11

Bonnie no podía recordar ninguna oración más sofisticada y, como una criatura cansada, recitaba una vieja plegaria:

—… suplico al Señor que mi alma tome…

Había agotado todas sus energías pidiendo ayuda y no había obtenido respuesta, sólo un ligero ruido de fondo. Sentía sueño. El dolor había desaparecido y estaba entumecida. Lo único que la molestaba era el frío. Pero por otra parte, eso se solucionaría. Podía echarse una manta por encima, gruesa y aterciopelada, y se calentaría. Lo sabía sin saber cómo.

Lo único que la mantenía apartada de la manta era pensar en su madre. Su madre se entristecería si ella dejaba de luchar. Eso también lo sabía sin saber cómo. Si al menos pudiese hacer llegar un mensaje a su madre, explicándole que había luchado tan duro como había podido, pero que el entumecimiento y el frío le habían impedido seguir adelante. Y que había sabido que se moría, pero que no había sentido dolor, de modo que no había motivos para que su madre llorase. Y la próxima vez aprendería de sus errores, prometió… La próxima vez…

La entrada de Damon estuvo pensada para ser teatral, combinada con un relámpago justo en el momento en que sus botas golpeaban el coche. Simultáneamente, había enviado otro salvaíe restallido de poder, en esa ocasión dirigido a los árboles los títeres que estaban siendo controlados por un amo invisible. Fue tan fuerte que percibió una asombrada respuesta por parte de Stefan desde la casa de huéspedes. Y los árboles… retrocedieron hasta desvanecerse en la oscuridad. Habían arrancado el techo como si el coche hubiese sido una lata de sardinas gigante, reflexionó, de pie sobre el capó. Muy práctico para él.

Luego dirigió la atención a la humana Bonnie, la de los rizos, quien en justicia debería haberle estado abrazando los pies en aquellos momentos a la vez que jadeaba: «¡Gracias!».

No lo hacía. Yacía en la misma posición. Enojado, Damon bajó el brazo para agarrarle la mano, y entonces fue él quien se sobresaltó. Lo percibió antes de tocarlo, lo olió antes de notar cómo le manchaba los dedos. Un centenar de pequeños pinchazos, rezumando sangre. Debían de haberlo hecho las agujas de los pinos, tomando sangre de ella o… no, bombeando alguna sustancia resinosa al interior. Algún anestésico para mantenerla inmóvil mientras aquella cosa efectuaba cualquiera que fuese el siguiente paso en su consumo de la presa; algo verdaderamente desagradable, a juzgar por los modales de aquella criatura hasta el momento. Una inyección de jugos gástricos parecía lo más probable.

O tal vez simplemente algo para mantenerla con vida, como anticongelante para un coche, se dijo, advirtiendo con otro desagradable sobresalto lo fría que estaba. Su muñeca tenía el tacto del hielo. Echó un vistazo a los otros dos humanos, la chica de pelo oscuro con los perturbadores ojos de mirada lógica, y el chico rubio que siempre buscaba pelea. Era posible que esta vez hubiese dejado demasiado poco margen de tiempo. Desde luego no pintaba nada bien para los otros dos. Pero a ésta sí la iba a salvar. Porque así se le antojaba. Porque le había pedido su ayuda tan lastimeramente. Porque aquellas criaturas, aquellos malach, habían intentado hacer que presenciara su mente, con los ojos medio concentrados en ello mientras desviaban su mente del presente con una gloriosa ensoñación. Malach; era una palabra general para hacer referencia a una criatura de la oscuridad: una hermana o hermano de la noche. Pero Damon pensó en ello ahora como si la palabra misma fuese algo malvado, un sonido para ser escupido o siseado.

No tenía intención de dejarles ganar. Levantó a Bonnie como si fuese un pedazo de pelusa de diente de león y se la echó al hombro. Luego alzó el vuelo del coche. Volar sin cambiar de forma primero era un reto. A Damon le gustaban los retos.

Decidió llevarla a la fuente de agua caliente más próxima, que se encontraba en la casa de huéspedes. No necesitaba molestar a Stefan. Había media docena de habitaciones en aquella madriguera que se iba hundiendo discretamente en el buen lodo de Virginia. A menos que Stefan fuese un fisgón, no se dedicaría a entrar en los baños de otras personas.

Al final, resultó que Stefan no sólo era un fisgón sino que además era muy veloz. Casi hubo una colisión: Damon y su carga doblaron un recodo y se encontraron con Stefan conduciendo por la oscura carretera con Elena, flotando igual que Damon, balanceándose tras el coche como si fuese el globo de un niño.

El primer intercambio de frases no fue ni brillante ni ingenioso.

—¿Qué diablos estás haciendo? —exclamó Stefan.

—¿Qué diablos estás haciendo? —dijo Damon, o empezó a decir, cuando advirtió la tremenda diferencia en Stefan… y el tremendo Poder que era Elena.

Mientras que la mayor parte de su mente se limitó a tambalearse por la impresión, una pequeña parte empezó al instante a analizar la situación, a intentar averiguar cómo había pasado Stefan de ser un nada a un… un…

«Santo cielo. Ah, bueno, lo mejor será poner al mal tiempo buena cara.»

—Percibí un combate —dijo Stefan—. ¿Cuándo te has convertido en Peter Pan?

—Deberías alegrarte de no haber estado en el combate. Y puedo volar porque tengo ese poder, chico.

Era una completa bravuconada. En cualquier caso, era perfectamente correcto, en la época en que nacieron, dirigirse a un pariente más joven como ragazzo, o «chico».

En la actualidad no lo era. Y entretanto la parte de su cerebro que no se había desconectado seguía analizando. Podía ver, sentir, hacerlo todo excepto «tocar» el aura de Stefan. Y ésta era… inimaginable. Si Damon no hubiese estado a tan poca distancia, no lo hubiese estado experimentando de primera mano, no habría creído que fuese posible que una sola persona poseyera tanto Poder.

Pero contemplaba la situación con la misma capacidad para la evaluación fría y lógica que le decía que su propio poder —incluso después de haberse emborrachado con la diversidad de sangre femenina que había tomado durante los últimos días— era nada comparado con el de Stefan en aquellos instantes. Y aquella capacidad fría y lógica también le decía que Stefan había sido sacado de la cama para eso, y que no había tenido tiempo —o no había dispuesto de la suficiente capacidad de razonar— para ocultar su aura.

—Bueno, ahora, mírate —dijo Damon con todo el sarcasmo que pudo reunir… y que resultó ser mucho—. ¿Es eso un halo? ¿Te canonizaron mientras no miraba? ¿Me estoy dirigiendo a san Stefan ahora?

La respuesta telepática de Stefan fue impronunciable.

—¿Dónde están Meredith y Matt? —añadió con ferocidad.

—O —prosiguió Damon, ignorándolo—, ¿podría ser que mereces ser felicitado por haber aprendido por fin el arte del engaño?

—¿Y qué estás haciendo con Bonnie? —exigió Stefan, haciendo a su vez caso omiso de los comentarios de Damon.

—Parece que aún no dominas el inglés polisilábico, así que lo expondré con toda la sencillez que pueda. Perdiste a propósito.

—Perdí a propósito —respondió Stefan en tono cansino, asumiendo que Damon no iba a contestar a ninguna de sus preguntas hasta que le contara la verdad—. Y simplemente di gracias a Dios de que tú parecieses estar demasiado enloquecido o borracho para mostrarte excesivamente perspicaz. Quería evitar que tanto tú como el resto del mundo os dieseis cuenta del efecto de la sangre de Elena. Así que te fuiste en el coche sin prestarle demasiada atención a ella. Y sin sospechar que me podría haber deshecho de ti como si fueses una pulga desde el principio.

—Jamás pensé que fueses capaz de eso.

Damon revivía su pequeño combate en todos sus detalles. Era cierto: jamás había sospechado que la actuación de Stefan hubiese sido totalmente fingida y que pudiese haberlo derribado en cualquier momento.

—Y ahí está tu benefactora. —Damon indicó arriba con la cabeza en dirección al lugar donde Elena flotaba, sujeta por —sí, era cierto— sujeta por una cuerda de tender al embrague—. Justo un poco más abajo que los ángeles, y coronada de gloria y honor —comentó, incapaz de controlarse mientras alzaba la vista hacia ella.

Elena resultaba, de hecho, tan luminosa, que mirarla con poder canalizado a los ojos era como intentar mirar directamente al sol.

—También ella parece haber olvidado cómo ocultarse; está brillando igual que una estrella G0.

No sabe mentir, Damon. —Estaba claro que la cólera de Stefan aumentaba sin parar—. Ahora dime qué está pasando y qué le has hecho a Bonnie.

El impulso de responder: «Nada. ¿Por qué, crees que debería?», era casi irresistible… casi. Pero Damon se encontraba ante un Stefan distinto del que había visto jamás. «Éste no es el hermanito que conoces y al que te encanta pisotear», le dijo la voz de la lógica, y él le hizo caso.

—Los otros dos huuumanos —respondió Damon, alargando la palabra hasta toda su obscena longitud— están en el automóvil. Y —repentinamente virtuoso— yo llevaba a Bonnie a tu casa.

Stefan estaba de pie junto al coche, a una distancia perfecta para examinar el brazo extendido de Bonnie. Los pinchazos se convirtieron en un manchurrón de sangre cuando los tocó, y Stefan examinó sus propios dedos con horror. Se dedicó a repetir el experimento. Damon no tardaría en babear, un comportamiento sumamente indecoroso que él deseaba evitar.

En su lugar, se concentró en un cercano fenómeno astronómico.

La luna llena, a media altura, blanca y pura como la nieve. Y Elena flotando frente a ella, vestida con un anticuado camisón de cuello alto… y poco más si es que había algo más. Mientras la mirara sin el poder necesario para discernir su aura, podía examinarla como a una chica en lugar de como a un ángel en medio de una incandescencia cegadora.

Damon ladeó la cabeza para obtener una mejor visión de la silueta. Sí, indudablemente aquélla era la indumentaria apropiada para ella, y siempre debería permanecer delante de luces brillantes. Si él…

Pam.

Volaba hacia atrás y hacia la izquierda. Golpeó un árbol, intentando asegurarse de que Bonnie no chocaba también contra él… ya que la muchacha podría quebrarse. Momentáneamente aturdido, flotó —onduló en realidad— hasta el suelo.

Stefan estaba justo encima de él.

—Has sido —dijo Damon un tanto ininteligiblemente a través de la sangre que tenía en la boca— un muchacho travieso, chico.

—Ella me obligó. Literalmente. Pensé que podría morir si no tomaba un poco de su sangre; su aura estaba tan hinchada. Ahora dime qué le sucede a Bonnie…

—Así que bebiste su sangre a pesar de tu heroica e incansable resistencia…

Pam.

El nuevo árbol olía a resina. «Jamás tuve un interés especial en conocer el interior de los árboles —pensó Damon a la vez que escupía una bocanada de sangre—. Incluso como cuervo sólo los uso cuando es necesario.»

Stefan se las había apañado para agarrar a Bonnie en el aire mientras Damon volaba hacia el árbol. Era así de rápido ahora. Era muy, muy rápido. Elena era un auténtico fenómeno.

—Así ahora tienes una idea de segunda mano de cómo es la sangre de Elena.

Stefan, por otra parte, podía oír los pensamientos íntimos. Por lo general, Damon siempre estaba dispuesto a pelear, pero en aquellos momentos oyó a Elena llorando por sus amigos humanos, y algo en su interior se sentía cansado. Muy viejo —con una vejez de siglos— y muy cansado.

Pero en cuanto a la pregunta, bueno, sí. Elena seguía balanceándose sin rumbo fijo, a veces con brazos y piernas extendidos y a veces enroscada sobre sí misma como un gatito. Su sangre era combustible para cohetes comparada con la gasolina sin plomo de la mayoría de las muchachas.

Y Stefan quería pelear. Ni siquiera intentaba ocultarlo. «Yo tenía razón —pensó Damon—. Para los vampiros, las ganas de pelear son más fuertes que cualquier otro impulso, incluso el de alimentarse o, en el caso de Stefan, la preocupación por sus… ¿cuál era la palabra? Ah, sí. Amigos.»

En aquellos momentos Damon intentaba escapar de una paliza y enumeraba sus activos, que no eran muchos, porque Stefan todavía lo mantenía inmovilizado. Pensamiento. Habla. Una inclinación a pelear sucio que Stefan simplemente no parecía poder comprender. Lógica. Una habilidad instintiva para encontrar los puntos débiles del enemigo…

«Vaya…»

—Meredith y… —«¡Maldita sea! ¿Cómo se llamaba el muchacho?»— su acompañante están muertos a estas alturas, creo —dijo en tono inocente—. Podemos permanecer aquí y tener una disputa, si es así como quieres llamarlo, teniendo en cuenta que yo jamás te puse un dedo encima… o podemos intentar resucitarlos. ¿Qué opción prefieres?

Realmente se preguntaba cuánto control tenía Stefan sobre sí mismo en aquel momento.

Como si Damon hubiese hecho un brusco alejamiento con el zoom de una cámara, Stefan pareció volverse más pequeño. Éste había estado flotando unos pocos centímetros por encima del suelo; ahora aterrizó y miró a su alrededor con asombro, evidentemente sin haberse percatado de que había estado en el aire.

Damon habló durante la pausa mientras Stefan resultaba más vulnerable.

—No fui yo quien les hizo daño —añadió—. Si le echas una mirada a Bonnie —gracias al Infierno, ese nombre sí que lo recordaba—, verás que ningún vampiro podría hacerle esto. Creo —añadió ingenuamente, para conseguir un mayor impacto—… que los atacantes fueron árboles, controlados por unos malach.

—¿Árboles? —Stefan apenas dedicó un momento a echar una ojeada al brazo lleno de pinchazos de Bonnie, añadiendo a continuación—: Necesitamos llevarlos a casa y meterlos en agua caliente. Tú lleva a Elena…

«Vaya, encantado. De hecho daría cualquier cosa, cualquier cosa…»

—…y este coche con Bonnie de vuelta directamente a la casa de huéspedes. Despierta a la señora Flowers. Haz todo lo que puedas por Bonnie. Yo me adelantaré y sacaré a Meredith y a Matt…

¡Ése era el nombre! Matt. Si al menos encontrase algún mecanismo nemotécnico para recordarlo…

—Están en la carretera un poco más adelante, ¿no es cierto? De ahí es de donde pareció surgir tu primer bombardeo de poder.

¿Fue un bombardeo? ¿Por qué no ser honesto y limitarse a llamarlo débil chapoteo?

Y mientras lo tenía reciente en la memoria… M de mortal, A de anodino, T de tonto. Y ya lo tenías. La lástima era que podía aplicarse a todos ellos y sin embargo no todos ellos se llamaban MAT. Ah, maldición… ¿se suponía que llevaba otra T al final? ¿Mortal y Anodino Tipo Tonto? ¿Anodino Tipo Torpe?

—¿Me oyes? Te he preguntado si estabas de acuerdo.

Damon regresó al presente.

—No, no estoy de acuerdo. El otro coche está destrozado. No se puede conducir.

—Lo haré flotar detrás de mí. —Stefan no estaba alardeando, tan sólo efectuaba una afirmación.

—Ni siquiera está de una pieza.

—Uniré los pedazos. Vamos, Damon. Siento haberte zurrado; tenía una idea totalmente equivocada de lo que sucedía. Pero Matt y Meredith están agonizando, e incluso con todo mi nuevo poder y todo el de Elena puede que no seamos capaes de salvarlos. He elevado la temperatura interna de Bonnie unos grados pero no me atrevo a quedarme e intentar irla elevando con la suficiente lentitud. Por favor, Damon. —Colocaba ya a Bonnie en el asiento del copiloto.

Bueno, aquél se parecía más al antiguo Stefan, aunque proviniendo de aquella central eléctrica, del nuevo Stefan, tenía un trasfondo bastante distinto. Con todo, mientras Stefan pensase que él era un ratón, él era un ratón. Fin de la discusión.

Un poco antes Damon se había sentido como el Vesubio en plena erupción. Ahora de improviso le parecía estar cerca del Vesubio, y que la montaña retumbara. ¡Por los dioses! Realmente le chamuscaba estar a tan poca distancia de Stefan.

Invocó todos sus considerables recursos, rodeándose mentalmente de hielo, y esperó que al menos un hálito de frialdad sustentara su respuesta.

—Iré. Te veré más tarde; espero que los humanos no estén muertos aún.

Al separarse, Stefan le envió un poderoso mensaje de desaprobación; no lo castigó con puro dolor elemental, como había hecho antes al arrojar a Damon contra el árbol, pero se aseguró de que su opinión quedaba impresa en cada palabra.

Damon envió a Stefan un último mensaje mientras se marchaba. «No lo comprendo —pensó inocentemente en dirección al Stefan que desaparecía veloz—. ¿Qué hay de malo en decir que espero que los humanos estén todavía vivos? He evitado tiendas de tarjetas de felicitación, ya lo sabes —no mencionó qué no fue por las tarjetas sino por las jóvenes cajeras— y tenían secciones como "Espero que te mejores" y "Condolencias , lo que debe de significar que el hechizo de la tarjeta anterior no había sido lo bastante poderoso. Así que ¿qué hay de malo en decir "Espero que no estén muertos"?»

Stefan no se molestó en responderle. Pero Damon le lanzó una fugaz y centelleante sonrisa de todos modos, mientras hacía girar el Porsche y partía en dirección a la casa de huéspedes.

Tiró de la cuerda de tender que mantenía a Elena balanceándose sobre él. La muchacha flotó —su camisón ondeaba al viento— por encima de la cabeza de Bonnie… o más bien donde debería haber estado la cabeza de Bonnie, a la que aquel ataque de congelación había doblado en una posición fetal. Elena prácticamente podía sentarse sobre ella.

—Hola, princesa. El mismo aspecto divino de siempre, ¿eh? Y tú no estás nada mal, tampoco.

Era una de las peores frases que había dicho en su vida, pensó con desaliento. Pero no se sentía él mismo del todo. La transformación de Stefan lo había sobresaltado; eso debía de ser lo que le pasaba, decidió.

—Da… mon.

Damon dio un respingo. La voz de Elena era lenta y vacilante… y absolutamente hermosa: melaza goteando dulzura, miel cayendo directamente del panal. Su tono era más grave, estaba seguro, y su voz presentaba un acento sureño. Para un vampiro se asemejaba al dulce goteo de una vena humana recién abierta.

—Sí, ángel. ¿Te he llamado «ángel» anteriormente? Si no lo hice, fue simplemente un descuido.

Y al decirlo, comprendió que había otro componente en la voz de Elena, uno que había pasado por alto antes: pureza. La alanceante pureza de un serafín de serafines. Eso debería haberlo disuadido, pero tan sólo le recordó que Elena era alguien a quien tomar en serio, jamás a la ligera.

«Te tomaría en serio o a la ligera o de cualquier modo que prefirieses —pensó Damon—, si no estuvieses tan colada por mi estúpido hermano menor.»

Dos soles violeta idénticos se volvieron hacia él: los ojos de Elena. Le había oído.

Por primera vez en su vida, Damon estaba rodeado de personas más poderosas que él. Y para un vampiro, el Poder lo era todo: bienes materiales, posición en la comunidad, una compañera que todos envidiasen, comodidades, sexo, dinero, cosas agradables.

Era una sensación curiosa. No del todo desagradable con respecto a Elena. Le gustaban las mujeres fuertes. Había estado buscando a una lo bastante fuerte durante siglos.

Pero la fugaz mirada de Elena lo había devuelto a la realidad. Aparcó frente a la casa de huéspedes, agarró a la cada vez más rígida Bonnie, y ascendió, levitando, la serpenteante y cada vez más estrecha escalera en dirección a la habitación de Stefan. Era el único lugar en el que sabía que había una bañera.

Apenas había espacio para tres dentro del diminuto cuarto de baño, y Damon era quien llevaba en brazos a Bonnie. Empezó a llenar de agua la antigua bañera de cuatro patas según lo que sus sentidos exquisitamente afinados le indicaban que eran cinco grados por encima de la actual temperatura glacial de la muchacha. Intentó explicarle a Elena lo que estaba haciendo, pero ella parecía haber perdido interés y levitaba describiendo círculos por el dormitorio de Stefan, como Campanilla encerrada en la jaula. No hacía más que chocar contra la ventana cerrada y luego acercarse a toda velocidad a la puerta abierta para mirar al exterior.

Menudo dilema. ¿Pedirle a Elena que desvistiera y bañara a Bonnie, y arriesgarse a que la colocara en la bañera del revés? ¿O pedirle a Elena que hiciera el trabajo y observarlas a ambas, pero sin tocar… a menos que se produjera una catástrofe? Ademas, alguien tenía que localizar a la señora Flowers y conseguir que preparara bebidas calientes. ¿Escribir una nota y enviar a Elena con ella? Podría haber más víctimas ahí dentro en cualquier momento.

Entonces Damon atrajo la atención de Elena, y todas las preocupaciones insignificantes y convencionales resultaron desaparecer. Surgieron palabras en su cerebro sin molestarse en pasar por sus oídos.

«Ayúdala. ¡Por favor!»

Regresó al cuarto de baño, depositó a Bonnie sobre la gruesa alfombra y empezó a quitarle la ropa. Fuera la sudadera, fuera el top veraniego que llevaba debajo. Fuera el pequeño sujetador: copa A, advirtió entristecido, deshaciéndose de él a la vez que intentaba no mirar a Bonnie directamente. No pudo evitar ver, sin embargo, que las marcas de pinchazos que había dejado el árbol estaban por todas partes.

Empezó a quitarle los vaqueros, pero tuvo que sentarse y apoyar uno a uno los pies de la chica en su regazo para quitarle antes las fuertemente atadas zapatillas de deporte de tobillo alto, de modo que los vaqueros pudieran pasar por los tobillos. Fuera los calcetines.

Y eso fue todo. Bonnie quedó desnuda salvo por su propia sangre y las sedosas braguitas rosa. La levantó y la colocó en la bañera, empapándose él al hacerlo. Los vampiros asociaban los baños con la sangre de vírgenes, pero únicamente los que estaban realmente chiflados lo intentaban.

El agua de la bañera se tornó rosa cuando introdujo a Bonnie en ella. Dejó el grifo abierto porque la bañera era muy grande, y luego se sentó hacia atrás para considerar la situación. El árbol había estado inyectándole algo con sus agujas. Fuese lo que fuese, no era bueno. Así que tendría que salir. La solución más sensata era succionarlo como si se tratase de una mordedura de serpiente, pero no se decidía a probarlo hasta estar seguro de que Elena no le aplastaría el cráneo si lo descubría succionando metódicamente la parte superior del cuerpo de Bonnie.

Tendría que conformarse con la segunda mejor opción. El agua ensangrentada no ocultaba del todo la figura diminuta de Bonnie, pero servía para difuminar los detalles. Damon sostuvo la cabeza de Bonnie contra el borde de la bañera con una mano, y con la otra empezó a oprimir y masajearle un brazo para sacar el veneno.

Supo que hacía lo correcto cuando olió el aroma resinoso a pino. Era tan espeso y viscoso que todavía no había desaparecido dentro del cuerpo de Bonnie. Estaba consiguiendo sacar una pequeña cantidad de aquel modo, pero ¿sería suficiente?

Cautelosamente, vigilando la puerta y agudizando al máximo los sentidos para que cubriesen su más amplio espectro, Damon se llevó la mano de Bonnie a los labios como si fuese a besarla. En su lugar, colocó la muñeca en su boca y, suprimiendo todos los impulsos de morder, se limitó a succionar.

Escupió casi inmediatamente. Tenía la boca llena de resina. El masaje no era suficiente ni de lejos. Ni siquiera la succión, aunque pudiese conseguir a un par de docenas de vampiros y fijarlos a todos sobre el pequeño cuerpo de Bonnie como sanguijuelas, sería suficiente.

Se sentó hacia atrás sobre los talones y contempló a aquella fatalmente envenenada mujer-niña a la que en cierto modo se había comprometido a salvar. Por vez primera, se dio cuenta de que estaba empapado hasta la cintura. Dedicó una irritada mirada al cielo y luego se despojó de la negra cazadora de aviador.

¿Qué podía hacer? Bonnie necesitaba medicinas, pero no tenía ni idea de cuáles necesitaba, y no había ninguna bruja que conociera a la que apelar. ¿Estaría familiarizada la señora Powers con los conocimientos arcanos? ¿Le daría a él la mediana en caso de que lo estuviera? ¿O era tan sólo una anciana chiflada? ¿Qué era un medicamento genérico… para un humano? Podía entregársela a su gente y dejar que ellos probaran sus ciencias chapuceras —llevarla a un hospital—, pero estarían trabajando con una muchacha que había sido envenenada por el Otro Lado, por los lugares oscuros que a ellos no se les permitiría jamás ver o comprender.

Distraídamente, se había estado restregando una toalla por brazos y manos y por la negra camisa. Ahora, echó una mirada a la toalla y decidió que Bonnie merecía al menos una concesión a la modestia, en especial porque no se le ocurría nada más que pudiese hacer por ella. Empapó la toalla y luego la extendió y la empujó bajo el agua para cubrir a Bonnie desde la garganta a los pies. Flotó en algunos lugares, se hundió en otros, pero en general funcionó.

Volvió a subir la temperatura del agua, pero no sirvió de mucho. Bonnie iba adquiriendo la rigidez de la auténtica muerte, joven como era. Los coetáneos de Damon en la vieja Italia lo habían expresado correctamente, se dijo, un miembro del sexo femenino como aquél era una «doncella»; ya no era una niña, ni tampoco una mujer aún. Resultaba especialmente apropiado puesto que cualquier vampiro podía darse cuenta de que era una doncella en ambos sentidos.

Y todo había tenido lugar bajo sus narices. El añagaza, el ataque en manada, la maravillosa técnica y sincronización; habían matado a esa doncella mientras él estaba allí sentado y observaba. Lo había aplaudido.

Lentamente, por dentro, Damon pudo sentir algo que crecía. Había cobrado vida cuando pensó en la audacia de los malach, cazando a los humanos de Damon justo bajo las narices de éste. No preguntó en qué momento el grupo del coche se había convertido en los humanos de Damon; supuso que era porque habían estado tan en contacto últimamente que parecía que fuesen suyos y pudiera disponer de ellos, decidir si vivían o morían, o si se convertían en lo que él era. Esa creciente sensación le recorrió como una oleada una vez que recordó el modo en que los malach le habían manipulado los pensamientos, atrayéndolo hacia una contemplación extasiada de la muerte en términos generales, mientras que la muerte, en términos muy específicos, tenía lugar justo a sus pies. Y en aquellos momentos alcanzaba ya niveles incendiarios porque lo habían dejado en evidencia demasiadas veces hoy. Realmente era insufrible…

… y era Bonnie…

Bonnie, que jamás había hecho daño a una… a una criatura indefensa por malicia. Bonnie, que era como un gatito, efectuando saltitos divertidos sin intención de atrapar nada. Bonnie, con unos cabellos que recibían el nombre de rubio algo, pero que simplemente parecían llamear. Bonnie, con aquella piel translúcida, con los delicados fiordos y estuarios color violeta de venas por toda la garganta y la parte interior de los brazos. Bonnie, que últimamente había tomado por costumbre mirarle de reojo con sus enormes ojos infantiles, grandes y castaños, bajo pestañas como estrellas…

Mandíbulas y colmillos le dolían, y su boca parecía arder por la resina venenosa. Pero todo aquello podía dejarse de lado, porque le consumía otra única idea.

Bonnie había pedido su ayuda durante casi media hora antes de sucumbir a la oscuridad.

Era necesario considerarlo. Debía reflexionar sobre ello. Bonnie había llamado a Stefan —que estaba demasiado lejos y demasiado ocupado con su ángel—, pero también había llamado a Damon, y había suplicado su ayuda.

Y él había hecho caso omiso. Con tres de los amigos de Elena a sus pies, había hecho caso omiso del suplicio que padecían, había hecho caso omiso de las frenéticas súplicas de Bonnie para que no los dejara morir.

Por lo general, aquello le hubiera hecho marcharse a alguna otra ciudad. Pero, por alguna razón, él seguía aquí y saboreando aún las amargas consecuencias de su acción.

Se recostó con los ojos cerrados, intentando dejar fuera el abrumador olor a sangre y el olor mohoso de… algo.

Frunció el entrecejo y miró a su alrededor. La pequeña habitación estaba limpia incluso en los rincones. No había nada mohoso allí. Pero el olor no quería desaparecer.

Y entonces recordó.