—Quédate en ropa interior y métete por el otro lado —dijo Damon, y la voz no era ni enojada ni fatua; luego añadió en tono cortante—: Elena se está muriendo.
Las últimas tres palabras parecieron afectar de un modo especial a Stefan, aunque Elena no pudo analizarlas gramaticalmente. Stefan no se movía, sólo respiraba pesadamente con fuerza, con los ojos muy abiertos.
—Bonnie y yo hemos estado reuniendo heno y combustible y estamos bien.
—Habéis estado haciendo ejercicio…, moviéndoos…, vestidos con ropas que os mantenían calientes. Ella ha estado sumergida en agua helada y sentada quieta… muy alta en medio del viento. He hecho que el otro thurg partiera madera de los árboles muertos de por aquí y la he puesto en el fuego. Ahora haz el condenado favor de meterte aquí dentro, Stefan, y dale un poco de calor corporal, o voy a convertirla en una vampira.
—Nnn —intentó decir Elena, pero Stefan no parecía comprender.
Sin embargo, Damon dijo:
—No te preocupes. Va a calentarte desde el otro lado. No tendrás que convertirte en una vampira por el momento. ¡Por el amor de Dios —añadió de improviso, colérico—, vaya príncipe que elegiste!
La voz de Stefan era queda y tensa.
—¿Has intentado colocarla en una envoltura térmica?
—¡Claro que lo he intentado, estúpido! Ninguna clase de magia funciona más allá del Espejo salvo la telepatía.
Elena no tenía ninguna sensación de que transcurriera el tiempo, pero de improviso tuvo un cuerpo familiar apretado contra el suyo en el otro lado.
Y en algún lugar directamente dentro de su cabeza: «¿Elena? ¿Elena? ¿Estás bien, verdad, Elena? No me importa si me estás gastando una broma. Pero realmente estás bien, ¿no es cierto? Sólo dime eso, mi amor».
Elena no fue capaz de responder en absoluto.
Débilmente, fragmentos de sonido llegaron a sus oídos.
—Bonnie… encima de ella y… amontonémonos otra vez a cada lado.
Sensaciones embotadas estimularon su sentido del tacto: un cuerpo pequeño, casi ingrávido, como una manta gruesa, presionando sobre ella. Alguien que sollozaba, lágrimas cayéndole sobre el cuello desde arriba. Y una calidez a cada lado.
«Estoy dormida con los demás gatitos —pensó, dormitando—. A lo mejor tendremos un sueño agradable.»
—Ojalá pudiéramos saber cómo les va —dijo Meredith, en una pausa en uno de sus paseos a un lado y a otro.
—Yo desearía que ellos supieran cómo nos va a nosotros —repuso Matt en tono cansino mientras pegaba otra tarjeta amuleto a una ventana, y luego otra.
—¿Sabéis, queridos?, no dejaba de oír llorar a un niño anoche en mis sueños —dijo la señora Flowers despacio.
Meredith se volvió, sobresaltada.
—¡También yo! Parecía ahí mismo, fuera, en el porche delantero. Pero estaba demasiado cansada para levantarme.
—Eso podría significar algo… o nada en absoluto.
La señora Flowers frunció el ceño. Estaba hirviendo agua del grifo para preparar té. La electricidad funcionaba de forma esporádica. Matt y Sable habían regresado en el coche a la casa de huéspedes a primeras horas de la mañana para que Matt pudiera recoger los utensilios más importantes de la señora Flowers: sus hierbas para preparar tés, compresas y emplastos. El muchacho no había tenido el valor de hablarle sobre el estado de la casa de huéspedes, ni sobre lo que aquellos gusanos le habían hecho. Había tenido que encontrar una tabla suelta procedente del garaje para ir del vestíbulo a la cocina. Ya no había tercer piso y muy poco del segundo.
Al menos no había tropezado con Shinichi.
—Lo que digo es que a lo mejor hay realmente algún niño ahí fuera —dijo Meredith.
—¿Por la noche y solo? Suena más bien a un zombi de Shinichi —repuso Matt.
—A lo mejor. O tal vez no. Señora Flowers, ¿tiene alguna idea de cuándo oye el llanto? ¿A primeras horas de la noche o entrada la noche?
—Deja que piense, querida. Me parece que lo oigo siempre que despierto… y la gente mayor se despierta con bastante frecuencia.
—Yo lo oigo más bien hacia el amanecer… pero por lo general duermo sin soñar durante las primeras horas y despierto temprano.
La señora Flowers volvió la cabeza hacia Matt.
—¿Qué hay de ti, Matt, querido? ¿Oyes en algún momento un sonido parecido al llanto?
Matt, que se agotaba deliberadamente aquellos días para intentar conseguir dormir de un tirón seis horas por la noche, respondió:
—He oído el viento como si gimiera y sollozara alrededor de la media noche, me parece.
—Suena como si tuviéramos un fantasma que actúa toda la noche, queridos —repuso la señora Flowers con calma y sirvió a cada uno una taza de té.
Matt vio que Meredith le miraba con inquietud; pero Meredith no conocía a la señora Flowers tan bien como él.
—En realidad no cree que sea un fantasma —dijo él entonces.
—No, no lo creo. Mamá no ha dicho ni una sola palabra sobre ello, y además es tu casa, Matt, querido. No hay asesinatos truculentos ni secretos espantosos en su pasado, diría yo. Veamos…
Cerró los ojos y dejó que Matt y Meredith siguieran con su té. Luego abrió los ojos y les dedicó una sonrisa perpleja.
—Mamá dice: «Registrad la casa en busca de vuestro fantasma. Luego escuchad bien lo que tiene que decir».
—De acuerdo —dijo Matt, con rostro impasible—. Puesto que es mi casa, imagino que será mejor que sea yo quien lo busque. Pero ¿cuándo? ¿Debo poner un despertador?
—Creo que el mejor modo sería organizar un turno de vigilancia —indicó la señora Flowers.
—De acuerdo —asintió Meredith con prontitud—. Yo me ocuparé de la vigilancia intermedia, desde la medianoche hasta las cuatro; Matt puede ocuparse de la primera; y usted, señora Flowers, puede hacer la de primeras horas de la mañana, y hacer una siesta por la tarde si quiere.
Matt se sintió incómodo.
—¿Por qué no nos limitamos a partirlo en dos guardias y así las dos podéis compartir una? Yo me ocuparé de la otra.
—Porque, querido Matt —dijo Meredith—, no queremos que se nos trate como a «señoras». Y no discutas —levantó con energía el bastón de combate—, porque soy yo la que tiene la artillería pesada.
Algo zarandeaba la habitación. Zarandeando a su vez a Matt. Todavía medio dormido, metió la mano bajo la almohada y sacó el revólver. Una mano lo agarró y oyó una voz.
—¡Matt! ¡Soy yo, Meredith! Despierta, ¿quieres?
Algo aturdido, Matt alargó la mano hacia el interruptor de la lámpara. Una vez más, dedos fuertes y delgados le impidieron hacer lo que quería.
—Nada de luz —musitó Meredith—. Es muy tenue, pero si vienes conmigo sin hacer ruido, puedes oírlo. El llanto.
Aquello acabó de despertar del todo a Matt.
—¿Justo ahora?
—Justo ahora.
Haciendo todo lo posible por andar en silencio por los oscuros pasillos, Matt siguió a Meredith a la sala de estar de la planta baja.
—¡Chist! —advirtió Meredith—. Escucha.
Matt escuchó. Pudo oír algunos sollozos sin lugar a dudas, y quizá algunas palabras, pero no le sonaron nada espectrales. Apoyó la oreja contra la pared y escuchó. El llanto sonó más fuerte.
—¿Tenemos una linterna? —preguntó Matt.
—Tengo dos, queridos. Pero ésta es una hora de la noche muy peligrosa.
La señora Flowers era una sombra en la oscuridad.
—Por favor, denos las linternas —dijo Matt—. No creo que nuestro fantasma sea muy sobrenatural. ¿Qué hora es, de todos modos?
—Aproximadamente las doce cuarenta de la noche —respondió Meredith—. Pero ¿por qué crees que no es sobrenatural?
—Porque creo que está viviendo en nuestro sótano —respondió Matt—. Creo que es Cole Reece. El chico que se comió su cobaya.
Diez minutos más tarde, con el bastón, dos linternas y Sable, habían capturado a su fantasma.
—No quería hacer nada malo —sollozó Cole, cuando lo hubieron atraído arriba con promesas de dulces y té «mágico» que le permitiría dormir—. No he estropeado nada, de veras —continuó con voz entrecortada, engullendo una chocolatina tras otra de las raciones de reserva que había—. Tengo miedo de que vaya a por mí. Porque después de que me pegases esa nota adhesiva, he dejado de oírlo dentro de mi cabeza. Y entonces vosotros vinisteis aquí… —movió la mano en redondo para señalar—, y teníais amuletos, así que imaginé que sería mejor permanecer bajo su protección. O podría ser también mi Ultima Medianoche.
Balbucía. Pero algo en aquellas últimas palabras hizo que Matt dijera:
—¿Qué quieres decir con… «tu Ultima Medianoche también»?
Cole lo miró aterrado. El reborde de chocolatina deshecha alrededor de los labios hizo que Matt recordara la última vez que había visto al muchacho.
—Lo sabéis, ¿verdad? —Cole titubeó—. ¿Sobre las medianoches? ¿La cuenta atrás? ¿Doce días hasta la Ultima Medianoche? ¿Once días hasta la Última Medianoche? Y ahora… con esta noche falta un día para la Última Medianoche…
Empezó a sollozar otra vez, a la vez que embutía chocolate en su boca. No había la menor duda de que estaba hambriento.
—Pero ¿qué sucederá la Última Medianoche? —preguntó Meredith.
—Lo sabéis, ¿no? Es el momento en que… lo sabéis.
De un modo exasperante, Cole parecía pensar que lo estaban poniendo a prueba.
Matt puso las manos sobre los hombros del muchacho, y notó, horrorizado, huesos bajo los dedos. El muchacho realmente estaba famélico, pensó, perdonándole todas las chocolatinas. Trabó la mirada con la señora Flowers y ésta fue inmediatamente a la cocina.
Pero Cole no respondía; mascullaba incoherencias. Matt se obligó a aplicar presión sobre aquellos hombros huesudos.
—¡Colé, habla más fuerte! ¿De qué va esto de la Última Medianoche?
—Ya lo sabes. Es cuando… todos los chicos…, ya sabes, esperan hasta la medianoche…, cogen cuchillos o armas. Ya sabes. Y entramos en el dormitorio de nuestros padres mientras duermen y… —Cole se interrumpió otra vez, pero Matt advirtió que había pasado al «nosotros» y «nuestros» al final.
Meredith habló entonces con su voz tranquila y uniforme.
—Los niños van a matar a sus padres, ¿es eso correcto?
—Nos mostró dónde acuchillar o apuñalar. O si hay una pistola…
Matt había oído suficiente.
—Puedes quedarte… en el sótano —dijo—. Y aquí tienes algunos amuletos. Póntelos encima si tienes la impresión de que estás en peligro. —Entregó a Cole todo un paquete de posits.
—Simplemente no tengas miedo —añadió Meredith, al mismo tiempo que la señora Flowers entraba con un plato de salchichas y patatas fritas para Cole.
En cualquier otro momento el olor habría hecho que Matt sintiera hambre.
—Es exactamente como en aquella isla de Japón —dijo él—. Shinichi y Misao hicieron que sucediera allí, y van a repetirlo aquí.
—Yo diría que el tiempo se acaba. Lo cierto es que ya estamos en el día de la Última Medianoche; es casi la una y media de la madrugada —indicó Meredith—. Tenemos menos de veinticuatro horas. Deberíamos o bien abandonar Fell's Church o bien hacer algo para organizar un enfrentamiento.
—¿Un enfrentamiento? ¿Sin Elena, Damon o Stefan? —dijo Matt—. Nos asesinarían. No olvides al sheriff Mossberg.
—Él no tenía esto.
Meredith arrojó el bastón de combate al aire, lo atrapó limpiamente y lo colocó junto a ella.
Matt negó con la cabeza.
—De todos modos Shinichi te matará. O lo hará algún crío con la semiautomática del armario de su padre.
—Tenemos que hacer algo.
Matt se puso a pensar. Tenía la cabeza a punto de estallar. Por fin dijo, con la cabeza gacha:
—Cuando cogí las hierbas cogí también la bola estrella de Misao.
—Estás de broma. ¿Shinichi no la había encontrado?
—No. Y a lo mejor podríamos hacer algo con ella.
Matt miró a Meredith, quien miró a la señora Flowers. La anciana dijo:
—¿Y si vertiéramos el líquido en lugares distintos de Fell's Church? ¿Sólo una gota aquí y una gota allí? Podríamos pedir al Poder que hay dentro que protegiera la ciudad. A lo mejor haría caso.
—Ésa era justo la razón por la que queríamos conseguir las bolas estrella de Shinichi y de Misao en un principio —repuso Meredith—. Las bolas estrella controlan a sus propietarios, según la leyenda.
—Puede que sea la forma anticuada de pensar —indicó Matt— pero estoy de acuerdo.
—En ese caso hagámoslo ahora mismo —dijo Meredith.
Mientras las dos mujeres aguardaban, Matt sacó la bola estrella de Misao. Tenía muy poco líquido en el fondo.
—Después de la Ultima Medianoche planea llenarla hasta arriba con la energía de las nuevas vidas que quite —dijo Meredith.
—Bueno, pues no va a tener oportunidad de hacer eso —declaró Matt, categórico—. Cuando hayamos acabado destruiremos el recipiente.
—Pero probablemente deberíamos darnos prisa —añadió Meredith—. Juntemos algunas armas: algo de plata, algo largo y pesado, como un atizador de chimenea. A los pequeños zombis de Shinichi no les va a gustar… ¿Y quién sabe quién está de su lado?