31

Elena despertó sintiéndose agarrotada y apretujada. Pero eso no era ninguna sorpresa. Parecía tener encima a otras tres personas.

«¿Elena? ¿Puedes oírme?»

«¿Stefan?»

«¡Sí! ¿Estás despierta?»

«Estoy toda apretujada… y tengo calor.»

Una voz distinta los interrumpió. «Sólo danos un momento y ya no te sentirás apretujada.» Elena notó cómo Damon se apartaba. Bonnie rodó al lugar que él había dejado.

Pero Stefan permaneció aferrado a ella un momento. «Elena, lo siento. Ni siquiera me di cuenta de en qué estado te encontrabas. Gracias a Dios que estaba Damon. ¿Puedes perdonarme?»

A pesar del calor, Elena se acurrucó más contra él. «Si tú puedes perdonarme por poner a todo el grupo en peligro. Lo hice, ¿verdad?»

«No lo sé. No me importa. Todo lo que sé es que te amo.»

Pasaron varios minutos antes de que Bonnie despertara. Entonces dijo débilmente:

—¡Eh! ¿Qué es lo que haces en mi cama?

—Salir de ella —respondió Elena, e intentó rodar a un lado y ponerse en pie.

El mundo se tambaleaba. Ella se tambaleaba… y estaba magullada. Pero Stefan no estaba nunca a más de unos pocos centímetros de distancia, sosteniéndola, enderezándola cuando perdía el equilibrio. La ayudó a vestirse sin hacerla sentir como un bebé, y también examinó su mochila, que por suerte no había ido a parar al agua, y luego sacó de ella todas las cosas pesadas, que colocó en su propia mochila.

Elena se sintió mucho mejor después de que le dieran algo de comida, y tras ver a los thurgs —los dos— comiendo también; bien alargando las enormes trompas dobles para partir pedazos de madera de los desnudos árboles, o apartando nieve para localizar pastos secos debajo. Estaba claro que no iban a morir después de todo.

Elena sabía que todo el mundo la observaba para juzgar si estaba o no en condiciones de hacer nada más aquel día. Terminó a toda prisa de beberse el té, calentado sobre un fuego hecho con excrementos, e intentó ocultar que las manos le temblaban. Tras obligarse a engullir un poco de cecina, dijo con su voz más alegre:

—¿Y qué viene ahora?

«¿Cómo te sientes?», le preguntó Stefan.

—Un poco dolorida, pero estaré perfectamente. Imagino que todo el mundo espera que tenga una pulmonía, pero ni siquiera tengo tos.

Damon, tras una ojeada a Stefan con los ojos entornados, tomó las dos manos de la muchacha y la miró con atención. Ella no pudo —no osó— cruzar la mirada con él, así que la concentró en Stefan, que la contemplaba consolador.

Por fin Damon soltó bruscamente las manos de Elena.

—He penetrado todo lo que he podido. Deberías saber lo adentro que es —añadió a Stefan—. Está sana, el hocico está húmedo y el pelaje brillante.

Stefan pareció como si fuera a darle un buen puñetazo, pero Elena le tomó la mano para tranquilizarlo.

—Gozo de buena salud —dijo—. Así que eso son dos votos para que siga adelante para salvar Fell's Church.

—Siempre he creído en ti —repuso Stefan—. Si crees que puedes seguir, es que puedes seguir.

Bonnie sorbió por la nariz.

—Pero hazme el favor: no corras más riesgos, ¿de acuerdo? —dijo—. Me has asustado.

—Lo siento de verdad —repuso Elena con ternura, sintiendo el vacío de la ausencia de Meredith; Meredith sería una gran ayuda para las dos en aquellos momentos—. Bueno, ¿qué, continuamos? ¿Y en qué dirección vamos? Estoy desorientada.

Damon se irguió.

—Creo que simplemente seguiremos en línea recta. El sendero es estrecho a partir de aquí…, y ¿quién sabe cuál será la siguiente prueba?

El sendero era estrecho… y neblinoso. Al igual que antes, empezó con velos vaporosos y acabó cegándolos. Elena dejó que Stefan, con sus reflejos de felino, fuera delante, y se agarró a su mochila. Detrás de ella, Bonnie se le aferraba como un abrojo. Justo cuando Elena pensaba que iba a chillar si tenía que seguir viajando a través del blanco manto durante mucho más tiempo, la niebla se alzó.

Estaban cerca de la cima de una montaña.

Elena salió corriendo en pos de Bonnie, que había apresurado el paso al frente al ver aire transparente. Fue justo lo bastante veloz para agarrar la mochila de Bonnie y tirar hacia atrás de la joven cuando ésta llegaba al lugar donde terminaba el terreno.

—¡Ni hablar! —exclamó Bonnie, dando lugar a un clamoroso eco que ascendió desde abajo—. ¡De ningún modo voy a cruzar eso!

«Eso» era un abismo con un puente muy estrecho tendido de un lado a otro.

El abismo era de un blanco helado a cada extremo en la parte superior, pero cuando Elena agarró los gélidos postes de metal del puente y se inclinó un poco al frente pudo ver azules y verdes gélidos en el fondo. Un viento helado le azotó el rostro.

La distancia entre aquel trozo del mundo y el siguiente trozo que se alzaba justo frente a ellos era de unos cien metros.

Elena dirigió la mirada de las oscuras profundidades al delgado puente, que estaba hecho de listones de madera y tenía la anchura justa para permitir el paso de una persona. Lo sostenían aquí y allí cuerdas que discurrían hasta los extremos del abismo y estaban hundidas mediante postes de metal en la helada roca desnuda.

Hacia el centro, descendía de golpe magníficamente y luego volvía a ascender. Incluso mirarlo producía a la vista una especie de minirrecorrido emocionante. El único problema era que no incluía un cinturón de seguridad, un asiento, dos barandillas y un guía uniformado diciendo: «¡Mantengan manos y pies dentro de la atracción en todo momento!». Sí tenía una única cuerda delgada, hecha con una enredadera entrelazada, a la que sujetarse en el lado izquierdo.

—Mirad —decía en aquel momento Stefan, con una voz tan sosegada y resuelta como Elena no le había oído nunca—, podemos cogernos unos a otros. Podemos avanzar en fila india, muy despacio…

—¡NOOO! —Bonnie puso en aquella única palabra un alarido psíquico que casi ensordeció a Elena—. ¡No, no, no, no, NO! ¡No lo comprendéis! ¡No puedo HACERLO! —Arrojó su mochila al suelo.

Luego empezó a reír y a llorar al mismo tiempo en un auténtico ataque de histerismo. Elena sintió el impulso de arrojarle agua a la cara, y un impulso aún más fuerte de tirarse al suelo junto a Bonnie y chillar: «¡Yo tampoco puedo hacerlo! ¡Es de locos!». Pero ¿de qué serviría?

Al cabo de unos minutos Damon hablaba en voz baja con Bonnie, sin mostrarse afectado por el arrebato. Stefan paseaba en círculos. Elena pensaba en un plan A, mientras un vocecita salmodiaba dentro de su cabeza: «No puedes hacerlo, no puedes hacerlo, no puedes hacerlo, tú tampoco».

No era más que una fobia. Y probablemente podrían enseñar a Bonnie a superarla… si, digamos, dispusieran de un año o dos.

Stefan, en uno de sus recorridos circulares cerca de ella, dijo:

—¿Y qué tal se te dan a ti las alturas, cariño?

Elena decidió poner al mal tiempo buena cara.

—No lo sé. Creo que puedo hacerlo.

Stefan pareció complacido.

—Para salvar a tu ciudad.

—Sí… pero es una lástima que nada funcione aquí. Podría intentar usar mis Alas para volar, pero no puedo controlarlas…

«Y esa clase de magia sencillamente no está disponible aquí», dijo la voz de Stefan en su mente.

«Pero la telepatía sí. Tú también puedes oírme, ¿verdad?»

Se les ocurrió la solución simultáneamente, y Elena vio la luz de la idea apareciendo en el rostro de Stefan al mismo tiempo que ella empezaba a hablar.

—¡Influencia a Bonnie! Haz que piense que es una funámbula; una artista desde que empezaba a andar. ¡Pero no hagas que sea demasiado juguetona, no vaya a ser que se ponga a brincar y nos haga caer al resto!

Con aquella luz en el rostro, Stefan estaba… demasiado guapo. Tomó ambas manos de Elena, la hizo girar una vez como si no pesara nada, la alzó del suelo y la besó.

Y la besó.

Y la besó hasta que Elena sintió que el alma le goteaba por las yemas de los dedos.

No deberían haberlo hecho delante de Damon, pero a Elena la euforia le nublaba el buen juicio, y no pudo controlarse.

Ninguno de ellos había probado en ese abrazo una sonda mental profunda. Pero la telepatía era todo lo que les quedaba, y era cálida y maravillosa y los dejó por un momento enlazados en un abrazo, riendo, jadeando; con electricidad centelleando entre ellos. Elena sentía todo el cuerpo como si acabara de recibir una buena descarga.

Entonces se apartó de los brazos de Stefan, pero era demasiado tarde. La mirada compartida había durado demasiado, y Elena sintió que el corazón le martilleaba asustado. Podía notar los ojos de Damon fijos en ella. Apenas consiguió susurrar:

—¿Se lo dirás a ellos?

—Sí —respondió él en voz queda—. Yo se lo diré.

Pero no se movió hasta que ella no le dio la espalda a Bonnie y a Damon.

Después de eso ella atisbo por encima del hombro y escuchó.

Stefan tomó asiento junto a la sollozante muchacha y dijo:

—Bonnie, ¿puedes mirarme? Eso es todo lo que quiero. Te lo prometo, no tienes que cruzar ese puente si no quieres hacerlo. Ni siquiera tienes que dejar de llorar, pero intenta mirarme a los ojos. ¿Puedes hacer eso? Estupendo. Ahora… —La voz e incluso el semblante cambiaron sutilmente, volviéndose más enérgicos… hipnóticos—. A ti no te asustan las alturas en absoluto, ¿no es cierto? Tú eres una acróbata capaz de caminar por la cuerda floja a través del Gran Cañón sin inmutarte siquiera. Eres la mejor de toda tu familia, los McCullough voladores, y ellos son los mejores del mundo. Y justo ahora, vas a decidir si cruzas ese puente de madera. Si lo haces, tú nos guiarás. Tú serás nuestra líder.

Muy despacio, mientras escuchaba a Stefan, el rostro de Bonnie iba cambiando. Con ojos hinchados fijos en los de Stefan, parecía escuchar con suma atención a algo dentro de su propia cabeza. Y por fin, cuando Stefan pronunció la última frase, se alzó de un salto y miró al puente.

—¡De acuerdo, pongámonos en marcha! —exclamó, recogiendo la mochila, mientras Elena permanecía sentada siguiéndola con la mirada.

—¿Puedes hacerlo? —preguntó Stefan, mirando a Elena—. Dejaremos que vaya la primera; en realidad no hay modo de que pueda caer. Yo iré detrás de ella. Elena puede ir detrás de mí y agarrarse a mi cinturón, y cuento contigo, Damon, para que la sujetes. En especial si empieza a desmayarse.

—La sujetaré —dijo Damon en voz baja.

Elena quiso pedir a Stefan que la influenciara, también, pero todo sucedía demasiado deprisa. Bonnie estaba ya sobre el puente, deteniéndose sólo cuando Stefan la llamó para que regresara, y Stefan miraba detrás de él a Elena, diciendo: «¿Puedes agarrarte bien?», en tanto que Damon estaba detrás de ella, colocando una mano fuerte sobre su hombro y diciendo: «Mira justo al frente, no abajo. No te preocupes por si te desmayas; yo te cogeré».

Pero era un puente de madera tan frágil, y Elena descubrió que no podía dejar de mirar abajo y que el estómago le flotaba fuera del cuerpo y por encima de la cabeza. Aferraba el cinturón de Stefan con todas sus fuerzas con una mano, y con la otra la enredadera entrelazada.

Llegaron a un lugar donde un listón se había soltado y los listones de cada lado daban la impresión de que podrían ceder en cualquier momento.

—¡Cuidado con éstos! —dijo Bonnie, riendo y saltando sobre los tres.

Stefan pasó por encima del primer listón peligroso, por encima del que faltaba, y puso el pie sobre el siguiente.

¡Crac!

Elena no chilló; estaba más allá de los gritos. No podía mirar. El sonido le había cerrado los ojos.

Y no podía moverse. Ni un dedo. Desde luego ni un pie.

Sintió los brazos de Damon alrededor de la cintura. Los dos. Quiso dejar que sostuviera su peso como había hecho muchas veces antes.

Pero Damon le susurraba, palabras como hechizos que permitían que sus piernas dejaran de temblar y sentir calambres e incluso le permitieron dejar de respirar tan deprisa que hubiera podido desmayarse. Y entonces él la alzó y los brazos de Stefan la rodearon y ambos la sujetaron con fuerza por un momento. Luego Stefan tomó su peso y depositó sus pies con suavidad sobre listones firmes.

Elena deseó aferrarse a él como un koala, pero sabía que no debía hacerlo. Eso sólo conseguiría que cayeran los dos. Así que en alguna parte, desde zonas muy recónditas que no sabía que poseía, halló el valor para poner su peso sobre los pies y tanteó con la mano para agarrarse a la enredadera.

Luego alzó la cabeza y susurró tan alto como pudo:

—Adelante. Tenemos que dejarle espacio a Damon.

—Sí —susurró Stefan en respuesta.

Pero la besó en la frente, un veloz beso protector, antes de volverse y avanzar hacia la impaciente Bonnie.

Detrás de ella, Elena oyó —y sintió— cómo Damon saltaba la brecha como un gato.

Alzó los ojos para clavarlos otra vez en la nuca de Stefan. No podía abarcar todas las emociones que experimentaba en aquel momento: amor, terror, sobrecogimiento, emoción… y, desde luego, gratitud, todo a la vez.

No se atrevió a girar la cabeza para mirar a Damon detrás de ella, pero sentía exactamente las mismas cosas por él.

—Unos pocos pasos más —se dedicó a repetir él—. Unos pocos pasos más.

Una breve eternidad más tarde, estaban en tierra firme, frente a una caverna de tamaño medio, y Elena cayó de rodillas. Estaba mareada y desfallecida, pero trató de dar las gracias a Damon cuando pasó por su lado en el nevado sendero de montaña.

—Me impedías el paso —dijo él con sequedad y con tanta frialdad como la del viento—. Si hubieses caído podrías haber desequilibrado el puente. Y resulta que no siento ganas de morir hoy.

—¿Qué le estás diciendo? ¿Qué acabas de decir? —Stefan, que estaba demasiado lejos para haberlo oído, regresó a toda prisa—. ¿Qué te ha dicho?

Damon, examinándose la palma por si había alguna espina de la enredadera, dijo sin alzar los ojos:

—Le he dicho la verdad, eso es todo. Hasta el momento lleva cero de dos en esta búsqueda. Esperemos que si consigues llegar te dejen acceder a la Torre de Entrada, porque si ponen nota según la actuación, hemos cateado. ¿O debería decir que uno de nosotros ha cateado?

—Cállate o tendré que hacerte callar —dijo Stefan en una voz distinta de las que Elena le había oído usar jamás.

La joven lo miró fijamente. Era como si él hubiera crecido diez años en un segundo.

—¡Jamás vuelvas a hablarle o a hablar de ella de ese modo, Damon!

Damon lo miró fijamente por un momento, con las pupilas contraídas. Luego respondió:

—Lo que tú digas.

Y se alejó tan tranquilo.

Stefan se inclinó para abrazar a Elena hasta que ésta dejó de temblar.

«Y ahí se acaba», pensó Elena. Una furia gélida la atenazó. Damon no sentía el menor respeto por ella; ni lo sentía por nadie que no fuera él mismo. Ella no podía proteger a Bonnie de sus propios sentimientos… ni impedirle a él que la insultara. No podía impedir a Bonnie que perdonara. Pero ella, Elena, había acabado con Damon. Aquel último insulto era el final.

La niebla regresó mientras atravesaban la caverna.