35

Elena sentía como si no hubiese hecho otra cosa en toda su vida excepto andar bajo un umbroso dosel de ramas altas. No hacía frío allí, pero el ambiente era fresco. No estaba oscuro, pero había poca luz. En lugar de la constante luz carmesí del abotargado sol rojo de la primera Dimensión Oscura, caminaban bajo una penumbra constante. Resultaba inquietante mirar siempre arriba en busca del cielo y no ver nunca la luna —o lunas— o el planeta, que bien podría estar allí arriba. En lugar del cielo, no había otra cosa que ramas enmarañadas, a todas luces gruesas y enroscadas de un modo tan intrincado que ocupaban cada trozo de espacio arriba.

¿Estaba loca al pensar que a lo mejor estaban sobre aquella luna, la luna diminuta que brillaba como un diamante que podía verse desde el exterior de la Torre de Entrada del mundo de las tinieblas? ¿Era demasiado diminuta para tener una atmósfera? ¿Demasiado pequeña para disponer de una gravedad como era debido? Había advertido que se sentía más ligera allí y que incluso los pasos de Bonnie parecían bastante largos. ¿Podría ella…? Tensó las piernas, soltó la mano de Stefan, y saltó.

Fue un salto largo, pero no había llegado ni con mucho cerca del dosel de ramas entrelazadas de lo alto. Y tampoco aterrizó limpiamente sobre los dedos. Los pies salieron disparados al frente haciéndole perder el equilibrio sobre un mantillo de milenios y patinó sobre el trasero casi un metro, antes de que pudiera clavar dedos y pies y parar.

—¡Elena! ¿Estás bien?

Oyó gritar a Stefan y a Bonnie desde detrás de ella, y un veloz e impaciente: «¿Estás loca?» procedente de Damon.

—Intentaba dilucidar dónde estábamos poniendo a prueba la gravedad —dijo, levantándose por sí sola y sacudiéndose hojas de la parte posterior de los vaqueros, abochornada.

¡Maldita sea! Aquellas hojas le habían subido por la parte posterior de la camiseta, e incluso se le habían metido dentro de la camisola. El grupo había dejado la mayor parte de las pieles atrás en la Torre de Entrada, donde Sage las vigilaría, y Elena ni siquiera tenía ropas de recambio. Eso había sido una estupidez, se dijo con enojo ahora. Avergonzada, intentó andar y removerse al mismo tiempo, para sacar las hojas desmenuzadas del top. Finalmente tuvo que decir:

—Dadme un segundo. Chicos, ¿podríais daros la vuelta? Bonnie, ¿podrías regresar aquí y ayudarme?

Bonnie estuvo encantada de ayudar y Elena quedó asombrada ante el mucho tiempo que hizo falta para retirar la porquería de su propia espalda estremecida.

«La próxima vez que quieras una opinión científica, prueba a preguntar», observó la desdeñosa telepatía de Damon. Y en voz alta, éste añadió:

—Yo diría que hay un ochenta por ciento de la gravedad de la Tierra aquí y muy bien podríamos estar sobre una luna. No es significativo. Si Sage no nos hubiese ayudado con esta brújula, jamás seríamos capaces de encontrar el tronco del árbol…, al menos no a tiempo.

—Y recordad —dijo Elena— que la idea de que la bola estrella está cerca del tronco es sólo una conjetura. ¡Tenemos que mantener los ojos bien abiertos!

—Pero ¿qué deberíamos buscar?

En el pasado, Bonnie lo habría dicho con un gemido, pero ahora se limitó a preguntarlo en voz baja.

—Bueno… —Elena se volvió hacia Stefan—. Será brillante, ¿no es cierto? ¿En contraste con esta horrible penumbra?

—Esta horrible penumbra verde camuflaje —estuvo de acuerdo Stefan—. Debería tener el aspecto de una luz fuerte que varía levemente.

—Pero digámoslo así —repuso Damon, andando de espaldas con elegancia y mostrándoles su antigua sonrisa de 250 kilovatios por segundo—. Si no seguimos la sugerencia de Sage, jamás encontraremos el tronco. Si intentamos deambular al azar por este mundo, jamás encontraremos nada… tampoco el camino de vuelta. Y entonces no tan sólo Fell's Church, sino todos nosotros moriremos, en este orden. Primero, nosotros los dos vampiros romperemos con todo comportamiento civilizado, ya que la inanición…

—Stefan no lo hará —exclamó Elena, y Bonnie dijo:

—¡Eres tan malo como Shinichi, con sus «revelaciones» sobre nosotros!

Damon sonrió sutilmente.

—Si yo fuera tan malo como Shinichi, pajarito de cresta roja, ya estarías perforada como un cartón de zumo vacío… O estaría sentado allí con Sage, disfrutando de un poco de Magia Negra…

—Oíd, esto no lleva a ninguna parte —intervino Stefan.

Damon fingió compasión.

—A lo mejor tú tienes… problemas… en la zona de los colmillos, pero yo no, hermanito.

Mantuvo deliberadamente la sonrisa esta vez, de modo que todos pudieran ver los afilados dientes.

Stefan no picó el anzuelo.

—Y nos está retrasando…

—Incorrecto, hermanito. Algunos de nosotros hemos llegado a dominar el arte de hablar y caminar al mismo tiempo.

—¡Damon… déjalo! ¡Simplemente déjalo estar! —dijo Elena, frotándose la caliente frente con dedos helados.

Damon se encogió de hombros sin dejar de andar de espaldas.

—Sólo tenías que pedirlo —respondió, con tan sólo un levísimo énfasis en la primera palabra.

Elena no replicó. Se sentía febril.

No todo era andar en línea recta. Con frecuencia aparecían montículos enormes de raíces nudosas en su camino a los que había que trepar. A veces Stefan tenía que usar el hacha que llevaba en la mochila para crear puntos de apoyo para los pies.

Elena había acabado por odiar la media luz verde intensa más que cualquier otra cosa. Les gastaba malas pasadas a sus ojos, del mismo modo que el sonido ahogado de los pies sobre el suelo recubierto de hojas les gastaba malas pasadas a sus oídos. Se detuvo en varias ocasiones —y en una Stefan lo hizo— para decir:

—¡Hay alguien más aquí! ¡Siguiéndonos!

Cada vez, todos habían parado y escuchado con atención, y Stefan y Damon enviaron sondas telepáticas de Poder hasta donde pudieron alcanzar, en busca de otra mente; pero o bien ésta estaba tan bien camuflada como para ser invisible o no existía en absoluto.

Y entonces, después de que a Elena le pareciera como si llevara andando toda la vida, y que seguiría andando hasta el fin de la eternidad, Damon paró bruscamente. Bonnie, justo detrás de él, inhaló con fuerza. Elena y Stefan apresuraron el paso para ver qué sucedía.

Lo que Elena vio la hizo decir, con voz vacilante:

—Creo que a lo mejor hemos dejado atrás el tronco sin verlo y… hemos encontrado… el borde…

En el suelo frente a ella, y hasta donde podía ver, había la oscuridad tachonada de estrellas del espacio. Pero destiñendo la luz de las estrellas había un planeta enorme y dos lunas enormes, una de arremolinados tonos azules y blancos y la otra plateada.

Stefan le tenía cogida la mano, compartiendo el asombro con ella, y un hormigueo corrió por el brazo de la joven y por el interior de las rodillas, repentinamente débiles, sólo de sentir aquella suavidad sobre sus dedos.

Entonces Damon dijo en tono cáustico:

—Mirad arriba.

Elena lo hizo y lanzó una exclamación ahogada. Durante un solo instante su cuerpo estuvo completamente sin amarras. Stefan y ella se abrazaron automáticamente, y a continuación ella comprendió qué era lo que veían, tanto arriba como abajo.

—Es agua —dijo ella, con la vista fija en el estanque que se extendía ante ellos—. Uno de esos mares de agua dulce sobre los que nos habló Sage. Y no hay ni una ondulación en él. Ni un soplo de aire.

—Pero sí que parece como si estuviésemos en la luna más pequeña —dijo Stefan con suavidad, con una mirada engañosamente inocente mientras contemplaba a Damon.

—Sí, bueno, entonces hay algo sumamente pesado en el núcleo de esta luna pequeña, para permitir un ochenta por ciento de la gravedad que experimentamos normalmente, y para mantener tanta atmósfera; pero ¿a quién le importa la lógica? Es un mundo al que hemos llegado a través del mundo de las tinieblas. ¿Por qué tendría que ser aplicable la lógica? —Miró a Elena con ojos ligeramente entornados.

—¿Dónde está la tercera? ¿La chica seria?

La voz llegó desde detrás de ellos…, pensó Elena, que estaba —todos lo estaban— volviéndose para pasar de mirar una luz luminosa a una semioscuridad. Todo titilaba y bailaba ante los ojos de Elena.

Seria Meredith; risueña Bonnie; y

Elena con sus cabellos dorados.

Cuchichean y luego callan…

Conspiran y ya no me importa…

Pero debo tener a Elena, Elena la

de los Cabellos Dorados…

—¡Bueno, pues no me vas a tener! —gritó Elena—. Y ese poema es una total tergiversación, de todos modos. Lo recuerdo de mi clase de inglés de primer año. ¡Y tú estás loco!

Incluso a través de su cólera y miedo se preguntó por Fell's Church. Si Shinichi estaba allí, ¿podía provocar la Última Medianoche allí? ¿O podía Misao ponerla en marcha sólo con un lánguido ademán?

—Pero sí te tendré a ti, dorada Elena —dijo el kitsune.

Tanto Stefan como Damon habían sacado sus cuchillos.

—Ahí es precisamente donde te equivocas, Shinichi —dijo Stefan—. Nunca jamás volverás a tocar a Elena.

—Tengo que intentarlo. Os habéis llevado todo lo demás.

El corazón de Elena latía violentamente. «Si va a hablar de un modo que tenga sentido con alguno de nosotros, hablará conmigo», pensó.

—¿No deberías estar preparándote para la Última Medianoche, Shinichi? —le preguntó en tono amistoso, temblando interiormente por si acaso él decía: «Ya ha finalizado».

—Ella no me necesita. No quiso proteger a Misao. ¿Por qué debería ayudarla?

Por un momento Elena no pudo hablar. ¿Ella? ¿Qué ella?

Aparte de Misao, ¿qué otra ella estaba involucrada en todo aquello?

Damon había sacado una ballesta, con una saeta cargada en ella. Pero Shinichi se limitó a seguir divagando.

—Misao ya no podía moverse. Había puesto todo su poder dentro de su bola estrella, ¿sabes? Ya no reía ni cantaba… ya nunca tramaba cosas conmigo. Sencillamente…, permanecía sentada.»

Al final, me pidió que la introdujese dentro de mí. Pensaba que nos convertiríamos en uno de ese modo. Así que se disolvió y se fundió directamente conmigo. Pero no sirvió de nada. Ahora… apenas puedo oírla. He venido a por mí bola estrella. He estado usando su energía para viajar a través de las dimensiones. Si pongo a Misao dentro de mi bola estrella, se recuperará. Luego volveré a esconderla; pero no donde la dejé la última vez. La pondré más arriba, donde nadie más la encontrará jamás. —Pareció concentrarse en sus oyentes—. Así que supongo que somos Misao y yo quienes te hablamos justo ahora. Salvo que me siento tan solo; no la percibo en absoluto.

—No tocarás a Elena —dijo Stefan en voz baja.

Damon contemplaba sombrío al resto del grupo tras oír las palabras de Shinichi: «… la pondré más arriba…».

—Vamos, Bonnie, sigue moviéndote —añadió Stefan—. Tú también, Elena. Os seguiremos.

Elena dejó que Bonnie se adelantara algunos metros antes de decir telepáticamente: «No podemos dividirnos, Stefan: sólo hay una brújula».

«¡Cuidado, Elena! ¡Él podría oírte!», le llegó la voz de Stefan, y Damon añadió tajante: «¡Calla!».

—No te molestes en decirle que calle —dijo Shinichi—. Estáis locos si pensáis que no puedo coger vuestros pensamientos directamente de vuestras mentes. No pensaba que fueseis tan estúpidos.

—No somos estúpidos —replicó Bonnie con vehemencia.

—¿No? Entonces ¿descifrasteis los acertijos que os dejé?

—Este no es precisamente el momento para eso —soltó Elena.

Aquello fue un error, ya que provocó que Shinichi volviera a concentrarse en ella.

—¿Les contaste lo que piensas sobre la tragedia de Camelot, Elena? No, no creí que tuvieses el valor necesario. Se lo contaré yo, ¿quieres? Lo leeré tal y como lo pusiste en tu diario.

—¡No! ¡No puedes haber leído mi diario! ¡En todo caso… ya no es aplicable! —estalló ella.

—Veamos…, éstas son tus propias palabras. —Adoptó la voz de alguien que lee—. «Querido diario, uno de los acertijos de Shinichi era lo que yo pensaba de Camelot. Ya sabes, la leyenda del rey Arturo, la reina Ginebra y el caballero a quien amaba, Lancelot. Y aquí está lo que yo pensaba. Gran cantidad de personas inocentes murieron y fueron desdichadas porque tres personas egoístas (un rey, una reina y un caballero) no pudieron comportarse de un modo civilizado. No pudieron comprender que cuanto más amas, más cosas encuentras a las que amar. Pero aquellos tres no fueron capaces de ceder al amor y simplemente compartir; los tres…»

—¡Cállate! —chilló Elena—. ¡Cállate!

«Dios mío —dijo Damon—, mi vida acaba de superarme.»

«A mí me ha sucedido lo mismo.» Stefan sonó aturdido.

«Limitaos a olvidarlo todo —les dijo Elena—. Ya no es cierto. Stefan, soy tuya para siempre, y siempre lo he sido. Y justo ahora tenemos que deshacernos de este bastardo, y correr hacia el tronco.»

—Misao y yo solíamos hacer eso antes —repuso Shinichi—. Conversar a solas entre nosotros en una frecuencia especial. Tú desde luego eres una buena manipuladora, Elena, ya que eres capaz de evitar que se maten entre sí por ti.

—Sí, es una frecuencia especial que llamo la verdad —respondió Elena—. Pero no soy ni la mitad de buena manipuladora que Damon. Ahora atácanos o déjanos marchar. ¡Tenemos prisa!

—¿Atacaros?

Shinichi pareció reflexionar sobre la idea. Y a continuación, a tal velocidad que Elena no pudo seguirle la pista, fue a por Bonnie. A los vampiros, que habían estado esperando que intentara llegar hasta Elena, los cogió por sorpresa, pero Elena, que había visto el parpadeo de sus ojos en dirección a la joven más débil, se lanzaba ya a por él. El kitsune retrocedió tan deprisa que ella se encontró yendo a por sus piernas, pero entonces comprendió que tenía una posibilidad de hacerle perder el equilibrio, así que deliberadamente eligió darle un cabezazo en la rótula, al mismo tiempo que le clavaba profundamente el cuchillo en el pie.

«Perdóname, Bonnie», pensó, sabiendo lo que él haría. Era lo mismo que le había hecho hacer a su títere, Damon, cuando había tenido como rehenes a Elena y a Matt; salvo que no necesitaba una rama de pino para dirigir el dolor. Energía negra manó a chorros de las manos de Shinichi para penetrar en el cuerpo menudo de Bonnie.

Pero había otro factor que él no había tenido en cuenta. Cuando había hecho que Damon atacara a Matt y a Elena, él había tenido el buen sentido de mantenerse lejos de ellos mientras dirigía un dolor atroz al interior de sus cuerpos. En esta ocasión, había agarrado a Bonnie y la rodeaba con los brazos. Y Bonnie era una telépata excelente, en especial en lo referente a proyectar. Cuando la primera oleada de dolor atroz la golpeó, chilló… y redirigió el dolor hacia Shinichi.

Fue como completar un circuito. No es que le hiciera menos daño a Bonnie, pero cualquier cosa que Shinichi le hiciera lo sentía a su vez en su propio cuerpo, amplificado por el terror de Bonnie. Fue contra tal sistema con el que chocó Elena con todas las fuerzas de que disponía. Cuando su cabeza impactó contra la rodilla del kitsune, el hueso de ésta era lo más frágil de las dos cosas, y algo dentro de él crujió. Aturdida, Elena se concentró en retorcer el cuchillo que le había clavado a través del pie y al interior del suelo.

No habría funcionado de no haber tenido a dos vampiros sumamente ágiles justo detrás de ella. Puesto que Shinichi no cayó, ella no habría hecho más que colocar el cuello al nivel perfecto para que él lo partiera limpiamente.

Pero Stefan estaba sólo a una fracción de segundo justo detrás de ella, y la agarró y la sacó fuera del alcance de Shinichi antes de que el kitsune pudiera siquiera evaluar la situación como era debido.

—Suéltame —jadeó Elena a Stefan, decidida a hacerse con Bonnie—. He dejado mi cuchillo —añadió astutamente, hallando una razón más concreta para obligar a Stefan a dejarla regresar a la refriega.

—¿Dónde?

—En su pie, claro.

Pudo notar cómo Stefan intentaba no reír en voz alta.

—Creo que es un buen lugar donde dejarlo. Coge uno de los míos —añadió.

«Si ya habéis dado por terminada vuestra pequeña charla, podríais deshaceros de sus colas», les indicó la fría telepatía de Damon.

En aquel momento Bonnie perdió el conocimiento, pero con sus propios circuitos telepáticos totalmente abiertos aún y dirigidos de vuelta hacia Shinichi. Y Damon había entrado ya en modo ofensivo, como si no le importara en absoluto el bienestar de Bonnie, siempre y cuando pudiera llegar a través de ella hasta Shinichi.

Stefan, rápido como el ataque de una serpiente, fue a por una de las muchas colas que ahora oscilaban detrás de Shinichi, anunciando su tremendo Poder. La mayoría de ellas eran traslúcidas, y rodeaban la auténtica cola; la cola de carne y hueso que tenía todo zorro.

El cuchillo de Stefan efectuó un corte y una de las fantasmales colas cayó al suelo y luego desapareció. No hubo sangre, pero Shinichi lanzó un agudo lamento de rabia y dolor.

Damon, entretanto, atacaba implacable por delante. En cuanto Stefan hubo distraído al kitsune desde detrás, Damon acuchilló las dos muñecas de Shinichi: una rápidamente con el movimiento ascendente del arma, la otra justo igual de rápido al hacerla bajar. Luego fue a por un ataque al cuerpo justo en el momento en que Stefan, que sostenía a Elena como un bebé sobre la cadera, cercenaba otra cola fantasma.

Elena forcejeaba, seriamente preocupada porque Damon pudiera matar a Bonnie para llegar hasta Shinichi. ¡Y además, ella misma no estaba dispuesta a que la cargaran de un lado a otro como una maleta! Se había desprendido de todo manto civilizado y reaccionaba a partir de sus instintos más profundos: proteger a Stefan, proteger a Bonnie, proteger Fell's Church. Acabar con el enemigo. Apenas fue consciente de que en su alterado estado había hundido los por desgracia todavía humanos dientes en el hombro de Stefan.

Este hizo una leve mueca, pero le hizo caso. «¡De acuerdo! Intenta llegar a Bonnie, luego… trata de sacarla.»

La soltó justo cuando Shinichi giraba en redondo para ocuparse de él, canalizando el atroz dolor negro que, allá en la Tierra, había derribado a Matt y a Elena, presos de ataques de insoportable dolor, hacia Stefan.

Elena, recién soltada, descubrió que todo el mundo efectuaba una media vuelta, como para hacerle un favor, y de repente vio una oportunidad. Alargó las manos para intentar agarrar el cuerpo flácido de Bonnie, y Shinichi dejó caer a la muchacha menuda en sus brazos.

En la cabeza de Elena resonaban palabras:

«Llega hasta Bonnie. Intenta sacarla».

Bueno, ya tenía a Bonnie, y el propio sentido común le hizo dividir las dos órdenes de Stefan con otra:

«Aléjala de Shinichi. Ella es el rehén valioso».

Elena descubrió que casi podía chillar de rabia incluso en aquellos momentos. Tenía que mantener a Bonnie a salvo; pero eso significaba dejar a Stefan, al dulce Stefan, a merced de Shinichi. Se alejó como pudo con Bonnie —tan pequeña y ligera— y al mismo tiempo lanzó una mirada atrás a Stefan. Éste tenía el ceño levemente fruncido en concentración ahora, pero no tan sólo no estaba abrumado por el dolor, sino que seguía adelante con el ataque.

A pesar de que la cabeza de Shinichi ardía. Las brillantes puntas carmesí del negro pelo del kitsune llameaban, como si nada más pudiera expresar su animadversión y certeza de salir vencedor. El kitsune se estaba coronando con una guirnalda flamígera, con un halo infernal.

La furia de Elena ante aquello se transformó en escalofríos que le descendieron por la columna mientras contemplaba algo que la mayoría de personas jamás vivían para analizar: dos vampiros atacando juntos, en perfecta sincronización. El ataque poseía la ferocidad elemental de una pareja de rapaces o lobos, pero había también la imponente belleza de dos criaturas trabajando como un único cuerpo unificado. El distanciamiento en las expresiones de Stefan y Damon indicaba que era una pelea a muerte. El ocasional ceño fruncido de Stefan o la sonrisa despiadada de Damon querían decir que Shinichi enviaba su abrasador Poder siniestro a través de uno u otro de ellos. Pero no era con humanos débiles con los que jugaba el kitsune ahora. Ambos eran vampiros con cuerpos que curaban casi al instante, vampiros que además se habían alimentado hacía poco de ella: Elena. La extraordinaria sangre de la joven les proporcionaba energía.

«Así que ya soy una parte de esto —pensó Elena—. Los estoy ayudando en estos momentos.» Eso tendría que satisfacer la ferocidad que aquella pelea en la que todo valía le provocaba. Estropear la perfecta sincronización con la que los dos vampiros manejaban a Shinichi sería un crimen, en especial cuando Bonnie seguía flácida en sus brazos.

«Como humanas, las dos somos un estorbo —pensó—. Y Damon no vacilaría en decírmelo, aun cuando todo lo que yo quisiera fuese asestar un único golpe.»

«Bonnie, despierta, Bonnie —pensó a continuación—. Agárrate a mí. Cada vez estamos más lejos.»

Cogió a su menuda amiga por debajo de los sobacos y la arrastró. Retrocedió al interior de la penumbra verde oliva que se extendía en todas direcciones, y cuando tropezó con una raíz y accidentalmente cayó sentada, decidió que se había alejado suficiente, y maniobró con el cuerpo de Bonnie hasta tener a la joven en su regazo.

Luego posó ambas manos alrededor del pequeño rostro en forma de corazón de su amiga y pensó en las cosas más tranquilizadoras que pudo imaginar. Una fresca zambullida en Warm Springs allá en casa. Un baño caliente en casa de lady Ulma y luego un masaje a cuatro manos, yaciendo cómodamente sobre un diván de secado con el aroma de incienso floral alzándose a su alrededor. Un arrumaco con Sable en la salita de la señora Flowers. El hedonismo de dormir hasta tarde y despertar en su propia cama… con sus padres y hermana en la casa.

Mientras Elena pensaba esto último, no pudo evitar proferir una exclamación diminuta, y una lágrima cayó sobre la frente de Bonnie. Las pestañas de la muchacha aletearon.

—Oye, no estés triste —musitó—. ¿Elena?

—Te he cogido, y nadie va a volver a lastimarte. ¿Todavía te sientes mal?

—Un poco. Pero he podido oírte, en mi cabeza, y eso me ha hecho sentir mejor. Quiero un largo baño y una pizza. Y tener entre los brazos a la pequeña Adara. Casi habla, ¿sabes? Elena… ¡no me estás escuchando!

Elena no la escuchaba. Observaba el desenlace de la pelea entre Stefan, Damon y Shinichi. Los vampiros tenían al kitsune en el suelo ahora y peleaban sobre él como un par de polluelos sobre un gusano especialmente sabroso. O quizá como un par de crías de dragón; Elena no estaba segura de si los pájaros se siseaban unos a otros.

—¡Oh, no…, puaj!

Bonnie vio lo que Elena observaba y se desplomó, ocultando la cabeza en el hombro de su amiga. «De acuerdo —pensó Elena—. Lo entiendo. No existe nada de ferocidad en ti, ¿verdad, Bonnie? Hacer travesuras sí, pero nada parecido a la sed de matar. Y eso es bueno.»

Al mismo tiempo que ella pensaba eso, Bonnie se sentó muy tiesa de improviso, golpeando la barbilla de Elena, y señalando a lo lejos.

—¡Aguarda! —exclamó—. ¿Ves eso?

Eso era una luz muy brillante, que llameó con más intensidad cuando cada vampiro halló un lugar de su agrado en el cuerpo de Shinichi y mordieron a la vez.

—¡Quédate aquí —dijo Elena, en voz un poco pastosa, porque al chocar Bonnie con su barbilla, ella se había mordido accidentalmente la lengua.

Corrió de vuelta junto a los dos vampiros y los golpeó tan fuerte como pudo en las cabezas. Tenía que atraer su atención antes de que quedaran bloqueados en modo alimentación.

Como era lógico, Stefan se soltó primero, y luego la ayudó a retirar a Damon del derrotado enemigo.

Damon gruñó y empezó a pasear, sin apartar ni un momento los ojos de Shinichi mientras el vencido kitsune se incorporaba lentamente hasta quedar sentado. Elena advirtió que había gotas de sangre desperdigadas por todas partes, y a continuación la vio, metida en el cinturón de Damon, negra, con la punta carmesí, lacia y brillante: la cola auténtica de Shinichi.

La ferocidad desapareció… deprisa. Elena quiso ocultar la cabeza en el hombro de Stefan, pero en su lugar alzó la cara en busca de un beso, y Stefan la complació.

Luego Elena retrocedió de modo que formaran un triángulo alrededor de Shinichi.

—Ni se te ocurra atacar —dijo Damon en tono afable.

Shinichi efectuó un débil encogimiento de hombros.

—¿Atacaros? ¿Por qué molestarme? No tendréis nada a lo que regresar, incluso aunque yo muera. Los niños están reprogramados para matar. Pero… —con repentina vehemencia añadió—: desearía que no hubiésemos venido nunca a vuestra condenada ciudad… y desearía que no hubiésemos seguido nunca sus órdenes. ¡Desearía no haber dejado nunca que Misao se acercara a ella! Desearía que no hubiésemos…

Dejó de hablar de repente. No, fue más que eso, pensó Elena. Quedó paralizado, con los ojos muy abiertos y fijos.

—¡Oh, no! —susurró—. ¡Oh, no, no quería decir eso! ¡No quería decirlo! No me arrepiento de nada…

Elena tuvo la sensación de que algo iba hacia ellos a una velocidad tremenda, tan rápido, de hecho, que sólo tuvo tiempo para abrir la boca antes de que golpeara a Shinichi. Fuera lo que fuera, lo mató limpiamente y siguió adelante sin tocar a nadie más.

Shinichi cayó de bruces sobre la tierra.

—No te molestes —dijo Elena en voz muy baja, cuando Stefan se movió, de un modo reflejo, hacia el cadáver—. Está muerto. Se lo ha hecho él mismo.

—Pero ¿cómo? —inquirieron Stefan y Damon a coro.

—No soy la experta —respondió ella—. Meredith es la experta en esto. Pero me contó que a los kitsune sólo se los puede matar destruyendo su bola estrella, disparándoles con una bala bendecida… o mediante el «Pecado del Arrepentimiento». Meredith y yo no sabíamos qué significaba eso en aquel entonces; fue antes incluso de que fuésemos a la Dimensión Oscura. Pero creo que acabamos de verlo en vivo y en directo.

—¿Así que no puedes ser un kitsune y lamentar nada que hayas hecho? Eso… es duro —dijo Stefan.

—En absoluto —replicó Damon con sequedad—. Aunque, en caso de que hubiese funcionado en vampiros, sin duda tú habrías muerto permanentemente cuando despertaste en la cripta familiar.

—Hace tiempo —repuso Stefan, inexpresivo—, lamenté asestarte un golpe mortal, ya mientras me moría. Siempre has dicho que me siento demasiado culpable, pero ésa es una cosa que daría mi vida por poder retirar.

Hubo un silencio que se prolongó y prolongó. Damon iba al frente del grupo ahora, y nadie excepto Bonnie le podía ver el rostro.

Repentinamente, Elena agarró la mano de Stefan.

—¡Todavía tenemos una posibilidad! —le dijo—. ¡Bonnie y yo hemos visto algo brillante en esa dirección! ¡Corramos!

Elena y él adelantaron corriendo a Damon y Stefan agarró también la mano de Bonnie.

—¡Como el viento, Bonnie!

—Pero con Shinichi muerto…, bueno, ¿realmente tenemos que encontrar su bola estrella o la bola estrella más grande que existe o lo que sea que esté escondido en este lugar horrible? —preguntó Bonnie.

En una ocasión, habría gemido, pensó Elena. Ahora, a pesar de cualquier dolor que sintiera, corría.

—Tenemos que encontrarla, me temo —respondió Stefan—. Porque, por lo que él dijo, Shinichi no se encontraba en lo alto del escalafón después de todo. Tanto él como su hermana trabajaban para alguien, alguien del sexo femenino. Y quienquiera que ella sea, podría estar atacando Fell's Church en este mismo instante.

—Las probabilidades acaban de cambiar —dijo Elena—. Tenemos un enemigo desconocido.

—Pero con todo…

—Todo —dijo Elena— está en el aire.