27

Stefan giró en redondo y vio a Bonnie, envuelta tan sólo en una toalla, intentando físicamente contener a Elena, que iba ataviada de igual modo. Los cabellos de Elena estaban mojados y sin peinar. Algo había provocado que saltara fuera de la bañera piscina y saliera corriendo directamente al pasillo.

A Stefan le sorprendió la reacción de Damon. ¿Era eso una chispa de alarma en los ojos infinitamente oscuros que habían permanecido impasibles contemplando miles de desastres, calamidades y crueldades?

No, no podía ser. Pero desde luego lo parecía.

Elena estaba cada vez más cerca. Su voz resonó con claridad a través del corredor, que era lo bastante espacioso para proporcionarle un leve eco.

—¡Damon! ¡Te veo! Espera ahí mismo… ¡Voy a matarte!

En esta ocasión el destello fue inconfundible. Damon echó una ojeada a la ventana, que estaba entreabierta.

Entretanto Bonnie había perdido la pelea y Elena corría como una gacela en dirección al despacho, aunque sus ojos no se parecían ni por asomo a los de tal animal. Stefan los vio centellear peligrosamente mientras la misma Elena lo eludía… principalmente porque no osó agarrarla por la toalla, y cualquier otra parte de ella estaba resbaladiza. Elena estaba ya frente a frente con Damon, que se había levantado de la silla.

—¡¿Cómo pudiste?! —gritó ella—. Usar a Bonnie de ese modo… ¡Influenciarla, drogarla… todo para conseguir lo que no te pertenecía! Usar casi todo el Poder que quedaba en la bola estrella de Misao; ¿qué creías que haría Shinichi cuando hiciste eso? Fue tras nosotros, eso fue lo que hizo…, y quién sabe si la casa de huéspedes sigue todavía en pie.

Damon abrió la boca, pero Elena no había acabado.

—Y luego traer a Bonnie a la Dimensión Oscura contigo; no me importa que no quisieses malgastar la apertura del Portal, o lo que fuera. Sabías que no debías traerla aquí.

Damon estaba furioso ahora.

—Yo…

Pero Elena lo interrumpió sin vacilar siquiera.

—Luego una vez que la arrastras hasta aquí la abandonas. La dejas aterrada, sola, en una habitación donde ni siquiera se le permite mirar por la ventana, con una colección de bolas estrella que ni siquiera te molestaste en examinar… ¡pero que son totalmente inadecuadas y le producen pesadillas! Eres…

—Si la pequeña idiota hubiera tenido el buen sentido de esperar tranquilamente…

—¿Cómo? ¿Qué has dicho?

—He dicho que si la pequeña idiota simplemente hubiera tenido el buen sentido…

Stefan, que actuaba ya, cerró los ojos brevemente. Volvió a abrirlos a tiempo de ver el bofetón y sentir cómo Elena ponía todo su Poder en él. Le giró la cabeza a Damon.

Lo que le dejó atónito —aun cuando se posicionó precisamente por si sucedía— fue ver cómo la mano de Damon se alzaba con la rapidez de una cobra al atacar. No hubo una continuación, pero Stefan había levantado ya a Elena en volandas y la había apartado fuera de su alcance.

—¡Suéltame! —chilló Elena, forcejeando para escapar de los brazos de Stefan, o al menos conseguir colocar los pies en el suelo—. ¡Voy a matarlo!

La siguiente cosa asombrosa —interrumpiendo la furia en bruto que Stefan podía percibir fluyendo por el aura de Elena— era que Elena en realidad estaba ganando la pelea, a pesar del hecho de que él era pero muchísimo más fuerte que ella. Parte de ello tenía que ver con la toalla, que amenazaba con caer en cualquier momento. La otra parte era que Elena había adquirido un estilo único de pelear contra adversarios más fuertes; al menos aquellos que tenían algo de conciencia. De un modo deliberado, se lanzaba contra cualquier punto en el cual resultaría lastimada si se la contenía, y no cedía. Al final, Stefan acabaría por tener que elegir entre hacerle daño o soltarla.

Sin embargo, en aquel momento, Elena dejó de moverse. Quedó como petrificada, con la cabeza vuelta mientras miraba detrás de él.

Stefan echó una ojeada atrás también, y sintió una descarga eléctrica atravesándolo.

Bonnie estaba de pie directamente detrás de ellos, mirando a Damon, con los labios entreabiertos en una mueca angustiada y con lágrimas en los enormes ojos castaños que le corrían a raudales por las mejillas.

Al instante, incluso antes de que pudiera caer en la cuenta de la mirada suplicante de Elena, Stefan la soltó. Comprendía: el estado de ánimo de la joven y la dinámica de la situación acababan de dar un vuelco.

Elena se ajustó la toalla y se volvió hacia Bonnie, pero para entonces Bonnie huía, corriendo pasillo adelante. Las zancadas más largas de Elena permitieron a ésta alcanzar a Bonnie en un momento y atrapó a la muchacha más menuda y la sujetó, no tanto por la fuerza como por magnetismo fraternal.

—No te preocupes por esa serpiente. —La voz de Elena les llegó con claridad, como era evidente que era lo que se deseaba—. Es un… —Y aquí Elena se permitió algunos denuestos de lo más creativos.

Stefan pudo oírlo todo con claridad y advirtió que se iban transformando en diminutos sonidos apagados a medida que Elena penetraba por la puerta del salón de baño.

Stefan miró de soslayo a Damon. No le importaba en absoluto pelear con su hermano justo en aquel momento; estaba lleno de ira él mismo por Bonnie. Pero Damon hizo caso omiso de él como si formara parte del empapelado, miraba a la nada con una expresión de gélida furia.

En aquel momento Stefan oyó un tenue sonido procedente del extremo más alejado del corredor, que estaba a bastante distancia. Pero sus sentidos de vampiro le informaron de que sin duda la persona que tenía delante era una mujer distinguida, probablemente su anfitriona. Se adelantó de modo que al menos la pudiera saludar alguien que llevara ropa puesta.

No obstante, en el último momento, Elena y Bonnie aparecieron delante de él, ataviadas con vestidos —trajes largos, más bien— que eran a la vez informales y obras geniales. El de Elena era una túnica informal de intenso color lapislázuli, con los cabellos secándose en una masa dorada alrededor de los hombros. Bonnie llevaba algo más corto y ligero: violeta pálido, surcado de hebras de plata que no formaban un dibujo concreto. Ambos conjuntos, cayó en la cuenta Stefan, resultarían igual de bellos bajo la interminable luz del sol como en una habitación cerrada sin ventanas y con lámparas de gas.

Recordó las historias que Elena le había contado sobre que lady Ulma diseñaba trajes para ella, y comprendió que aparte de cualquier otra cosa que su anfitriona pudiera ser, realmente era una modista genial.

Y entonces Elena echó a correr, con delicadas sandalias doradas que apenas tocaban el suelo y las zapatillas plateadas de Bonnie siguiéndolas, y Stefan empezó a correr también, temiendo algún peligro desconocido. Todos llegaron al extremo opuesto del corredor al mismo tiempo, y Stefan vio que la mujer allí de pie iba vestida aún más espléndidamente que las muchachas. Llevaba un vestido largo de seda cruda de un rojo intenso con un grueso collar de diamantes y rubíes y un anillo… pero ningún brazalete.

Al minuto siguiente las muchachas efectuaban ambas reverencias, reverencias profundas y elegantes. Stefan le dedicó su mejor inclinación.

Lady Ulma alargó ambas manos hacia Elena, que parecía casi frenética sobre algo que Stefan no comprendió. Elena tomó las manos extendidas, con una respiración acelerada y superficial.

—Lady Ulma… Está tan delgada…

Justo entonces pudo oírse el balbuceo de un bebé. El rostro de Elena se iluminó y sonrió a lady Ulma, soltando una rápida bocanada de aire. Una joven sirvienta —que parecía aún más joven que Bonnie— depositó con delicadeza un diminuto fardo hecho de encaje y la más fina de las batistas en los brazos de lady Ulma. Tanto Elena como Bonnie pestañearon para eliminar las lágrimas, sin dejar de sonreír beatíficamente a la criatura y proferir ruiditos cariñosos. Stefan lo comprendió; habían conocido a la dama desde que era una esclava desgarrada por los latigazos, que intentaba no perder al hijo que esperaba.

—Pero ¿cómo…? —empezó a farfullar Elena—. La vimos hace sólo unos pocos días, pero este bebé tiene meses ya…

—¿Unos pocos días? ¿Es ése el tiempo que os parece que ha transcurrido? —preguntó lady Ulma—. Para nosotros, han sido muchos meses. ¡Pero la magia todavía funciona, Elena! ¡Tu magia permaneció! Fue un parto fácil… ¡fácil! Y además el doctor Meggar dice que me salvaste antes de que ella padeciera daños debido al maltrato que recibí. ¡Ya intenta hablar! ¡Eres tú, Elena, es tu magia!

Tras decir esto la dama hizo un movimiento como para arrodillarse a los pies de Elena, pero no consiguió descender más que unos pocos centímetros, porque Elena le cogió las manos, gritando: «¡Lady Ulma, no!» mientras Stefan, con su mejor registro de velocidad, se deslizaba junto a la sirvienta y sujetaba a la mujer por los codos, sosteniendo su peso.

—Y yo no tengo magia —añadió Elena—. Stefan, dile que no tengo magia.

Obedientemente, Stefan se inclinó hacia el oído de la alta mujer.

—Elena es la persona más mágica con la que me he topado jamás —dijo en un aparte—. Posee Poderes que no puedo ni comprender.

—¡Ahh! —Elena profirió una muda exclamación de contrariedad.

—¿Sabes qué nombre le voy a poner? —continuó diciendo lady Ulma.

El rostro de la mujer, si bien no era bello de un modo convencional, era atractivo, con una aristocrática combinación de nariz romana y pómulos prominentes.

—No —Elena sonrió… y a continuación—: ¡No! —exclamó—. ¡Por favor! No la condene a una vida de esperanzas y terror. No tiente a nadie a que la lastime mientras es todavía una criatura. ¡Oh, lady Ulma!

—Pero mi querida salvadora…

Entonces Elena empezó a organizar las cosas. Una vez que tuvo la situación bajo control, ya no hubo modo de no dejarse llevar por la corriente.

—Lady Ulma —dijo con claridad— perdóneme por interferir en sus asuntos. Pero Bonnie me ha hablado… —Calló y vaciló.

—Sobre los problemas de muchachas jóvenes, enérgicas y llenas de esperanza, en su mayoría pobres o que son esclavas, que han adoptado los nombres de las tres jóvenes más valerosas que jamás honraron con su presencia nuestro mundo —finalizó lady Ulma por ella.

—Algo parecido —dijo Elena, ruborizándose.

—Nadie se está llamando Damon —intervino la joven niñera alegremente y con la mayor buena voluntad—. Ni muchachos ni muchachas.

Stefan podría haberla besado.

—¡Oh, Lakshmi! —Elena abrazó a la adolescente con aspecto de potrillo—. Ni siquiera te he visto adecuadamente. Deja que te mire. —Alargó el brazo y mantuvo a la muchacha a esa distancia—. ¿Sabes que has crecido al menos dos centímetros desde la última vez que te vi?

Lakshmi sonrió radiante.

Elena se volvió de nuevo hacia lady Ulma:

—Sí, temo por la criatura. ¿Por qué no llamarla Ulma?

La patricia dama entrecerró los ojos.

—Porque, mi querida Elena, Helena, Aliena, Alliana, Laynie, Ella… no le desearía ser «Ulma» a nadie, mucho menos a mi preciosa hija.

—¿Por qué no llamarla Adara? —terció Lakshmi de improviso—. Siempre pensé que era bonito, desde que era una cría.

Hubo un silencio… casi un silencio estupefacto. Luego Elena dijo:

—Adara… es un nombre precioso.

—Y en absoluto peligroso —repuso Bonnie.

—No le impediría iniciar una revolución si quisiera —observó Stefan.

Hubo una pausa. Todo el mundo miró a Damon, que miraba por la ventana, inexpresivo. Todo el mundo aguardaba.

Finalmente, él se volvió.

—Vaya, excelente —dijo con la mirada vacía, a todas luces sin tener ni idea, y aún menos interés, sobre de qué hablaban.

—¡Oh, vamos, Damon! —Los ojos de Bonnie seguían hinchados, pero habló con animación—. ¡Haz que sea unánime! De ese modo lady Ulma estará segura.

«Dios mío —pensó Stefan—, debe de ser la muchacha más comprensiva del universo.»

—Desde luego, entonces —dijo Damon con indiferencia.

—Perdónenos —dijo Elena con voz tirante a la habitación en general—. Todos hemos estado pasando por una época un poco difícil.

Eso dio a lady Ulma su pie para responder:

—Por supuesto que así es —dijo, sonriendo con la sonrisa de quien ha conocido amargos padecimientos—. Bonnie nos ha hablado de la destrucción de vuestra ciudad. Estoy profundamente apenada. Lo que necesitáis ahora es comida y descanso. Haré que alguien os acompañe a vuestras habitaciones.

—Debería haber presentado a Stefan al principio, pero estaba tan preocupada que lo olvidé —dijo Elena—. Stefan, ésta es lady Ulma, que fue tan buena con nosotros la otra vez. Lady Ulma… bueno, ya sabe quién es.

Se puso de puntillas para besar prolongadamente a Stefan. De un modo lo bastante prolongado para que Stefan tuviera que separarla con delicadeza y colocarla en el suelo. Estaba casi asustado ante aquella exhibición de malos modales. Elena estaba furiosa de veras con Damon. Y si no lo perdonaba, las escenas no harían más que intensificarse; y si estaba en lo cierto, Elena estaba de veras cada vez más cerca de ser capaz de lanzar las Alas de Destrucción.

Ni siquiera consideró pedir a Damon que perdonara a nadie.

Después de que las muchachas hubieron vuelto a deshacerse en murmuradas alabanzas respecto al bebé, los condujeron a opulentos dormitorios, cada uno amueblado con un gusto excelente, hasta el más mínimo detalle decorativo. Como de costumbre, no obstante, todos se congregaron en una habitación, que resultó ser la de Stefan.

Había espacio más que suficiente en la cama para que los tres se sentaran o se dejaran caer. Damon no estaba presente, pero Stefan habría apostado su vida de no muerto a que estaba escuchando.

—De acuerdo —dijo Elena en tono eficiente, y se puso en modo narración.

Explicó a Bonnie todo lo que había sucedido desde el momento en que les habían cogido las llaves maestras a Shinichi y a Misao, hasta su huida a la sala de baño de lady Ulma.

—Que te arrebaten tanto Poder de repente en un instante… —Bonnie tenía la cabeza bajada, y no era difícil adivinar en qué pensaba; alzó los ojos—. Por favor, Elena. No te enojes tanto con Damon. Sé que ha hecho algunas cosas malas; pero ha sido tan desdichado…

—Eso no es excusa —empezó a decir Elena—. Y, francamente, estoy…

«¡No lo hagas, Elena! ¡No le digas que te avergüenzas de ella por soportarlo! ¡Ya está avergonzada de sí misma!»

—Estoy sorprendida por lo que ha hecho —dijo Elena con tan sólo una pequeñísima vacilación—. Sé a ciencia cierta que le importas. Incluso tiene un apelativo cariñoso para ti: su pajarito de cresta roja.

Bonnie se sorbió la nariz.

—Siempre dices que los apelativos cariñosos son estúpidos.

—Bueno, pero me refería a nombres como… bueno… si te llamase «Bombón» o algo así.

Bonnie alzó la cabeza.

—Incluso eso estaría bien para el bebé —dijo, con una repentina sonrisa, como un arco iris tras una tormenta.

—Ya lo creo, ¿no es adorable? Jamás había visto un bebé tan feliz. Margaret se limitaba a mirarte con unos ojos enormes. Adara…, si es Adara…, debería tener una vida tan feliz…

Stefan se acomodó contra el cabezal. Elena tenía la situación controlada.

Ahora podía preocuparse sobre adónde iba Damon. Tras un momento, volvió a conectar con ellas, descubriendo que Bonnie hablaba sobre tesoros.

—Y ellos no hacían más que preguntarme y preguntarme y yo no podía comprender el motivo ya que la bola estrella que contenía el relato estaba justo allí. Sólo que el relato ahora ha desaparecido… Damon lo comprobó. Shinichi iba a arrojarme por la ventana, y fue entonces cuando Damon me rescató, y las Guardianas también me preguntaron sobre la historia.

—Extraño —dijo Stefan, incorporándose y poniéndose en guardia—. Bonnie, cuéntame cómo percibiste este relato; dónde estabas y todo eso.

—Bueno —explicó Bonnie—, primero vi un relato sobre una niña llamada Marit que iba a comprar un confite de ciruela; fue por eso que intenté hacer lo mismo al día siguiente. Y luego me metí en la cama, pero no podía dormir. Así que entonces cogí la bola estrella otra vez y ésta me mostró la historia sobre los tesoros kitsune. Los relatos aparecen en orden, de modo que tenía que ser justo el siguiente tras el relato de la tienda de dulces. Y luego de improviso estaba fuera de mi cuerpo, y volaba con Elena justo por encima del coche de Alaric.

—¿Hiciste alguna cosa en el intervalo entre experimentar el relato e irte a la cama? —preguntó Stefan.

Bonnie pensó; la boca de labios bien definidos, fruncida.

—Supongo que bajé la intensidad de la lámpara de gas. Cada noche la bajaba de modo que sólo fuera un parpadeo.

—¿Y volviste a subir la intensidad cuando no pudiste dormir y alargaste la mano para volver a coger la bola estrella?

—Esto… no. ¡Pero no son libros! No necesitas ver para experimentar un relato.

—No era eso lo que quería decir. ¿Cómo encontraste la bola estrella en aquella habitación casi a oscuras? ¿Era la única bola estrella que había en el suelo cerca de ti?

Las cejas de Bonnie se juntaron.

—Bueno… no. Había veintiséis. Otras dos eran espantosas; las había echado a patadas a un rincón. Veinticinco eran culebrones… tan aburridos. No es como si tuviera estantes o algún sitio donde colocarlas…

—Bonnie, ¿quieres saber lo que yo creo que sucedió?

Bonnie pestañeó y asintió.

—Creo que leíste un relato infantil y luego te acostaste. Y realmente te dormiste muy deprisa, aun cuando soñaste que estabas despierta. Entonces soñaste una premonición…

Bonnie gimió.

—¿Otra de ésas? ¡Pero ni siquiera había nadie a quien contársela entonces!

—Exactamente. Pero querías contársela a alguien, y ese anhelo te llevó… llevó a tu espíritu… a donde estaba Elena. Pero Elena estaba tan preocupada por comunicarse con Alaric que estaba teniendo una experiencia astral. También había estado dormida, estoy seguro de ello. —Stefan miró a Elena—. ¿Qué piensas de eso?