12

Regresó a él, todo ello: los pasillos angostos y las ventanas diminutas, y el olor mohoso a libros viejos. Había estado en Bélgica haría unos cincuenta años y le había sorprendido descubrir que todavía existiera un libro en inglés sobre un tema como aquél. Pero allí estaba, con la tapa deteriorada hasta quedar convertida en una compacta capa de bruñido color óxido sin título ni autor, si es que alguna vez habían constado. Faltaban páginas en el interior, de modo que nadie podría conocerlos jamás, si es que alguno de ambos había estado impreso allí alguna vez. Cada «entrada» —receta, encanto o hechizo— del interior involucraba conocimientos prohibidos.

Damon podía recordar con facilidad el hechizo más sencillo de todos: «La Sangüe del Samphire o Vampyro es grandemente buena como remedio general para todas las Dolencias o daño Causado por aquellos que Danzan en los Bosques durante el APogeo de la Luna».

Aquellos malach ciertamente habían estado causando daño en el bosque, y era el mes del Apogeo de la Luna, el mes del solsticio de verano» en la Lengua Antigua. Damon no quería abandonar a Bonnie, y sin duda alguna no quería que Elena viese lo que iba a hacer a continuación. Sosteniendo aún la cabeza de Bonnie por encima de la cálida agua rosada, se abrió la camisa. Llevaba un cuchillo de quebracho en una funda sujeto a la cadera. Lo sacó y, con un veloz gesto, se hizo un corte en la base de la garganta.

Ahora disponía de gran cantidad de sangre. El problema era cómo conseguir que ella bebiera. Enfundando la daga, alzó a la muchacha fuera del agua e intentó acercar sus labios al corte. «Volverá a enfriarse, y tú no tienes ningún modo de hacerla tragar.» Dejó que Bonnie se deslizara de nuevo dentro del agua y pensó. Luego sacó otra vez el cuchillo y efectuó otro corte: éste en el brazo, en la muñeca. Siguió la vena que había allí hasta que la sangre no tan sólo goteaba sino que fluía ininterrumpidamente. A continuación colocó esa muñeca sobre la boca alzada de Bonnie, ajusfando el ángulo de su cabeza con la otra mano. Los labios de la muchacha estaban parcialmente abiertos y la oscura sangre fluyó a la perfección. Periódicamente, ella tragaba. Todavía quedaba vida en ella.

Era como alimentar una cría de pájaro, se dijo, tremendamente satisfecho con su memoria, su ingenio y… bueno, simplemente consigo mismo.

Sonrió radiante a nada en particular.

Si al menos funcionase.

Damon cambió levemente de posición para estar más cómodo y volvió a abrir el agua caliente, sin dejar de sostener a Bonnie, de alimentarla, todo —lo sabía— de un modo elegante y sin desperdiciar un movimiento. Era divertido. Le atraía por lo que tenía de ridículo. Allí, justo en aquel momento, había un vampiro que, en lugar de cenar a base de un humano, estaba intentando salvarlo de una muerte cierta alimentándolo con su propia sangre.

Más que eso. Había seguido toda clase de tradiciones y costumbres humanas al intentar quitarle la ropa a Bonnie sin comprometer su pudor de doncella. Había resultado excitante. Desde luego, había visto su cuerpo de todos modos; no había habido modo de evitarlo. Pero lo cierto era que resultaba más emocionante cuando intentaba seguir las reglas. Nunca antes lo había hecho.

A lo mejor era así como Stefan hallaba placer. No, Stefan tenía a Elena, que había sido humana, vampira y espíritu invisible, y ahora daba la impresión de ser un ángel viviente, si tal cosa existía. Elena era ya suficientemente estimulante por sí misma. Sin embargo no había pensado en ella desde hacía minutos. Tal vez nunca había dejado de pensar en ella tanto tiempo.

Sería mejor que la llamase, que la hiciera entrar y le explicara cómo funcionaba aquello de modo que no existiera un motivo para que le aplastara el cráneo. Probablemente causaría mejor impresión.

Reparó de repente en que no podía percibir el aura de Elena en el dormitorio de Stefan. Pero antes de que pudiera investigar hubo un estrépito, luego pisadas resonantes, y a continuación otro estrépito, más próximo. Y entonces Mortal Anodino y Tonto abrió la puerta del cuarto de baño de una patada…

Matt avanzó amenazador, sus pies se enredaron, y bajó la vista al suelo. Se sonrojó. Sostenía en alto el pequeño sujetador rosa de Bonnie. Lo soltó como si le hubiese mordido, volvió a recogerlo, y giró en redondo, chocando al hacerlo con Stefan, que entraba. Damon se limitó a observar, divertido.

—¿Cómo se los mata, Stefan? ¿Basta con una estaca? ¿Puedes sujetarlo mientras…? ¡Sangre! ¡Le está haciendo beber sangre!

Matt se interrumpió, dando la impresión de que podría atacar a Damon por su cuenta. Mala idea, pensó Damon.

Matt trabó la mirada con él. Enfrentándose al monstruo, se dijo Damon, aún más divertido.

—Suél… ta… la.

Matt habló despacio, probablemente con la intención de transmitir amenaza, aunque pareció, pensó Damon, que lo consideraba un deficiente mental.

Mortalmente Estúpido Molesto y Obtuso, reflexionó Damon. Pero eso daba… «Memo», dijo en voz alta, sacudiendo levemente la cabeza. Aunque, bien pensado, podría servirle en el futuro como nombre para él.

—¿Memo? ¿Me estás llamando…? ¡Cielos, Stefan, por favor, ayúdame a matarlo! Ha matado a Bonnie.

Las palabras brotaron de Matt en un torrente imparable.

Stefan se mostraba sorprendentemente calmado. Colocó a Matt detrás de él e indicó:

—Ve y siéntate con Elena y Meredith. —Lo dijo de un modo que indicaba que no era una sugerencia, y se volvió hacia su hermano—. No te alimentaste de ella —dijo, y no fue una pregunta.

—¿Engullir veneno? No es mi idea de diversión, hermanito.

Una comisura de los labios de Stefan se crispó. No le respondió, sino que se limitó a mirar a Damon con ojos que eran… perspicaces. Damon se molestó.

—¡Te he dicho la verdad!

—¿Vas a adoptarlo como hobby?

Damon empezó a soltar a Bonnie, imaginando que dejarla caer en el agua ensangrentada sería el paso previo apropiado para abandonar aquel lugar de mala muerte, pero…

Pero ella era su polluelo. Había tragado suficiente de su sangre ahora como para que una sola gota más iniciara en serio el Cambio en Bonnie. Y si la cantidad de sangre que ya le había dado no era suficiente, es que no se trataba del remedio adecuado. Además, el hacedor de milagros estaba allí.

Cerró el corte de su brazo lo suficiente como para que dejara de sangrar y empezó a hablar…

Y la puerta volvió a abrirse de golpe.

En esta ocasión era Meredith, que sostenía el sujetador de Bonnie. Tanto Stefan como Damon se amilanaron. Meredith era, se dijo Damon, una persona que daba mucho miedo. Al menos dedicó unos instantes, lo que Memo no había hecho, a echar una ojeada a las ropas pisoteadas del suelo del baño y le preguntó a Stefan: «¿Cómo está?», algo que Memo tampoco había hecho.

—Se pondrá bien —dijo Stefan, y Damon se sorprendió ante su sentimiento de… no alivio, desde luego, pero sí satisfacción por un trabajo bien hecho.

Además, eso tal vez evitaría que Stefan le zurrara hasta casi matarlo.

Meredith inspiró profundamente y cerró los aterradores ojos por un instante. Al hacerlo, todo su rostro resplandeció. Quizá estaba rezando. Hacía siglos que Damon no había rezado; y jamás había recibido respuesta a ninguna de sus plegarias.

Entonces Meredith abrió los ojos, se sacudió y volvió a resultar aterradora otra vez. Empujó suavemente el montón de ropa del suelo y dijo, despacio y con energía:

—Si la pieza que hace juego con esto no sigue todavía en el cuerpo de Bonnie, va a haber problemas.

Hizo ondear el ahora notorio sujetador como una bandera.

Stefan pareció confuso. ¿Cómo era posible que no comprendiera la importantísima pregunta sobre la ausencia de la prenda interior?, se preguntó Damon. ¿Cómo podía nadie ser un idiiota… tan poco observador? ¿Es que Elena no la llevaba… nunca? Damon se quedó totalmente inmóvil, demasiado cautivado por las imágenes que pasaron por su mente para moverse Por un instante. Luego habló. Tenía la respuesta al acertijo de Meredith.

—¿Quieres venir y comprobarlo? —preguntó, desviando la eza virtuosamente.

—Sí, es lo que quiero.

Él permaneció dándole la espalda mientras la muchacha se acercaba a la bañera, hundía la mano en la rosada agua tibia, y apartaba un poco la toalla. La oyó soltar aire con alivio.

Cuando él se dio la vuelta ella le dijo:

—Tienes sangre en la boca. —Sus ojos parecieron más oscuros que nunca.

Damon se sorprendió. ¿No habría mordido a la pelirroja por pura costumbre y habría olvidado luego que lo había hecho? Pero entonces comprendió el motivo.

—Intentaste succionar el veneno, ¿verdad? —dijo Stefan, arrojándole una toalla de tocador blanca.

Damon se limpió el perfil que Meredith había estado contemplando y se encontró con una mancha de sangre. No era de extrañar que la boca le hubiese estado escociendo como fuego. Aquel veneno era algo de lo más repugnante, aunque estaba claro que no afectaba a los vampiros del mismo modo que a los humanos.

—Y tienes sangre en la garganta —prosiguió Meredith.

—Un experimento fallido —dijo Damon, y se encogió de hombros.

—Así que te has cortado en la muñeca. Parece un buen corte.

—Para un humano, tal vez. ¿Ha finalizado ya la conferencia de prensa?

Meredith se recostó hacia atrás. Damon pudo leer su expresión y sonrió interiormente. ¡Extra! LA HORRIPILANTE MEREDITH FRUSTRADA. Conocía la expresión de aquellos que tenían que reconocer que Damon era un hueso muy duro de roer.

Meredith se puso en pie.

—¿Hay algo que pueda traerle para que la boca le deje de sangrar? ¿Algo de beber, tal vez?

Stefan se limitó a mostrarse acongojado. El problema de Stefan —bueno, una parte de uno de los muchos problemas de Stefan— era que pensaba que alimentarse era pecaminoso. Incluso hablar de ello.

Tal vez era más placentero así. La gente disfrutaba con cualquier cosa que considerara pecaminosa. Incluso los vampiros lo hacían. Damon se sintió incómodo. ¿Cómo retrocedía uno en el tiempo hasta la época en que cualquier cosa era pecaminosa? Porque él, tristemente, ya no encontraba placer en nada.

De espaldas, Meredith resultaba menos aterradora. Damon se arriesgó a contestar a la pregunta sobre qué podría beber.

A ti, cariño… cariño mío.

—Demasiados cariños —repuso ella en tono misterioso, y antes de que Damon pudiese descubrir que simplemente dejaba constancia sobre un tema lingüístico, y no era un comentario sobre su vida personal, ella ya se había marchado.

Con el sujetador viajero.

Stefan y Damon se quedaron solos. Stefan dio un paso hacia él, manteniendo los ojos apartados de la bañera. «Te pierdes tantas cosas, tontorrón», pensó Damon. Aquélla era la palabra que había estado buscando antes. Tontorrón.

—Hiciste mucho por ella —indicó Stefan, al que parecía resultarle tan difícil mirar a Damon como a la bañera.

Eso le dejó muy pocas cosas donde clavar la mirada, así que eligió una pared.

—Me dijiste que me darías una paliza si no lo hacía. Nunca me han gustado las palizas.

Dedicó su sonrisa radiante a Stefan y la mantuvo hasta que este empezó a volverse para mirarle, y entonces la borró inmediatamente.

—Has ido más allá del deber.

—Contigo, hermanito, uno nunca sabe dónde finaliza el deber. Dime, ¿qué aspecto tiene la inmensidad?

Stefan suspiró profundamente.

—Al menos no eres la clase de matón que sólo aterroriza cuando lleva ventaja.

—¿Me estás invitando a «salir fuera», como acostumbra a decirse?

—No, te estoy felicitando por salvarle la vida a Bonnie.

—No creí que tuviera elección. A propósito, ¿cómo te las has apañado para curar a Meredith y… y… cómo lo has hecho?

—Elena les besó. ¿Ni siquiera te diste cuenta de que se había ido? Los he traído de vuelta aquí, y ella ha bajado la escalera y con su aliento en sus bocas los ha curado. Por lo que he visto, parece estar pasando poco a poco de espíritu a totalmente humana. Me da la impresión de que harán falta unos cuantos días más, a juzgar por sus progresos desde que despertó hasta ahora.

—Al menos habla. No mucho, pero no se puede pedir todo. —Damon recordaba la vista desde el Porsche con la capota bajada y Elena balanceándose como un globo—. Esta pequeña pelirroja no ha dicho una palabra —añadió Damon quejumbrosamente, y luego se encogió de hombros—. Está igual.

—¿Por qué, Damon? ¿Por qué no admitir que ella te importa, al menos lo suficiente para mantenerla viva… y sin siquiera abusar de ella? Sabías que no podía permitirse perder sangre…

—Ha sido un experimento —explicó Damon con un esfuerzo.

Y ahora había finalizado. Bonnie despertaría o dormiría, viviría o moriría, en las manos de Stefan… no en las suyas. Estaba mojado, se sentía incómodo, había pasado tiempo más que suficiente desde su cena para que estuviese hambriento y enojado. Le dolía la boca.

— Ahora sostenle tú la cabeza —dijo con brusquedad—. Me voy. Tú y Elena y… Memo podéis acabar…

—Se llama Matt, Damon. No es difícil de recordar.

—Lo es si uno no siente el menor interés por él. Hay demasiadas damas encantadoras en esta zona para que no sea lo último que uno elegiría para un tentempié.

Stefan golpeó la pared con fuerza y su puño se abrió paso a través del viejo enlucido.

—Maldita sea, Damon, los humanos son algo más que eso.

—Es todo lo que yo pido de ellos.

—Tú no pides. Ese es el problema.

—Ha sido un eufemismo. Es todo lo que planeo tomar de ellos, si prefieres decirlo así. Es lo único que me interesa. No intentes fingir que hay algo más. No sirve de nada intentar encontrar pruebas para una bonita mentira.

El puño de Stefan salió disparado. Era el izquierdo, y Damon sostenía la cabeza de Bonnie en aquel lado, así que no podía apartarse con elegancia como hubiera hecho normalmente. La muchacha estaba inconsciente; los pulmones se le podrían llenar de agua y morir inmediatamente. ¿Quién sabía con aquellos humanos, en especial cuando los habían envenenado?

En su lugar, se concentró en enviar todas sus defensas al lado derecho de la barbilla. Calculó que podía aguantar un puñetazo, incluso del Nuevo Stefan Mejorado, sin soltar a la muchacha… incluso aunque Stefan le partiera la mandíbula.

El puño de Stefan se detuvo a pocos milímetros de la cara de Damon.

Hubo una pausa; los hermanos se miraron desde una distancia de medio metro.

Stefan inspiró profundamente y adoptó una posición relajada.

—¿Lo admitirás ahora?

Damon estaba genuinamente desconcertado.

—Admitir ¿qué?

—Que ellos te importan algo. Lo suficiente como para recibir un puñetazo antes que permitir que Bonnie se hundiera en el agua.

Damon se lo quedó mirando, luego empezó a reír y descubrió que no podía parar.

Stefan le devolvió la mirada. Luego cerró los ojos y se volvió, dolorido.

Damon seguía con su ataque de risa tonta.

—Y tú pen… pensabas que a mí me im… importaba una insignificante hu… hu… hu…

—¿Por qué lo has hecho, entonces? —preguntó Stefan con voz cansada.

—Ca… ca… capricho. Te 1… lo di… di… dije. Simple ca… ju… jujuja…

Damon se desplomó, atontado por falta de alimento y por el carrusel de emociones.

La cabeza de Bonnie se hundió bajo el agua.

Ambos vampiros se lanzaron a por ella y sus cabezas chocaron al topar por encima de la parte central de la bañera. Ambos se echaron hacia atrás un instante, aturdidos.

Damon ya no reía. Si acaso, luchaba como un tigre para sacar a la muchacha del agua. Stefan también lo hacía, y con sus recientemente agudizados reflejos, parecía estar a punto de conseguirlo. Pero sucedió lo que Damon había pensado justo una hora antes, más o menos: ninguno de ellos consideró en ningún momento cooperar para coger a la muchacha. Cada uno intentaba hacerlo solo, y cada uno obstaculizaba los movimientos del otro.

—Sal de mi camino, mocoso —gruñó Damon, siseando amenazador.

—A ti ella no te importa un comino. Apártate tú de en medio…

Hubo algo parecido a un géiser y Bonnie salió disparada hacia arriba, fuera del agua, por sí misma. Escupió un trago y gritó: «¿Qué sucede?», en un tono capaz de derretir un corazón de piedra.

Y eso fue lo que pasó. Contemplando a su empapado polluelo, que, instintivamente, aferraba la toalla contra el cuerpo, con sus llameantes cabellos pegados a la cabeza y sus enormes ojos castaños pestañeando entre varios mechones, algo se hinchó de orgullo en Damon. Stefan había corrido a la puerta para contarles a los demás la buena noticia y, por un momento, estaban sólo ellos dos: Damon y Bonnie.

—Sabe horrible —dijo Bonnie pesarosa, escupiendo más agua.

—Lo sé —dijo Damon, mirándola fijamente.

Aquel nuevo sentimiento había crecido en su interior hasta hacer que la presión resultase casi insoportable. Cuando Bonnie dijo: «¡Pero si estoy viva!» cambiando totalmente su estado de ánimo, mientras su rostro en forma de corazón se ruborizaba repentinamente de alegría, el feroz orgullo que Damon sintió resultó embriagador. Él y sólo él la había traído de vuelta desde el filo de la gélida muerte. Él había curado su cuerpo repleto de veneno; era su sangre la que había disuelto y dispersado la toxina, su sangre…

Y entonces aquello que crecía en su interior estalló.

Existió, para Damon, un chasquido palpable aunque no audible cuando la piedra que encerraba su alma reventó y un gran pedazo de ella se desprendió.

Mientras una melodía lo inundaba, aferró a Bonnie contra él, notando la toalla mojada contra la seda cruda de la camisa, y sintiendo el menudo cuerpo de la muchacha bajo la toalla. Definitivamente, una doncella, y no una niña, pensó aturdidamente, fuese lo que fuese lo que aquel ignominioso pedazo de nailon rosa llevase escrito. Se aferró a ella como si la necesitase para obtener sangre… como si estuviesen en mares azotados por huracanes y soltarla significase perderla.

El cuello le dolía con fiereza, la piedra seguía agrietándose; iba a estallar por completo, dejando salir al Damon contenido dentro; y él estaba demasiado borracho de orgullo y gozo para que le importara. Las grietas se propagaban en todas direcciones, con pedazos de piedra saliendo disparados…

Bonnie lo apartó de un empujón.

Tenía una fuerza sorprendente para ser alguien de complexión tan menuda. Se apartó de sus brazos por completo. La expresión de su rostro había vuelto a cambiar radicalmente; ahora su cara mostraba sólo miedo y desesperación… y, sí, repugnancia.

—¡Socorro! ¡Qué alguien me ayude, por favor!

Sus ojos castaños estaban abiertos de par en par y su rostro volvía a estar blanco.

Stefan se había vuelto en redondo. Meredith pasó como una exhalación por debajo de sus brazos desde la otra habitación. Matt intentó atisbar al interior del diminuto y atestado cuarto de baño. Los tres vieron lo mismo: a Bonnie aferrando con ferocidad la toalla, intentando cubrirse con ella, y a Damon arrodillado junto a la bañera con su rostro inexpresivo.

—¡Por favor, ayuda! El me oía llamar… podía percibirlo en el otro extremo… pero se limitó a observar. Se quedó allí quieto viéndonos morir a todos. Quiere a todos los humanos muertos, con nuestra sangre descendiendo por los escalones blancos de no sé qué sitio. ¡Por favor, apartadlo de mí!

Vaya. La brujita era más competente de lo que había imaginado. No era insólito darse cuenta de que alguien recibía tus transmisiones —uno obtenía reacciones—, pero identificar al individuo requería talento. Además, era evidente que había oído el eco de algunos de sus pensamientos. Tenía un don, su avecilla… no, no era su avecilla, le miraba con una expresión tan próxima al odio como podía mostrarla Bonnie.

Hubo un silencio. Damon tenía una oportunidad de negar la acusación, pero ¿por qué molestarse? Stefan sería capaz de juzgar su veracidad. Quizá Bonnie también.

La repugnancia se reflejaba en sus caras.

Meredith agarró otra toalla. Llevaba alguna clase de bebida caliente en la otra mano: cacao, a juzgar por el olor. Estaba lo bastante caliente como para ser una arma efectiva; no había modo de esquivar todo aquello, no para un vampiro cansado.

—Toma —dijo la joven a Bonnie—. Estás a salvo. Stefan está aquí. Yo estoy aquí. Matt está aquí. Toma esta toalla; deja que te la ponga alrededor de los hombros.

Stefan había permanecido allí de pie en silencio, observándolo todo…, no, observando a su hermano. Entonces, endureció su rostro de un modo irrevocable y pronunció una sola palabra:

—Fuera.

Echado como un perro, Damon buscó a tientas la cazadora a su espalda, la encontró, y deseó que la búsqueda de su sentido del humor pudiera tener el mismo éxito. Los rostros que lo rodeaban eran todos idénticos. Podrían haber estado esculpidos en piedra.

Pero no una piedra tan dura como la que volvía a fusionarse alrededor de su alma. Su roca se soldó con una rapidez sorprendente; y se le añadió una capa extra, como la capa que se le añade a una perla, aunque ésta no cubría nada tan hermoso.

Las caras permanecieron impasibles mientras Damon intentaba salir del pequeño y atiborrado cuarto. Algunos de ellos hablaban; Meredith a Bonnie, Memo —no, Matt— vertía un chorro de puro odio ácido… pero Damon en realidad no oía las palabras. Olía demasiada sangre allí. Todo el mundo tenía pequeñas heridas. Sus olores individuales —bestias distintas en el rebaño— se cernían sobre él. La cabeza le daba vueltas. Tenía que salir de allí o agarraría el recipiente de sangre caliente más próximo y lo vaciaría hasta la última gota. En aquellos momentos estaba más que mareado; estaba demasiado febril, demasiado… sediento.

Muy, muy sediento. Había trabajado durante mucho tiempo sin alimentarse y ahora estaba rodeado de presas que daban vueltas a su alrededor. ¿Cómo podía contener el impulso de agarrar simplemente a una de ellas? ¿Echarían realmente en falta a una de ellas?

Luego estaba aquella a la que todavía no había visto, y a la que no quería ver. Contemplar las deliciosas facciones de Elena crispadas en la misma máscara de repugnancia que veía en todas las demás caras que había allí sería… repulsivo, se dijo, de nuevo impasible.

Pero era inevitable. Al salir del cuarto de baño, Damon se encontró a Elena justo delante, levitando como una mariposa descomunal, y sus ojos se vieron atraídos justamente a lo que no quería ver: su expresión.

Las facciones de Elena no eran un reflejo de las de los demás. Se la veía preocupada, alterada. Pero no había ni rastro de la repugnancia o el odio que aparecía en los demás rostros.

Incluso habló, con aquel extraño lenguaje mental que no era, en cierto modo, telepatía, pero que le permitía usar dos niveles de comunicación a la vez.

—Da… mon.

«Háblales de los malach. Por favor.»

Damon se limitó a enarcar una ceja hacia ella. ¿Hablarles a un puñado de humanos de sí mismo? ¿Pretendía ser deliberadamente ridicula?

Además, los malach no habían hecho nada en realidad. Le habían distraído durante unos pocos minutos, eso era todo. De nada servía culpar a los malach cuando todo lo que habían hecho había sido intensificar sus propios puntos de vista por un breve período de tiempo. Se preguntó si Elena tenía alguna idea del contenido de la pequeña fantasía que había tenido durante la noche.

—Da… mon.

«Puedo verlo. Todo. Pero, aun así, por favor…»

Vaya, bueno, quizá los espíritus estaban acostumbrados a ver los trapos sucios de todo el mundo. Elena no efectuó ninguna respuesta a aquel pensamiento, así que se quedó a oscuras al respecto.

Oscuridad. Que era a lo que estaba acostumbrado, de donde procedía. Todos se marcharían cada uno por su lado, los humanos a sus casas cálidas y secas y él a un árbol en el bosque. Y Elena se quedaría con Stefan, por supuesto.

Por supuesto.

—Bajo estas circunstancias, no diré au revoir —dijo Damon, dedicándole una deslumbrante sonrisa a Elena, que le devolvió una mirada seria—. Diremos «adiós» y lo dejaremos así.

No hubo respuesta por parte de los humanos.

—Da… mon. —Elena lloraba ahora.

«Por favor. Por favor.»

Damon inició la marcha para perderse en la oscuridad.

«Por favor…»

Pero Damon siguió andando mientras se frotaba el cuello.