—He dicho «fuera» —repitió Meredith a Caroline, todavía con voz sosegada—. Has dicho cosas que jamás deberían haberse dicho en un lugar civilizado. Resulta que ésta es la casa de Stefan… y, sí, es su casa y por lo tanto puede ordenarte que te vayas. Y yo lo estoy haciendo por él, porque él jamás le pediría a una chica… y antigua novia, si se me permite añadirlo… que se largase de aquí.
Matt carraspeó. Se había refugiado en un rincón y todo el mundo se había olvidado de él. Ahora dijo:
—Caroline, te conozco desde hace demasiado para andar con sutilezas, y Meredith tiene razón. Si quieres decir la clase de cosas que has estado diciendo sobre Elena, hazlo en algún lugar lejos de ella. Mira, hay una cosa que tengo clara. No importa lo que Elena hiciese cuando estaba… estaba aquí abajo antes… —Su voz descendió un poco, maravillada, y Bonnie supo que se refería a cuando Elena había estado en la Tierra anteriormente—, ahora es lo más parecido a un ángel que se pueda imaginar. Ahora es… es… completamente… —Vaciló, buscando a trompicones las palabras adecuadas.
—Pura —dijo Meredith con naturalidad, llenando el hueco por él.
—Eso —convino Matt—. Eso es, pura. Todo lo que hace es puro. Y aunque no parece que ninguna de tus desagradables palabras pueda mancillarla, al resto de nosotros sencillamente no nos gusta oírte intentarlo.
Se escuchó un quedo «Gracias» procedente de Stefan.
—Ya me iba —masculló Caroline, apretando los dientes—. ¡Y no te atrevas a sermonearme sobre pureza! Aquí, ¡mientras sucede todo esto! Seguro que deseas contemplar cómo lo hacen, ver a dos chicas besándose. Probablemente tú…
—Basta ya —dijo Stefan casi sin inflexión; Caroline se vio alzada en volandas y depositada al otro lado de la puerta por manos invisibles.
El bolso la siguió a continuación.
Luego la puerta se cerró sin hacer ruido.
A Bonnie se le erizaron los pelos de la nuca. Aquello era Poder, en tales cantidades que sus sentidos psíquicos quedaron aturdidos y paralizados temporalmente. Mover a Caroline —que no era una chica menuda— involucraba mucho Poder.
A lo mejor Stefan había cambiado tanto como Elena. Bonnie le dirigió una fugaz mirada a su amiga, cuyo remanso de serenidad se ondulaba debido a Caroline.
Dio un golpecito a Elena en la rodilla, y cuando ésta se volvió, Bonnie la besó.
Elena interrumpió el beso con suma rapidez, como si temiera desencadenar algún holocausto otra vez. Pero Bonnie comprobó en seguida que aquello, como Meredith había dicho, no tenía nada de sexual. Era… más bien como ser examinado por alguien que usara todos sus sentidos al máximo. Cuando Elena se apartó de Bonnie sonreía radiante igual a como había ocurrido con Meredith, y su pena había sido arrastrada por… sí, por la pureza del beso. Bonnie sintió que la serenidad de Elena la había empapado.
—… deberíamos haber sabido que no teníamos que traer a Caroline —le decía Matt a Stefan—. Siento haberme inmiscuido. Pero es que conozco a Caroline, y podría haber seguido despotricando otra media hora sin llegar a irse.
—Stefan se ocupó de eso —comentó Meredith—, ¿o ha sido Elena, también?
—He sido yo —respondió Stefan—. Matt tenía razón: podría haber seguido hablando sin parar y no se hubiera ido. Y no estoy dispuesto a permitir que nadie hable mal de Elena de ese modo en mi presencia.
«¿Por qué siguen hablando de ello?», se preguntó Bonnie. De todos ellos, Meredith y Stefan eran precisamente los menos propensos a la chachara, pero allí estaban, diciendo lo que en realidad no necesitaba decirse. Entonces reparó en que lo hacían por Matt, que avanzaba despacio pero con decisión hacia Elena.
Bonnie se puso en pie de prisa y con la misma agilidad que si pudiese volar, y se las arregló para pasar junto a Matt sin mirarle. Y a continuación se unió a Meredith y a Stefan en una conversación trivial —bueno, tampoco del todo trivial— sobre lo que acababa de suceder. Caroline resultaba una mala enemiga, todo el mundo estuvo de acuerdo, y nada parecía enseñarle que sus intrigas en contra de Elena siempre le saldrían mal. Bonnie apostaba a que en aquellos momentos ya urdía una nueva intriga contra todos ellos.
—Se siente sola todo el tiempo —dijo Stefan, como si intentase disculparla—. Quiere ser aceptada, por todos, bajo cualquier circunstancia… pero se siente… aparte. Parece que nadie que la conozca quiere confiar en ella.
—Está a la defensiva —coincidió Meredith—. Pero podría mostrar un poco de gratitud. Al fin y al cabo, nosotros la rescatamos y le salvamos la vida hace apenas una semana.
Había algo más que eso en su actitud, pensó Bonnie. Su intuición intentaba decirle algo —algo sobre lo que podría haber pasado antes de que rescataran a Caroline—, pero estaba tan enojada por lo sucedido con Elena que hizo caso omiso.
—¿Por qué tendría nadie que confiar en ella? —le dijo a Stefan.
Miró con disimulo a su espalda. Elena indudablemente iba a reconocer a Matt, y éste estaba a punto de desmayarse.
—Caroline es hermosa, sin duda, pero eso es todo. Jamás tiene nada bueno que decir de nadie. Se dedica a hacer malas pasadas todo el tiempo… y… y aunque nosotras también solíamos hacerlas, las suyas siempre tienen como objetivo que las otras personas salgan mal paradas. Desde luego, puede embaucar a la mayoría de los chicos… —Una repentina ansiedad la inundó, y habló en voz más alta para intentar alejarla—, pero si eres una chica ella no es más que un par de piernas largas y unos grandes…
Bonnie se interrumpió porque Meredith y Stefan se habían quedado paralizados, con idénticas expresiones de «Ay, Dios, otra vez no» en los rostros.
—Y también tiene un oído muy bueno —dijo una voz temblorosa y amenazadora desde algún lugar detrás de Bonnie.
A Bonnie le dio un vuelco el corazón.
—Caroline…
Meredith y Stefan intentaban mitigar los daños, pero era demasiado tarde. Caroline entró majestuosa sobre sus largas piernas como si no quisiera que sus pies tocaran las tablas del suelo de Stefan. Curiosamente, no obstante, llevaba los zapatos de tacón alto en las manos.
—He vuelto para recuperar mis gafas de sol —dijo, todavía con aquella voz temblorosa—. Y he oído lo suficiente para saber lo que mis supuestos «amigos» piensan de mí.
—No, no es así —dijo Meredith, mostrándose elocuente con la misma rapidez con que Bonnie se había quedado muda por el asombro—. Has oído a unas personas muy enfadadas desahogándose después de que tú acabases de insultarlas.
—Además —intervino Bonnie, repentinamente capaz de hablar otra vez—, admítelo, Caroline, esperabas oír algo. Por eso te has quitado los zapatos. Estabas justo detrás de la puerta, ¿no es cierto?
Stefan cerró los ojos.
—Es culpa mía. Debería haber…
—No —le dijo Meredith, y dirigiéndose a Caroline, añadió—: Si puedes decirme una sola palabra de las que hemos dicho que no sea cierta o fuese una exageración… Excepto tal vez lo que Bonnie dijo, pero Bonnie ya sabes… simplemente tiene esa forma de expresarse. En cualquier caso, si puedes señalar una única palabra de las que se han pronunciado aquí que no sea verdad, te pediré perdón.
Caroline no escuchaba. Temblaba espasmódicamente. Tenía un tic facial, y su precioso rostro estaba convulsionado y rojo de rabia.
—Ah, vais a pedirme perdón, ya lo creo —dijo, girando en redondo para apuntar a cada uno de ellos con un índice rematado por una larga uña—. Todos vosotros lo vais a lamentar. Y si intentas esa… esa especie de brujería de vampiro en mí otra vez —dijo a Stefan—, tengo amigos… amigos de verdad… a los que les gustaría enterarse de tu existencia.
—Caroline, esta misma tarde has firmado un contrato…
—¿A quién le importa eso?
Stefan se levantó. La oscuridad había ido invadiendo la pequeña habitación a través de la polvorienta ventana, y la luz de la lámpara de la mesilla de noche proyectó su propia sombra ante él. Bonnie la miró y luego dio un golpecito a Meredith, mientras se le erizaban los pelos de los brazos y el cogote. La sombra de Stefan era sorprendentemente oscura y alargada. La sombra de Caroline era débil, transparente y corta: la imitación de una sombra junto a la muy real de Stefan.
La sensación de tormenta había regresado. Bonnie temblaba ahora; intentaba no hacerlo, pero era incapaz de detener los escalofríos que la inundaban igual que si la hubiesen arrojado dentro de agua helada. Aquel frío había penetrado directamente en sus huesos y les iba arrancando una capa tras otra de calor como si se tratara de un gigante glotón, y ella empezaba ya a estremecerse violentamente…
Algo le estaba sucediendo a Caroline en la oscuridad —algo surgía de ella, o iba a por ella, o quizá ambas cosas—. En cualquier caso, la rodeaba por todas partes ahora, y también rodeaba del mismo modo a Bonnie, y la tensión era tan sofocante que Bonnie se sentía asfixiada y su corazón latía con violencia. Junto a ella, Meredith —la práctica y equilibrada Meredith— se removió inquieta.
—¿Qué…? —empezó a decir Meredith en un susurro.
De improviso, una exquisita coreografía se apoderó de la oscuridad: la puerta de la habitación de Stefan se cerró de un portazo… la lámpara, una lámpara eléctrica corriente, se apagó… y la antigua persiana enrollada sobre la ventana descendió con un traqueteo, sumiendo la habitación en la más absoluta oscuridad.
Y Caroline chilló. Fue un sonido espantoso; descarnado, como si lo hubiesen arrancado igual que carne de la columna vertebral de Caroline y lo hubiesen sacado de un tirón por su garganta.
Bonnie también gritó. No pudo evitarlo, aunque su grito sonó demasiado tenue y demasiado entrecortado, como un eco, sin los matices del que había realizado Caroline. Gracias a Dios que al menos Caroline ya no chillaba. Bonnie consiguió detener el nuevo grito que se formaba en su propia garganta, incluso a Pesar de que los temblores eran peores que antes. Meredith la rodeaba fuertemente con un brazo, pero entonces, mientras la oscuridad y el silencio proseguían y los temblores de Bonnie no hacían más que continuar, Meredith se puso en pie y sin la menor duda se la pasó a Matt, que parecía atónito y turbado, aunque intentó sujetarla torpemente.
—No está tan oscuro una vez que tus ojos se acostumbran —dijo el muchacho.
Tenía la voz chirriante; necesitaba un trago de agua. Pero era lo mejor que pudo haber dicho, porque de todas las cosas del mundo a las que temer, Bonnie temía más que nada a la oscuridad. Había «cosas» en ella, cosas que sólo ella veía. Se las apañó, a pesar de los terribles temblores, para permanecer en pie con el apoyo de Matt; y entonces lanzó una exclamación ahogada, y oyó que a Matt también se le escapaba una.
Elena resplandecía. No tan sólo eso, sino que el resplandor se extendía por detrás y a ambos lados de ella en un par de alas perfectamente recortadas y bien visibles.
—Ti… tiene alas —musitó Bonnie; tartamudeaba, más por los temblores que por el sobrecogimiento o el temor.
Matt era quien se aferraba a ella ahora, como un niño; evidentemente el muchacho fue incapaz de contestar.
Las alas se movían con la respiración de Elena, que estaba sentada en el aire, estable ahora, y extendía una mano con los dedos bien estirados en gesto de rechazo.
Elena habló. No lo hizo en ningún idioma que Bonnie hubiese oído antes; la muchacha dudó de que fuese ningún idioma que la gente de la Tierra usase. Las palabras eran agudas, cortantes, como el desmenuzamiento de una miríada de fragmentos de cristal que han caído de algún lugar muy alto y muy lejano.
La forma de las palabras casi tuvo sentido en la mente de Bonnie a medida que el tremendo poder de Elena animaba sus propias habilidades psíquicas. Era un poder que se erguía desanante ante la oscuridad y la iba apartando a un lado… que conseguía que las cosas se movieran hacia él, sus zarpas raspando en todas direcciones. Palabras afiladas como el hielo las siguieron hasta el final, desdeñosas ahora…
Y Elena… Elena estaba tan pasmosamente hermosa como cuando había sido una vampira, y se mantenía igual de pálida.
Pero Caroline también gritaba. Usaba palabras poderosas de magia negra, que a Bonnie le sonaron como lagartos, serpientes y arañas de muchas patas brotando de su boca.
Era un duelo, una confrontación de magia. Sólo que ¿cómo había aprendido Caroline tanta magia arcana? Ni siquiera era una bruja por linaje, como Bonnie.
Fuera de la habitación de Stefan, rodeándola, había un sonido extraño, parecido al zumbido de un helicóptero. Uipuipuipuipuipuip… Aquel sonido aterraba a Bonnie.
Pero ella tenía que hacer algo. Era celta por herencia y contaba con poderes psíquicos, así que tenía que ayudar a Elena. Lentamente, atravesando vientos huracanados, Bonnie avanzó dando un traspié para posar su mano sobre la de Elena, para ofrecerle su poder.
Cuando Elena le tomó la mano, Bonnie advirtió que Meredith estaba al otro lado de la muchacha. La luz aumentó. Las criaturas parecidas a lagartos que se arrastraban huyeron de ella, chillando y atrepellándose unas a otras para conseguir escapar.
Lo siguiente que Bonnie supo fue que Elena se había desplomado hacia adelante. Sus alas habían desaparecido. Las cosas oscuras que correteaban, también. Elena las había ahuyentado, usando ingentes cantidades de energía para derrotarlas con Poder Blanco.
—Caerá —susurró Bonnie, mirando a Stefan—. Ha estado usando magia tan pótenteos
Justo entonces, mientras Stefan se volvía hacia Elena, varios acontecimientos sucedieron muy de prisa, dando la impresión de que la habitación estuviera atrapada en los fogonazos de una luz estroboscópica.
Fogonazo. La persiana de la ventana volvió a enrollarse hacia arriba, repiqueteando furiosamente.
Fogonazo. La lámpara volvió a encenderse. Stefan la sujetaba. Debía de haber estado intentando arreglarla.
Fogonazo. La puerta de la habitación se abrió lentamente, crujiendo, como compensación por haberse cerrado antes de un portazo.
Fogonazo. Caroline estaba ahora en el suelo, a cuatro patas, arrastrándose, respirando con dificultad. Había sido vencida…
Elena se desmayó.
Únicamente alguien que poseyera unos reflejos inhumanamente veloces podía haberla sujetado, especialmente desde el otro extremo de la habitación. Pero Stefan le había arrojado la lámpara a Matt y atravesó la sala más de prisa de lo que los ojos de Bonnie podían seguirle. Al cabo de un instante sostenía a Elena, rodeándola, protector, con los brazos.
—Ah, por todos los infiernos —dijo Caroline.
Negros regueros de rímel le corrían por la cara, haciéndola parecer algo que no era del todo humano. Miró a Stefan con un odio nada disimulado. El le devolvió la mirada con seriedad… no, con severidad.
—No invoques al Infierno —dijo en voz muy baja—. No aquí. Ni ahora. Porque el Infierno podría oírte y devolverte la llamada.
—Como si no lo hubiese hecho ya —replicó Caroline, y en aquel momento, resultaba lastimosa: destrozada y patética.
Parecía que hubiera iniciado algo que no sabía cómo parar.
—Caroline, ¿qué intentas decirnos? —Stefan se arrodilló—. ¿Estás diciendo que ya has… hecho alguna clase de trato…?
—¡Ay! —dijo Bonnie de improviso y sin querer, haciendo añicos la atmósfera abominable de la habitación de Stefan.
Una de las uñas rotas de Caroline había dejado un rastro de sangre sobre el suelo, y ésta se había arrodillado sobre él, además, haciendo que todo ello resultara más bien poco agradable. Bonnie sintió una compasiva punzada de dolor en su propios dedos hasta que Caroline agitó una mano ensangrentada en dirección a Stefan. Entonces la simpatía de Bonnie se convirtió en náuseas.
—¿Quieres lamerla? —dijo; la voz y el rostro habían cambiado totalmente, y ni siquiera intentaba ocultarlo—. Anda, vamos, Stefan —prosiguió, burlona—, porque estos días estás bebiendo sangre humana, ¿no es cierto? Humana o… en lo que sea que ella se ha convertido. Los dos voláis juntos bajo la forma de murciélagos ahora, ¿verdad?
—Caroline —musitó Bonnie—, ¿es que no las viste? Sus alas…
—Igual que un murciélago… u otro vampiro ya. Stefan la ha convertido…
—Yo también las vi —dijo Matt en tono categórico, detrás de Bonnie—. No eran alas de murciélago.
—¿Es que nadie tiene ojos? —intervino Meredith desde donde estaba de pie junto a la lámpara—. Mirad aquí.
Se inclinó. Cuando volvió a alzarse sostenía una larga pluma blanca que resplandeció bajo la luz.
—A lo mejor es un cuervo blanco, entonces —dijo Caroline—. Eso sería apropiado. No puedo creer el modo en que todos vosotros estáis… todos… mimándola como si fuese alguna especie de princesa. Siempre ha sido la niña mimada de todos, ¿no es cierto, Elena?
—Para ya —dijo Stefan.
—De todos, ésa es la palabra clave —escupió Caroline.
—Para ya.
—El modo en que te dedicabas a besar a la gente, uno tras otro. —Efectuó un teatral escalofrío—. Todo el mundo parece haberlo olvidado, pero era más bien como…
—Para ya, Caroline.
—La auténtica Elena. —La voz de Caroline había adquirido un fingido tono remilgado, pero ésta no podía mantener fuera el veneno, se dijo Bonnie—. Porque cualquiera que te conozca sabe lo que realmente eras antes de que Stefan nos bendijera con su irresistible presencia. Eras…
—Caroline, detente ahora mismo…
—¡Una fulana! ¡Eso! ¡Una fulana barata!