—¡Eh! —gritó Damon desde fuera del palanquín—. ¿Alguien más está mirando esto?
Elena lo hacía. Tanto Stefan como Bonnie tenían los ojos cerrados; Bonnie estaba envuelta en mantas y acurrucada contra Elena. Habían bajado todas las cortinas del palanquín excepto una.
Elena estaba observando a través de esa única ventana al exterior, y había visto cómo zarcillos de niebla habían empezado a pasar flotando junto a ellos, primero sólo eran jirones vaporosos de neblina, pero luego fueron velos más largos y espesos, y al final auténticos mantos de niebla que los envolvían por completo. Le dio la impresión de que los estaban aislando deliberadamente incluso de la peligrosa Dimensión Oscura, que cruzaban una frontera al interior de un lugar que no debían conocer, y mucho menos entrar en él.
—¡¿Cómo sabemos que vamos en la dirección correcta?! —gritó Elena a Damon después de que Stefan y Bonnie despertaran.
Le alegraba poder hablar de nuevo.
—¡Los thurgs lo saben! —gritó Damon en respuesta—. Los colocas en una dirección y avanzan en esa dirección hasta que alguien los detiene, o…
—¡¿O qué?! —chilló Elena por la abertura.
—Hasta que se llega a un lugar como éste.
Aquello fue dicho evidentemente para que picaran, y ni Stefan ni Elena pudieron resistir hacerlo; en especial cuando el thurg en el que iban paró.
—Quédate aquí —dijo Elena a Bonnie.
Apartó la cortina a un lado y se encontró mirando desde demasiada altura a un terreno blanco. «Cielos, estos thurgs son realmente grandes.» Al cabo de un momento, no obstante, Stefan estaba en el suelo alzando los brazos.
—¡Salta!
—¿No puedes subir y bajarme flotando?
—Lo siento. Algo en este lugar inhibe el Poder.
Elena no se concedió tiempo para pensar. Se lanzó al aire y Stefan la atrapó limpiamente. De un modo espontáneo, se aferró a él, y sintió el familiar consuelo de su abrazo.
Luego él dijo:
—Ven a mirar esto.
Habían llegado a un lugar donde la tierra finalizaba y la neblina se dividía, como cortinas que alguien sujetase a cada lado. Directamente frente a ellos había un lago helado. Un plateado lago congelado, casi perfectamente redondo en su forma.
—¿El Lago Espejo? —dijo Damon, inclinando la cabeza a un lado.
—Siempre pensé que eso era un cuento de hadas —repuso Stefan.
—Bienvenido al libro de cuentos de Bonnie.
El Lago Espejo formaba una inmensa masa de agua frente a ellos, congelada justo en el interior de la capa de hielo bajo sus pies, o eso parecía. En efecto, parecía un espejo, un espejo de monedero después de que uno haya lanzado el aliento sobre él.
—Pero ¿los thurgs? —dijo Elena… o más bien lo susurró.
No podía evitar susurrar. El silencioso lago la oprimía, efecto que también le producía la ausencia de cualquier clase de sonido natural: no había pájaros cantando, ningún crujido en los arbustos… ¡No había arbustos! ¡No había árboles! En su lugar, sólo la neblina rodeando el agua congelada.
—Los thurgs —repitió Elena en una voz ligeramente más alta—. ¡No es posible que puedan andar sobre eso!
—Depende de lo grueso que sea el hielo del lago —respondió Damon, lanzándole su sonrisa de 250 kilovatios—. Si es lo bastante grueso, será simplemente como andar sobre tierra para ellos.
—¿Y si no lo es?
—Hum… ¿Flotan los thurgs?
Elena le dirigió una ojeada exasperada y miró a Stefan.
—¿Tú qué opinas?
—No sé —respondió él con aire dubitativo—. Son animales muy grandes. Preguntémosle a Bonnie sobre los chicos del cuento.
Bonnie, todavía envuelta en mantas de piel que empezaron a recoger pedazos de hielo a medida que se arrastraban por el suelo, contempló el lago sombría.
—El relato no entraba en detalles —dijo—. Simplemente decía que bajaron, bajaron, bajaron y que tuvieron que pasar pruebas de su valor e…, e… ingenio; antes de llegar allí.
—Por suerte —repuso Damon, sonriendo—, poseo grandes cantidades de ambos para compensar la carencia total que tiene mi hermano de cualquiera de…
—¡Para, Damon! —soltó Elena con brusquedad.
En cuanto había visto la sonrisa, se había vuelto hacia Stefan, lo había hecho bajar a su altura, y había empezado a besarle. Sabía lo que Damon vería cuando se volviera de nuevo hacia ellos: a Stefan y a ella fundidos en un abrazo, con Stefan sin darse apenas cuenta de nada de lo que se decía. Al menos todavía podían tocarse con las mentes. Y era fascinante, pensó Elena, la calidez de la boca de Stefan cuando todo lo demás en el mundo era frío. Miró rápidamente a Bonnie, para asegurarse de que no la había ofendido, pero su amiga parecía de lo más alegre.
«Cuanto más parezco apartar a Damon, más feliz está ella —pensó Elena—. Cielos… esto sí es un problema.»
Stefan dio entonces su opinión en voz baja.
—Bonnie, a lo que esto se reduce es a que tienes que elegir tú. No intentes usar valor ni ingenio ni nada salvo lo que sientas interiormente. ¿Adónde nos dirigimos?
Bonnie miró atrás a los thurgs, luego miró el lago.
—En esa dirección —dijo, sin vacilar, y señaló directamente a través del lago.
—Será mejor que carguemos con algunas de las piedras para cocinar y con combustible y mochilas con raciones de reserva en ellas —indicó Stefan—. De ese modo, si sucede lo peor, aún tendremos provisiones básicas.
—Además —dijo Elena—, aligerará la carga de ese thurg… aunque sólo sea un poco.
Parecía un crimen colocarle una mochila a Bonnie, pero ella insistió. Así que Elena preparó para ella una llena por completo con las cálidas y curiosamente ligeras ropas de piel. Todos los demás transportaban pieles, comida y heces, los excrementos secos de animal que serían a partir de aquel momento su único combustible.
Fue arduo desde el principio. Elena sólo había tenido un par de experiencias con hielo que le hubieran dado motivos para mostrarse cautelosa; pero una de ellas casi había sido desastrosa para Matt. La joven estaba lista para saltar y girar en redondo ante cualquier chasquido, cualquier sonido que indicara que el hielo se rompía. Pero no hubo chasquidos; ni agua fluyendo hacia arriba para chapotear contra sus botas.
Los thurgs eran los que de verdad parecían hechos para andar sobre agua helada. Sus pies eran neumáticos, y podían extenderse hasta casi alcanzar un cincuenta por ciento más de su tamaño original, evitando de ese modo ejercer demasiada presión sobre cualquier sección concreta de hielo.
Cruzar el lago era lento, pero Elena no vio nada específicamente letal en él. Era simplemente el hielo más liso y resbaladizo con que se había encontrado jamás. Sus botas querían patinar.
—¡Eh, todo el mundo! —Bonnie sí patinaba, igual que si estuviera en una pista de hielo, atrás y adelante y de lado—. ¡Esto es divertido!
—¡No estamos aquí para divertirnos! —chilló Elena en respuesta.
Anhelaba probar ella misma, pero temía efectuar cortes —aunque sólo fueran rozaduras— en el hielo. Y además de eso, Bonnie estaba malgastando el doble de energía, y podía serles muy necesaria.
Estaba a punto de llamar a Bonnie y decírselo, cuando Damon, con voz exasperada, expuso todos los puntos que ella había pensado, y unos cuantos más.
—Esto no es un crucero de placer —dijo con voz cortante—. Es por el destino de tu ciudad.
—Como si a ti te importara mucho —murmuró Elena, dándole la espalda y tocando a la desdichada Bonnie en la mano tanto para consolarla como para instarla a que continuara andando a poca distancia de ella—. Bonnie, ¿percibes algo mágico en el lago?
—No. —Pero acto seguido la imaginación de Bonnie pareció volar y poner la directa—. Pero a lo mejor es donde los místicos de ambas dimensiones se reunían para intercambiar hechizos. O a lo mejor es donde utilizaban el hielo como un auténtico espejo mágico para ver lugares lejanos y cosas.
—A lo mejor ambas cosas —repuso Elena, secretamente divertida, pero Bonnie asintió con solemnidad.
Y fue entonces cuando llegó. El sonido que Elena había estado esperando.
No fue un retumbo lejano que pudiera ser pasado por alto o debatido. Habían estado andando a una distancia prudencial unos de otros para evitar acumular presión en el hielo, mientras que los thurgs caminaban detrás de ellos, y a cada lado… como una bandada de gansos sin líderes.
El ruido fue un chasquido espantosamente cercano parecido a la detonación de una arma. Volvió a sonar, al instante, como un latigazo, y luego hubo un sonido de algo desmoronándose.
Fue a la izquierda de Elena, en el lado de Bonnie.
—¡Patina, Bonnie! —gritó—. ¡Patina tan rápido como puedas. Chilla si ves tierra!
Bonnie no hizo una sola pregunta. Salió disparada como un patinador olímpico por delante de Elena, y Elena giró con prontitud.
Era Biratz, el thurg hembra sobre el que Bonnie había preguntado a Pelat. Tenía una monstruosa pata posterior en el hielo, y a medida que forcejeaba, más hielo se quebraba.
«¡Stefan! ¿Me oyes?»
«Tenuemente. Voy hacia ti.»
«Sí; pero acércate sólo lo necesario para influenciar al thurg.»
«¿Influenciar al…?»
«Haz que se calme, duérmela, lo que sea. ¡Está desgarrando el hielo y eso sólo hará que resulte más difícil sacarla!»
Esta vez hubo una pausa antes de que llegara la respuesta de Stefan. Supo, de todos modos, por tenues ecos, que hablaba telepáticamente con otra persona.
«De acuerdo, amor, lo haré. También me ocuparé del thurg. Tú sigue a Bonnie.»
Mentía. O no mentía exactamente, pero le ocultaba algo. La persona a la que había estado enviando pensamientos era Damon. Le estaban siguiendo la corriente. No tenían la menor intención de ayudar.
Justo en aquel momento oyó un chillido agudo… no muy lejos. Era Bonnie, que tenía problemas… ¡No! ¡Bonnie había encontrado tierra firme!
Elena no perdió un segundo más. Soltó la mochila sobre el hielo y patinó directamente atrás hasta el thurg hembra.
Allí estaba, tan enorme, tan patética, tan indefensa. Justo lo que la había mantenido a salvo de otros monstruos espantosos e infernales en la Dimensión Oscura —su gran tamaño— se había vuelto en su contra ahora. Elena sintió una opresión en el pecho como si llevara puesto un corsé.
No obstante, al mismo tiempo que lo observaba, el animal se mostró más calmado. Dejó de intentar sacar la pata posterior izquierda del hielo, lo que significó que dejó de remover el hielo a su alrededor.
En aquellos momentos Biratz estaba en una especie de posición acuclillada, intentando evitar que las tres patas secas se hundieran. El problema era que lo intentaba con demasiada fuerza, y no había nada contra lo que ejercer presión excepto hielo frágil.
—¡Elena! —Stefan estaba lo bastante cerca como para oírlo ya—. ¡No te acerques más!
Pero al mismo tiempo que él lo decía, Elena vio una señal. Justo a pocos metros, caído en el hielo, estaba el bastón para hacer cosquillas y empujar que Pelat había utilizado para poner en marcha a los thurgs.
Lo recogió mientras pasaba patinando junto a él y luego vio otra señal. Heno rojizo y lo que cubría originariamente el heno —una lona gigantesca— yacían detrás del thurg. Juntos formaban un amplio sendero que no estaba ni húmedo ni resbaladizo.
—¡Elena!
—¡Esto va a ser fácil, Stefan!
Sacó un par de calcetines secos del bolsillo y los colocó sobre las botas. Sujetó la vara al cinturón, y luego inició la carrera de su vida.
Sus botas eran de piel con algo parecido a fieltro debajo y con los calcetines para ayudarlas, se engancharon en la lona y la impulsaron al frente. Se inclinó hacia adelante, deseando vagamente que Meredith estuviera allí, de modo que pudiera hacerlo ella en su lugar, pero acercándose cada vez más. Y entonces vio su marca: el final de la lona y más allá pedazos de hielo que flotaban.
Pero parecía posible trepar al thurg. Tenía la parte posterior muy baja, como un dinosaurio medio sumergido en un pozo de alquitrán, pero luego alzándose a lo largo de la curvada espina dorsal. Si de algún modo pudiera aterrizar allí…
Dos pasos hasta el salto. Un paso hasta el salto.
¡SALTA!
Elena empujó con el pie derecho, voló por los aires durante un tiempo interminable, y… cayó al agua.
Al instante, quedó empapada de pies a cabeza y la impresión provocada por el contacto con el agua helada fue increíble. La atrapó como un monstruo con un puñado de irregulares fragmentos de hielo. La cegó con sus propios cabellos, le extrajo todo el sonido al universo.
De algún modo, dándose manotazos en la cara, liberó su boca y sus ojos de pelo. Advirtió que estaba sólo ligeramente por debajo de la superficie del agua, y eso fue todo lo que necesitó para empujar hacia arriba hasta que la boca salió a la superficie y pudo inhalar una gran bocanada de delicioso aire, tras lo cual tuvo un ataque de tos.
La primera salida fuera, pensó, recordando la antigua superstición sobre que una persona que se ahoga saldrá a la superficie tres veces y luego se hundirá para siempre.
Pero lo extraño era que no se hundía. Notaba un dolor sordo en el muslo pero no descendía.
Despacio, muy despacio, comprendió qué había sucedido. No había alcanzado el lomo del thurg, pero había aterrizado sobre la gruesa cola de reptil. Una de las aletas dentadas le había causado una herida, pero estaba estable.
«Así que… ahora… todo lo que tengo que hacer es trepar al thurg», descifró lentamente. Todo parecía ir despacio porque había icebergs cabeceando alrededor de sus hombros.
Alzó una mano cubierta con un guante forrado en piel y la alargó hacia la siguiente aleta situada más arriba. El agua, si bien hacía más pesadas sus ropas empapadas, sostenía algo de su peso. Consiguió izarse hasta la siguiente aleta. Y la siguiente. Y al fin alcanzó la grupa, y supo que debía tener cuidado: ya no había puntos de apoyo para los pies. En su lugar buscó asideros para las manos y encontró algo con la mano izquierda. Una correa rota del contenedor de heno.
No fue una buena idea…, en retrospectiva.
Durante unos pocos minutos que quedaron clasificados entre los peores momentos de su vida, recibió una lluvia de heno, la golpearon piedras y quedó medio asfixiada por el polvo de excrementos secos.
Cuando finalmente aquello acabó, miró a su alrededor, estornudando y tosiendo, y descubrió que seguía sobre el thurg. La vara para rascarlo se había roto pero quedaba suficiente para que la usara. Stefan no dejaba de preguntarle, frenético, tanto en voz alta como telepáticamente, si estaba bien. Bonnie patinaba de un lado a otro como si fuera Campanilla guiándolos, y Damon soltaba improperios a Bonnie, instándola a regresar a tierra firme y permanecer allí.
Entretanto Elena ascendía lentamente por la grupa del thurg. Consiguió llegar al aplastado cesto de provisiones, y por fin alcanzó la parte más elevada del animal, y se acomodó detrás mismo de la cabeza abovedada, en el asiento que usaría un conductor.
Y entonces hizo cosquillas al thurg tras las orejas.
—¡Elena! —gritó Stefan, y luego «Elena, ¿qué intentas hacer?».
—¡No lo sé! —gritó ella en respuesta—. ¡Intentar salvar al thurg!
—No puedes. —Damon interrumpió la respuesta de Stefan con una voz tan fría y en calma como el lugar en el que estaban.
—¡Puede lograrlo! —replicó Elena con ferocidad; precisamente porque ella misma estaba teniendo dudas sobre si el animal podía—. Podríais ayudar tirando de su brida.
—¡Es inútil! —gritó Damon, y dio media vuelta, caminando con paso rápido al interior de la neblina.
—Yo lo probaré. Arrójala fuera frente a ella —dijo Stefan.
Elena arrojó la brida llena de nudos con toda la fuerza que pudo. Stefan tuvo que correr casi hasta el borde del hielo para agarrarla antes de que cayera dentro. Luego la sostuvo en alto con gesto triunfal.
—¡La tengo!
—¡De acuerdo, tira! Dale una dirección en la que empezar a ir.
—¡Eso haré!
Elena dio golpecitos a Biratz tras la oreja derecha. El animal profirió un leve gruñido sordo y luego nada. Elena pudo ver cómo Stefan tiraba con fuerza de la brida.
—Vamos —dijo Elena, y le asestó un buen cachete con la vara.
El thurg alzó un pie gigantesco, lo colocó más allá sobre el hielo, e hizo un esfuerzo. En cuanto lo hizo, Elena golpeó con fuerza tras la oreja izquierda.
Era el momento crucial. Si Elena podía impedir que Biratz aplastara todo el hielo situado entre las patas traseras, podrían tener una posibilidad.
Tímidamente, el animal alzó la pata izquierda trasera y la alargó hasta que efectuó contacto con el hielo.
—¡Bien, Brafz! ¡Ahora! —gritó Elena.
Ahora si el animal simplemente avanzara con energía al frente…
Hubo una gran conmoción bajo ella. Durante varios minutos Elena pensó que quizá Biratz había atravesado el hielo con las cuatro patas, pero entonces las sacudidas pasaron a ser un movimiento balanceante y de improviso, con una sensación de mareo, Elena supo que habían ganado.
—Con calma, ahora con calma —dijo al animal, haciéndole cosquillas suavemente con la vara.
Y muy despacio, pesadamente, Biratz empezó a avanzar. La cabeza abovedada se inclinó más y más a medida que caminaba, y el thurg zozobró en el borde del banco de bruma, volviendo a romper el hielo. Pero allí sólo se hundió unos pocos centímetros antes de encontrar lodo.
Unos cuantos pasos más y estuvieron en tierra firme. Elena tuvo que inhalar con fuerza para contener un grito cuando la cabeza del thurg descendió repentinamente, proporcionándole un corto pero terrorífico descenso hasta donde los colmillos se volvían a curvar sobre sí mismos. De algún modo resbaló justo entre ellos y tuvo que gatear a toda prisa lejos de las trompas del animal.
—Ha sido inútil, ¿sabes?, hacer eso —dijo Damon desde algún lugar en la bruma junto a ella—. Arriesgar tu propia vida.
—¿Qué qui-quieres decir con i-inútil? —exigió Elena, que no estaba asustada; estaba helada.
—Lo animales van a morir de todos modos. La siguiente prueba es una que no pueden superar e incluso si pudieran, éste no es un lugar donde crezca nada. En lugar de una muerte rápida y limpia en el agua, van a morir de hambre, lentamente.
Elena no respondió; la única respuesta que pudo pensar era: «¿Por qué no me lo has dicho antes?». Había dejado de tiritar, lo que era una buena cosa, porque un momento antes había parecido como si su cuerpo fuera a hacerse pedazos de tanto temblar.
Ropas, pensó vagamente. Ese era el problema. Sin duda no podía hacer tanto frío allí al aire libre como lo había hecho en el agua. Eran las ropas que llevaba las que le hacían sentir tanto frío.
Empezó, con dedos ateridos, a quitárselas. Primero desabrochó la chaqueta de cuero. No había cremalleras allí: eran botones. Eso era un auténtico problema, pues sentía los dedos como si fueran perritos calientes congelados, y a duras penas bajo su control. Pero de un modo u otro consiguió soltar los cierres y el cuero cayó al suelo con un golpe sordo; había arrastrado con él una capa de las pieles interiores. ¡Ecs! El olor de la piel mojada. Ahora, ahora tenía que…
Le fue imposible. No pudo hacer nada porque alguien le sujetaba los brazos. Le quemaba los brazos. Aquellas manos eran molestas, pero al menos sabía a quién pertenecían. Eran firmes y muy delicadas pero muy fuertes. Todo ello daba como resultado a Stefan.
Poco a poco, alzó la chorreante cabeza para pedir a Stefan que dejara de quemarle los brazos.
Pero no pudo. Porque en el cuerpo de Stefan estaba la cabeza de Damon. Eso sí que era curioso. Había visto una barbaridad de cosas que los vampiros podían hacer, pero eso de intercambiarse las cabezas…
—Stefan-Damon… por favor parad —jadeó entre carcajadas histéricas—. Me hace daño. ¡Es demasiado caliente!
—¿Caliente? Estás helada, quieres decir.
Las hábiles manos ardientes le frotaban los brazos arriba y abajo, empujándole la cabeza atrás para frotarle las mejillas. Ella dejó que sucediera, porque parecía tener todo el sentido del mundo que si era la cabeza de Damon, las manos fueran las de Stefan.
—¿Estás helada pero no tiritas? —dijo la sombría voz de Damon desde alguna parte.
—Sí, así que ya ves que debo de estar entrando en calor. —Elena no sentía mucho calor.
Advirtió que todavía llevaba puesta una prenda más larga de piel, una que le llegaba hasta las rodillas por debajo de los pantalones bombachos de cuero. Intentó torpemente desabrochar el cinturón.
—No estás entrando en calor. Estas entrando en el nivel siguiente de hipotermia. Y si no te secas y calientas ahora mismo, vas a morir. —Sin brusquedad, le inclinó la barbilla hacia arriba para mirarla a los ojos—. Estás delirando; ¿me entiendes, Elena? Realmente necesitamos que entres en calor.
Calor era un concepto tan vago y lejano como la vida antes de que conociera a Stefan. Pero la palabra delirando sí la comprendía. Eso no era una buena cosa. ¿Qué hacer al respecto salvo reír?
—De acuerdo, Elena, sólo aguarda un momento. Deja que encuentre…
Regresó al cabo de un momento. No lo bastante deprisa para impedir que ella se deshiciera de la piel hasta la altura de la cintura, pero regresó antes de que pudiera quitarse la camisola.
—Ya está. —La despojó de la piel mojada y la envolvió con una cálida y seca, por encima de la camisola.
Al cabo de un momento o dos, ella empezó a tiritar.
—Esa es mi chica —dijo la voz de Damon, y siguió diciendo—: No luches contra mí, Elena. Intento salvarte la vida. Eso es todo. No voy a intentar ninguna otra cosa. Te doy mi palabra.
Elena estaba perpleja. ¿Por qué tendría que pensar que Damon —debía de ser Damon, decidió— querría hacerle daño?
Aunque podía ser un malnacido a veces…
Y le estaba quitando la ropa.
No. Eso no debería estar sucediendo. Definitivamente no. En especial puesto que Stefan debía de estar en alguna parte cerca de allí.
Pero en aquellos momentos Elena tiritaba demasiado para hablar.
Y ahora que ella estaba en ropa interior, él la obligaba a tumbarse sobre pieles y la arropaba con otras pieles. Elena no comprendía nada de lo que sucedía, pero todo empezaba a no importar, pues flotaba en alguna parte fuera de sí misma, observando sin demasiado interés.
Entonces otro cuerpo empezó a deslizarse bajo las pieles. Regresó con brusquedad del lugar en el que había estado flotando y, muy brevemente, pudo ver un pecho desnudo. Y a continuación un cuerpo compacto y cálido se introdujo en el improvisado saco de dormir con ella. Brazos cálidos y duros la rodearon, manteniendo todo el cuerpo de la joven en contacto.
Por entre la neblina oyó vagamente la voz de Stefan.
—¿Qué diablos estás haciendo?