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Entonces Meredith vio algo que no era humo ni fuego. Tan sólo un atisbo del marco de una puerta… y notó un diminuto soplo de aire fresco. Con aquella esperanza para sostenerla, correteó directamente hacia la puerta del patio trasero, arrastrando a Isobel tras ella.

Al cruzar el umbral, sintió una bendita agua fría que le caía sobre el cuerpo. Cuando tiró de Isobel para meterla bajo la lluvia de gotas, la muchacha efectuó el primer sonido voluntario que había emitido durante todo el viaje: un mudo sollozo de agradecimiento.

Las manos de Matt la ayudaban ya a seguir adelante, se hacían cargo del peso de Isobel. Meredith se puso en pie y describió un tambaleante círculo, luego cayó de rodillas. ¡Tenía los cabellos encendidos! Justo empezaba a recordar los simulacros de su infancia y las instrucciones: «detente, tírate al suelo y rueda», cuando sintió que dirigían la fría agua sobre ellos. El agua de la manguera le subió y bajó por el cuerpo y ella giró, disfrutando de la sensación de frescor, hasta que oyó que la voz de Matt decía:

—Las llamas se han apagado. Ahora estás bien.

—Gracias, Matt. Gracias. —Tenía la voz ronca.

—Oye, eres tú la que has tenido que recorrer todo el trecho hasta los dormitorios y de vuelta. Sacar a la señora Saitou ha sido muy fácil; el fregadero de la cocina estaba lleno de agua, así que en cuanto la he liberado de la silla de la cocina simplemente nos hemos mojado de pies a cabeza y hemos corrido afuera.

Meredith sonrió y miró rápidamente a su alrededor. Isobel se había convertido en su responsabilidad ahora. Con gran alivio, vio que la muchacha estaba siendo abrazada por su madre.

Y todo lo que había hecho falta fue la tonta elección entre una cosa —por valiosa que fuera— y una vida. Meredith contempló a la madre y a la hija y se sintió contenta. Podía hacer que le fabricasen otro bastón. Pero nada podía reemplazar a Isobel.

—Isobel me ha pedido que te diera esto —decía Matt en aquel momento.

Meredith se volvió hacia él, con la llameante luz dando al mundo un aspecto enloquecido, y por un momento no creyó lo que veían sus ojos. Matt le tendía el bastón de combate.

—Debe de haberlo arrastrado con la mano libre…, oh, Matt, y estaba casi muerta antes de que empezásemos a…

—Es tozuda —dijo Matt—. Como otra persona que conozco.

Meredith no estuvo muy segura de qué quería decir con aquello, pero sí sabía una cosa.

—Será mejor que vayamos al patio delantero. Dudo que el cuerpo de bomberos voluntarios vaya a aparecer. Además… Theo…

—Haré que se pongan en marcha. Tú explora el lado de la verja —dijo Matt.

Meredith se zambulló en el patio trasero, que estaba horrorosamente iluminado por la casa, engullida ahora por las llamas. Por suerte, el patio lateral no lo estaba. Meredith abrió la verja con un golpecito de bastón. Matt estaba justo detrás de ella, ayudando a la señora Saitou y a Isobel a avanzar.

Meredith pasó corriendo junto al incendiado garaje y luego se detuvo. Detrás de ella oyó un grito de horror. No había tiempo para intentar reconfortar a quienquiera que hubiese chillado, no había tiempo para pensar.

Las dos mujeres que peleaban estaban demasiado ocupadas para advertir su presencia… y Theo necesitaba ayuda. Inari era realmente como una Medusa ígnea, con el pelo retorciéndose a su alrededor en forma de serpientes flamígeras y humeantes. Únicamente la parte carmesí ardía y era esa parte la que utilizaba como un látigo; había usado una serpiente para arrebatarle el látigo de plata a Theo de la mano, y luego otra para rodear la garganta de Theo y tratar de asfixiarla. Theo intentaba desesperadamente arrancar el llameante dogal de su cuello.

Inari reía.

—¿Sufres, bruja insignificante? ¡Todo finalizará en segundos… para ti y para toda tu ridícula ciudad! ¡La Última Medianoche ha llegado por fin!

Meredith dirigió una veloz mirada atrás a Matt; y eso fue todo lo que hizo falta. Él corrió al frente, adelantándola, hasta llegar al espacio que había debajo de las dos mujeres que peleaban. Luego se inclinó ligeramente, ahuecando las manos una junto a la otra.

Y entonces Meredith corrió a toda velocidad, poniendo toda la energía que le quedaba en la corta carrera y guardando sólo la energía justa para saltar y poner un pie en las manos ahuecadas de Matt, y acto seguido sintió que se alzaba en el aire, justo a la distancia necesaria para que el bastón cercenara limpiamente la serpiente de cabello que estrangulaba a Theo.

Tras eso Meredith descendió en caída libre, y Matt intentó atraparla desde abajo. Aterrizó más o menos encima de él y ambos vieron lo que sucedió a continuación.

Theo, que estaba magullada y sangraba, apagó a manotazos una parte de su vestido que humeaba, y luego alargó una mano hacia el látigo de plata y éste voló al encuentro de sus dedos extendidos. Pero Inari no atacaba. Agitaba los brazos frenéticamente, como aterrada, y luego de improviso lanzó un chillido agudo: un sonido tan angustiado que Meredith inspiró bruscamente. Era un alarido de muerte.

Ante los ojos de todos, Inari volvía a convertirse en Obaa-san, en la consumida, indefensa mujer con aspecto de muñeca que Matt y Meredith conocían. Pero para cuando su cuerpo marchito golpeó el suelo, éste ya estaba rígido y muerto, y la expresión de su cara era de tal malicia impenitente que resultaba aterradora.

Fueron Isobel y la señora Saitou quienes avanzaron entonces para contemplar el cuerpo, sollozando aliviadas. Meredith las miró y luego alzó los ojos hacia Theo, que flotó lentamente en dirección al suelo.

—Gracias —dijo Theo con la más tenue de las sonrisas—. Me habéis salvado… una vez más.

—Pero ¿qué crees que le ha sucedido? —preguntó Matt—. ¿Y por qué no han venido Shinichi y Misao a ayudarla?

—Creo que deben de estar muertos, ¿no te parece? —La voz de Theo era queda por encima del rugido de las llamas—. En cuanto a Inari… tal vez alguien haya destruido su bola estrella. Me temo que yo no era lo bastante fuerte para derrotarla por mí misma.

—¡¿Qué hora es?! —gritó Meredith bruscamente, recordando.

Corrió al viejo coche, que seguía con el motor en marcha. El reloj del salpicadero mostraba las doce de la noche; justo la medianoche.

—¿Hemos salvado a la gente? —preguntó Matt con desesperación.

Theo giró la cabeza en dirección al centro de la ciudad. Durante casi un minuto permaneció quieta, como si escuchara algo. Por fin, cuando Meredith sentía que podría hacerse añicos por la tensión, volvió la cabeza otra vez y dijo con calma:

—La querida mamá, la abuela y yo somos una, ahora. Percibo a niños que están descubriendo que sostienen cuchillos…, y algunos de ellos, armas. Los percibo de pie en los dormitorios de sus dormidos padres, incapaces de recordar cómo han llegado allí. Y percibo a padres, ocultos en armarios, que hace unos instantes temían por sus vidas, que ven cómo caen las armas al suelo y los niños se desploman en los suelos de los dormitorios, sollozando y llenos de desconcierto.

—Lo hemos logrado, entonces. Tú lo has conseguido. La has contenido —jadeó Matt.

Todavía con suavidad y serenidad, Theo contestó: —Alguna otra persona…, muy lejos…, ha hecho mucho más. Sé que la ciudad necesita curar. Pero la abuela y mamá están de acuerdo. Gracias a ellos, ningún niño ha matado a sus progenitores esta noche, y ningún progenitor ha matado a sus hijos. La larga pesadilla de Inari y su Última Medianoche ha terminado.

Meredith, mugrienta y desaliñada como estaba, sintió que algo se alzaba y crecía en su interior, cada vez más grande, hasta que, no obstante toda su preparación, no pudo contenerse por más tiempo. Brotó de ella en un alarido exultante.

Descubrió que Matt también gritaba. Estaba tan sucio y desastrado como ella, pero la cogió por las manos y la hizo girar en una bárbara danza victoriosa.

Y era de veras divertido, dar vueltas y chillar como una criatura. A lo mejor… a lo mejor al intentar mantenerse calmada, al ser siempre la más adulta, se había perdido la esencia de la diversión, que siempre parecía como si tuviera alguna cualidad infantil en ella.

Matt no tenía problemas para expresar sus sentimientos, fuesen los que fuesen: infantiles, maduros, tozudos, felices. Meredith descubrió que admiraba eso, y también que hacía mucho tiempo que no había mirado realmente a Matt. Pero en aquellos momentos sintió una repentina oleada de ternura hacia él. Y pudo darse cuenta de que Matt sentía lo mismo respecto a ella. Como si nunca antes la hubiese contemplado como era debido.

Era el momento… en que se suponía que tenían que besarse. Meredith lo había visto tan a menudo en películas, y leído sobre ello en libros, que era casi un hecho.

Pero aquello era la vida, no era un relato. Y cuando llegó el momento, Meredith se encontró sujetando los hombros de Matt mientras él le sujetaba los suyos, y pudo ver que él pensaba exactamente lo mismo sobre el beso.

El momento se alargó…

Entonces, con una amplia sonrisa, el rostro de Matt mostró que sabía qué hacer. Meredith también. Ambos se acercaron más y finalmente se abrazaron. Sabían quiénes eran. Eran muy diferentes, amigos muy íntimos. Meredith esperó que siempre lo fueran.

Ambos se volvieron para mirar a Theo, y Meredith sintió una punzada en el corazón, la primera desde que había oído que habían salvado la ciudad. Theo cambiaba, y fue la expresión de su rostro mientras los observaba lo que le provocó la punzada a Meredith.

Tras aquel paréntesis de retorno a la juventud, y mientras contemplaba su apogeo, volvía a envejecer: se arrugaba, los cabellos se tornaban blancos en lugar de color plata iluminado por la luz de la luna. Por fin, fue una anciana que llevaba una gabardina cubierta de pedazos de papel.

—¡Señora Flowers!

A aquella persona sí que era totalmente inocuo y correcto besarla. Meredith rodeó con los brazos a la frágil anciana, alzándola en vilo emocionada. Matt se unió a ellas, y juntos la izaron por encima de sus cabezas. La transportaron de esta guisa hasta las Saitou, madre e hija, que contemplaban el fuego.

Allí, más serenos, la depositaron en el suelo.

—Isobel —pronunció Meredith—. ¡Cielos! Lo siento tanto… Tu casa…

—Gracias —dijo Isobel con su voz queda y un tanto inarticulada, y a continuación le dio la espalda.

Meredith se quedó helada. Incluso empezaba a lamentar la celebración, cuando la señora Saitou dijo:

—¿Sabéis que éste es el momento más importante en la historia de nuestra familia? Durante cientos de años, esa anciana kitsune (oh, sí, siempre he sabido lo que era) ha estado imponiéndose a humanos inocentes. Y durante los últimos tres siglos ha sido a mi familia de samuráis mikos a quienes ha aterrorizado. Ahora mi esposo podrá regresar finalmente a casa.

Meredith la miró, sobresaltada. La señora Saitou asintió.

—Intentó desafiarla y ella lo desterró de la casa. Desde el mismo momento en que Isobel nació, he temido por ella. Y ahora, por favor, perdonadla. Tiene problemas para expresar lo que siente.

—Sé lo que es eso —repuso Meredith en voz baja—. Iré a tener una pequeña charla con ella, si le parece bien.

Si alguna vez en su vida podía explicar a un compañero de viaje lo divertido que era divertirse, pensó, era en aquel momento.