Cuando Matt, Meredith y Bonnie se hubieron ido, Stefan se quedó a solas con Elena, ahora ataviada decentemente por Bonnie con su camisón. La oscuridad del exterior era reconfortante para sus ojos irritados; irritados no por la luz solar, sino por tener que dar a buenos amigos la mala noticia. Peor que los ojos irritados era la leve sensación jadeante de un vampiro que no se ha alimentado. Pero remediaría eso pronto, se dijo. En cuanto Elena estuviese dormida, se escabulliría al bosque y encontraría un ciervo de cola blanca. Nadie podía acechar como un vampiro; nadie podía competir con Stefan cazando. Incluso aunque hiciesen falta varios ciervos para saciar su hambre, ni uno solo de ellos resultaría permanentemente lastimado.
Pero Elena tenía otros planes. No tenía sueño, y jamás se aburría de estar a solas con él. En cuanto los sonidos del coche de sus visitantes quedaron decentemente fuera del alcance del oído, ella hizo lo que siempre hacía cuando estaba en aquel estado de ánimo. Levitó hasta él e inclinó la cabeza hacia arriba, con los ojos cerrados y los labios levemente fruncidos. Luego aguardó.
Stefan corrió hacia la ventana sin postigos, bajó la persiana para evitar indeseados cuervos mirones, y regresó. Elena estaba exactamente en la misma posición, ligeramente ruborizada y con los ojos todavía cerrados. Stefan pensaba a veces que ella sería capaz de aguardar eternamente en esa posición, si deseara un beso.
—Realmente me estoy aprovechando de ti, amor —dijo él, suspiró.
Se inclinó sobre ella y la besó con suavidad, castamente.
Elena emitió un ruidito de desilusión que sonó igual que el ronroneo de un gatito, finalizando en una nota interrogante. Le golpeó la barbilla con la nariz.
—Cariño —dijo Stefan, acariciándole el pelo—, ¿Bonnie eliminó todos los nudos sin tirones?
Pero ya se reclinaba en su calidez, impotente. Y empezaba a notar un leve dolor en la mandíbula superior.
Elena volvió a darle un golpecito, exigiéndole. Le dio un beso ligeramente más prolongado. Lógicamente, sabía que era adulta. Era mayor y tenía una experiencia mucho más vasta que la que había tenido nueve meses atrás, cuando se habían ensimismado en besos de adoración. Pero a Stefan le costaba abandonar aquella sensación de culpa, y no podía evitar preocuparse de disponer de su capacitado consentimiento.
En esta ocasión el ronroneo fue de exasperación. Elena se había cansado. De improviso, le entregó todo su peso, obligándolo a sostener repentinamente un cálido y sustancial manojo de feminidad en los brazos, y al mismo tiempo, su «Por favor» repiqueteando con nitidez igual que un dedo que girara sobre el borde de una copa de cristal.
Era una de las primeras palabras que había aprendido a dirigirle mentalmente cuando despertó muda e ingrávida. Y, ángel o no, sabía exactamente lo que eso le provocaba a él… por dentro.
«Por favor.»
—Mi vida —gimió él—. Cariño…
«Por favor.»
La besó.
Hubo un largo momento de silencio, mientras sentía cómo su corazón latía más y más de prisa. Elena, su Elena, que en una ocasión había dado la vida por él, resultaba cálida y soñolientamente pesada en sus brazos. Era sólo suya, y debían estar siempre así, y él quería que aquel momento no cambiase nunca. Incluso el aumento del dolor en la mandíbula superior era algo de lo que disfrutar. Su dolor cambió a placer con la cálida boca de Elena bajo la suya, los labios de la joven formando pequeños besos de mariposa, incitándolo.
En ocasiones pensaba que ella estaba más despierta que nunca cuando parecía medio dormida de ese modo. Ella era siempre la instigadora, pero él la seguía impotente a donde fuera que ella quisiese llevarlo. La única vez que se había negado, deteniéndose en mitad del beso, ella había interrumpido la comunicación mental con él y había levitado hasta un rincón, donde había permanecido sentada entre el polvo y las telarañas… llorando. Nada que él pudiese hacer había sido capaz entonces de consolarla, a pesar de que se arrodilló sobre el duro suelo de tablas de madera y le suplicó y trató de convencerla con halagos y casi lloró también él… hasta que volvió a tomarla en sus brazos.
Se había prometido no volver a cometer ese error jamás. Pero con todo, la sensación de culpa lo acosó, aunque cada vez resultaba más y más distante… y más confusa cuando Elena cambió la presión de los labios de improviso y el mundo se balanceó y él tuvo que retroceder hasta que estuvieron sentados en la cama. Sus pensamientos se fragmentaron. Solamente podía pensar en que Elena estaba de vuelta a su lado, sentada en su regazo, tan emocionada, tan vibrante, hasta que hubo una especie de explosión sedosa en su interior y ya no hizo falta que le obligaran.
Sabía que ella disfrutaba con el placer-dolor de su excitada mandíbula tanto como él.
Ya no había más tiempo ni motivo para pensar. Elena se fundía en sus brazos, sus dedos acariciaban suavemente los cabellos de la muchacha. Mentalmente, ya se habían fusionado. El dolor de los colmillos finalmente había producido el inevitable resultado: los dientes se habían alargado, afilados; el contacto de éstos sobre el labio inferior de Elena provocó un vivaz parpadeo de placer-dolor que casi le hizo jadear.
Y entonces Elena hizo algo que nunca antes había hecho, bn delicadeza, con cuidado, tomó uno de los colmillos de Stefan y lo capturó entre el labio superior y el inferior. Y a continuación, delicadamente, con deliberación, se limitó a mantenerlo allí.
El mundo entero empezó a dar vueltas alrededor de Stefan.
Fue sólo por la gracia de su amor por ella, y por la conexión de sus mentes, que él no mordió y le perforó el labio. Antiguos impulsos vampíricos que jamás podría expulsar de su sangre lo animaban fervientemente a hacerlo.
Pero él la amaba, y eran uno solo… y además, no podía moverse ni un centímetro. Estaba paralizado por el placer. Sus colmillos jamás se habían extendido tanto ni habían estado tan afilados; sin que él hiciese absolutamente nada, el afilado borde del diente se clavó en el grueso labio inferior de Elena. Gotas de sangre descendían muy despacio por su garganta. Sangre de Elena, que había cambiado desde que ésta había regresado del mundo de los espíritus. En una ocasión había sido maravillosa, llena de juvenil vitalidad.
Ahora… sencillamente pertenecía a una clase aparte. Indescriptible. Jamás había experimentado nada como la sangre de un espíritu retornado. Estaba cargada de un Poder que era tan distinto de la sangre humana como la humana lo era de la sangre animal.
Para un vampiro, el fluir de la sangre por la garganta era un placer tan intenso como cualquier sensación que un humano pudiese imaginar.
A Stefan el corazón le latía como si fuese a saltarle del pecho.
Elena jugueteó delicadamente con el colmillo que había capturado.
El podía percibir la satisfacción de la muchacha a medida que el insignificante dolor expiatorio se convertía en placer, porque ella estaba conectada con él, y porque ella pertenecía a una de las más raras razas de humanos: una que realmente disfrutaba alimentando a un vampiro, que adoraba la sensación de darle de comer, de que él la necesitase. Era un miembro de la élite.
Ardientes escalofríos le descendieron por la columna, mientras la sangre de Elena seguía haciendo que el mundo girara en un torbellino.
Elena le soltó el colmillo, succionándose el labio inferior, y dejó caer la cabeza atrás, exhibiendo el cuello.
Aquel gesto fue demasiado para él. Conocía las tracerías de las venas de Elena tan bien como le conocía el rostro. Y sin embargo…
«Está bien. Todo va bien…», repiqueteó Elena telepáticamente.
Hundió los dos ansiosos colmillos en una vena pequeña. Los caninos estaban tan afilados para entonces que apenas hubo dolor para Elena, que estaba acostumbrada a aquella sensación. Y para él, para ambos, por fin existió la sensación de alimentarse, mientras el dulzor indescriptible de la nueva sangre de Elena llenaba la boca de Stefan, y una efusión de entrega arrastraba a la muchacha a la incoherencia.
Siempre había el peligro de tomar demasiada, o de no darle a ella suficiente cantidad de su sangre para impedir que… bueno, para impedir que muriera. No es que él necesitase más que una pequeña cantidad, pero siempre existiría aquel peligro si se tenían tratos con vampiros. Al final, no obstante, los pensamientos sombríos fueron arrastrados lejos por el gozo absoluto que los había embargado a ambos.
Matt buscó las llaves mientras él, Bonnie y Meredith se amontonaban en el amplio asiento delantero de la carraca que era su coche. Resultaba violento tener que aparcar aquello junto al Porsche de Stefan. La tapicería de la parte trasera estaba hecha jirones que tendían a pegarse al trasero de cualquiera que se sentara encima, y Bonnie encajaba fácilmente en el asiento plegable, que tenía un chapucero cinturón de seguridad, entre Matt y Meredith. Matt no la perdió de vista, ya que cuando estaba agitada acostumbraba no usar el cinturón. La carretera de vuelta a través del Bosque Viejo tenía demasiadas curvas peligrosas para tomársela a la ligera, incluso aunque fuesen los únicos que viajaban por ella.
No más muertes, pensó Matt mientras se alejaba de la casa de huéspedes. Ni más resurrecciones milagrosas. Matt había visto suficientes cosas sobrenaturales como para el resto de su vida. Quería lo mismo que Bonnie; quería que las cosas regresaran a la normalidad para poder seguir llevando su antigua y sencilla vida de siempre.
«Sin Elena —le susurró burlón algo en su interior—. ¿Renuncias sin presentar batalla siquiera?»
«Oye, no podría vencer a Stefan en ninguna clase de pelea i aunque él llevase los dos brazos atados a la espalda y una olsa en la cabeza. Olvídalo. Eso se acabó, me haya besado ella mo me haya besado. Ahora es tan sólo una amiga.»
Pero todavía podía sentir los cálidos labios de Elena en la boca desde el día anterior, aquel leve contacto que, aunque ella no lo supiera aún, no eran socialmente aceptables entre amigos. Y podía sentir la calidez y la balanceante y danzante delgadez de su cuerpo.
«Maldita sea, ha regresado perfecta…, físicamente al menos», pensó.
La voz lastimera de Bonnie interrumpió sus agradables recuerdos.
—Justo cuando pensaba que todo iría bien —gemía ésta, llorando casi—. Justo cuando pensaba que todo saldría bien después de todo. Al final resultará que las cosas van a acabar como se veía venir.
—Es difícil, ya lo sé —dijo Meredith, con gran dulzura—. Parece que no dejamos de perderla. Pero no podemos ser tan egoístas.
—Yo sí que puedo —declaró Bonnie, tajante.
«Yo también puedo —musitó la voz interior de Matt—. Al menos interiormente, donde nadie puede ver mi egoísmo. El bueno de Matt; a Matt no le importará… qué comprensivo que es Matt. Bueno, pues ésta es una cosa que al bueno de Matt sí le molesta. Pero ella eligió a Stefan, y ¿qué puedo hacer yo? ¿Secuestrarla? ¿Mantenerla encerrada? ¿Intentar tomarla por la fuerza?»
La idea fue como un chorro de agua fría, y Matt despertó y prestó más atención a la conducción. Sin saber cómo, había conducido de modo automático por varias curvas de aquella carretera llena de baches y de un solo carril que atravesaba el Bosque Viejo.
—Se suponía que iríamos juntas a la universidad —insistió Bonnie—. Y se suponía que luego regresaríamos aquí a Fell's Church, a casa. Lo teníamos todo planeado… desde el jardín de infancia, prácticamente… y ahora Elena vuelve a ser humana, y yo pensé que eso significaba que todo volvería a ser como se suponía que debía ser. Y ya nunca será lo mismo, ¿verdad? —finalizó en tono más calmado y con un pequeño suspiro entrecortado—. ¿Verdad? —Ni siquiera era realmente una pregunta.
Matt y Meredith intercambiaron una fugaz mirada, sorprendidos por la intensidad de la compasión que sentían, e impotentes para consolar a Bonnie, que en aquellos momentos se rodeaba a sí misma con los brazos, evitando el contacto con Meredith.
«Es Bonnie… simplemente Bonnie actuando de modo teatral», pensó Matt, pero su propia honradez natural se alzó para mofarse de él.
—Imagino —dijo lentamente— que eso es más o menos lo que todos pensábamos, en realidad, al principio de que ella regresara.
«Cuando danzábamos por el bosque como dementes», pensó, y siguió diciendo:
—Imagino que en cierto modo pensamos que ellos podrían vivir tranquilamente en algún lugar próximo a Fell's Church, y que las cosas volverían a ser como antes. Antes de que Stefan…
Meredith sacudió la cabeza, mirando a lo lejos más allá del parabrisas.
— Stefan no.
Matt comprendió a qué se refería. Stefan había acudido a Fell's Church a reincorporarse a la humanidad, no a llevarse a una chica humana lejos de ella a lo desconocido.
—Tienes razón —dijo Matt—. Es que pensaba en algo parecido. Probablemente, ella y Stefan habrían podido hallar algún modo de vivir aquí discretamente. O al menos de permanecer cerca de nosotros, ya sabéis. Fue Damon. Vino para llevarse a Elena en contra de su voluntad, y eso lo cambió todo.
—Y ahora Elena y Stefan se irán. Y una vez que se marchen, jamás regresarán —gimoteó Bonnie—. ¿Por qué? ¿Por qué empezó Damon todo esto?
—Le gusta cambiar cosas por simple aburrimiento, me lo contó Stefan en una ocasión. Esta vez probablemente empezó por odio hacia Stefan —dijo Meredith—. Pero ojalá por una vez hubiese podido dejarnos en paz.
—¿Qué importa eso? —Bonnie lloraba ya—. Pues fue culpa de Damon. Ya ni siquiera me importa. ¡Lo que no comprendo es por qué las cosas tienen que cambiar!
—«Jamás puedes cruzar el mismo río dos veces.» O ni siquiera una si eres un vampiro lo suficientemente poderoso —repuso Meredith en tono irónico, pero nadie rió, y entonces, añadió con gran suavidad—: Quizá preguntas a la persona equivocada. A lo mejor es Elena quien podría decirte por qué las cosas tienen que cambiar, si recuerda lo que le sucedió… en el Otro Lugar.
—No quería decir que realmente tengan que cambiar…
—Pero lo hacen —dijo Meredith, con más dulzura aún y con nostalgia—. ¿No te das cuenta? No es sobrenatural; es… la vida. Todo el mundo tiene que crecer…
—¡Lo sé! ¡Matt tiene una beca por lo del rugby y tú te irás a la universidad y luego te casarás! ¡Y probablemente tendrás hijos! —Bonnie se las arregló para hacer que aquello sonara como una actividad indecente—. Yo voy a quedarme atrapada en el instituto eternamente. Y vosotros dos os convertiréis en adultos y os olvidaréis de Elena y de Stefan… y de mí —finalizó Bonnie en un hilillo de voz.
—¡Eh!
Matt había tenido siempre una actitud muy protectora hacia los agraviados y los ignorados, y justo en aquellos momentos, incluso con Elena tan fresca en su mente —se preguntaba si podría deshacerse alguna vez de la sensación de aquel beso—, ge sentía atraído hacia Bonnie, que parecía tan pequeña y tan frágil.
Pero ¿qué estás diciendo? Volveré aquí después de la universidad. Probablemente moriré aquí, en Fell's Church. Pensaré en ti. Quiero decir, si quieres que lo haga.
Palmeó el brazo de Bonnie, y ella no rechazó su contacto como había hecho con el de Meredith. Se recostó contra él, y apoyó la frente en su hombro. Cuando se estremeció una vez, ligeramente, él la rodeó con el brazo sin pensarlo siquiera.
—No tengo frío —dijo Bonnie, aunque no intentó zafarse de su brazo—. Es una noche cálida. Es sólo… que no me gusta cuando dices cosas como «Probablemente moriré…». ¡Cuidado!
—¡Matt, vigila!
—¡Jo…!
Matt apretó el freno a fondo, maldiciendo y sujetando el volante con las dos manos mientras Bonnie se agachaba y Meredith se apuntalaba. Aquel coche destartalado era viejo y no tenía airbags. Era una miscelánea de coches de desguace reunidos en uno solo.
—¡Agarraos! —aulló Matt mientras el coche patinaba; los neumáticos chirriaron, y a continuación todos fueron zarandeados de un lado a otro cuando la parte posterior dio un brusco viraje al interior de una cuneta y el parachoques delantero golpeó un árbol.
Cuando todo dejó de moverse, Matt soltó el aliento, aflojando las manos que sujetaban el volante como tenazas. Empezó a girar la cabeza hacia las chicas y entonces se quedó paralizado. Buscó a tientas la luz del techo, y lo que vio lo dejó paralizado otra vez.
Bonnie se había vuelto, como siempre en momentos de profunda angustia, hacia Meredith y estaba tumbada con la cabeza sobre el regazo de su amiga y las manos aferradas a su brazo y su camisa. Meredith estaba sentada, apuntalada, inclinada hacia atrás todo lo posible, con los pies estirados para empujar contra el suelo por debajo del salpicadero; el cuerpo arqueado hacia atrás en el asiento, la cabeza también echada bien atrás, los brazos empujando con fuerza a Bonnie hacia abajo.
Insertada directamente a través de la ventanilla abierta —como una lanza nudosa y greñuda o el brazo codicioso de un feroz gigante terrenal— vio la rama de un árbol. Pasaba justo por encima de la base del cuello arqueado de Meredith, y las ramas inferiores se extendían sobre el pequeño cuerpo de Bonnie. Si el cinturón de seguridad de Bonnie no le hubiese permitido a ésta girar; si Bonnie no se hubiese agachado de aquel modo; si Meredith no la hubiese sujetado…
Matt se encontró mirando directamente al astillado pero muy afilado extremo de la lanza. Si su propio cinturón de seguridad no le hubiese impedido inclinarse en aquella dirección…
El muchacho podía oír su propia respiración entrecortada. El olor a árbol de hoja perenne resultaba opresivo en el interior del coche. Incluso podía oler los lugares en los que ramas más pequeñas se habían roto y rezumaban savia.
Muy despacio, Meredith alargó la mano para romper una de las ramitas que le apuntaban a la garganta como una flecha. No se rompió. Pasmado, Matt alargó su mano hasta allí para intentarlo él. Pero aunque la madera no era mucho más gruesa que su dedo, era dura y ni siquiera se dobló.
«Como si la hubiesen endurecido con fuego —pensó, aturdido—. Pero eso es ridículo. Es un árbol vivo; puedo percibir las astillas.»
—Uy.
—¿Puedo incorporarme ya, por favor? —dijo Bonnie en voz baja, la voz amortiguada contra la pierna de Meredith—. Por favor. Antes de que me agarre. Quiere hacerlo.
Matt la miró fugazmente, sobresaltado, y se arañó la mejilla con el extremo astillado de la rama grande.
—No va a agarrarte.
Pero tenía un nudo en el estómago mientras buscaba a ciegas el cierre del cinturón de seguridad. ¿Por qué había pensado Bonnie lo mismo que él: que aquello era un enorme y retorcido brazo peludo? Ella ni siquiera podía verlo.
—Sabéis que quiere hacerlo —musitó Bonnie, y ahora el leve temblor pareció estarse apoderando de todo su cuerpo.
La muchacha alargó el brazo atrás para soltar su cinturón.
—Matt, tenemos que deslizamos —dijo Meredith.
La joven había mantenido con cuidado la aparentemente dolorosa posición arqueada hacia atrás, pero Matt advirtió que respiraba con más dificultad.
—Necesitamos resbalar hacia ti. Está intentando rodearme la garganta.
—Eso es imposible…
Pero él también podía verlo. Los extremos recién astillados de la rama más pequeña se habían movido tan sólo de un modo infinitesimal, pero ahora había una curva en ellos, y las astillas presionaban la garganta de Meredith.
—Creo que nadie puede permanecer curvado hacia atrás de ese modo eternamente —dijo, sabiendo que era una estupidez—. Hay una linterna en la guantera…
—La guantera está totalmente bloqueada por ramas. Bonnie, ¿puedes alargar la mano para soltar mi cinturón?
—Lo intentaré. —Bonnie se deslizó hacia adelante sin alzar la cabeza, tanteando en busca del botón que lo soltara.
A Matt le pareció como si las hirsutas ramas aromáticas del árbol la estuvieran engullendo. Tirando de ella al interior de sus agujas.
—Tenemos un maldito árbol de Navidad entero aquí dentro.
Desvió la mirada, para observar por el cristal de la ventanilla de su lado. Ahuecando las manos para ver mejor en la oscuridad, apoyó la frente contra el sorprendentemente frío cristal.
Sintió que algo le tocaba la nuca. Dio un brinco, luego se quedó totalmente inmóvil. No era ni frío ni caliente, parecía la uña de una chica.
—Maldita sea, Meredith…
—Matt…
Matt estaba furioso consigo mismo por haberse sobresaltado. Pero el contacto había sido… áspero.
—¿Meredith?
Apartó lentamente las manos hasta que pudo ver en el oscuro reflejo de la ventanilla. Meredith no le estaba tocando.
—No te… muevas… a la izquierda, Matt. Hay un largo pedazo afilado allí.
La voz de Meredith, normalmente serena y un tanto remota, acostumbraba recordarle a Matt aquellas fotografías de calendarios con lagos azules rodeados de nieve. En aquel momento simplemente sonaba entrecortada y tensa.
—¡Meredith! —exclamó Bonnie antes de que Matt pudiera hablar.
La voz de la muchacha sonó como si surgiera de debajo de un colchón de plumas.
—No pasa nada, sólo tengo que… mantenerla apartada —dijo Meredith—. No te preocupes. Tampoco voy a soltarte.
Matt sintió un agudo aguijoneo de astillas. Algo le tocó el cuello en el lado derecho, con delicadeza.
—¡Bonnie, para! ¡Estás arrastrando el árbol dentro! ¡Nos lo estás echando encima a Meredith y a mí!
—¡Matt, cállate!
Matt se calló. El corazón le latía violentamente. La última cosa que deseaba era alargar la mano atrás. «Pero eso es estúpido —se dijo—, porque si Bonnie en realidad no está moviendo el árbol, al menos puedo mantenerlo quieto para ella.»
Alargó el brazo hacia atrás, trémulo, intentando observar lo que hacía en el reflejo de la ventanilla. Su mano se cerró sobre un grueso nudo de corteza y astillas.
No recordaba haber visto un nudo cuando apuntaba a su garganta…
—¡Lo tengo! —dijo una voz ahogada, y se oyó el chasquido del cinturón de seguridad al soltarse.
A continuación, mucho más temblorosa, la voz dijo:
—¿Meredith? Tengo agujas de pino clavadas por toda la espalda.
—De acuerdo, Bonnie. Matt. —Meredith hablaba con gran esfuerzo, pero con mucha paciencia, tal y como todos ellos le habían estado hablando a Elena—. Matt, ahora tienes que abrir tu puerta.
—No son simples agujas —dijo Bonnie con voz aterrada—. Son ramitas. Es una especie de alambre de púas. Estoy… atrapada…
—¡Matt! Es necesario que abras la puerta ahora mismo…
—No puedo.
Silencio.
—¿Matt?
Matt se apuntalaba, empujaba con los pies, cerraba las dos manos sobre la corteza, rugosa ahora. Empujó hacia atrás con todas sus fuerzas.
—¡Matt! —casi chilló Meredith—. ¡Se me está clavando en la garganta!
—¡No puedo abrir la puerta! ¡Hay un árbol también en ese lado!
—¿Cómo puede haber un árbol allí? ¡Eso es la carretera!
Otro silencio. Matt podía percibir las astillas —las esquirlas de rama rota— clavándosele más profundamente en la nuca. Si no se movía pronto, no podría hacerlo jamás.