Más tarde, ese mismo día, Caroline estaba sentada con Matt Honeycutt, Meredith Sulez y Bonnie McCullough; todos ellos escuchaban a Stefan en el móvil de Bonnie.
—Sería mejor a media tarde —dijo Stefan a Bonnie—. Hace una pequeña siesta después del almuerzo… y, de todos modos, refrescará dentro de un par de horas. Le he dicho a Elena que pasaríais, y le emociona mucho veros. Pero recordad dos cosas. Primero, que han pasado sólo siete días desde que regresó y aún no es del todo… ella misma. Creo que se recuperará de sus… síntomas… en sólo unos pocos días, pero entretanto no os sorprendáis de nada. Y segundo, que no le digáis nada sobre lo que veáis aquí. A nadie.
—¡Stefan Salvatore! —Bonnie estaba escandalizada y ofendida—. Después de todo por lo que hemos pasado juntos, ¿crees que íbamos a hablar más de la cuenta?
—No es eso.
La voz de Stefan llegó a través del móvil, llena de tacto. Pero Bonnie seguía hablando.
—Hemos permanecido unidos frente a vampiros bellacos y el fantasma del pueblo, y hombres lobo, y Seres Antiguos, y criptas secretas, y asesinatos en serie y… y… Damon… y ¿hemos hablado alguna vez a la gente de todo ello? —dijo Bonnie.
—Lo siento —repuso Stefan—. Sólo quería decir que Elena no estará a salvo si alguno de vosotros le cuenta algo aunque sea a una sola persona. Aparecería inmediatamente en todos los periódicos: «MUCHACHA VUELVE A LA VIDA». Y entonces ¿qué haríamos nosotros?
—Sé de lo que hablas —dijo Meredith en tono sucinto, inclinándose al frente de modo que Stefan pudiera verla—. No tienes que preocuparte. Cada uno de nosotros jurará no decírselo absolutamente a nadie. —Sus ojos oscuros se desviaron momentáneamente hacia Caroline y luego volvieron a apartarse.
—Tengo que preguntároslo… —Stefan estaba haciendo uso de toda la preparación recibida durante el Renacimiento en lo referente a cortesía y caballerosidad, en especial teniendo en cuenta que tres de las personas que lo observaban en el teléfono eran del sexo femenino—, ¿realmente tenéis un modo de hacer respetar un juramento?
—Bueno, eso creo —respondió Meredith con afabilidad, en esta ocasión mirando directamente a los ojos a Caroline, que enrojeció, las mejillas color bronce y el cuello adquiriendo un tono escarlata—. Deja que lo resolvamos, y por la tarde, nos pasaremos por ahí.
Bonnie, que sostenía el teléfono, dijo:
—¿Alguien tiene algo que añadir?
Matt había permanecido en silencio durante la mayor parte de la conversación. Ahora sacudió la cabeza, haciendo ondear su mata de pelo rubio. Luego, incapaz de contenerse, farfulló:
—¿Podemos hablar con Elena? ¿Sólo para saludarla? Quiero decir… ha pasado toda una semana. —Su piel bronceada ardía con un resplandor crepuscular casi tan intensamente como lo había hecho la de Caroline.
—Creo que será mejor que os limitéis a venir aquí. Lo comprenderéis en cuanto lleguéis. —Stefan colgó.
Estaban en casa de Meredith, sentados alrededor de una vieja mesa de jardín en el patio trasero.
—Bueno, al menos podemos llevarles algo de comida —sugirió Bonnie, alzándose disparada de su asiento—. Dios sabe lo que la señora Flowers les prepara para comer… y eso, si lo hace.
Efectuó una serie de gestos en dirección a los demás como para alzarlos de sus asientos mediante levitación.
Matt empezó a obedecer, pero Meredith permaneció sentada. En voz baja dijo:
—Acabamos de hacerle una promesa a Stefan. Está la cuestión del juramento primero. Y sus consecuencias.
—Sé que os referís a mí —dijo Caroline—. ¿Por qué no lo decís?
—Tienes razón —replicó Meredith—. Me refería a ti. ¿Por qué repentinamente vuelves a estar tan interesada en Elena? Cómo podemos estar seguros de que no empezarás a propagar la noticia por todo Fell's Church?
—¿Por qué querría hacerlo?
—Para llamar la atención. Te encantaría estar en el centro de una multitud, dándoles cada jugoso detalle.
—O venganza —añadió Bonnie, sentándose súbitamente otra vez—. O celos. O aburrimiento. O…
—De acuerdo —la interrumpió Matt—. Creo que eso ya son razones suficientes.
—Sólo una cosa más —dijo Meredith en tono sosegado—. ¿Por qué te interesa tanto verla, Caroline? Vosotras dos no os habéis llevado bien desde hace casi un año, desde el momento en que Stefan vino a Fell's Church. Te hemos permitido estar presente durante la llamada de Stefan, pero después de lo que ha dicho…
Si realmente necesitáis una razón por la que debiera interesarme, después de todo lo sucedido hace una semana, bueno… bueno, ¡pensaba que lo comprenderíais sin que os lo dijera! —Caroline clavó unos relucientes ojos verdes de gato en Meredith.
Meredith le devolvió la mirada con su mejor semblante inexpresivo.
—¡De acuerdo! —dijo Caroline—. Ella lo mató por mí. O hizo que fuese castigado ahí arriba, o lo que sea. A ese vampiro, a Klaus. Y después de haber sido secuestrada y… y… y… usada… como un juguete… cada vez que Klaus quería sangre… o… —Su rostro se crispó y la respiración se tornó entrecortada.
Bonnie sintió compasión, pero también recelo. Su intuición le enviaba punzadas, advirtiéndola. Y reparó en que aunque Caroline hablaba sobre Klaus, el vampiro, se mantenía curiosamente callada respecto a su otro secuestrador, Tyler Smallwood, el hombre lobo. Quizá porque Tyler había sido su novio hasta que él y Klaus la habían tomado como rehén.
—Lo siento —repuso Meredith en una voz queda que sí sonó compungida—. O sea que quieres darle las gracias a Elena.
—Sí. Quiero darle las gracias. —Caroline respiraba con dificultad—. Y quiero asegurarme de que está bien.
—De acuerdo. Pero este juramento cubre una buena cantidad de tiempo —prosiguió Meredith con calma—. Podrías cambiar de idea mañana, la semana próxima, dentro de un mes… Ni siquiera hemos pensado en las consecuencias.
—Escuchadme, no podemos amenazar a Caroline —dijo Matt.
—Ni hacer que otras personas la amenacen —dijo Bonnie con añoranza.
—No, no podemos —convino Meredith—. Pero a corto plazo…, vas a ingresar en una hermandad de estudiantes el próximo otoño, ¿verdad, Caroline? Siempre puedo contar a tus futuras compañeras de hermandad que rompiste tu juramento solemne sobre alguien que no puede hacerte ningún daño…, alguien que estoy segura de que no desea hacerte daño. No sé por qué, pero no creo que les gustases mucho después de eso.
El rostro de Caroline volvió a enrojecer profundamente.
—No lo harías. No interferirías con mi vida en la universidad…
Meredith la interrumpió con tres palabras. —Ponme a prueba. Caroline pareció amilanarse.
—Yo no he dicho que no haría el juramento, ni he dicho que no lo mantendría. Confiad en mí, ¿por qué no lo hacéis? He… he aprendido unas cuantas cosas este verano.
«Esperemos.» Las palabras, aunque nadie las pronunció en voz alta, parecieron cernirse sobre todos ellos. El pasatiempo de Caroline durante todo el año anterior había sido buscar modos de hacerles daño a Stefan y a Elena.
Bonnie cambió de posición. Había algo —intangible— tras lo que Caroline decía. Ignoraba cómo lo sabía; era el sexto sentido con el que había nacido. Pero a lo mejor tenía que ver con lo mucho que Caroline había cambiado, con lo que había aprendido, se dijo la muchacha.
Sólo había que ver las muchas veces que le había preguntado a Bonnie por Elena durante la última semana. ¿Estaba bien de verdad? ¿Podía enviarle flores? ¿Podía Elena recibir ya visitas? ¿Cuándo estaría bien? Caroline había sido realmente un incordio, aunque Bonnie no había tenido el valor para decírselo. Todo el mundo aguardaba con la misma ansiedad para ver cómo estaba Elena… tras regresar de la otra vida.
Meredith, que siempre llevaba encima bolígrafo y papel, estaba garabateando unas palabras. Cuando acabó dijo: «¿Qué os parece esto?», y todos se inclinaron hacia adelante para mirar el bloc.
Juro no contar a nadie nada sobre ningún acontecimiento sobrenatural relacionado con Stefan o Elena, a menos que reciba permiso específico de ellos para poder hacerlo. Además, ayudaré a castigar a cualquiera que rompa este juramento, en el modo que determine el resto del grupo. Este juramento se efectúa a perpetuidad, con mi sangre para dar fe de ello.
Matt asentía ya.
—«A perpetuidad»… Perfecto —dijo—. Suena igual que si lo hubiera escrito un abogado.
Lo que siguió no fue precisamente algo habitual entre abogados. Cada uno de los reunidos alrededor de la mesa tomó el pedazo de papel, lo leyó en voz alta, y luego lo firmó solemnemente. A continuación cada uno se pinchó un dedo con un imperdible que Meredith llevaba en el bolso y añadió una gota de sangre junto a su firma; Bonnie cerró los ojos al pincharse.
—Ahora es vinculante de verdad —dijo en tono lúgubre, como alguien que sabe lo que dice—. Yo no intentaría infringirlo.
—Ya no quiero saber nada de sangre durante mucho tiempo —indicó Matt, oprimiéndose el dedo y contemplándolo con expresión melancólica.
Fue entonces cuando sucedió. El contrato de Meredith permanecía en el centro de la mesa, de modo que todos pudieran verlo cuando, desde un roble alto situado donde el patio trasero se unía al bosque, apareció un cuervo que descendió en picado. Aterrizó sobre la mesa con un graznido ronco, provocando que Bonnie también chillara. El cuervo miró de soslayo a los cuatro humanos, que apartaron hacia atrás las sillas en seguida para alejarse de él. Luego ladeó la cabeza en dirección contraria. Era el cuervo más grande que ninguno de ellos había visto nunca, y el sol desplegaba arco iris iridiscentes de su plumaje.
El cuervo dio toda la impresión de estar examinando el contrato. Y luego hizo algo tan de prisa que provocó que Bonnie corriera a refugiarse detrás de Meredith, tropezando con su silla. El ave abrió las alas, se inclinó al frente, y picoteó violentamente el papel, pareciendo apuntar a dos puntos concretos.
Y a continuación desapareció, primero aleteando, y luego alzando el vuelo con fuerza hasta ser un diminuto punto negro en el sol.
—Ha estropeado todo nuestro trabajo —exclamó Bonnie, todavía resguardada detrás de Meredith.
—No lo creo —dijo Matt, que estaba más cerca de la mesa.
Cuando se atrevieron a adelantarse y mirar el papel, Bonnie sintió como si alguien le hubiese arrojado un manto de hielo sobre la espalda. El corazón le empezó a latir con fuerza.
Por imposible que pareciera, los violentos picotazos eran todos de color rojo, como si el cuervo hubiese vomitado sangre para darles color. Y las marcas rojas, sorprendentemente delicadas, tenían todo el aspecto de una muy elaborada:
D
Y debajo de ella:
Elena es mía.