14

Elena despertó a la mañana siguiente en la estrecha cama de Stefan. Se dio cuenta de ello antes de estar totalmente despierta, y deseó haber dado a tía Judith alguna excusa razonable la noche anterior. La noche anterior; el concepto mismo le resultaba sumamente confuso. ¿Qué había estado soñando para que ese ese despertar le pareciera tan extraordinario? No conseguía recordarlo… ¡Caray, no conseguía recordar nada!

Y entonces lo recordó todo.

Incorporándose con una sacudida que la habría hecho volar fuera de la cama de haberlo intentado el día anterior, exploró sus recuerdos.

La luz del día. Recordó la luz del día, luz cayendo de pleno sobre ella… y no llevaba su anillo. Miró frenéticamente sus manos. Ningún anillo. Además, estaba sentada en un haz de luz solar y no le hacía ningún daño. No era posible. Sabía, recordaba, con un recuerdo en bruto que le saturaba cada célula de cuerpo, que la luz del día la mataría. Le había bastado para aprender aquella lección un único contacto de un rayo de sol sobre su mano. Jamás olvidaría aquel dolor abrasador, hirviente: su contacto había grabado una pauta de comportamiento en ella para siempre. No ir a ninguna parte sin el anillo de lapislázuli, que era hermoso en sí, y que además la protegía. Sin él, podría…

Oh, oh.

Ya había sucedido, ¿verdad?

Había muerto.

No se había limitado a Cambiar como cuando se había convertido en una vampira, sino que había muerto con una muerte auténtica de la que nadie regresaba. Según su propia filosofía personal, debería haberse desintegrado en átomos anónimos, o haber ido directamente al Infierno.

En vez de eso, seguía allí. Había tenido algunos sueños sobre personas que le daban consejos paternales… y sobre querer con gran ahínco ayudar a personas, que de improviso resultaban mucho más fáciles de comprender. ¿El macarra de la escuela? Había contemplado con tristeza cómo su borracho padre descargaba sus propias afrentas sobre él noche tras noche. ¿Aquella muchacha que jamás hacía los deberes? Tenía que criar a tres hermanos y hermanas más pequeños mientras su madre permanecía en la cama todo el día. Dar de comer y limpiar al bebé le ocupaba todo el tiempo del que disponía. Siempre había una razón tras cualquier comportamiento, y ahora lo veía.

Incluso se había comunicado con algunas personas a través de los sueños de éstas. Y entonces uno de los Antiguos había llegado a Fell's Church, y tuvo que hacer un supremo esfuerzo para aguantar su interferencia en los sueños y no salir huyendo. El Antiguo provocó que los humanos pidieran la ayuda de Stefan… y, accidentalmente, también Damon había sido llamado. Y Elena los había ayudado tanto como había podido, incluso cuando aquello seh había hecho casi insoportable, porque los Antiguos sabían lo que era el amor y qué botones pulsar y cómo hacer que tus enemigos salgan huyendo en todas direcciones. Pero le habían combatido… y habían vencido. Y Elena, intentando curar las heridas mortales de Stefan, de algún modo había acabado siendo mortal otra vez; desnuda, tumbada en el suelo del Bosque Viejo, con la cazadora de Damon sobre los hombros, mientras el mismo Damon desaparecía sin esperar a que le dieran las gracias.

Aquel despertar le había permitido recuperar cosas básicas, tanto de los sentidos: tacto, sabor, oído, vista… como del corazón, pero no de la cabeza. Stefan había sido tan bueno con ella.

—Y ahora, ¿qué soy? —dijo Elena en voz alta, mirando con fijeza mientras giraba las manos una y otra vez, maravillándose ante aquella sólida carne mortal que obedecía las leyes de la gravedad.

Había dicho que renunciaría a volar por él. Y alguien le había tomado la palabra.

—Eres tan hermosa —respondió Stefan distraídamente, sin moverse, y de improviso se alzó disparado—. ¡Estás hablando!

—Ya lo sé.

—¡Y estás diciendo cosas coherentes!

—Eres muy amable, gracias.

—¡Y en forma de frases!

—Pues claro.

—Sigue, sigue, di algo largo…, por favor —le pidió Stefan incrédulo.

—Has estado saliendo demasiado con mis amigos —dijo Elena—. Esa frase tiene la insolencia de Bonnie, la cortesía de Matt y la insistencia en los hechos de Meredith.

—¡Elena, eres tú!

En lugar de mantener el diálogo con algo tan estúpido corno. «¡Stefan, soy yo!», Elena se detuvo a pensar. Luego, abandonó la cama cuidadosamente y dio un paso. Stefan se apresuró a desviar la mirada y le entregó una bata. «¿Stefan? ¿Stefan?»

Silencio.

Cuando él se dio la vuelta tras un intervalo decente, vio a Elena arrodillada bajo la luz del sol sosteniendo la bata.

—¿Elena?

Ella supo que, a él, ella le parecía un ángel muy joven meditando.

—Stefan.

—Pero si estás llorando.

—Vuelvo a ser humana, Stefan. —Alzó una mano y dejó que cayera por efecto de la gravedad—. Vuelvo a ser humana. Tan simple como eso. Supongo que he necesitado unos cuantos días para volver a reajustarme del todo.

Le miró a los ojos, aquellos ojos tan verdes como una hoja en verano sostenida al trasluz.

«Puedo leerte la mente.»

—Pero yo no puedo leer la tuya, Stefan. Sólo consigo un sentido general, e incluso efímero… No podemos contar con nada.

«Elena, tengo todo lo que quiero en esta habitación. —Palmeó la cama—. Siéntate a mi lado y podré decir: "todo cuanto quiero está en esta cama".»

En lugar de eso, ella se puso en pie y se arrojó sobre él, rodeándole el cuello con los brazos, y enredando sus piernas en las suyas.

—Todavía soy muy joven —susurró, abrazándolo con fuerza—. Y si lo cuentas en días, no hemos tenido muchos así juntos, pero…

—Sigo siendo demasiado mayor para ti. Pero poderte contemplar y verte mirándome…

—Dime que me amarás eternamente.

—Te amaré eternamente.

—Sin importar lo que suceda.

—Elena, Elena…, te he amado como mortal, como vampira, como espíritu puro, como criatura espiritual… y ahora de nuevo como humana.

—Promete que estaremos juntos.

—Lo estaremos.

—No, Stefan. Estás hablando conmigo. —Señaló su cabeza como para recalcar que detrás de sus ojos azules con motas doradas había una brillante mente activa que funcionaba a toda máquina—. Te conozco. Aunque no te lea la mente, puedo leerte tu rostro. Todos tus antiguos miedos… han regresado, ¿verdad?

Él desvió la mirada.

—Jamás te dejaré.

—¿Ni un solo día? ¿Ni una sola hora?

El vaciló y luego alzó los ojos hacia ella. «Si es eso lo que realmente quieres. No te dejaré sola ni un minuto.» En aquellos momentos estaba proyectando su pensamiento, comprendió Elena, porque podía oírlo.

—Te libero de todas tus promesas.

—Pero, Elena, pienso cumplirlas.

—Lo sé. Pero cuando tengas que irte, no quiero que te sientas culpable.

Incluso sin telepatía, podía percibir lo que él pensaba hasta el más leve vestigio de cualquier matiz: «Sigúele la corriente. Después de todo, acaba de despertar. Quizá esté algo confusa». Pero ella no estaba interesada en estar menos confusa, o en hacer que él estuviera menos confuso. Tal vez por eso le mordisqueaba la barbilla con suavidad. Tal vez por eso le besaba. En realidad, se dijo Elena, uno de los dos estaba confuso…

El tiempo pareció alargarse y luego detenerse alrededor de ellos. Y después de aquello nada fue en absoluto confuso. Elena supo que Stefan sabía lo que ella quería, y que sería capaz de hacer por ella lo que fuese.

Bonnie clavó la mirada con preocupación en los números que aparecían en el teléfono. Stefan la llamaba. Se pasó apresuradamente una mano por los cabellos, ahuecando los rizos, y respondió a la videollamada.

Pero en lugar de Stefan era Elena. Bonnie comenzó a reír entonces tontamente, empezó a decirle que no jugara con los juguetes de adulto de Stefan… y de pronto se la quedó mirando fijamente.

—¿Elena?

—¿Siempre me van recibir así? ¿O solamente mi hermana bruja?

—¿Elena?

—Despierta y como nueva —dijo Stefan, asomando en la imagen—. Acabamos de despertarnos…

—Ele… ¡pero si es mediodía! —soltó Bonnie.

—Hemos estado ocupados entre una cosa y otra —terció Elena con soltura, y vaya, ¡era estupendo oírla hablar así!

Elena hablaba en un tono medio inocente y totalmente complacido al respecto, lo que incitó a Bonnie a apremiarla y suplicarle todos y cada uno de los perversos detalles.

—Elena —jadeó su pelirroja amiga, usando la pared más próxima para sostenerse, y luego resbalando por ella, y permitiendo que un montón de calcetines, camisas, pijamas y ropa interior que sostenía en un brazo fueran a caer sobre la moqueta, mientras las lágrimas empezaban a brotarle de los ojos—. Elena, dijeron que tendrías que abandonar Fell's Church… ¿Lo harás?

Elena torció el gesto.

—¿Qué dijeron?

—Que tú y Stefan tendríais que iros por tu propio bien.

—¡Ni hablar!

—Mi dulce am… —empezó Stefan, y luego se detuvo bruscamente, abriendo y cerrando la boca.

Bonnie abrió mucho los ojos. Había sucedido en la parte inferior de la pantalla, fuera de la vista, pero casi podía jurar que el dulce amorcito de Stefan acababa de darle a éste un codazo en el estómago.

—¿Punto cero, a las dos en punto? —preguntaba Elena.

Bonnie regresó violentamente a la realidad. Elena jamás te daba tiempo para reflexionar.

—¡Estaré allí! —exclamó.

—Elena —musitó Meredith, y luego—: ¡Elena! —como un sollozo medio estrangulado—. ¡Elena!

—Meredith. ¡Ah, no me hagas llorar, que esta blusa es de seda pura!

—¡Es de seda pura porque es mi blusa de sari de seda pura, ése es el motivo!

Elena adquirió de improviso una expresión tan inocente como la de un ángel.

—¿Sabes, Meredith?, parece que he crecido mucho últimamente…

—Si el final de esa frase es «así que realmente me sienta mejor» —la voz de Meredith era amenazadora—, entonces te lo advierto, Elena Gilbert… —Se interrumpió, y ambas muchachas empezaron a reír y luego a llorar—. ¡Puedes quedártela! ¡Puedes quedártela!

—¿Stefan? —Matt agitó el teléfono; primero con cautela, luego golpeándolo contra la pared del garaje—. No puedo ver… —Se detuvo y tragó saliva—. ¿E… le… na? —La palabra surgió lentamente, con una pausa entre cada sílaba.

—Sí, Matt. He regresado. Y mi mente también. —Se señaló la frente—. ¿Te reunirás con nosotros?

Matt, apoyándose en su coche recién adquirido, que ya casi funcionaba, empezó a farfullar: «Gracias a Dios, gracias a Dios», una y otra vez.

—¿Matt? No te veo. ¿Estás bien? —Se oyeron los sonidos de algo que se removía—. Creo que se ha desmayado.

—¿Matt? Quiere verte, en serio —dijo Stefan.

—Sí, sí. —Matt alzó la cabeza, contemplando el teléfono sin dejar de pestañear—. Elena, Elena…

—Lo siento, Matt. No tienes que venir…

Matt lanzó una breve carcajada.

—¿Seguro que eres Elena?

Elena mostró aquella sonrisa que había roto un millar de corazones.

—En ese caso… Matt Honeycutt, insisto en que vengas y te reúnas con nosotros en el punto cero a las dos en punto. ¿Suena eso más a mí?

—Creo que casi lo tienes. Los Modales Imperiales de la antigua Elena. —Tosió teatralmente, sorbió por la nariz, y dijo—: Lo siento… Estoy un poco resfriado; o es alguna alergia, seguramente.

—No seas tonto, Matt. Estás lloriqueando como un bebé, igual que yo —dijo Elena—. Igual que Bonnie y Meredith cuando las llamé. Así que llevo llorando toda la mañana… y a este paso tendré que darme mucha prisa para tener la merienda lista y a tiempo. Meredith piensa ir a recogerte. Trae algo de beber o de comer. ¡Te quiero!

Elena colgó el teléfono; respiraba entrecortadamente.

~~Vaya, ha sido duro.

—Todavía te ama.

—¿Habría preferido que hubiese sido un bebé toda mi vida?

—A lo mejor le gustaba el modo en que decías «hola» y «adiós».

—No me tomes el pelo. —Elena agitó la barbilla temblorosamente.

—Jamás de los jamases —respondió él con suavidad; luego, repentinamente, le agarró la mano—. Vamos…, iremos a comprar la merienda, y un coche, también —dijo, tirando de ella para ponerla en pie.

Ambos se sobresaltaron cuando Elena alzó el vuelo a tal velocidad que Stefan tuvo que sujetarla por la cintura para impedir que saliera disparada hacia el techo.

—Pensaba que tenías gravedad.

—¡Y yo! ¿Qué hago?

—¡Concéntrate en algo pesado!

—¿Y si no funciona?

—¡Tendremos que comprarte una ancla!

A las dos en punto Stefan y Elena llegaron al cementerio de Fell's Church en un Jaguar rojo totalmente nuevo; Elena llevaba gafas oscuras, había recogido su pelo en un pañuelo, y lucía un foulard alrededor del cuello y unos guantes negros de punto de los días de juventud de la señora Flowers que ésta le había prestado, aunque admitió no saber por qué los llevaba. Era toda una visión, dijo Meredith, con la blusa de sari violeta y unos vaqueros. Bonnie y Meredith ya habían extendido un mantel para la merienda, y las hormigas se dedicaban a degustar emparedados y uvas y ensalada de pasta baja en grasas.

Elena les relató cómo había despertado esa mañana, y luego hubo más abrazos y besos y llantos de los que cualquier hombre hubiera podido soportar.

—¿Quieres echarle un vistazo a los bosques de por aquí? ¿Comprobar si esas criaturas malach andan por la zona? —le peguntó Matt a Stefan.

—Será mejor que no estén —dijo Stefan—. Si los árboles a tanta distancia de donde tuvisteis el accidente están infestados…

—¿Es mala señal?

—Sería un grave problema.

Estaban a punto de alejarse cuando Elena los llamó para que regresaran.

—Podéis dejar de mostraros tan varoniles y superiores —añadió—. Reprimir vuestras emociones es malo para vosotros. Expresarlas te mantiene equilibrado.

—Oíd, sois más duras de lo que pensaba —replicó Stefan—. ¿Celebrar meriendas en un cementerio?

—Siempre encontrábamos a Elena aquí —dijo Bonnie, señalando una lápida cercana con un tronco de apio.

—Aquí están enterrados mis padres —explicó Elena con sencillez—. Tras el accidente… siempre me sentí más cerca de ellos aquí que en cualquier otra parte. Venía cuando las cosas se ponían feas o cuando necesitaba respuesta a una pregunta.

—¿Conseguiste jamás alguna respuesta? —preguntó Matt, tomando un pepinillo en conserva de un tarro de vidrio y pasando el resto.

—No estoy segura, ni siquiera ahora —respondió ella, que se había quitado las gafas oscuras, el foulard, el pañuelo de la cabeza y los guantes—. Pero siempre me hizo sentir mejor. ¿Por qué? ¿Tienes alguna pregunta?

—Bueno… sí —repuso Matt inesperadamente.

Entonces se ruborizó al sentirse de pronto el centro de atención. Bonnie giró sobre sí misma para mirarle fijamente, con el tronco de apio en los labios, Meredith se aproximó rápidamente y Elena se sentó muy erguida. Stefan, que había estado recostado contra una elaborada lápida con inconsciente gracia vampírica, se sentó en el suelo.

—¿Qué es, Matt?

—Yo iba a decir que hoy no pareces estar demasiado bien —dijo Bonnie en tono preocupado.

—Muchas gracias —soltó Matt de mal humor.

Las lágrimas se acumularon en los ojos castaños de la muchacha.

—No era mi intención…

Pero no consiguió acabar. Meredith y Elena se acercaron protectoras para rodearla en la sólida falange de lo que denominaban «hermandad del velocirraptor», lo que significaba que cualquiera que se metiera con una de ellas se estaba metiendo con las tres.

—¿Sarcasmo en lugar de caballerosidad? Ése no es el Matt que yo conozco. —Meredith habló con una ceja enarcada.

—Ella sólo intentaba mostrarse comprensiva —indicó Elena en voz queda—. Y ésa ha sido una réplica de mal gusto.

—¡Vale, vale! Lo siento…, lo siento de verdad, Bonnie. —Volvió la cabeza hacia ella con aspecto avergonzado—. Ha sido un comentario desagradable y sólo intentabas ser amable. Es que… en realidad no sé ni lo que digo. De todos modos, ¿queréis oírlo —finalizó, adoptando una expresión defensiva—, o no?.

Todo el mundo asintió.

—Bien, os cuento. Fui a visitar a Jim Bryce esta mañana… ¿Os acordáis de él?

—Claro. Salí con él. Capitán del equipo de baloncesto. Un chico agradable. Un poquitín infantil, pero… —Meredith se encogió de hombros.

—Jim es un buen tipo. —Matt tragó saliva—. Bueno, es sólo que… no quiero cotillear ni nada, pero…

—¡Cuenta, cuenta! —le ordenaron las tres muchachas a unísono, como un coro griego.

Matt se encogió, amilanado.

—¡Vale, vale! Bueno…, se suponía que habíamos quedado a las diez, pero llegué un poco temprano, y… bueno, Caroline estaba allí. Se marchaba.

Hubo tres pequeñas exclamaciones ahogadas y una mirada penetrante por parte de Stefan.

—¿Quieres decir que crees que ha pasado la noche con él?

—¡Stefan! —empezó a decir Bonnie—. No es así como funcionan los cotilleos de verdad. Uno jamás dice directamente lo que piensa…

—No —dijo Elena sin alterarse—. Dejad que Matt responda. Puedo recordar lo suficiente de antes de que pudiese hablar para estar preocupada por Caroline.

—Más que preocupada —indicó Stefan.

—No es cotilleo; es información necesaria —dijo Meredith, asintiendo.

—De acuerdo, entonces. —Matt tragó saliva—. Bueno, sí, eso es lo que pensé. El me ha dicho que ella había llegado un poco antes para ver a su hermana pequeña, pero Tamra sólo tiene unos quince años. Y se ha puesto colorado mientras lo decía.

Los demás intercambiaron miradas solemnes.

—Caroline siempre ha sido… bueno, un poco fresca… —empezó a decir Bonnie.

—Pero jamás he oído que le dedicara ni una mirada a Jim —finalizó Meredith.

Miraron a Elena en busca de una respuesta, pero ésta negó lentamente con la cabeza.

—Lo cierto es que no se me ocurre ninguna razón por la que pudiese visitar a Tamra. Y además… —alzó la mirada rápidamente hacia Matt—, no nos lo estás contando todo. ¿Qué más ha sucedido?

—¿Hay algo más? ¿Ha encontrado su ropa interior? —Bonfije se puso a reír hasta que vio el rostro enrojecido de Matt—. Eh… vamos, Matt. Somos nosotros. Puedes contarnos cualquier cosa.

Matt inhaló profundamente y cerró los ojos.

—De acuerdo. A ver… Cuando ella se marchaba, creo… creo que Caroline… me hizo proposiciones.

—¿Que qué?

—Ella jamás…

—¿Cómo, Matt? —preguntó Elena.

—Bueno…, Jim pensaba que ella se había ido, y fue al garaje a buscar su pelota de baloncesto, y yo me di la vuelta y de improviso Caroline estaba allí, y me dijo… bueno, no importa lo que dijo. Pero vino a decir que le gustaba mucho más el rugby que el baloncesto y que si yo quería hacerle compañía un rato.

—¿Y tú qué le dijiste? —musitó Bonnie, fascinada.

—Nada. Me limité a mirarla atónito.

—¿Y entonces Jim regresó? —sugirió Meredith.

—¡No! Entonces Caroline se marchó; me lanzó esa mirada, ya sabéis, que dejaba las cosas muy claras sobre lo que quería decir… y entonces apareció Tami. —El franco rostro de Matt llameaba ya—. Y entonces…, no sé cómo explicarlo. Quizá Caroline dijo algo sobre mí para hacer que me lo hiciera, porque ella… ella…

—Matt. —Stefan apenas había hablado hasta aquel momento; ahora se inclinó al frente y habló en voz baja—. No preguntamos simplemente porque queramos cotillear. Intentamos averiguar si hay algo que no va bien en Fell's Church. Así que… por favor… simplemente cuéntanos qué sucedió.