Las anticuadas manecillas del reloj indicaban las tres de la madrugada cuando Meredith se despertó repentinamente de un sueño irregular.
Y entonces se mordió el labio, sofocando un grito. Un rostro se inclinaba sobre el suyo, boca abajo. Lo último que recordaba era haberse tumbado sobre la espalda en un saco de dormir, charlando sobre Alaric con Bonnie.
Ahora Bonnie estaba inclinada sobre ella, pero con el rostro invertido y los ojos cerrados. Estaba arrodillada a la cabecera de la almohada de Meredith y su nariz casi tocaba la de su amiga. Además, había una palidez extraña en las mejillas de Bonnie y una respiración cálida y rápida que le hacía cosquillas a Meredith en la frente; cualquiera —cualquiera, insistió Meredith— habría estado en su derecho de medio gritar.
Aguardó a que Bonnie hablara, contemplando con fijeza en la penumbra aquellos ojos inquietantemente cerrados.
Pero en su lugar, Bonnie se enderezó, se puso en pie y caminó de espaldas, impecablemente, hasta el escritorio de Meredith, donde estaba cargándose el móvil de ésta, y lo cogió. Debió de conectarlo en grabación de vídeo, ya que abrió la boca y empezó a gesticular y hablar.
Era aterrador. Los sonidos que surgían de la boca de la muchacha eran perfectamente identificables: hablaba al revés. Los sonidos enmarañados, guturales o agudos tenían todos la cadencia que las películas de terror habían popularizado tanto. Pero ser capaz de hablar de ese modo a propósito… no era posible para un ser humano o una mente humana normales. Meredith sintió la estremecedora sensación de que algo trataba de estirar su mente hacia ellos, intentando alcanzarlos a través de dimensiones inimaginables.
«A lo mejor vive al revés —pensó, intentando distraerse mientras los horripilantes sonidos proseguían—. A lo mejor piensa que nosotros lo hacemos. A lo mejor nosotros sencillamente no… confluimos…»
Meredith no creía poder resistir mucho más. Empezaba a imaginar que oía palabras, incluso frases en aquellas palabras pronunciadas al revés, y ninguna de ellas era agradable. «Por favor, haz que pare… ahora.»
Un gemido y un farfullo…
La boca de Bonnie se cerró con un chasquido de dientes. Los sonidos cesaron al instante. Y entonces, como una cinta de vídeo que se rebobina a cámara lenta, la joven caminó hacia atrás hasta su saco de dormir, se arrodilló y se arrastró hacia atrás a su interior, tumbándose con la cabeza sobre la almohada; todo ello sin abrir los ojos para mirar adonde iba.
Era una de las cosas más terroríficas que Meredith había visto u oído nunca, y eso que había visto y oído una buena cantidad de cosas aterradoras.
Y eso que era tan incapaz de dejar aquella grabación hasta la mañana siguiente como de poder volar… sin ayuda.
Se levantó, se marchó de puntillas hasta el escritorio, y se llevó el teléfono móvil a la otra habitación. Allí lo conectó al ordenador, donde podía pasar hacia adelante el mensaje dicho al revés.
Cuando hubo escuchado el mensaje a la inversa una o dos veces, decidió que Bonnie no debía escucharlo nunca. La enloquecería de miedo, y ya no habría más contacto con lo paranormal para los amigos de Elena.
En aquel mensaje había sonidos animales mezclados con la voz distorsionada que hablaba al revés…, que desde luego, no era la voz de Bonnie. Ni la voz de ninguna persona normal. Casi sonaba peor hacia adelante que hacia atrás; lo que quizá significaba que quienquiera que fuese el ser que había pronunciado las palabras normalmente hablaba del otro modo.
Meredith pudo distinguir voces humanas por encima de los gruñidos y las risas distorsionadas y ruidos de animales salidos directamente del veld surafricano. Aunque le ponían de punta todos los pelos del cuerpo, intentó juntar las palabras que había en medio de todos los sonidos sin sentido. Uniéndolas obtuvo:
—Eeeeel… Dessspe… r… tar se ráaaa… re-e-e-pen… tino Y essss… paaaant… oso. TÚUUUU… yyyyy.» yooo… dddebemos… ESTAR allípara… suuu… dddeeesperrr… tar… Noestare… MOS allípara-ra-ra-ra-a —(¿había un «ella» a continuación, o era simplemente parte de los gruñidos?)— MÁS… assssssss taaa… rrrdeee. Sooo… TIENNN… EN… quququeeee… haaa… ceeer… looo… ooootrassss… m-m-manos…
Meredith, trabajando con un bloc y un bolígrafo, finalmente consiguió redactar lo siquiente:
El Despertar será repentino y espantoso. Tú y yo debemos estar allí durante su Despertar. No estaremos allí para (¿ella?) más tarde. Eso tienen que hacerlo otras manos.
Meredith depositó el bolígrafo con sumo cuidado junto al mensaje descifrado en el bloc.
Y tras eso, se alejó y se tumbó hecha un ovillo en su saco de dormir vigilando a la inmóvil Bonnie como un gato ante la madriguera de un ratón, hasta que, finalmente, el bendito cansancio la sumió en la oscuridad.
—¿Yo dije qué?
Bonnie se mostró sinceramente perpleja a la mañana siguiente, mientras exprimía pomelo y vertía cereales en cuencos, como una anfítriona modelo, incluso aunque fuese Meredith quien cocinaba los huevos revueltos en el fogón.
—Te lo he repetido ya tres veces. Las palabras no van a cambiar, te lo prometo.
—Bueno —dijo Bonnie, cambiando de actitud repentinamente—, está claro que el Despertar le va a suceder a Elena. Porque, para empezar, tú y yo tenemos que estar allí cuando suceda, y por otra parte, ella es quien necesita «despertar».
—Exactamente —repuso Meredith.
—Necesita recordar quién era realmente.
—Eso eso —convino Meredith.
—¡Y nosotras tenemos que ayudarla a recordar!
—¡No! —exclamó Meredith, descargando su enojo sobre los huevos con una espátula de plástico—. No, Bonnie, eso no es lo que dijiste, y no creo que pudiésemos hacerlo de todos modos. Podemos enseñarle pequeñas cosas, quizá, del modo en que Stefan lo hace. Cómo atarse los zapatos. Cómo cepillarse el pelo. Pero según lo que dijiste, el Despertar será espantoso y repentino… y tú no dijiste nada sobre que nosotros lo hiciésemos. Sólo dijiste que teníamos que estar presentes, porque después de eso, de algún modo, no estaremos allí.
Bonnie consideró aquello en un lúgubre silencio.
—¿No estaremos allí? —dijo por fin—. ¿Quería decir que no estaremos con Elena? ¿O que no estaremos allí, o sea… que no estaremos en ninguna parte?
Meredith contempló un desayuno que de improviso ya no quería comer.
—No lo sé.
—Stefan dijo que podíamos pasarnos por allí otra vez hoy .—instó Bonnie.
—Stefan sería cortés incluso mientras lo matan con una estaca.
—Lo sé —dijo Bonnie bruscamente—. Llamemos a Matt. Podríamos ir a ver a Caroline… si ella quiere vernos, claro. A ver si hoy ha cambiado de actitud. Luego esperamos hasta la tarde, y entonces llamamos a Stefan y le preguntamos si podemos pasar otra vez a ver a Elena.
En casa de Caroline, su madre les informó de que la muchacha no se encontraba bien y que se iba a quedar en cama. Los tres —Matt, Meredith y Bonnie— regresaron a casa de Meredith sin ella, pero Bonnie no dejó de morderse el labio, mirando atrás de vez en cuando en dirección a la calle de Caroline. También la madre de Caroline parecía enferma, con ojeras. Y la sensación de tormenta, la sensación de presión, inundaba casi por completo la casa de Caroline.
En casa de Meredith, Matt se dedicó a hacer pequeños ajustes a su coche, que perpetuamente necesitaba reparaciones, mientras Bonnie y Meredith revisaban el ropero de esta última en busca de ropa que Elena pudiese ponerse. Le iría grande, ero eso era mejor que las prendas de Bonnie, que serían demasiado pequeñas.
A las cuatro de la tarde telefonearon a Stefan. Sí, serían muy bien recibidos. Bajaron y recogieron a Matt.
En la casa de huéspedes, Elena no repitió el ritual de los esos del día anterior… ante la evidente desilusión de Matt. ero se mostró encantada con la ropa nueva, aunque no por las ismas razones que hubieran entusiasmado a la antigua Elena. Levitaba casi un metro por encima del suelo, y no hacía más que acercárselas a la cara y olisquearlas profundamente, llena de felicidad, y luego le sonreía radiante a Meredith, aunque cuando Bonnie tomó una camiseta, no consiguió oler otra cosa que el suavizante que habían usado. Ni siquiera la colonia de Meredith.
—Lo siento —dijo Stefan sin poder hacer nada cuando Elena fue presa de un repentino ataque de estornudos, mientras abrazaba tiernamente un top azul celeste como si fuese un gatito.
Pero el rostro del muchacho estaba lleno de ternura, y Meredith, aunque un poco turbada, le aseguró que era agradable ver cuánto le agradecía lo que habían traído.
—Puede saber de dónde vienen —explicó Stefan—. No quiere ponerse nada que provenga de una fábrica donde exploten a la gente.
—Sólo compro en lugares que figuran en un site de Internet de prendas que no proceden de la explotación de trabajadores —se limitó a responder Meredith—. Bonnie y yo tenemos algo que contarte —añadió.
Mientras relataba la profecía de Bonnie de la noche anterior, ésta se llevó a Elena al cuarto de baño y la ayudó a ponerse los pantalones cortos, que le iban bien, y el top azul celeste, que era casi de su talla, ya que sólo le venía un poquitín largo.
El color realzaba a la perfección los cabellos enmarañados aunque gloriosos de Elena, pero cuando Bonnie intentó conseguir que se mirara en el espejo de mano que había traído —todos los fragmentos del viejo espejo se habían retirado—, Elena pareció tan confundida como un cachorrito sostenido en alto para ver su propio reflejo. Bonnie no hacía más que sostener el espejo ante el rostro de Elena, y ésta se dedicaba a asomar por un lado u otro desde detrás de él, como un bebé jugando a esconderse y aparecer. Bonnie tuvo que darse por satisfecha con desenredarle el cabello, algo que estaba claro que Stefan no abía sabido hacer. Cuando el pelo de Elena estuvo por fin liso y sedoso, Bonnie la sacó orgullosa para exhibirla.
Y lo lamentó de inmediato. Los otros tres estaban en plena, y al parecer sombría, conversación. De mala gana, Bonnie dejó ir a Elena, quien, inmediata y literalmente voló al regazo de Stefan, para unirse al grupo.
—Desde luego que comprendemos —estaba diciendo Meredith—. Incluso antes de que Caroline perdiera la chaveta, ¿qué otra elección había, en última instancia? Pero…
—¿Que «qué otra elección hay»? —quiso saber Bonnie, mientras se sentaba sobre la cama de Stefan junto a éste—. ¿De qué estáis hablando, chicos?
Hubo una larga pausa, y luego Meredith se levantó y le pasó un brazo a Bonnie por los hombros.
—Hablábamos de por qué Stefan y Elena tienen que abandonar Fell's Church… Tienen que irse lejos de aquí.
En un principio Bonnie no reaccionó; sabía que debería sentir algo, pero estaba demasiado afectada para acceder a lo que fuese. Cuando las palabras acudieron a ella, lo único que pudo escucharse decir estúpidamente fue:
—¿Irse? ¿Por qué?
—Viste el porqué… aquí, ayer —contestó Meredith; sus ojos oscuros parecían llenos de dolor y su rostro transmitía por una vez la angustia incontrolable que debía de sentir.
Pero por el momento, ninguna angustia significaba nada para Bonnie excepto la suya propia.
Y ésta acudía ya, como un alud que la enterraba en nieve ardiente. En hielo que quemaba. De algún modo consiguió salir de él el tiempo suficiente para decir:
—Caroline no hará nada. Firmó un juramento. Sabe que romperlo… en especial cuando… cuando ya-sabéis-quién también lo firmó…
Meredith debía de haberle contado a Stefan lo del cuervo, porque éste suspiró y meneó la cabeza, manteniendo a raya con delicadeza a Elena, que intentaba mirarle a la cara. Estaba claro que la muchacha percibía la infelicidad del grupo, pero quedaba igual de claro que no podía realmente comprender qué la provocaba.
—A la última persona que quiero cerca de Caroline es a mi hermano. —Stefan se apartó los oscuros cabellos de los ojos con ademán irritado, como si le hubiesen recordado lo mucho que se parecían—. Y no creo que la amenaza de Meredith respecto a las compañeras de hermandad vaya a funcionar, tampoco. Está demasiado metida en la oscuridad.
Bonnie tiritó interiormente. No le gustaban los pensamientos que aquellas palabras evocaban: «en la oscuridad».
—Pero… —empezó a decir Matt, y Bonnie comprendió que él se sentía igual que ella: aturdido y mareado, como si se apearan de una atracción barata de feria.
—Escuchad —dijo Stefan—, existe otro motivo por el que no podemos permanecer aquí.
—¿Qué otro motivo? —preguntó Matt lentamente.
Bonnie estaba demasiado disgustada para hablar. Había pensado en aquello, en algún profundo lugar de su inconsciente; pero había desechado la idea cada vez.
—Bonnie ya lo ha comprendido, creo. —Stefan la miró, y ella le devolvió la mirada con ojos que las lágrimas empezaban a empañar.
—Fell's Church —explicó Stefan con dulzura y tristeza— se construyó en un punto de encuentro de líneas de energía. Líneas de Poder puro, ¿recordáis? No sé si fue algo deliberado. ¿Alguien sabe si los Smallwood tuvieron algo que ver con la ubicación?
Nadie lo sabía. No había nada en el viejo diario de Honoria Fell sobre si la familia de hombres lobo había tenido algo que ver en la fundación de la ciudad.
—Bien. Si fue una casualidad, fue una de lo más desafortunada. La ciudad… debería decir el cementerio de la ciudad… se construyó justo encima de un lugar donde se cruzan una gran cantidad de líneas de energía. Por eso se convirtió en un faro luminoso para las criaturas sobrenaturales, malvadas… o no tan malvadas. —Parecía incómodo, y Bonnie comprendió que estaba hablando de sí mismo—. Yo fui atraído aquí. Lo mismo sucedió con otros vampiros, como sabéis. Y con cada persona poseedora del Poder que vino aquí, el faro ha adquirido más fuerza. Es más luminoso. Es más atractivo para otras personas con el Poder. Es un círculo vicioso.
—A la larga, algunas de ellas acabarán viendo a Elena —dijo Meredith—. Recuerda, se trata de personas como Stefan o Bonnie, pero no necesariamente con su mismo sentido de la moral. Cuando la vean…
Bonnie casi prorrumpió en lágrimas al pensarlo. Le pareció ver un revoloteo de plumas blancas, cada una cayendo a cámara lenta al suelo.
—Pero… al principio ella no estaba así cuando despertó —dijo Matt lentamente y con tozudez—. Hablaba. Era racional. No levitaba.
—Hablando o no hablando, andando o levitando, tiene el Poder —declaró Stefan—. Suficiente como para hacer enloquecer a vampiros corrientes. Volverlos lo suficientemente locos como para lastimarla con tal de conseguirlo. Y ella no mata… ni hiere. Al menos, no puedo imaginármela haciéndolo. Lo que yo espero —siguió, y su rostro se ensombreció— es poder llevarla a alguna parte donde esté… protegida.
—Pero no puedes llevártela —dijo Bonnie, y pudo oír el gemido en su propia voz sin ser capaz de controlarlo—. ¿No te contó Meredith lo que dije? Va a despertar. Y Meredith y yo tenemos que estar con ella cuando suceda.
«Porque no estaremos con ella más tarde.» De improviso tenía sentido. Y aunque no era tan malo como pensar que no estarían en ninguna-parte-en-absoluto, era ya de por sí bastante malo.
—No pensaba llevármela hasta que al menos pueda andar debidamente —repuso Stefan, y sorprendió a Bonnie al pasarle el brazo por los hombros en un fugaz gesto, que resultó fraternal, como el abrazo de Meredith, pero más fuerte y breve—. Y no sabes lo que me alegra que vaya a despertar. Y que estaréis allí para darle apoyo.
—Pero…
«Pero ¿los demonios van a venir igualmente a Fell's Church? —pensó Bonnie—. ¿Y no os tendremos a vosotros para protegernos?»
Alzó los ojos y vio que Meredith sabía exactamente lo que había estado pensando.
—Yo diría —dijo Meredith, en su tono de voz más cuidadoso y mesurado— que Stefan y Elena ya han pasado por suficientes trances para ayudar a la ciudad.
Bueno. Eso era indiscutible. Y no se podía discutir con Stefan, tampoco, al parecer. Este había tomado una decisión.
De todos modos charlaron hasta después de oscurecer, debatiendo diferentes opciones y escenarios, reflexionando sobre la predicción de Bonnie. No tomaron ninguna decisión, pero al menos habían discutido a fondo algunas alternatvas posibles. Bonnie insistió en que hubiese algún modo de comunicarse con Stefan y estaba a punto de pedirle un poco de su sangre y pelo para el hechizo de invocación cuando él le indicó con suavidad que ya poseía un teléfono móvil.
Por fin llegó la hora de marchar. Los humanos estaban muertos de hambre, y Bonnie imaginó que Stefan probablemente también lo estaba. Tenía un aspecto insólitamente blanco allí sentado con Elena en su regazo.
Cuando se despidieron en lo alto de la escalera, Bonnie tuvo que recordarse una y otra vez que Stefan había prometido que Elena estaría allí para que Meredith y ella le dieran su apoyo. Que jamás se la llevaría sin decírselo.
No era una auténtica despedida.
Entonces ¿por qué le producía tanto la sensación de serlo?