme que no tienes nada que ver con esas muchachas pendencieras —añadió Damon con tono seco—. Empezar por Caroline y Tamra, ésa es la idea, ¿verdad?

Shinichi sacudió la cabeza. Tenía los ojos puestos en Elena y empezó a cantar una canción tradicional en voz muy baja:

Con mejillas como rosas en flor

y cabellos como trigo dorado…

—Yo no lo probaría con esas chicas. —Damon sonrió sin humor, con los ojos entrecerrados—. Sé que parecen tan fuertes como papel de seda mojado; pero son más duras de lo que te imaginas, y más aún cuando una de ellas está en peligro.

—Ya te he dicho que no soy yo quien lo está haciendo —dijo Shinichi.

Pareció inquieto por primera vez. Luego añadió:

—Aunque podría conocer al autor.

—Dímelo, por favor —sugirió Damon, todavía con los ojos entrecerrados.

—Bien… ¿Mencioné a mi gemela más joven? Se llama Misao. —Sonrió de un modo encantador—. Significa doncella.

Damon sintió cómo su apetito despertaba de pronto. Hizo caso omiso. Estaba demasiado relajado para pensar en cazar, y no estaba nada seguro de que a los kitsune —espíritus zorro, que era lo que Shinichi afirmaba ser— se les pudiese cazar.

—No, no la mencionaste —respondió, rascándose distraídamente la nuca; aquella picadura de mosquito había desaparecido, pero había dejado tras ella un escozor feroz—. Debe de habérsete olvidado sin querer.

—Bueno, está aquí, en alguna parte. Vino conmigo, cuando vimos el destello de poder que trajo de vuelta… a Elena.

Damon tuvo la seguridad de que la vacilación antes de mencionar el nombre de Elena era fingida. Ladeó la cabeza en un ángulo que quería decir: «No creas que me estás engañando», y aguardó.

—A Misao le gustan los juegos —se limitó a decir Shinichi.

—¿De veras? ¿Como el backgammon, el ajedrez, el siete y medio, esa clase de juegos?

Shinichi tosió teatralmente, pero Damon captó el destello rojo de su mirada. Vaya, se mostraba de lo más protector con ella, ¿verdad? Damon dedicó a Shinichi una de sus sonrisas más incandescentes.

—La quiero —dijo el joven de los cabellos negros orlados de lenguas de fuego, y en esta ocasión había una clara advertencia en la voz.

—Desde luego que la quieres —contestó Damon en tono conciliador—. Me doy cuenta.

—Pero, bueno, sus juegos por lo general tienen el efecto de destruir una ciudad. Al final. No toda de golpe.

Damon se encogió de hombros.

—Nadie va a echar en falta esta ciudad diminuta. Desde luego, yo sacaré a mis chicas con vida primero. —Ahora era su voz la que contenía una clara advertencia.

—Como quieras. —Shinichi había regresado a su estado sumiso normal—. Somos aliados, y mantendremos nuestro trato. De todos modos, sería una lástima desperdiciar… todo eso. —La mirada volvió a flotar hasta Elena.

—A propósito, ni siquiera discutiremos el pequeño fiasco entre tu malach y yo… o el suyo, si insistes. Estoy muy seguro de haber volatilizado al menos a tres de ellos, pero si veo a otro, muestra relación comercial se acabó. Soy un mal enemigo, Shinichi. No te gustaría averiguar hasta qué punto.

Shinichi se mostró adecuadamente impresionado mientras asentía. Pero al cabo de un instante volvía a contemplar a Elena, y a cantar:

… cabellos como trigo dorado

cayendo sobre hombros blancos como la leche;

mi hermosa, mi dulce…

—Me gustaría conocer a esa Misao tuya. Para su protección.

—Y yo sé que ella quiere conocerte. Ahora está demasiado absorta en su juego, pero intentaré arrancarla de él. —Shinichi se desperezó sensualmente.

Damon le miró por un momento. Luego, distraídamente, también se desperezó.

Shinichi le observaba. Sonrió.

Damon sintió curiosidad por aquella sonrisa. Había advertido que cuando Shinichi sonreía, dos diminutas llamas carmesíes resultaban visibles en sus ojos.

Pero estaba realmente demasiado cansado para pensar en ello. Sencillamente, demasiado relajado. De hecho de improviso se sentía muy somnoliento…

—Así pues ¿vamos a buscar a estas criaturas malach en chicas como Tami? —preguntó Bonnie.

—Eso es —contestó Elena.

—Y crees —dijo Meredith, observando a Elena con atención— que Tami de algún modo la obtuvo de Caroline.

—Sí. Estoy segura; la pregunta es: ¿de dónde la sacó Caroline? Y eso sí que no lo sé. Pero, claro, no sabemos qué le sucedió cuando Klaus y Tyler Smallwood la secuestraron. No sabemos nada de lo que ha estado haciendo durante la última semana… salvo que está claro que jamás ha dejado de odiarnos.

Matt hundió la cabeza entre las manos.

—Y entonces ¿qué vamos a hacer? Siento como si fuese responsable de algún modo.

—No; Jimmy es el responsable, si es que alguien lo es. Si él… ya sabes, dejó que Caroline pasase la noche… y luego la dejó hablar sobre ello con su hermana de quince años… Bueno, eso no lo hace culpable, pero sin duda podría haber sido un poco más listo —dijo Stefan.

—Y ahí es donde te equivocas —le replicó Meredith—. Matt, Bonnie, Elena y yo conocemos a Caroline desde hace una eternidad y sabemos de lo que es capaz. Si a alguien se le puede considerar como el guardián de su hermana… es a nosotras. Y creo que hemos fracasado en nuestro deber. Voto que pasemos por su casa.

—También yo —dijo Bonnie con voz entristecida—, pero no me hace la menor ilusión. Además, ¿y si no tiene a una de esas cosas malach dentro de ella?

—Ahí es donde entra la investigación —repuso Elena—. Necesitamos descubrir quién está detrás de todo ello. Alguien lo bastante fuerte para influir a Damon.

—Genial —dijo Meredith, con expresión sombría—. Y dado el poder de las líneas de energía, sólo tenemos que sospechar de todas y cada una de las personas de Fell's Church.

Cincuenta metros al oeste y a nueve metros de altura, Damon luchaba por mantenerse despierto.

Shinichi alzó la mano para apartarse de la frente sus finos cabellos del color de la noche y de llamas de fuego. Por debajo de los párpados caídos vigilaba a Damon atentamente.

La intención de Damon era vigilarlo con la misma atención, pero sencillamente estaba demasiado adormilado. Despacio, imitó el gesto de Shinichi, apartándose unos pocos mechones de sedoso cabello negro de su propia frente. Sus párpados descendieron sin querer, justo un poco más que antes. Shinichi seguía sonriéndole.

—Tenemos nuestro trato, entonces —murmuró—. Nosotros, Misao y yo, nos quedamos con la ciudad y tú no te interpones. Obtenemos el derecho al poder de las líneas de energía. Tú sacas a tus chicas sanas y salvas… y obtienes tu venganza.

—Sobre mi mojigato hermano y ese… ¡Memo!

—Matt. —Shinichi tenía buen oído.

—Lo que sea. Simplemente no permitiré que se le haga daño a Elena, es todo. Ni a la pequeña bruja pelirroja.

—Ah, sí, la dulce Bonnie. No me importarían una o dos como ella. Una para el Samhain y otra para el Solsticio.

Damon lanzó un adormilado bufido.

—No hay dos como ella; no importa dónde busques. Tampoco permitiré que ella resulte lastimada.

—¿Y qué hay de la belleza alta de cabello oscuro… Meredith?

Damon despertó.

—¿Dónde?

—No te preocupes; no viene a por ti —dijo Shinichi en tono tranquilizador—. ¿Qué quieres que se haga con ella?

—Ah. —Damon se volvió a repantigar aliviado, destensando los hombros—. Dejad que siga su camino… siempre y cuando esté muy lejos del mío.

Shinichi pareció relajarse deliberadamente contra la rama en que estaba.

—Tu hermano no será problema. Así que realmente se trata sólo de ese otro muchacho de ahí abajo —murmuró, y tenia una forma de hacerlo muy insinuante.

—Sí. Pero mi hermano…

Damon estaba casi dormido ya, en la posición exacta que Shinichi había adoptado.

—Ya te lo he dicho, nos ocuparemos de él.

—Hum. Quiero decir, estupendo.

—¿Así que tenemos un trato?

—¡Ajá!

—¿Sí?

—Sí.

—Tenemos un trato.

En esta ocasión, Damon no respondió. Soñaba. Soñaba que los angelicales ojos dorados de Shinichi se abrían de golpe para mirarle.

—Damon.

Oyó su nombre, pero en su sueño era demasiada molestia abrir los ojos. Podía ver sin abrirlos, de todos modos.

En su sueño, Shinichi se inclinaba sobre él, flotando directamente sobre su rostro, de modo que las auras de ambos se mezclaron y habrían compartido el aliento si Damon hubiese estado respirando. Shinichi permaneció así durante un largo rato, como si analizase el aura de Damon, pero Damon sabía que para alguien de fuera parecería estar desconectado en todos los canales y frecuencias. Con todo, en su sueño Shinichi se cernió sobre él, como si intentara memorizar las oscuras pestañas de media luna sobre la mejilla de Damon o la leve curva de su boca.

Finalmente, el Shinichi del sueño posó la mano bajo la cabeza de Damon y acarició el punto donde le había escocido la picadura de mosquito.

—Bien, creciendo para convertirte en un estupendo chico grandote, ¿verdad? —dijo a algo que Damon no podía ver… a algo que estaba en su interior—. Casi podrías tomar el control en contra de su poderosa voluntad, ¿no es cierto?

Shinichi permaneció allí sentado, sin moverse, por un momento, como si contemplara cómo caía una flor de cerezo; luego cerró los ojos.

—Creo —susurró— que eso es lo que probaremos, dentro de poco. Pronto. Muy pronto. Pero primero tenemos que ganarnos su confianza; deshacernos de su rival. Mantenerlo confuso, enojado, envanecido, desconcertado. Mantenerlo con la mente puesta en Stefan, en su odio por Stefan, que se llevó a su ángel, mientras yo me ocupo de lo que hay que hacer aquí.

A continuación habló directamente a Damon.

—¡Así que aliados! —Rió—. No, mientras yo pueda poner mi dedo en tu misma alma. Aquí. ¿Lo sientes? Podría obligarte a hacer…

Y luego, otra vez, pareció dirigirse a la criatura que estaba dentro de Damon.

—Pero justo ahora… un pequeño festín para ayudarte a crecer mucho más de prisa y mucho más fuerte.

En el sueño, Shinichi hizo un gesto, y se recostó, animando a malachs previamente invisibles a ascender por los árboles. Éstos ascendieron sigilosamente y reptaron por la nuca de Damon. Y luego, repugnantemente, se deslizaron dentro de él, uno a uno, a través de algún corte que él no había sabido que tenía. La sensación de sus cuerpos blandos, fofos, parecidos a medusas, resultaba casi insoportable… mientras se introducían dentro de él…

Shinichi cantó en voz baja:

Ah, venid a mí, hermosas doncellas de cabellos dorados.

Acudid raudas zagalas a mi pecho,

venid a mí a la luz del sol o la luna

mientras las rosas están aún en flor…

En su sueño, Damon estaba enojado. No debido a aquella estupidez sobre que había seres malach en su interior. Eso era absurdo. Estaba enojado porque sabía que el Shinichi del sueño estaba contemplando a Elena mientras ésta empezaba a recoger los restos de la merienda. Observaba cada movimiento que hacía con obsesivo detenimiento.

Florecen siempre por donde pisáis 

… rosas silvestres rojo sangre.

—Una chica extraordinaria, tu Elena —añadió el Shinichi del sueño—. Si vive, creo que será mía durante una noche más o menos. —Apartó con suavidad los mechones de pelo que aún quedaban sobre la frente de Damon—. Una aura extraordinaria, ¿no te parece? Me aseguraré de que su muerte sea hermosa.

Pero Damon estaba en uno de aquellos sueños en los que no puedes ni moverte ni hablar. No respondió.

Entretanto, las mascotas del Shinichi del sueño siguieron trepando por los árboles e introduciéndose, como gelatina, dentro de él. Uno, dos, tres, una docena, dos docenas de ellas. Más.

Y Damon no podía despertar, incluso a pesar de percibir a más malachs saliendo del Bosque Viejo. No estaban muertos, ni vivos, ni eran hombre ni doncella, eran simples cápsulas de poder que permitirían a Shinichi controlar la mente de Damon desde muy lejos. Llegaban sin pausa.

Shinichi siguió observando aquel torrente, el brillante destello de órganos internos que centelleaban al interior de Damon. Al cabo de un rato volvió a cantar:

Los días preciosos son, no se pueden desperdiciar.

Las flores se marchitarán y también vosotras…

Venid a mí, jóvenes doncellas hermosas

mientras jóvenes y hermosas seáis aún.

Damon soñó que oía la palabra «olvida» susurrada por un centenar de voces. Y en el mismo momento en que intentaba recordar qué olvidar, aquello se disolvió y desapareció.

Despertó solo en el árbol, con un dolor sordo en todo el cuerpo.