—¿Elena? —dijo Stefan en voz baja—. ¿Podrías pedirme que entre? Tienes que invitarme a entrar si quieres… hablar…
¿Invitarlo a entrar? El ya estaba dentro de su corazón. Había dicho a las Guardianas que todo el mundo tendría que aceptar a Stefan como su novio desde hacía casi un año.
No importaba. En voz baja dijo:
—Entra, Stefan.
—La ventana está cerrada por tu lado, Elena.
Con manos torpes, Elena abrió la ventana. Al cabo de un instante la rodeaban unos brazos cálidos y fuertes en un abrazo desesperado y ferviente. Pero al momento siguiente, los brazos cayeron, dejándola helada y con un sentimiento de soledad.
—¿Stefan? ¿Qué sucede?
Los ojos se habían ajustado a la oscuridad, y a la luz de las estrellas que penetraba por la ventana pudo verlo vacilar ante ella.
—No puedo… No es… No es a mí a quien quieres —dijo él a toda prisa de un modo que sonó como si tuviera un nudo en la garganta—. Pero quería que supieses que…, que Meredith y Matt están haciéndose cargo de Bonnie. Consolándola, quiero decir. Están todos bien y también lo está la señora Flowers. Y pensaba que tú…
—¡Me durmieron! ¡Dijeron que no me dormirían!
—Te dormiste tú, am… Elena. Mientras esperábamos a que nos enviaran a casa. Todos cuidamos de ti: Bonnie, Sage y yo. —Seguía hablando con aquel tono formal, insólito—. Pero yo pensaba… bueno, que podrías querer hablar esta noche, también. Antes de que…, de que me fuera. —Alzó un dedo para impedir que el labio le temblara.
—¡Juraste que jamás me dejarías! —gritó Elena—. ¡Prometiste no hacerlo, por ningún motivo, por ningún período de tiempo, sin importar lo noble que fuera la causa!
—Pero…, Elena…, eso fue antes de que comprendiera…
—¡Sigues sin comprender! ¿Sabes qué…?
La mano de Stefan salió disparada para taparle la boca y le acercó los labios al oído.
—Am…, Elena. Estamos en tu casa. Tu tía…
Elena sintió que se le desorbitaban los ojos, aunque desde luego, subconscientemente, lo había sabido todo el tiempo. El aire de familiaridad. Aquella cama… era su cama, y la colcha era su adorada colcha dorada y blanca. Los obstáculos que había sabido cómo esquivar en la oscuridad; los golpecitos en su ventana… Estaba en casa.
Como un escalador que ha sorteado una zona rocosa que parecía imposible, y casi ha caído, Elena sintió una tremenda subida de adrenalina. Y fue eso —o, tal vez, simplemente el poder del amor que fluía por ella— lo que consiguió lo que tan torpemente había estado intentando alcanzar. Sintió que el alma se le expandía y abandonaba el cuerpo, e iba al encuentro de la de Stefan.
Quedó consternada por la desolación, rápidamente erradicada, que había en su espíritu, y el torrente de amor que inundó cada parte de él al entrar las mentes en contacto le dio una lección de humildad.
«¡Oh, Stefan! Sólo… di eso…, que puedes perdonarme, eso es todo. Si me perdonas puedo vivir. A lo mejor incluso puedes volver a ser feliz conmigo… si sólo le das un poco de tiempo.»
«Ya soy feliz contigo. Pero tenemos todo el tiempo del mundo», la tranquilizó Stefan. Pero ella captó la sombra de un sombrío pensamiento apartado a toda prisa. Él tenía todo el tiempo del mundo. Ella, no obstante…
Elena tuvo que reprimir una carcajada, pero a continuación agarró con fuerza a Stefan. «Mi mochila…, ¿la cogieron ellas? ¿Dónde está?»
«Justo al lado de tu mesilla de noche. Puedo alcanzarla. ¿La quieres?» Alargó el brazo en la oscuridad y alzó algo pesado y áspero y que no olía nada bien. Elena introdujo una mano frenética en su interior mientras seguía sujetando a Stefan con la otra.
«¡Sí! ¡Oh, Stefan, está aquí!»
Él empezaba a sospechar; pero sólo lo supo con certeza cuando ella sacó la botella con la etiqueta de Agua Evian y se la llevó a la mejilla. Estaba helada, a pesar de que la noche era templada y húmeda. Y mientras burbujeaba violentamente, brillaba de un modo como no lo hacía ninguna agua corriente.
«No era mi intención hacerlo —contó a Stefan, repentinamente preocupada de que él pudiera tomarla por una ladrona—. Al menos… no al principio. Sage me dijo que cogiera agua de la Fuente de la Juventud y la Vida Eternas. Desenterré una botella grande y esta pequeña, y sin saber cómo, metí la más pequeña en mi mochila; también habría puesto la grande, pero no cabía. Y ni siquiera volví a pensar en la pequeña hasta después de que me arrebataran mis Alas y mi telepatía.»
«Y fue una buena cosa —pensó Stefan—. Si te hubieran pescado…, ¡oh, mi dulce amor! —Sus brazos la apretaron tanto que los pulmones de Elena se quedaron sin aire—. ¡Así que por eso estabas de repente tan ansiosa por marcharte!»
—Cogieron casi todas las demás cosas sobrenaturales que había en mí —susurró ella, colocando los labios muy cerca de la oreja de Stefan—. Tengo que vivir con eso, y si me hubieran dado la posibilidad habría estado de acuerdo… por el bien de Fell's Church… si hubiera pensado con lógica…
Se interrumpió al reparar de improviso en que había estado, literalmente, fuera de sí. Había sido peor que una ladrona. Había intentado utilizar un ataque letal contra un grupo de personas —en su mayoría— inocentes. Y lo peor era que una parte de ella sabía que Damon habría comprendido su locura, en tanto que no estaba segura de que Stefan pudiera hacerlo alguna vez.
—Así que no tienes que convertirme en…, ya sabes —volvió a susurrar frenéticamente otra vez—. Un sorbo o dos de esto y podré estar contigo para siempre. Para siempre y… para…, para siempre…, Stefan… —Calló, intentando recuperar el aliento y el equilibrio mental.
La mano de él se cerró sobre la suya encima del tapón.
—Elena.
—No estoy llorando. Es porque soy feliz. Para siempre jamás, Stefan. Podemos estar juntos, sólo…, sólo nosotros dos…, para siempre.
—Elena, amor.
Utilizó la mano para impedir que la de ella hiciera girar el tapón.
—¿No… es lo que quieres?
Con el otro brazo, Stefan la atrajo con fuerza contra él. La cabeza de Elena cayó al frente sobre su hombro y él apoyó la barbilla en los rubios cabellos.
—Es lo que quiero más que nada. Estoy… aturdido, supongo. Lo he estado desde que… —Paró y volvió a probar—. Si tenemos todo el tiempo del mundo, tenemos mañana —dijo en una voz ahogada por cabellos de Elena—. Y mañana es tiempo suficiente para que empieces a considerarlo detenidamente, amor. Pero no esta noche. Esta noche es para…
Con un repentino arrebato de dicha, Elena comprendió.
—Estás hablando de… Damon.
Era sorprendente lo difícil que resultaba siquiera pronunciar su nombre. Casi parecía una violación, y sin embargo…
«Cuando pudo hablar…, de este modo…, durante un momento conmigo, me dijo qué quería —proyectó, y Stefan se agitó un poco en la oscuridad, pero no dijo nada—. Stefan, sólo quería una cosa antes de… irse. Era no ser olvidado. Eso es todo. Y nosotros somos los que más recordamos. Nosotros y Bonnie.»
En voz alta añadió:
—Jamás lo olvidaré. Y nunca permitiré que ninguna otra persona que lo conociera lo olvide… mientras yo viva.
Sabía que había hablado en voz demasiado alta, pero Stefan no intentó acallarla. Le recorrió un veloz estremecimiento y luego volvió a apretarla con fuerza contra él, con el rostro enterrado en sus cabellos.
«Recuerdo —envió a Elena— cuando Katherine le pidió que se uniera a ella; cuando estábamos los tres en la cripta de Honoria Fell. Recuerdo lo que él le dijo. ¿Lo recuerdas tú?»
Elena sintió cómo sus almas se entrelazaban mientras ambos veían la escena a través de los ojos del otro. «Desde luego, yo también lo recuerdo.»
Stefan suspiró, medio riendo. «Recuerdo intentar ocuparme de él más tarde en Florencia. No quería comportarse, ni siquiera se molestaba en influenciar a las muchachas de las que se alimentaba. —Otro suspiro—. Creo que en aquel momento quería que le cogieran. Ni siquiera podía mirarme a la cara y hablar de ti.»
«Hice que Bonnie os hiciera venir. Me aseguré de que consiguiera haceros venir a los dos aquí», le contó Elena. Las lágrimas habían vuelto a manar, pero despacio…, con suavidad. Tenía los ojos cerrados y notó cómo una tenue sonrisa le afloraba a los labios.
«¿Sabes?… —la voz mental de Stefan sonó sobresaltada, asombrada—, ¡recuerdo algo más! De cuando yo era muy pequeño, cuando tenía tal vez tres o cuatro años. Mi padre tenía muy mal genio, en especial justo después de que muriera mi madre. Y por entonces, cuando yo era pequeño, y mi padre estaba furioso y borracho, Damon se interponía deliberadamente entre nosotros. Decía algo odioso y…, bueno, mi padre acababa dándole una paliza a él en lugar de a mí. No sé cómo pude haber olvidado eso.»
«Yo sí —pensó Elena, recordando lo asustada que había estado de Damon al principio de convertirse él en humano, aun cuando él se había interpuesto entre ella y los vampiros que querían castigarla en la Dimensión Oscura—, poseía el don de saber exactamente qué decir…, cómo mirar…, qué hacer… para sacar de quicio a cualquiera.»
Pudo percibir cómo Stefan reía entre dientes, leve e irónicamente. «Un don, ¿verdad?»
«Bueno, lo cierto es que yo no podría hacerlo, y puedo manejar a la mayoría de personas —respondió Elena con suavidad—. No a él, no obstante. Nunca a él.»
Stefan añadió a continuación: «Sin embargo, Demon era casi siempre más amable con las personas débiles que con las fuertes. Siempre tuvo esa debilidad por Bonnie…». Entonces se interrumpió, como temiendo haberse aventurado demasiado cerca de algo sagrado.
Pero Elena ya había tomado posiciones. Le alegraba, le alegraba tanto que al final Damon hubiese muerto para salvar a Bonnie. Elena no necesitaba más pruebas de los sentimientos que Damon tenía por ella. Ella siempre amaría a Damon, y jamás permitiría que nada disminuyera aquel amor que ella sentía.
Y, de algún modo, parecía apropiado que Stefan y ella se sentaran en su antiguo dormitorio y hablaran de lo que recordaban de Damon en voz muy baja. Planeaba retomar el mismo tema con los demás al día siguiente.
Cuando por fin se durmió en los brazos de Stefan, pasaban varias horas de la medianoche.