28

Elena asentía despacio.

—Eso daría respuesta a lo que me sucedió a mí. Al principio estaba sola fuera de mi cuerpo, pero entonces vi a Bonnie a mi lado.

Bonnie se mordió el labio.

—Bueno… Lo primero que yo vi fue a Elena y ambas volábamos. Yo estaba un poco por detrás de ella. Pero Stefan, ¿por qué piensas que me dormí y soñé toda una historia? ¿Por qué no puede ser cierta mi versión?

—Porque creo que lo primero que habrías hecho habría sido dar la luz… si realmente estabas tumbada en la cama despierta. De lo contrario, muy bien podrías haber cogido un culebrón…, ¡que eran tan aburridos!

La frente de Bonnie se alisó por fin.

—¡Eso explicaría por qué nadie me creyó incluso cuando dije exactamente dónde estaba la historia! Pero ¿por qué no conté a Elena lo del tesoro?

—No lo sé. Pero a veces, cuando uno despierta (y creo que sí que despertaste para tener la experiencia astral), olvida el sueño si está sucediendo algo interesante. Pero de todos modos podría recordarlo más tarde si algo se lo trajera a la mente.

Bonnie clavó la mirada en la media distancia, pensando. Stefan permaneció en silencio, sabiendo que sólo ella podía desentrañar el enigma para sí.

Por fin Bonnie asintió con la cabeza.

—¡Podría ser así! Desperté y en lo primero que pensé fue en la tienda de dulces. Y después de eso ni volví a pensar en el sueño sobre el tesoro hasta que alguien pidió que se contasen historias. Y simplemente surgió en mi cabeza.

Elena empujó el terciopelo de intenso azul-verde de la colcha en una dirección para hacer que fuera verde, luego en la otra para alisarlo y dejarlo azul.

—Iba a prohibir a Bonnie que fuera en la expedición —dijo la esclava, que no llevaba una sola joya en el cuerpo salvo el colgante de Stefan que pendía de una cadena fina alrededor de su cuello, y seguía vestida con una sencillísima túnica—. Pero si es algo que tenemos que hacer, será mejor que hable con lady Ulma. Suena como si el tiempo fuera de suma importancia.

—Recuerda… El tiempo discurre de un modo diferente aquí a como lo hace allá en la Tierra. Pero se supone que hemos de partir por la mañana —dijo Bonnie.

—Entonces es indudable que tengo que hablar con ella… ahora mismo.

Bonnie se levantó de un salto, emocionada.

—¡Ayudaré!

—Espera. —Stefan posó una mano con delicadeza sobre el brazo de Bonnie—. Tengo que decir esto: ¡Creo que eres un milagro, Bonnie!

Stefan sabía que sus ojos debían de estar brillando de un modo que demostraba que apenas era capaz de refrenar su propia emoción. A pesar del peligro, a pesar de las Guardianas, a pesar de todo… la bola estrella más grande; ¡repleta de Poder!

Propinó a Bonnie un repentino e impetuoso abrazo, alzándola fuera de la cama y haciendo que describiera un círculo antes de volver a dejarla en el suelo.

—¡Tú y tus precogniciones!

—¡Oooh…! —dijo Bonnie atolondradamente, alzando los ojos hacia él—. Damon también se emocionó cuando le hablé de la Puerta de los Siete Tesoros.

—¿Sabes por qué, Bonnie? Es porque todo el mundo ha oído hablar sobre esos siete tesoros; pero nadie tenía la menor idea de dónde estaban… hasta que tú soñaste con ello. ¿Sabes exactamente dónde están?

—Sí, si la precognición era cierta. —Bonnie estaba sonrojada de placer—. ¿Y estás de acuerdo en que esa bola estrella gigante salvará Fell's Church?

—¡Apuesto mi vida!

—¡Yupi! —gritó Bonnie, subiendo y bajando un puño—. ¡En marcha!

—Así que como ve —decía Elena—, significará el doble de todo. No veo cómo podemos ponernos en marcha mañana.

—Vamos, vamos, Elena. Tal y como descubrimos, ah, hace once meses cuando te fuiste, cualquier trabajo puede hacerse rápidamente si hacemos venir a suficientes personas. En la actualidad doy trabajo con regularidad a todas aquellas mujeres a las que llamábamos para confeccionar vuestros vestidos para los bailes.

Mientras hablaba, lady Ulma le tomaba las medidas a Elena con rapidez y elegancia; ¿por qué hacer sólo una cosa cuando se pueden hacer dos a la vez? Echó un vistazo a su cinta métrica.

—Todavía exactamente las mismas que la última vez que te vi. Debes de llevar una vida muy sana, Elena.

Elena rió.

—Recuerde, para nosotros han sido sólo unos pocos días.

—¡Oh, claro! —Lady Ulma rió también, y Lakshmi, que estaba sentada en un taburete entreteniendo al bebé, hizo lo que Elena sabía que era una última súplica.

—Podría ir con vosotros —dijo con seriedad, mirando a Elena—. Puedo hacer toda clase de cosas útiles. Y soy dura…

—Lakshmi —dijo lady Ulma con dulzura, pero con una voz llena de autoridad—. Ya estamos doblando el tamaño del vestuario necesario para dar cabida a Elena y a Stefan. No querrías ocupar el lugar de Elena, ¿verdad?

—Oh, no, no —replicó a toda prisa la joven—. Oh, bueno —siguió—. Me ocuparé también de la pequeña Adara que no le causará ninguna molestia mientras supervisa las ropas de Elena y de Stefan.

—Gracias, Lakshmi —dijo Elena de todo corazón, reparando en que Adara parecía ser ahora el nombre oficial del bebé.

—Bueno, no podemos ensanchar ninguna de las cosas de Bonnie para que te vayan bien, pero podemos hacer venir refuerzos y tener todo un conjunto de prendas listas para ti y para Stefan por la mañana. Es sólo una cuestión de cuero y pieles para manteneros calientes. Usamos las pieles de los animales que hay en el norte.

—Tampoco son animales bonitos y adorables —explicó Bonnie—. Son criaturas fieras y repugnantes utilizadas para adiestrarse, o que podrían subir desde la dimensión situada debajo y atacar a las gentes de los márgenes septentrionales. Y cuando por fin los matan, los cazadores de recompensas le venden el cuero y las pieles a lady Ulma.

—Oh, bueno… estupendo —dijo Elena, decidiendo no efectuar un discurso sobre los derechos de los animales justo en aquel momento.

La verdad era que seguía estando muy conmocionada por sus acciones —sus reacciones— hacia Damon. ¿Por qué había actuado de aquel modo? ¿Había sido tan sólo para soltar presión? Todavía se sentía como si pudiera darle un buen puñetazo por llevarse a Bonnie, y luego dejarla sola. Y…, y… por llevarse a la pobre Bonnie… ¡y no llevársela a ella!

Damon debía de odiarla ahora, pensó, y de repente el mundo empezó a moverse de un modo mareante, nauseabundo y descontrolado, como si ella intentara mantener el equilibrio sobre un balancín. Y Stefan… ¿qué otra cosa podía él pensar salvo que era una mujer despechada, de esas cuya furia era peor que toda la furia del Infierno? ¿Cómo podía él ser tan amable, tan bondadoso, cuando cualquiera en su sano juicio sabría que ella se había vuelto loca de celos?

Bonnie tampoco lo comprendía. Bonnie era una criatura, no una mujer. Aunque, últimamente, había crecido en cierto modo: en bondad, en comprensión. Se mostraba obstinadamente ciega, como Stefan. Pero… ¿no era necesaria madurez para hacer eso?

¿Podía ser Bonnie más mujer de lo que ella, Elena, era?

—Haré que os envíen la cena a vuestras habitaciones —decía lady Ulma, mientras usaba con rapidez y destreza la cinta métrica en Stefan—. Disfrutad de una buena noche de sueño; los thurgs… y vuestro guardarropa… os estarán esperando mañana. —Les dedicó una sonrisa radiante a todos.

—¿Tendría… quiero decir, hay algo de Magia Negra? —preguntó Elena a trompicones—. La emoción… voy a dormir en mi habitación sola. Quiero tener una buena noche de descanso. Vamos en busca de algo, ¿sabe?

Todo verdad. Todo mentira.

—Desde luego, haré que te lleven una botella… —Lady Ulma vaciló y luego se recuperó rápidamente—. A tu habitación, pero ¿por qué no tomamos todos una copita ahora? Fuera parece siempre igual —añadió en dirección a Stefan, el recién llegado—, pero en realidad es bastante tarde.

Elena bebió su primera copa de un trago. El sirviente tuvo que volverla a llenar al instante. Y de nuevo al cabo de un momento. Tras eso sus nervios parecieron relajarse un poco. Pero la sensación de balancín no llegó a desaparecer por completo, y aunque durmió sola en su habitación, Damon no la visitó para pelear con ella, burlarse de ella o matarla… y desde luego tampoco para besarla.

Los thurgs, descubrió Elena, eran algo parecido a dos elefantes cosidos juntos. Cada uno tenía dos trompas, una al lado de la otra, y cuatro colmillos de aspecto siniestro. Cada uno tenía también una rugosa cola alta, ancha y larga, como la de un reptil. Estaban dotados de pequeños ojos amarillos colocados alrededor de toda la cabeza abovedada, de modo que disponían de un campo visual de 360 grados para localizar depredadores. ¡Depredadores que pudieran abatir un thurg!

Elena imaginó una especie de felino dientes de sable, enorme, con una piel de un blanco lechoso lo bastante grande para forrar varias de sus prendas y de las de Stefan. Estaba complacida con sus nuevos conjuntos. Cada uno era en esencia una túnica y pantalones bombachos, suaves, flexibles, y de cuero en el exterior para repeler la lluvia; y de cálida y lujosa piel por dentro. Pero no serían creaciones genuinas de lady Ulma si fuera eso todo lo que eran. El body interior de piel blanca era reversible y de quita y pon, de modo que uno podía cambiarse dependiendo del clima. Había cuellos envolventes de triple grosor, que colgaban atrás o podían convertirse en bufandas que envolvían el rostro hasta los ojos. Las pieles blancas sobresalían del cuero en las muñecas para formar mitones que era imposible perder. Los chicos llevaban túnicas de cuero rectas que finalizaban en los pantalones, y se sujetaban con botones. Las túnicas de las chicas eran más largas y algo acampanadas.

Estaban pulcramente ribeteadas, pero no tenían manchas ni estaban teñidas excepto las de Damon, las cuales, por supuesto, eran negras y llevaban piel de marta cibelina.

Un thurg transportaría a los viajeros y su equipaje. Un segundo animal, más grande y de aspecto más salvaje, transportaría piedras calefactoras para ayudar a cocinar la comida de los humanos y toda la comida (parecía heno rojo) que los dos thurgs comerían durante el viaje al mundo de las tinieblas.

Pelat les enseñó cómo mover a las gigantes criaturas, con levísimos golpecitos con una vara muy larga, que permitía rascar al thurg detrás de las orejas, parecidas a las que se emplean con los hipopótamos, o darle un violento golpe en aquel punto sensible para indicarle que apresurara el paso al frente.

—¿Es seguro que Biratz transporte toda la comida para los thurgs? Creía que habías dicho que era imprevisible —preguntó Bonnie a Pelat.

—Mire, señorita, no se la daría si no fuese un animal seguro. Irá atada a Dazar, de modo que todo lo que tiene que hacer es avanzar —replicó Pelat.

—¿Nosotros iremos montados en esto? —dijo Stefan, estirando el cuello para echar una mirada al pequeño palanquín cerrado en lo alto del enorme animal.

—No tenemos más remedio —repuso Damon, tajante—. Difícilmente podríamos hacer a pie todo el camino. No se nos permite usar magia como esa sofisticada llave maestra que utilizasteis para llegar aquí. En lo más alto de la Dimensión Oscura no funciona ninguna clase de magia excepto la telepatía. Estas dimensiones son planas como platos y, según Bonnie, existe una fisura, justo en la zona situada en el extremo norte… No demasiado lejos de aquí, en otras palabras. La grieta es pequeña según los parámetros dimensionales, pero lo bastante grande para que pasemos. Si pretendemos llegar a la Torre de Entrada de los Siete Tesoros, tenemos que iniciar la marcha montados en thurgs.

Stefan se encogió de hombros.

—De acuerdo. Lo haremos a tu modo.

Pelat colocaba ya una escala para la ascensión. Lady Ulma, Bonnie y Elena lloraban y reían haciéndole carantoñas al bebé.

Seguían riendo cuando se pusieron en camino.

La primera semana más o menos fue aburrida. Permanecieron sentados en el palanquín del lomo del thurg llamado Dazar, con una brújula procedente de la mochila de Elena balanceándose del techo. Por lo general, mantenían todas las cortinas del palanquín enrolladas hacia arriba, salvo la que daba al oeste, donde el abotargado sol rojo sangre —demasiado brillante para mirarlo en la atmósfera más despejada del exterior de la ciudad— permanecía posado en todo momento sobre la línea del horizonte. La vista a su alrededor era espantosamente monótona; de un modo endiablado, con pocos árboles y muchos kilómetros de colinas cubiertas de reseca hierba marrón. Nada interesante para alguien que no fuera un cazador aparecía en ningún momento. La única cosa que cambió fue que a medida que viajaban más al norte, el frío aumentó.

Resultaba difícil para todos ellos convivir en un espacio tan reducido. Damon y Elena habían alcanzado un equilibrio —al menos en apariencia— en la técnica de ignorarse el uno al otro, algo que Elena jamás habría pensado que pudiera ser posible. Damon lo facilitó funcionando en un ciclo de sueño diferente al de los demás, lo que además ayudaba a protegerlos mientras los thurgs avanzaban penosamente, día y noche. Si estaba despierto a la vez que Elena, montaba en la parte exterior del palanquín, sobre el enorme cuello del thurg. Los dos eran muy estirados, pensó Elena. Ninguno de ellos quería ser el primero en ceder.

Entretanto, los que iban dentro del palanquín empezaron a llevar a cabo pequeños juegos, como coger los largos pastos secos que había a los lados de la carretera e intentar tejerlos en forma de muñecas, matamoscas, sombreros y látigos. Stefan demostró ser quien llevaba a cabo la urdimbre más apretada, y fabricó matamoscas y amplios abanicos para todos.

También jugaban a diferentes juegos de cartas, usando pequeñas y rígidas tarjetas de comensal (¿habría pensado lady Ulma que podrían dar una cena durante el camino?) como naipes, tras haberlas marcado cuidadosamente con los cuatro palos. Y desde luego, los vampiros cazaban. En ocasiones les llevaba bastante tiempo, ya que la caza escaseaba. El vino Magia Negra con el que lady Ulma los había aprovisionado los ayudaba a alargar los períodos de tiempo entre cacerías.

Cuando Damon visitaba el palanquín, era como si irrumpiera sin ser invitado en una fiesta privada y les hiciera burla a los anfitriones.

Finalmente, Elena ya no pudo soportarlo más, e hizo que Stefan la subiera flotando por el costado del thurg (mirar abajo o trepar arriba quedaba descartado por completo) mientras la magia que permitía volar todavía funcionara. Se sentó en la silla de montar junto a Damon e hizo acopio de valor.

—Damon, sé que tienes derecho a estar enojado conmigo. Pero no lo pagues con los demás. En especial con Bonnie.

—¿Otro sermón? —preguntó él, dirigiéndole una mirada capaz de congelar una llama.

—No, sólo una… una petición. —No consiguió obligarse a decir «una súplica».

Cuando él no respondió y el silencio se tornó insoportable, dijo:

—Damon, para nosotros… Nosotros no vamos a una búsqueda de tesoros movidos por la codicia o la aventura o cualquier razón normal. Lo hacemos porque necesitamos salvar nuestra ciudad.

—De la Medianoche —dijo una voz justo detrás de ella—. De la Última Medianoche.

Elena se volvió en redondo abriendo mucho los ojos. Esperaba ver a Stefan sujetando a Bonnie bien aferrada a él; pero era sólo Bonnie, a la altura de su cabeza, sujetándose a la escala del thurg.

Elena olvidó que temía a las alturas. Se puso en pie sobre el oscilante thurg, lista para bajar al instante por el lado del sol si no había suficiente sitio para que Bonnie se sentara en la silla del conductor.

Pero Bonnie tenía las caderas más estrechas del mundo y hubo justo el espacio suficiente para los tres.

—La Última Medianoche se acerca —repitió Bonnie.

Elena conocía aquella voz monótona, conocía las mejillas blanquecinas, los ojos vacuos. Bonnie estaba en trance… y moviéndose. Debía de ser urgente.

—Damon —musitó Elena—. Si hablo con ella, saldrá del trance. ¿Puedes preguntarle telepáticamente a qué se refiere?

Al cabo de un momento oyó que Damon proyectaba: «¿Qué es la Última Medianoche? ¿Qué es lo que sucederá entonces?».

—Es cuando empieza. Y acaba en menos de una hora. Así que… no más medianoches.

«¿Cómo dices? ¿No más medianoches?»

—No en Fell's Church. No queda nadie para verlas.

«¿Y cuándo sucederá eso?»

—Esta noche. Los niños están listos por fin.

«¿Los niños?»

Bonnie simplemente asintió, con la mirada perdida en la lejanía.

«¿Va a sucederles algo a los niños?»

Los párpados de Bonnie descendieron hasta quedar medio cerrados. No pareció oír la pregunta.

Elena necesitaba agarrarse a algo. Y de improviso pudo hacerlo. Damon había alargado el brazo por delante del regazo de Bonnie y había tomado su mano.

«Bonnie, ¿van a hacer algo los niños a medianoche?»

Los ojos de Bonnie se llenaron de lágrimas y la muchacha inclinó la cabeza.

—Tenemos que regresar. Tenemos que ir a Fell's Church —dijo Elena, y sin apenas saber lo que hacía, soltó la mano de Damon y descendió por la escala.

El abotargado sol parecía diferente… más pequeño. Tiró de la cortina y su cabeza casi chocó con la de Stefan, que la estaba enrollando para dejarla entrar.

—Stefan, Bonnie está en trance y ha dicho…

—Lo sé. Lo estaba escuchando. Ni siquiera he podido atraparla cuando subía. Ha saltado a la escala y ha trepado como una ardilla. ¿Qué crees que quiere decir?

—¿Recuerdas la experiencia astral que ella y yo tuvimos? ¿Cuando espiamos a Alaric? Eso es lo que va a suceder en Fell's Church. Todos los niños, todos a la vez, justo a la medianoche; tenemos que regresar…

—Calma. Calma, mi amor. ¿Recuerdas lo que dijo lady Ulma? Casi un año aquí resultó ser únicamente días en nuestro mundo.

Elena vaciló. Eso era cierto; no podía negarlo. Con todo, sentía tanto frío…

Frío físico, advirtió de improviso, cuando una ráfaga de aire helado se arremolinó a su alrededor, abriéndose paso a través de la ropa de cuero como un machete.

—Necesitamos las pieles interiores —jadeó Elena—. Debemos de estar acercándonos a la fisura.

Tiraron hacia abajo de las lonas del palanquín y las aseguraron, y luego revolvieron a toda prisa en el ordenado ropero colocado en la grupa del thurg.

Las pieles eran tan lisas que Elena pudo meter dos bajo sus ropas de cuero con facilidad.

Los interrumpió Damon, que entraba con Bonnie en brazos.

—Ha dejado de hablar —dijo, y añadió—: Cuando estéis lo bastante abrigados, os sugiero que salgáis.

Elena depositó a Bonnie sobre uno de los dos bancos del interior del palanquín y apiló una manta tras otra sobre ella, hasta arroparla bien con ellas. A continuación se obligó a volver a subir.

Por un momento quedó cegada. No por el arisco sol rojo —lo habían dejado tras unas montañas, a las que confería un tono rosa zafiro—, sino por un mundo blanco. Una blancura en apariencia interminable, llana y sin rasgos característicos, se extendía ante ellos hasta allí donde un banco de niebla ocultaba lo que fuera que hubiera tras él.

—Según la leyenda, deberíamos estar dirigiéndonos hacia el Lago Plateado de la Muerte —dijo la voz de Damon desde detrás de Elena. Y, curiosamente, a través de aquel helor, la voz era cálida…, casi amistosa—. También conocido como Lago Espejo. Pero no puedo transformarme en un cuervo y adelantarme a explorar como querría. Algo me lo impide. Y esa niebla que tenemos al frente es impenetrable a las sondas psíquicas.

Elena miró instintivamente a su alrededor. Stefan seguía dentro del palanquín, a todas luces cuidado aún de Bonnie.

—¿Buscas el lago? ¿Cómo es? Quiero decir… Puedo adivinar por qué deben de llamarlo Lago Plateado y Lago Espejo —dijo ella—, pero ¿a qué se referirá la parte sobre Muerte?

—Dragones acuáticos. Al menos es lo que dice la gente; pero ¿quién ha estado ahí para traer de vuelta el relato? —Damon la miró.

«Ha cuidado de Bonnie mientras estaba en trance —pensó Elena—. Y me habla por fin.»

—¿Dragones… acuáticos? —le preguntó, e hizo que su voz sonara amistosa, también.

Como si acabaran de conocerse. Empezaban desde el principio.

—Yo siempre he sospechado que eran kronosaurus —repuso Damon.

Estaba justo detrás de ella ahora; podía notarlo cortando el paso al viento helado; no, más que eso. Estaba generando una envoltura de calor para ella. Los estremecimientos de Elena pararon, y sintió por primera vez que podía dejar de abrazarse a sí misma.

Entonces sintió un par de brazos fuertes doblándose a su alrededor, y el calor se intensificó bruscamente. Damon estaba detrás de ella, abrazándola, y de golpe sí que sintió mucho calor.

—Damon —empezó a decir, sin demasiada firmeza en la voz—, no podemos simplemente…

—Hay un afloramiento rocoso por allí. Nadie podría vernos —propuso el vampiro que tenía detrás… ante la absoluta conmoción de Elena.

Una semana sin hablarse en absoluto… y ahora aquello.

—Damon, el tipo del palanquín justo debajo de nosotros es mi…

—¿Príncipe? ¿No necesitas un caballero, entonces?

Damon le musitó aquello directamente al oído. Elena permaneció inmóvil como una estatua. Pero lo que él dijo a continuación hizo tambalear todo su universo.

—Te gusta la historia de Camelot, ¿verdad? Sólo que aquí tú eres la reina, princesa. Te casaste con tu príncipe no tan de cuento de hadas, pero entonces apareció un caballero que conocía aún más de tus secretos, y te llamó…

—Me forzó —repuso Elena, volviéndose para mirar directamente a los ojos oscuros de Damon, al mismo tiempo que el cerebro le chillaba que lo dejara estar—. No aguardó a que oyera su llamada. Simplemente… tomó lo que quería. Como hacen los traficantes de esclavos. No sabía cómo pelear… entonces.

—Oh, no. Peleaste y peleaste. Jamás he visto a un humano pelear tan duro. Pero incluso mientras peleabas sentías cómo mi corazón llamaba al tuyo. Intenta negar eso.

—Damon…, ¿por qué ahora… de improviso…?

Damon hizo un movimiento como si fuera a apartarse, luego regresó.

—Porque cuando llegue mañana tal vez estemos muertos —dijo categórico—. Quería que supieras lo que siento por ti antes de que muera… o lo hagas tú.

—Pero no me has dicho una palabra sobre lo que tú sientes por mí. Sólo sobre lo que crees que yo siento por ti. Y lamento haberte abofeteado el primer día que llegué, pero…

—Estuviste magnífica —dijo él de un modo indignante—. Olvídalo ahora. En cuanto a lo que siento…, a lo mejor tendré una oportunidad de mostrártelo de verdad algún día.

Algo chispeó dentro de Elena; volvían a contender verbalmente, como lo habían hecho cuando se conocieron.

—¿Algún día? Suena conveniente. ¿Y por qué no ahora?

—¿Lo dices en serio?

—¿Suelo decir cosas que no pienso de verdad?

Esperaba alguna clase de disculpa, unas palabras pronunciadas con la sencillez y sinceridad con que ella le había estado hablando. En su lugar, con la mayor delicadeza, y sin mirar alrededor para ver si alguien los observaba, Damon tomó las mejillas envueltas en la bufanda de Elena entre las manos desnudas, bajó con los pulgares la bufanda hasta justo por debajo de los labios, y la besó con suavidad. Con suavidad… pero no brevemente, y algo dentro de Elena no dejaba de musitarle que desde luego que había oído su llamada desde el primer momento en que lo había visto, el primer momento que había percibido como su aura la llamaba. Ni tan siquiera sabía lo que era una aura entonces; no creía en auras. Ni en vampiros. Sólo era una pequeña idiota ignorante…

«¡Stefan!» Una voz parecida al cristal hizo sonar dos notas en su cerebro, y de improviso fue capaz de apartarse del abrazo de Damon y volver a mirar el palanquín. No había señales de movimiento allí.

—He de regresar —dijo con brusquedad a Damon—. Tengo que saber cómo está Bonnie.

—Quieres decir ver cómo está Stefan —replicó él—. No tienes por qué preocuparte. Está profundamente dormido, y también lo está nuestra jovencita.

Elena se puso en tensión.

—¿Los has influenciado? ¿Sin verlos? —Era una suposición al azar, pero un lado de la boca de Damon se curvó hacia arriba, como para felicitarla—. ¿Cómo te atreves? —dijo ella.

—Si he de ser honrado, no sé cómo me atrevo.

Damon volvió a inclinarse hacia ella, pero Elena giró la mejilla, pensando: «¡Stefan!».

«No puede oírte. Está soñando contigo.»

A Elena le sorprendió su propia reacción a aquello. Damon la había vuelto a coger y le retenía la mirada. Algo dentro de ella se fundió en la intensidad de la firme mirada negra.

—No te estoy influenciando; te doy mi palabra —musitó él—. Pero no puedes negar lo que sucedió entre nosotros la última vez que estuvimos en esta dimensión.

Le respiraba sobre los labios ya…, y Elena no se apartó. Tembló.

—Por favor, Damon. Muestra algo de respeto. Soy…, ¡oh, Dios mío! ¡Dios mío!

—¿Elena? ¡Elena! ¡Elena! ¿Qué sucede?

«Duele…», eso fue todo lo que Elena pudo pensar. Un dolor atroz le había hendido el pecho en el lado izquierdo. Como si la hubiesen apuñalado. Sofocó un grito agudo.

«¡Elena, háblame! ¡Si no puedes enviar tus pensamientos, habla!»

Por entre los labios ateridos, Elena dijo:

—Dolor… Un infarto…

—Eres demasiado joven y estás demasiado sana para eso. Deja que lo compruebe.

Damon le desabrochaba ya la parte superior del traje. Elena le dejó. No podía hacer nada por sí misma, salvo jadear:

—¡Oh, Dios mío! ¡Duele!

La mano cálida de Damon se hallaba dentro del cuero y las pieles, y fue a descansar ligeramente en el costado izquierdo, junto al corazón; tan sólo la camisola se interponía entre los dedos que exploraban y la carne de la joven. «Elena, voy a quitarte el dolor. Confía en mí.»

Al mismo tiempo que lo decía, el punzante suplicio se disipó. Damon entrecerró los ojos, y Elena supo que había absorbido el dolor para analizarlo.

—No es un infarto —dijo él al cabo de un momento—. Estoy todo lo seguro que puedo estar. Es más bien como si… Bueno, como si te hubieran clavado una estaca. Pero eso es estúpido. ¡Hum!… Ahora ha desaparecido.

Para Elena había desaparecido desde que él lo había tomado, protegiéndola.

—Gracias —musitó, advirtiendo de repente que permanecía aferrada a él, totalmente aterrada ante la idea de morirse.

O que fuera él quien moría.

Él le dedicó una rara sonrisa completa y genuina.

—Ambos estamos perfectamente. Debe de haber sido un calambre. —Había bajado la mirada a sus labios—. ¿Me merezco un beso?

—Bueno…

La había reconfortado; la había librado de aquel dolor terrible. ¿Cómo podía sensatamente decir que no?

—Sólo uno —susurró.

Notó una mano bajo la barbilla. Los párpados quisieron cerrársele, pero abrió de par en par los ojos y no lo permitió.

Cuando los labios de Damon tocaron los suyos, el brazo que la rodeaba… cambio de algún modo. Ya no intentaba refrenarla. Parecía querer reconfortarla. Y cuando la otra mano le acarició con suavidad los cabellos justo en las puntas, aplastando con delicadeza las ondulaciones, y con la misma delicadeza alisándolas, Elena sintió un torrente de estremecedora calidez.

Damon no intentaba, de un modo deliberado, aporrearla con la fuerza de su aura, que en aquel momento no estaba repleta de otra cosa que no fueran sus sentimientos por ella. Sucedía sencillamente que aunque era un vampiro recién creado, poseía una fuerza excepcional y conocía todos los trucos de uno experimentado. Elena sintió como si hubiera penetrado en aguas tranquilas y transparentes, y se hubiese hallado de improviso atrapada en una fortísima resaca a la que no había modo de oponer resistencia; con la que no se podía negociar; y desde luego con la que no se podía contactar mediante la razón. No tenía otra elección que rendirse a ella y esperar que la condujera, finalmente, a un lugar donde pudiera respirar y vivir. De lo contrario, se ahogaría… Pero ni siquiera tal posibilidad parecía tan espantosa, ahora que podía ver que la marea estaba constituida de una cadena de pequeños momentos ensartados igual que perlas. En cada uno de ellos había una diminuta chispa de admiración que Damon sentía por ella: perlas por su valor, por su inteligencia, por su belleza. Parecía que no existía el menor movimiento que ella hubiese hecho, ni la palabra más breve que hubiese pronunciado, que él no hubiese advertido y encerrado en su corazón como un tesoro.

«Pero entonces no hacíamos más que discutir», le proyectó Elena, viendo en la resaca un momento centelleante en el que le había maldecido.

«Sí; ya te dije que me parecías magnífica cuando estabas enfadada. Como una diosa venida a arreglar el mundo.»

«Es cierto, quiero arreglar el mundo. No, dos mundos: la Dimensión Oscura y mi hogar. Pero no soy ninguna diosa.»

De improviso, lo percibió con gran fuerza. Se sentía como una colegiala que ni siquiera hubiera finalizado los estudios en el instituto; y eso era en parte debido a la persona que la besaba violentamente en aquellos momentos.

«¡Bueno, piensa en lo que estás aprendiendo en este viaje! Cosas que nadie más en el universo conoce —dijo Damon en su mente—. ¡Ahora presta atención a lo que haces!»

Elena prestó atención, no porque Damon quisiera que lo hiciera, sino porque no podía evitarlo. Sus ojos se cerraron poco a poco. Comprendió que el modo de calmar aquella vorágine era formar parte de ella, sin ceder ni forzar a Damon a hacerlo, sino igualando la pasión de la resaca con lo que había dentro de su propio corazón.

En cuando lo hizo, la resaca se convirtió en viento, y ella volaba en lugar de ahogarse. No, era mejor que volar, mejor que bailar, era lo que su corazón siempre había ansiado. Un lugar elevado y en calma donde nada pudiera lastimarlos o molestarlos jamás.

Y entonces, cuando era más vulnerable, el dolor regresó, perforándole el pecho, un poco hacia la izquierda. Esta vez Damon tenía la mente tan fusionada con la suya que lo sintió desde el principio. Y ella pudo oír con claridad una frase en la mente de Damon:

«Clavar una estaca es igual de efectivo en humanos como lo es en vampiros», y percibió el repentino temor de éste de que aquello fuera una precognición.

En la oscilante y diminuta habitación, Stefan dormía sujetando a Bonnie junto a él, con el centelleante Poder envolviéndolos a ambos. Elena, que estaba bien agarrada a la escala del palanquín, saltó el resto del trecho que había hasta el interior. Posó una mano en el hombro de Stefan y lo despertó.

—¿Qué pasa? ¿Le sucede algo a Bonnie? —le preguntó, con una tercera pregunta, «¿Lo sabes?», zumbando en su cabeza.

Pero cuando Stefan alzó los verdes ojos hacia ella, éstos estaban simplemente preocupados. Quedaba claro que no invadía sus pensamientos, que estaba totalmente concentrado en Bonnie. «Gracias a Dios, es todo un caballero», pensó Elena por milésima vez.

—Intento calentarla —respondió Stefan—. Después de que saliera del trance, tiritaba. Luego dejó de tiritar, pero cuando le cogí la mano, estaba más fría que nunca. Ahora he colocado una envoltura de calor a su alrededor. Supongo que debo de haberme quedado dormido después de eso —añadió—. ¿Encontrasteis algo?

«Encontré los labios de Damon», pensó Elena, frenética, pero se obligó a borrar el recuerdo.

—Estábamos buscando el Lago Espejo de la Muerte Plateada —respondió—. Pero todo lo que he podido ver era blanco. La nieve y la niebla parecen no acabar nunca.

Stefan asintió. Luego, con cuidado, hizo como si separara dos capas de aire y deslizó una mano para tocar la mejilla de Bonnie.

—Está entrando en calor —dijo, y sonrió.

Transcurrió un buen rato antes de que Stefan se convenciera de que Bonnie había entrado en calor. Cuando lo hizo, la desenvolvió con cuidado del aire caliente que formaba la «envoltura», la depositó sobre un banco, y fue a sentarse con Elena en el otro. Por fin, Bonnie suspiró, parpadeó, y abrió los ojos.

—Me he echado una siesta —dijo, a todas luces consciente de que había transcurrido un cierto espacio de tiempo.

—No exactamente —repuso Elena, manteniendo la voz dulce y tranquilizadora.

«Veamos, ¿cómo hacía esto Meredith?»

—Entraste en trance, Bonnie. ¿Recuerdas alguna cosa sobre él?

—¿Sobre el tesoro? —preguntó ella.

—Sobre para qué es el tesoro —indicó Stefan en voz baja.

—No… No…

—Dijiste que ésta era la Última Medianoche —dijo Elena pues, por lo que recordaba, Meredith era de lo más directa—. Pero pensamos que te referías a allá en casa —añadió a toda prisa, viendo aparecer bruscamente el terror en los ojos de su amiga.

—La Ultima Medianoche… y ninguna mañana después —dijo Bonnie—. Creo… que oí a alguien decir esas palabras. Pero nada más.

Parecía un asustadizo potrillo salvaje. Elena le recordó que el tiempo discurría de un modo diferente entre los dos mundos, pero eso no pareció reconfortarla. Por fin, Elena se limitó a sentarse junto a ella y abrazarla.

La cabeza le daba vueltas llena de pensamientos sobre Damon. La había perdonado. Eso era bueno, aun cuando se había tomado su tiempo para hacerlo. Pero el verdadero mensaje era que estaba dispuesto a compartirla. O al menos dispuesto a decir que lo haría para gozar de su favor. Si ella lo conocía de verdad, si alguna vez ella aceptaba… ¡Oh, cielos!, eso acabaría con Stefan. Otra vez. Al fin y al cabo, eso era lo que había hecho cuando Katherine había tenido el mismo sentimiento.

Elena jamás podría pensar en él sin anhelo. Jamás podría pensar en él sin pensar en Stefan. No tenía ni idea de qué hacer.

Tenía problemas.