Con el contrato firmado a buen recaudo en el bolso de Bonnie, detuvieron el coche ante la casa de huéspedes en la que Stefan se había vuelto a instalar. Buscaron a la señora Flowers pero no la encontraron, como de costumbre. Así que ascendieron los angostos escalones con la desgastada moqueta y la barandilla que empezaba a hacerse pedazos, voceando mientras lo hacían.
—¡Stefan! ¡Elena! ¡Somos nosotros!
La puerta situada en lo más alto se abrió y asomó la cabeza de Stefan. Parecía… distinto de algún modo.
—Más feliz —musitó sagazmente Bonnie a Meredith.
—¿Lo está?
—Desde luego. —Bonnie estaba escandalizada—. Ha recuperado a Elena.
—Sí, así es. Exactamente tal y como era ella cuando se conocieron, diría yo. Ya la viste en el bosque. —La voz de Meredith estaba cargada de significado.
—Pero… Eso es… ¡Ah, no! ¡Vuelve a ser humana!
Matt miró escalera abajo y siseó.
—¿Os importa dejarlo a vosotras dos? Nos van a oír.
Bonnie se sintió confundida. Desde luego que Stefan podía oírlos, pero si uno iba a preocuparse por lo que Stefan oía también tendría que preocuparse por lo que pensaba; Stefan podía ver siempre la forma de lo que uno pensaba, aunque no pudiera captar las palabras concretas.
—¡Chicos! —siseó Bonnie—. Vale, ya sé que no podemos vivir sin ellos, pero es que hay veces en que simplemente no se enteran.
—Pues espera a cuando tengas que vértelas con hombres —susurró Meredith, y Bonnie pensó en Alaric Saltzman, el estudiante universitario con el que Meredith estaba más o menos comprometida.
—Podría contaros una o dos cosas —añadió Caroline, examinándose las largas uñas pintadas con expresión de estar de vuelta de todo.
—Mejor no le cuentes nada a Bonnie todavía. Ya tendrá tiempo para enterarse —repuso Meredith, adoptando con firmeza un tono maternal—. Entremos.
—Sentaos, sentaos —les iba diciendo Stefan a medida que entraban, actuando como un perfecto anfitrión. Pero nadie podía sentarse. Todos los ojos estaban fijos en Elena.
Estaba sentada en la posición del loto frente a la única ventana abierta de la habitación, con el aire fresco haciendo ondear su camisón blanco. Los cabellos volvían a ser realmente dorados, y no del explosivo dorado blanquecino en que se habían transformado cuando Stefan la había convertido en vampira sin querer. Estaba tal y como Bonnie la recordaba.
Salvo que levitaba casi un metro por encima del suelo.
Stefan vio que se quedaban boquiabiertos.
—Es simplemente algo que hace —dijo casi como disculpándose—. Despertó al día siguiente de nuestro combate con Klaus y empezó a levitar. Creo que la gravedad todavía no ha conseguido vencerla.
Volvió la cabeza de nuevo en dirección a Elena.
—Mira quiénes han venido a verte —dijo en tono tentador.
Elena miraba. Los ojos azules moteados de oro miraban curiosos, y ella sonreía, pero no había reconocimiento mientras paseaba la mirada de un visitante a otro.
Bonnie tenía los brazos extendidos.
—¿Elena? —dijo—. Soy yo, Bonnie, ¿recuerdas? Estaba allí cuando regresaste. Estoy muy contenta de verte. Stefan volvió a intentarlo.
—Elena, ¿recuerdas? Éstos son tus amigos, tus buenos amigos. Esta belleza alta y morena es Meredith, y este llameante duendecillo es Bonnie, y este chico de aspecto típicamente americano es Matt.
Algo titiló en el rostro de Elena, y Stefan repitió:
—Matt.
—¿Y qué hay de mí? ¿O es que soy invisible? —dijo Caroline desde el umbral.
Lo dijo con un tono más bien jovial, pero Bonnie sabía que a Caroline le hacía rechinar los dientes el mero hecho de ver a Stefan y a Elena juntos y fuera de peligro.
—Tienes razón. Lo siento —dijo Stefan, e hizo algo que ningún chico corriente de dieciocho años habría conseguido realizar sin parecer un idiota.
Tomó la mano de Caroline y la besó de un modo tan elegante y maquinal como si fuese un conde de hacía casi quinientos años. Lo que, por supuesto, se acercaba bastante a la realidad, pensó Bonnie.
Caroline se mostró levemente complacida consigo misma; Stefan se había tomado su tiempo para besar su mano. A continuación éste dijo:
—Y por último pero no menos importante, esta guapa bronceada de aquí es Caroline. —Entonces, con gran delicadeza, en una voz que Bonnie le había oído usar sólo unas pocas veces desde que lo conocía, siguió—: ¿No los recuerdas, mi amor? Casi murieron por ti… y por mí.
Elena levitaba con naturalidad, en una posición de pie en aquellos momentos, balanceándose como un nadador que intentara permanecer inmóvil.
—Lo hicimos porque nos importas —indicó Bonnie, y volvió a extender las manos para darle un abrazo—. Pero no pensábamos que pudiésemos recuperarte, Elena. —Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Regresaste a nosotros. ¿No nos reconoces?
Elena se acercó levitando hasta quedar justo delante de Bonnie.
Seguía sin existir en su rostro la menor señal de reconocimiento, pero había algo más. Había una especie de ilimitada bendición y serenidad. Elena irradiaba una paz que transmitía serenidad, y un amor incondicional que hizo que Bonnie inhalara profundamente y cerrara los ojos. Podía sentirlo igual que la luz del sol sobre la cara, como el océano en los oídos. Tras un momento Bonnie advirtió que corría el peligro de echarse a llorar ante aquella auténtica sensación de bondad, una palabra que apenas se usaba en la actualidad. Algunas cosas todavía podían ser simple e inalcanzablemente buenas.
Elena era buena.
A continuación, tras acariciar suavemente el hombro de Bonnie, Elena flotó en dirección a Caroline. Extendió los brazos.
Caroline pareció confundida. Una oleada escarlata ascendió por su cuello. Bonnie lo vio, pero no lo comprendió. Todos habían tenido la oportunidad de percibir las vibraciones que emitía Elena. Y Caroline y Elena habían sido amigas íntimas; hasta la llegada de Stefan, su rivalidad había sido amistosa. Era una buena acción por parte de Elena elegir a Caroline para abrazarla la primera.
Y entonces Elena entró en el círculo de los brazos apresuradamente alzados de Caroline, y justo cuando ésta empezaba a decir: «He…», la besó en plena boca. No fue un simple beso rápido. Elena rodeó el cuello de la muchacha con los brazos y se mantuvo así. Durante un prolongado momento Caroline permaneció inmóvil como un muerto, como si estuviese conmocionada. Luego retrocedió y forcejeó, al principio débilmente, y luego con tal violencia que Elena fue catapultada hacia atrás por los aires, con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
Stefan la atrapó como un defensa que fuera a por la pelota.
—¿Qué diablos…? —Caroline se restregaba la boca.
—¡Caroline! —La voz de Stefan rezumaba un feroz espíritu protector—. No significa nada parecido a lo que estás pensando. No tiene nada que ver con el sexo. Tan sólo te estaba identificando, averiguando quién eres. Puede hacer eso ahora que ha regresado a nuestro lado.
—Los perros de las praderas —dijo Meredith con la voz fría y levemente distante que a menudo usaba para bajar la temperatura de una habitación—. Los perros de las praderas se besan cuando se encuentran. Sirve exactamente para lo que dijiste, Stefan, les ayuda a identificar individuos concretos…
Caroline, no obstante, estaba mucho más allá de las posibilidades de Meredith para calmar los ánimos. Restregarse la boca había sido una mala idea; había embadurnado de lápiz de labios escarlata toda la zona circundante, de modo que parecía salida de una película del estilo de La novia de Dracula.
—¿Estás loca? ¿Qué te has creído que soy? ¿Que algunos hámsters lo hagan hace que esté bien? —Había adquirido un tono rojo moteado, desde la garganta hasta las raíces de los cabellos.
—Perros de las praderas. No hámsters. —Ah, a quién le importa una…
Caroline se interrumpió, rebuscando frenéticamente en su bolso hasta que Stefan le ofreció una caja de pañuelos de papel. Él ya había frotado las manchas escarlata de la boca de Elena para limpiarlas. Caroline se precipitó al pequeño cuarto de baño anexo al dormitorio del desván de Stefan y cerró la puerta violentamente.
Bonnie y Meredith intercambiaron una veloz mirada y soltaron aire a la vez, desternillándose de risa. Bonnie efectuó una imitación relámpago de la expresión de Caroline y su frenético restregar, remedando a alguien que usara un puñado tras otro de pañuelos de papel. Meredith le dedicó un reprobatorio movimiento de cabeza, pero ella, Stefan y Matt apenas podían controlar las ganas de echarse a reír. Gran parte de ello se debía simplemente a la necesidad de liberar tensión —habían visto a Elena viva otra vez, tras seis largos meses sin ella—, pero no podían dejar de reír.
O al menos no pudieron hasta que la caja de pañuelos salió volando del cuarto de baño y casi alcanzó a Bonnie en la cabeza, y todos advirtieron entonces que la puerta cerrada de un portazo había rebotado y que había un espejo en el cuarto de baño. Bonnie pescó la expresión de Caroline en el espejo y luego se encontró directamente con su mirada iracunda.
Glups, los había visto riéndose de ella.
La puerta volvió a cerrarse; en esa ocasión, como si la hubiesen pateado. Bonnie agachó la cabeza y se aferró los cortos rizos rojizos, deseando que el suelo se abriera y se la tragara.
—Me disculparé —dijo, tras tragar saliva, intentando afrontar la situación como un adulto.
Entonces alzó los ojos y reparó en que todos los demás estaban más preocupados por Elena, que parecía claramente alterada por aquel rechazo.
«Es una buena cosa que hiciésemos firmar a Caroline aquel juramento con sangre —pensó Bonnie—. Y es una buena cosa que ya-sabemos-quién también lo firmase.» Si había algo que Damon conocería bien, era lo de las consecuencias.
Mientras lo pensaba, se unió al corrillo que rodeaba a Elena. Stefan intentaba sujetar a la joven, que trataba de ir tras Caroline; y Matt y Meredith ayudaban a Stefan y le decían a Elena que todo iba bien.
Cuando Bonnie se unió a ellos, Elena renunció a intentar alcanzar el cuarto de baño. Tenía el rostro afligido, los ojos azules inundados de lágrimas. La serenidad de Elena había quedado rota por el dolor y la pesadumbre… y por debajo de ello, una aprensión sorprendentemente profunda. La intuición de Bonnie le asestó a ésta una punzada.
Pero palmeó el codo de Elena, la única parte de ella que podia alcanzar, y añadió su voz al coro.
—Tú no sabías que se alteraría tanto. Y no le has hecho daño.
Lágrimas cristalinas se derramaron por las mejillas de Elena, y Stefan las recogió delicadamente con un pañuelo de papel.
—Cree que Caroline sufre —dijo Stefan—, y está preocupada por ella… por algún motivo que no entiendo.
Bonnie comprendió que Elena podía comunicarse después de todo… mediante vínculos mentales.
—Yo también lo he sentido —dijo—. El dolor. Pero dile… quiero decir… Elena, prometo que me disculparé. Me rebajaré.
—Puede que tengamos que rebajarnos todos un poco —intervino Meredith—. Pero entretanto quiero asegurarme de que este «ángel inconsciente» me reconoce.
Con una expresión de tranquila sofisticación, tomó a Elena de los brazos de Stefan, la rodeó con los suyos, y luego la besó.
Desgraciadamente, eso coincidió con la salida de Caroline del baño. Tenía la parte inferior de la cara más pálida que la superior, al haberse despojado de todo el maquillaje: lápiz de labios, polvos bronceadores, colorete, toda la parafernalia. Se detuvo en seco y las miró boquiabierta.
—No me lo creo —dijo en tono cáustico—. ¡Todavía lo estáis haciendo! Es re…
—Caroline. —La voz de Stefan era una advertencia.
—Vine aquí a ver a Elena. —Caroline, la hermosa, ágil y bronceada Caroline, se retorcía las manos presa de un terrible conflicto—. A la «antigua» Elena. Y ¿qué veo? Es como un bebé… no sabe hablar. Es una especie de gurú sonriente que flota en el aire. Y ahora se comporta como una pervertida…
—Para, por favor —dijo Stefan en tono sosegado pero firme—. Os lo dije, debería superar los primeros síntomas en unos pocos días, a juzgar por sus progresos hasta el momento —añadió.
También él era distinto, en cierto modo, pensó Bonnie. No sólo más feliz por haber recuperado a Elena. Era… más fuerte de algún modo en el centro de su ser. Stefan siempre había sido sosegado por dentro; los poderes de la muchacha lo percibían como un estanque de aguas transparentes. En aquellos momentos, lo que ella veía era que aquellas aguas transparentes crecían hasta alcanzar la categoría de tsunami.
¿Qué podía haber cambiado tanto a Stefan?
La respuesta le llegó inmediatamente, aunque en forma de una pregunta llena de asombro. Elena era todavía en parte espíritu; a Bonnie se lo decía su intuición. ¿Qué efecto debía de tener beber la sangre de alguien que estaba en ese estado?
—Caroline, acabemos con esto —dijo—. Lo siento, de verdad…, ya sabes. Me he equivocado, y lo siento.
—Vaya, así que lo sientes. Y eso lo soluciona todo, ¿no es verdad?
La voz de Caroline era ácido puro, y la muchacha le dio la espalda a Bonnie sin esperar respuesta. A Bonnie le sorprendió sentir el escozor de las lágrimas tras los ojos.
Elena y Meredith todavía permanecían abrazadas, con las mejillas húmedas por las lágrimas de la otra. Se contemplaban y Elena sonreía radiante.
—Ahora te reconocerá en cualquier parte —dijo Stefan a Meredith—. No solamente tu cara, sino… bueno, tu interior, también, o tu forma interior, al menos. Debería haberlo mencionado antes de que esto empezara, pero soy el único al que ha «conocido», y no me di cuenta…
—¡Deberías haberte dado cuenta! —Caroline daba vueltas como un tigre.
—Has besado a una chica, ¿y qué? —estalló Bonnie—. ¿Qué te crees ahora, que te va a salir barba?
Como propulsada por el conflicto que existía a su alrededor, Elena emprendió el vuelo bruscamente. De repente se puso a dar vueltas a toda velocidad por la habitación como si la hubiese disparado un cañón; sus cabellos chisporroteaban destellos eléctricos cuando se detenía o giraba repentinamente. Dio dos vueltas a la habitación, y cuando la polvorienta y vieja ventana reflejó su silueta, Bonnie pensó: «¡Dios mío! ¡Tenemos que conseguirle ropa!». Miró a Meredith y vio que ésta había advertido lo mismo que ella. Sí, tenían que conseguirle ropa a Elena…, y especialmente ropa interior.
Mientras Bonnie se acercaba a Elena, con la misma timidez que si no la hubiesen besado nunca antes, Caroline estalló.
—¡No dejáis de hacerlo una y otra vez! —Prácticamente aullaba ya, se dijo Bonnie—. Pero ¿qué os pasa? ¿Es qué no tenéis ninguna moral?
Eso, por desgracia, provocó otro ataque de risitas sofocadas que intentaban no convertirse en carcajadas por parte de Bonnie y Meredith. Incluso Stefan volvió la cabeza bruscamente, tratando sin éxito de contenerse para evitar ser descortés con su invitada.
No tan sólo una invitada, pensó Bonnie, sino una chica con la que había ido rematadamente lejos, como Caroline no había tenido reparos en informar a la gente una vez que hubo conseguido ponerle las manos encima. Todo lo lejos que los vampiros podían ir, se recordó Bonnie, lo que no era hasta el final. Algo en lo de compartir la sangre sustituyendo el… bueno, el «hacerlo». Pero él no era el único sobre el que Caroline había alardeado. Caroline tenía una reputación escandalosa.
Bonnie le echó un vistazo a Elena y vio que ésta observaba a Caroline con una expresión extraña. No parecía tenerle miedo, sino más bien parecía sentirse profundamente preocupada por ella.
—¿Te encuentras bien? —susurró Bonnie.
Ante su sorpresa, Elena asintió; luego miró a Caroline y meneó la cabeza. Contempló a la joven con atención de arriba abajo y su expresión fue la de un médico desconcertado que examina a un paciente muy enfermo.
A continuación levitó hacia Caroline, con una mano extendida.
Caroline huyó asustada, como si le repugnara que Elena la tocara. No, no era repugnancia, se dijo Bonnie, sino miedo.
—¿Cómo puedo saber lo que hará a continuación? —soltó Caroline, aunque Bonnie sabía que no era el auténtico motivo de su miedo.
«¿Qué está sucediendo aquí? —se preguntó Bonnie—. Elena siente miedo por Caroline, y Caroline siente miedo de Elena. ¿Qué significa esto?»
A Bonnie sus sentidos psíquicos le estaban poniendo la carne de gallina. A Caroline le pasaba algo, sintió, algo con lo que no se había topado nunca. Y el aire… parecía espesarse, como si se estuviese preparando una tormenta.
Caroline efectuó un brusco movimiento para mantener su cara apartada de la de Elena. Se parapetó tras una silla.
—Mantenedla bien lejos de mí, ¿de acuerdo? No dejaré que vuelva a tocarme… —empezó a decir, cuando Meredith cambió toda la situación con una única palabra pronunciada con mucha calma—. ¿Qué es lo que me has dicho? —inquirió, mirándola.