Elena esperaba que la niebla se dispersara. Había llegado como siempre, poco a poco, y ahora ella se preguntaba si se marcharía alguna vez, o si en realidad era otra prueba. Por lo tanto, cuando de improviso advirtió que podía ver la camisa de Stefan frente a ella, sintió que el corazón le daba un salto de alegría. No había estropeado nada, últimamente.
—¡Puedo ver! —dijo Stefan, tirando de ella para colocarla a su lado. Y luego, en un susurro—: Voilà…
—¡¿Qué, qué?! —gritó Bonnie, brincando al frente.
Y luego también ella se detuvo.
Damon no saltó. Caminó pausadamente. Pero Elena se volvía hacia Bonnie en aquel momento, y vio su rostro cuando él lo vio.
Frente a ellos había una especie de pequeño castillo, o gran entrada con agujas que perforaban las nubes bajas que flotaban sobre ella. Había alguna clase de escritura sobre las enormes puertas negras de aspecto catedralicio de la parte delantera, pero Elena no había visto nunca nada parecido a los garabatos de aquella lengua extranjera, fuese la que fuese.
A ambos lados del edificio había muros negros casi tan altos como las espiras. Elena miró a izquierda y derecha y advirtió que desaparecían sólo allí donde se perdían de vista. Y sin magia, sería imposible volar por encima de ellos.
Lo que el chico y la chica de la historia habían hallado tan sólo tras seguir los muros durante días, ellos lo tenían justo delante.
—Es la Torre de Entrada de los Siete Tesoros, ¿verdad, Bonnie? ¿Verdad? ¡Mira! —gritó Elena.
Bonnie miraba ya, con ambas manos apretadas contra el corazón, y por una vez sin una palabra que decir. Mientras Elena observaba la muchacha menuda cayó de rodillas sobre la fina nieve en polvo. Pero Stefan contestó. Alzó a Bonnie y a Elena a la vez y las hizo girar a ambas.
—¡Lo es! —dijo.
Justo cuando Elena decía «¡Lo es!» y Bonnie, la experta, jadeaba: «¡Oh, realmente, realmente lo es!», con lágrimas congelándosele en las mejillas.
Stefan acercó los labios al oído de Elena.
—Y sabes lo que eso significa, ¿verdad? Si eso es la Torre de Entrada de los Siete Tesoros, ¿sabes dónde estamos en estos momentos?
Elena trató de hacer caso omiso de la sensación cálida y hormigueante que salió disparada hacia arriba desde las plantas de sus pies al sentir el aliento de Stefan en el oído. Intentó concentrarse en la pregunta.
—Mira arriba —sugirió Stefan.
Elena lo hizo… y lanzó una exclamación ahogada.
Por encima de ellos, en lugar de un banco de niebla o la incesante luz carmesí de un sol que nunca dejaba de ponerse, había tres lunas. Una era enorme, cubría tal vez una sexta parte del cielo y brillaba con remolinos blancos y azules, nebulosa en los bordes. Justo frente a ella había una hermosa luna plateada que era al menos tres cuartos de su tamaño.
Por último, había una luna diminuta en una órbita alta, blanca como un diamante, que parecía mantener deliberadamente las distancias con las otras dos. Todas ellas estaban en cuarto creciente y proyectaban una luz suave y relajante sobre la nieve intacta que rodeaba a Elena.
—Estamos en el mundo de las tinieblas —dijo Elena, estremecida.
—Vaya… Es exactamente igual que en la historia —dijo Bonnie con un grito ahogado—. Exactamente igual. ¡Incluso la escritura! ¡Incluso la cantidad de nieve!
—¿Exactamente cómo en la historia? —preguntó Stefan—. ¿Incluida la fase de las lunas?
—Exactamente igual.
Stefan asintió.
—Lo imaginaba. Esa historia era una precognición que se te concedió con el propósito de ayudarnos a encontrar la bola estrella más grande que se haya creado jamás.
—¡Bien, entremos! —exclamó Bonnie—. ¡Estamos perdiendo tiempo!
—De acuerdo; pero todo el mundo alerta. No queremos que nada salga mal ahora —dijo Stefan.
Entraron en la Torre de Entrada de los Siete Tesoros en el siguiente orden: Bonnie, quien descubrió que las enormes puertas negras se abrían de par en par con sólo tocarlas, pero que no podía ver nada, deslumbrada como estaba por la brillante luz solar del exterior; Stefan y Elena, cogidos de la mano; y Damon, quien aguardó fuera un buen rato con la esperanza, pensó Elena, de que se le considerara «un grupo diferente».
Entretanto, los demás recibían la más agradable de las sorpresas desde que les habían cogido las llaves maestras a los kitsune.
—¡Sage… Sage! —gritó Bonnie con voz estridente en cuanto sus ojos se adaptaron—. ¡Oh, mira, Elena, es Sage! Sage, ¿cómo estás? ¿Qué haces aquí? ¡Oh, es tan fantástico verte!
Elena pestañeó dos veces, y por fin consiguió enfocar el oscuro interior de la habitación octagonal. Rodeó la única pieza de mobiliario de la habitación, el gran escritorio del centro.
—Sage, ¿sabes cuánto tiempo parece que hace? ¿Te enteraste de que a Bonnie estuvieron a punto de venderla como esclava en una subasta pública? ¿Te enteraste de lo de su sueño?
Sage tenía el mismo aspecto que siempre había tenido a los ojos de Elena. El cuerpo bronceado y espectacular, como un modelo para un Titán, el pecho desnudo y los pies descalzos, los Levi's negros, las largas marañas en espiral de pelo color bronce, y los extraños ojos color bronce que podían cortar acero o ser tan tiernos como los de un corderito.
—Mes deux petits chatons —decía ya Sage—. Mi dos gatitas, me habéis dejado estupefacto. He estado siguiendo vuestras aventuras. Al Guarda de la Puerta no se le proporciona demasiada diversión y no se le permite abandonar esta fortaleza, pero fuisteis de lo más valientes y divertidas.Je vous felicite. —Besó primero la mano de Elena y luego la de Bonnie; después abrazó a Stefan con el beso latino en las dos mejillas. A continuación volvió a tomar asiento.
Bonnie se encaramó al regazo de Sage como si fuera una auténtica gatita.
—¿Cogiste la bola estrella de Misao que estaba llena de Poder? —quiso saber, arrodillándose sobre su muslo—. ¿Usaste la mitad de ella, quiero decir? ¿Para regresar aquí?
—Mais oui, lo hice. Pero también dejé a madame Flowers un pequeño…
—¿Sabes que Damon usó la otra mitad para volver a abrir el Portal? ¿Y que yo también caí por él, aun cuando él no me quería con él? ¿Y que debido a eso casi me vendieron como esclava? ¿Y qué Stefan y Elena tuvieron que venir tras de mí, para asegurarse de que estaba bien? ¿Y que de camino aquí Elena casi se cayó del puente, y que no estamos seguros de si los thurgs conseguirán sobrevivir? ¿Y sabes que en Fell's Church la Última Medianoche se acerca, y nosotros no sabemos…?
Stefan y Elena intercambiaron una mirada larga y significativa y entonces Stefan dijo:
—Bonnie, tenemos que hacerle a Sage una pregunta de lo más importante. —Miró a Sage—. ¿Tenemos la posibilidad de salvar Fell's Church? ¿Disponemos de suficiente tiempo?
—Eh bien. Por lo que yo puedo deducir del vórtice cronológico, tenéis suficiente tiempo y un poco de sobra. Suficiente para una copa de Magia Negra para despedirnos. ¡Pero después de eso, nada de entretenerse!
Elena se sintió como un trozo de papel arrugado al que habían estirado y alisado. Inspiró largamente. Podían hacerlo. Eso le permitió recordar los modales civilizados.
—Sage, ¿cómo quedaste atrapado aquí tan lejos? ¿O nos estabas esperando?
—Hélas, no; estoy destinado aquí como castigo. Recibí un Requerimiento Imperial que no podía ignorar, mes amis. —Suspiró y añadió—: Simplemente vuelvo a estar En Desgracia. Así que ahora soy el embajador en el mundo de las tinieblas, como veis. —Agitó una mano lánguidamente para indicar toda la habitación—. Bienvenue.
Elena tuvo una sensación de tiempo que transcurría, de minutos preciosos que se perdían. Pero a lo mejor el mismo Sage haría algo por Fell's Church.
—¿Realmente tienes que permanecer aquí dentro?
—Ciertamente, hasta que mon père…, mi padre… —Sage pronunció la palabra con ferocidad y resentimiento— se ablande y se me permita regresar a la Corte Infernal, o, mucho mejor, seguir mi propio camino sin regresar jamás. Al menos hasta que alguien se compadezca de mí y me mate. —Paseó una inquisitiva mirada por el grupo, luego suspiró y dijo—:Sable y Garra, ¿están bien?
—Lo estaban cuando nos fuimos —respondió Elena, muñéndose por seguir adelante con lo que realmente los llevaba allí.
—Bien —dijo Sage, mirándola con afabilidad—, pero todo tu grupo debería estar aquí dentro para la visita, ¿no?
Elena dirigió una mirada a las puertas y luego otra vez a Stefan, pero Sage llamaba ya… tanto con la voz como telepáticamente:
—Damon,mon poussinet, ¿no quieres entrar a reunirte con tus camaradas?
Hubo una larga pausa, y entonces las puertas se abrieron y un Damon de semblante sumamente hosco entró. No quiso responder al amistoso «Bienvenu» de Sage, diciendo en su lugar:
—No he venido hasta aquí a hacer vida social. Quiero ver los tesoros a tiempo para salvar Fell's Church. No me he olvidado de la condenada ciudad de paletos, aun cuando todos los demás lo hayan hecho.
—Alors maintenant —repuso Sage, con expresión herida—. Todos habéis pasado las pruebas que habéis encontrado en vuestro camino y podéis contemplar los tesoros. Incluso podéis volver a usar magia, aunque no estoy seguro de que os vaya a ayudar. Todo depende de qué tesoro busquéis.Felicitations!
Todo el mundo excepto Damon efectuó algún gesto de embarazo.
—Ahora —prosiguió Sage—, debo mostraros cada puerta antes de que podáis elegir. Intentaré ser rápido, pero sed cautos, s'il vous plaît. Una vez que elijáis un tesoro, ésa es la única puerta que se volverá a abrir para cualquiera de vosotros.
Elena se encontró intentando aferrar con fuerza la mano de Stefan —que ya se alargaba hacia la suya— mientras una a una las puertas brillaban con una tenue luz plateada.
—Detrás de vosotros —dijo Sage— está justo la puerta por la que habéis entrado para acceder a esta habitación, ¿sí? Pero junto a ella, ah…
Una puerta se iluminó para mostrar una caverna increíble. Increíble debido a todas las piedras preciosas que yacían en el suelo o sobresalían de las paredes de la cueva. Rubíes, diamantes, esmeraldas, amatistas…, cada gema tan grande como el puño de Elena, amontonadas en grandes pilas esperando a ser cogidas.
—Es hermoso, pero… no, ¡desde luego! —dijo ella con firmeza, y alargó el brazo para posar una mano sobre el hombro de Bonnie.
La puerta siguiente se iluminó, luego se iluminó más de modo que pareció desaparecer.
—Y aquí —suspiró Sage— está el famoso paraíso kitsune.
Elena pudo percibir cómo los ojos se le abrían de par en par. Era un día soleado en el parque más hermoso que había visto nunca. En segundo plano, una cascada pequeña manaba al interior de un arroyo, que descendía por una colina llena de vegetación, mientras que directamente frente a ella había un banco de piedra, justo del tamaño para dos personas, bajo un árbol que parecía un cerezo en plena floración.
Volaban flores en una brisa que agitaba otros cerezos y melocotoneros próximos… provocando una lluvia de pétalos del color del amanecer. Aunque Elena sólo había visto el lugar un instante, ya le resultaba familiar. Simplemente podía caminar a su interior…
—¡No, Stefan!
Tuvo que tocarle el brazo, pues él ya se dirigía directamente al interior del jardín.
—¿Qué? —dijo él, sacudiendo la cabeza como alguien que sueña—. No sé qué ha sucedido. Sencillamente parecía como si me dirigiese a un antiguo, antiguo hogar… —La voz se le quebró—. Sage, sigue, ¡por favor!
La puerta siguiente se iluminaba ya, mostrando una escena en la que aparecía una hilera tras otra de botellas de vino Magia Negra Clarion Loess. A lo lejos, Elena pudo discernir un viñedo con uvas exquisitas colgando pesadamente, una fruta que jamás vería la luz del sol hasta ser convertida en el famoso caldo.
En aquellos momentos, todos bebían a sorbos de sus copas de Magia Negra, de modo que fue fácil decir «no» incluso a las suculentas uvas.
A medida que la siguiente puerta se iluminaba Elena se oyó lanzar una exclamación. Era un luminoso mediodía. Creciendo en un campo hasta donde le alcanzaba la vista, había matas altas repletas de rosas de tallo largo… cuyas flores eran de un negro aterciopelado.
Sobresaltada, vio que todo el mundo miraba a Damon, que había dado un paso hacia las rosas como sin querer. Stefan alargó un brazo, cerrándole el paso.
—No las he visto muy de cerca —dijo Damon—, pero creo que son iguales a la que… destruí.
Elena se volvió hacia Sage.
—Son las mismas, ¿verdad?
—Pues sí —respondió él con semblante entristecido—. Son todas rosas Medianoche, noir pur; de la clase de la que había en el ramo del kitsune. Pero éstas son todas inocuas. Los kitsune son los únicos que pueden ponerles hechizos… como la eliminación de la maldición de ser un vampiro.
Hubo un suspiro general de decepción entre los que le escuchaban, pero Damon se limitó a mostrar un semblante más hosco. Elena estaba a punto de hablar, para decir que no deberían hacer pasar a Stefan por aquello, cuando sintonizó con las palabras de Sage y la puerta siguiente, y sintió una oleada de simple y egoísta anhelo.
—Supongo que la llamaríais«La Fontaine de la Juventud y la Vida Eternas» —dijo Sage.
Elena pudo ver una fuente muy ornamentada de la que brotaba agua, con el chorro efervescente de la parte superior creando un arco iris. Mariposas pequeñas de todos los colores volaban a su alrededor, posándose en las hojas del emparrado que la acunaba con su verdor.
Meredith, con su ecuanimidad y sencilla lógica, no estaba allí, de modo que Elena clavó las uñas en las palmas de las manos y gritó: «¡No! ¡La siguiente!», con toda la rapidez y energía que le fue posible.
Sage volvía a hablar y se obligó a escucharlo.
—La flor Radhika Real, que según dicen las leyendas fue robada de la Corte Celestial hace muchos milenios. Cambia de forma.
Algo muy sencillo de decir…, pero el hecho de verlo era…
Elena contempló atónita cómo una docena aproximada de gruesos tallos enroscados, coronados por espléndidos lirios cala blancos, temblaban levemente. Al instante siguiente contemplaba un racimo de violetas con hojas aterciopeladas y una gota de rocío brillando en un pétalo. Al cabo de un momento, los tallos estaban coronados por dragoncillos de radiante color malva; con la gota de rocío todavía en su lugar. Antes de que pudiera recordar no alargar la mano y tocarlos, los dragoncillos se habían convertido en rosas de un rojo intenso y totalmente abiertas. Cuando las rosas pasaron a ser alguna exótica flor dorada que Elena no había visto nunca, la muchacha tuvo que volverse de espaldas.
Se encontró chocando contra un duro y masculino pecho desnudo mientras se obligaba a pensar de un modo realista. La Medianoche se acercaba…, y no en la forma de una rosa. Fell's Church necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir y allí estaba ella contemplando flores.
Bruscamente, Sage la alzó del suelo con un balanceo, y dijo:
—Vaya tentación, en especial para una amante de la beauté como tú, belle madame. ¡Qué norma tan estúpida impedirte coger solamente un capullo! Pero hay algo aún más elevado y más puro que la belleza, Elena. Tú, tú llevas su nombre. ¡En griego antiguo, Elena significa «luz»! La oscuridad se acerca deprisa… ¡la Ultima, Eterna, Medianoche! La belleza no frenará su avance; es una bagatela, una baratija, inútil en tiempos catastróficos. Pero la luz, Elena, ¡la luz vencerá a la oscuridad! Lo creo como creo en tu valor, tu honestidad y tu tierno y afectuoso corazón.
Dicho eso, la besó en la frente y la depositó en el suelo.
Elena estaba aturdida. De todas las cosas que sabía, la que mejor sabía era que no podía derrotar a la oscuridad que se aproximaba; no ella sola.
—Pero no estás sola —susurró Stefan, y advirtió que lo tenía justo al lado, y que debía de estar totalmente abierta, proyectando sus pensamientos con la misma claridad que si hablara.
—Todos estamos aquí contigo —dijo Bonnie en una voz que era el doble de su tamaño—. No nos asusta la oscuridad.
Hubo una pausa mientras todo el mundo trataba de no mirar a Damon. Por fin, él dijo:
—De algún modo me convencieron para participar en esta insensatez; sigo preguntándome cómo sucedió. Pero he llegado hasta aquí y no voy a dar media vuelta ahora.
Sage se volvió hacia la última puerta y ésta se iluminó. No en exceso, de todos modos. Parecía la sombreada parte de debajo de un árbol muy grande. Lo que era curioso, no obstante, era que no había nada en absoluto creciendo a sus pies. Ni helechos ni matorrales ni plantones, ni siquiera las, por lo general, omnipresentes plantas trepadoras y malas hierbas. Había unas cuantas hojas muertas en el suelo, pero aparte de eso no había más que tierra.
Sage explicó:
—Un planeta con tan sólo una forma corpórea de vida sobre él. El Gran Árbol que cubre todo un mundo. La copa lo cubre todo excepto los lagos naturales de agua dulce que necesita para sobrevivir.
Elena miró al centro del crepuscular mundo.
—Hemos llegado tan lejos, y quizá juntos…, quizá podamos hallar la bola estrella que salvará nuestra ciudad.
—¿Es ésta la puerta que elegís? —preguntó Sage.
Elena miró al resto del grupo. Todos parecían aguardar su confirmación.
—Sí…, y en seguida. Tenemos que darnos prisa.
Hizo un ademán como para dejar su copa y ésta desapareció. Le dio las gracias a Sage con una sonrisa.
—En un sentido estricto, no debería daros ninguna ayuda —dijo él—. Pero si tenéis una brújula…
Elena tenía una, que estaba siempre balanceándose fuera de su mochila porque no dejaba de intentar interpretarla.
Sage tomó la brújula en su mano y trazó levemente una línea sobre ella. Devolvió la brújula a Elena y ésta descubrió que la aguja ya no señalaba al norte, sino en un ángulo nordeste.
—Seguid la flecha —dijo él—. Os llevará al tronco del Gran Árbol. Si yo tuviera que adivinar dónde encontrar la bola estrella más grande, iría en esta dirección. ¡Pero tened cuidado! Otros han probado este sendero. Sus cuerpos han alimentado al Gran Árbol… como fertilizante.
Elena apenas oyó las palabras. La había aterrado la idea de registrar todo un planeta en busca de una bola estrella. Desde luego, podría ser un mundo muy pequeño, como…, como…
«¿Como la pequeña luna parecida a un diamante que has visto sobre el mundo de las tinieblas?»
La voz en la mente de Elena era a la vez familiar y no lo era. Echó una ojeada a Sage, que sonrió. Luego paseó la mirada por la habitación. Todos parecían estar aguardando a que diera el primer paso.
Lo dio.