26

—¿Sabes cómo hacerlo? —preguntó Elena a Meredith—. Pones la llave en la cerradura y dices adónde quieres ir. Luego abres la puerta y la cruzas. Ya está.

—Vosotros tres id primero —añadió Stefan—. Y rápido.

—Yo giraré la llave —dijo Meredith a Matt—. Tú ocúpate de la señora Flowers.

Justo entonces Elena pensó algo que no quería decir en voz alta, sólo a Stefan. Pero él y ella estaban tan cerca físicamente, que sabía que él lo captaría. «¡Sable! —envió a Stefan mentalmente—. ¡No podemos dejarlo en manos de estos malachsl»

«No lo haremos —oyó decir en su cabeza a la voz de Stefan—. Le he mostrado el camino a la casa de Matt, y le he ordenado que vaya allí y lleve consigo a Garra y que protejan a las personas que no tardarían en llegar.»

Al mismo tiempo Matt decía:

—¡Oh, Dios mío! ¡Sable! Me salvó la vida… No puedo abandonarlo.

—Ya está arreglado —lo tranquilizó Stefan y Elena le dio palmaditas en la espalda—. Estará en tu casa dentro de un momento, y si vais a alguna otra parte os localizará.

Elena convirtió las palmaditas en suaves empujones.

—¡Sed buenos!

—El dormitorio de Matt Honeycutt en Fell's Church —dijo Meredith, alargando la llave para tocar el pomo de la puerta y abrirla a continuación.

La señora Flowers, Matt y ella dieron un paso al frente. La puerta se cerró.

Stefan se volvió hacia Elena.

—Yo iré delante —dijo categórico—. Pero te tendré sujeta. No voy a soltarte.

—No me sueltes nunca, nunca —musitó Elena en una imitación del «Ten pesadillas» de Misao, y a continuación pensó:

—¡Brazaletes de esclava!

—¿Qué? —dijo Stefan; luego—: Oh, lo recuerdo, me lo contaste. Pero ¿cómo se supone que tienen que ser?

—Como dos pulseras cualesquiera, que hagan juego si es posible. —Elena revolvía cosas en el fondo de la habitación, donde había mobiliario amontonado, abriendo cajones, cerrándolos—: ¡Vamos, brazaletes! ¡Vamos! ¡Se supone que en esta casa hay de todo!

—¿Qué hay de esas cosas que te pones en el pelo? —preguntó Stefan.

Elena volvió la cabeza y él le arrojó una bolsa de blandos coleteros de algodón.

—¡Eres un genio! Ni siquiera me lastimarán las muñecas. ¡Y aquí hay dos de color blanco, de modo que harán juego! —dijo Elena alegremente.

Se colocaron frente a la puerta, con Stefan a la izquierda de Elena para que pudiera ver lo que había allí fuera antes de que entraran. También tenía bien aferrado el brazo izquierdo de la muchacha.

—Donde sea que esté nuestra amiga Bonnie McCullough —dijo Stefan, y apoyó la llave en el pomo sin cerradura de la puerta, girándola.

Luego, tras dar la llave a Elena, abrió la puerta con cautela.

Elena no estaba segura de qué esperaba. Una llamarada de luz tal vez, mientras viajaban a través de dimensiones. Alguna especie de túnel girando en espiral, o estrellas fugaces. Al menos una sensación de movimiento.

Lo que obtuvo fue vapor. Le empapó la camiseta y le humedeció el pelo.

Y luego le llegó ruido.

—¡Elena! ¡Eleeeeeeeeeeeeeeena! ¿Estás aquí?

Elena reconoció la voz pero no pudo localizar a quien chillaba en medio del vapor.

Entonces vio una bañera inmensa hecha de baldosas de malaquita, y a una muchacha asustada que se ocupaba de un fuego de carbón a los pies de la bañera, mientras otras dos sirvientas sostenían cepillos de baño y piedras pómez y se acurrucaban asustadas contra la pared opuesta.

¡Y en la bañera estaba Bonnie! Era evidente que la bañera era muy profunda, porque Bonnie no conseguía tocar el fondo en el centro y en su lugar medio saltaba fuera del agua una y otra vez, como un delfín cubierto de espuma, para atraer la atención.

—Ahí estás —jadeó Elena, y cayó de rodillas sobre una alfombra azul, gruesa y blanda.

Bonnie efectuó un salto espectacular y justo por un momento Elena pudo sentir un pequeño cuerpo jabonoso entre los brazos.

Luego Bonnie volvió a hundirse y ascendió riendo.

—¿Y es ése Stefan? ¡Es Stefan! ¡Stefan, hola! ¡Holaaaa!

Stefan echó un vistazo atrás, como intentando formarse un juicio sobre la ubicación de la espuma de jabón. Pareció satisfacerle, así que se volvió levemente y agitó una mano.

—Hola, ¿Bonnie? —preguntó, con la voz ahogada por los sonidos de un chapoteo continuo—. ¿Dónde estamos?

—¡Es la casa de Lady Ulma! ¡Estás a salvo… estáis todos a salvo! —Giró un rostro menudo y esperanzado hacia Elena—. ¿Dónde está Meredith?

Elena negó con la cabeza, pensando en todas las cosas sobre Meredith que Bonnie no conocía aún. Bueno, decidió, aquél no era el momento de mencionarlas.

—Ha tenido que quedarse atrás, para proteger Fell's Church.

—¡Oh! —Bonnie bajó los ojos, preocupada—. Todavía está mal, ¿verdad?

—No te lo creerías. De verdad; es… indescriptible. Es ahí donde están Matt, la señora Flowers y Meredith. Lo siento.

—¡No, no sabes lo mucho que me alegro de verte! ¡Oh, cielos, pero si estás herida! —Contemplaba las pequeñas heridas de dientes del brazo de Elena, y la sangre de la camiseta rota—. Salgo y… ¡oye, no, entra tú! Hay muchísimo espacio; gran cantidad de agua caliente… ¡y ropa en abundancia! ¡Lady Ulma incluso diseñó algunas prendas para nosotras, para «cuando regresáramos»!

Elena, sonriendo tranquilizadora a las muchachas del cuarto de baño, se desnudaba ya tan deprisa como podía. La bañera, que era lo bastante grande para que seis personas nadaran en ella, parecía demasiado lujosa para perdérsela y, razonó, tenía sentido que uno estuviera limpio cuando saludara a su anfitriona.

—¡Ve a divertirte! —gritó a Stefan—. ¿Está Damon aquí? —añadió en un susurro aparte a Bonnie, que asintió—. Damon también está aquí —indicó con voz cantarina—. Si encuentras a lady Ulma, dile que iré en seguida a verla, pero que me estoy lavando primero.

No llegó a zambullirse en la humeante agua color rosa perla, sino que bajó hasta el segundo escalón y se dejó resbalar desde allí.

Al instante, quedó inmersa en un calor delicioso que penetró directamente en su cuerpo, tirando de algún hilo mágico para relajar los músculos de golpe. La atmósfera estaba inundada de perfumes. Echó los mojados cabellos atrás y vio que Bonnie se reía de ella.

—¿Así que saliste de tu cuchitril y has estado regodeándote en el lujo mientras nosotros estábamos preocupadísimos? —Elena no pudo evitar oír el modo en que su voz se elevaba al final, convirtiéndolo en una pregunta.

—No, me pescaron unas personas y… —Bonnie se interrumpió—. Bueno… los primeros días fueron duros, pero no importa. Gracias a Dios al final conseguimos llegar hasta lady Ulma. ¿Quieres un cepillo de baño? ¿Un poco de jabón que huele igual que las rosas?

Elena miraba a Bonnie con ojos ligeramente entornados. Sabía que Bonnie haría prácticamente cualquier cosa por Damon, y que eso incluía encubrirlo. Con delicadeza, disfrutando todo ese tiempo de los cepillos, ungüentos e innumerables clases de jabones dispuestos en un estante para que pudieran alcanzarlo todo con facilidad, inició un interrogatorio.

Stefan salió de la humeante estancia antes de quedar empapado. Bonnie estaba a salvo y Elena era feliz. Descubrió que había penetrado en otra habitación, en la que había varios divanes hechos de alguna clase de material esponjoso. ¿Para secarse? ¿Masajes? ¿Quién lo sabía?

La siguiente habitación en la que entró tenía faroles de gas encendidos a una potencia suficiente para rivalizar con la luz eléctrica. Allí había tres divanes más —no tenía ni idea de para qué—, un espejo de cuerpo entero de cristal plateado, y espejos más pequeños colocados frente a sillas. Evidentemente un lugar para maquillarse y embellecerse.

Aquella última habitación daba a un corredor. Stefan salió y vaciló, dispersando delicados zarcillos de Poder en direcciones distintas, con la esperanza de encontrar a Damon antes de que Damon advirtiera su presencia en la finca. La llave maestra había demostrado que podía superar el hecho de que no lo hubieran invitado a entrar allí. Eso significaba que a lo mejor podía…

En aquel momento obtuvo una diana, y retiró la sonda al instante, sobresaltado. Miró con atención al final del largo corredor, y pudo ver a Damon, paseando por la habitación situada al fondo, hablando con alguien a quien Stefan no podía ver y que estaba detrás de la puerta.

Stefan recorrió con sumo sigilo el pasillo, acercándose cautelosamente. Llegó hasta la puerta sin que su hermano lo advirtiera siquiera, y allí vio que la persona con la que hablaba Damon era un mujer vestida con lo que parecían pantalones bombachos de gamuza y una camisa, que tenía una tez curtida, y una aura general de estar más a gusto fuera de la civilización que dentro de ella. Damon decía:

—Asegúrate de que haya suficientes ropas de abrigo para la muchacha. No es resistente que digamos, ya sabes…

—Entonces ¿adónde la vas a llevar… y por qué? —preguntó Stefan, recostándose en la jamba de la puerta.

Tuvo la buena suerte de por una vez —sólo por aquella vez— coger a Damon por sorpresa. Su hermano alzó la mirada, y luego dio un brinco igual que un gato sobresaltado. Fue para morirse de risa contemplar a Damon buscando desesperadamente una máscara hasta que se decidió por una apariencia de distraída afabilidad. Stefan adivinó que nadie se había esforzado nunca tanto para caminar hasta una silla de escritorio, sentarse y obligarse a repantigarse.

—¡Vaya, vaya! ¡Hermanito! ¡Has venido a visitarme! Qué… agradable. Qué lástima, no obstante, que prácticamente esté a punto de salir corriendo por la puerta para emprender un viaje, y que no haya sitio para ti.

En aquel punto la mujer curtida que había estado tomando notas —y que se había puesto en pie al entrar Stefan en la habitación—, indicó:

—¡Oh, no, mi señor! A los thurgs no les importará el peso extra de este caballero. Probablemente no lo notarán. Si su equipaje puede estar listo para mañana, podéis poneros en marcha a primera hora de la mañana tal y como planeabais.

Damon le dedicó su mejor mirada iracunda de «cállate o muérete». La mujer calló. Apretando los dientes, Damon consiguió decir:

—Esta es Pelat. Es la coordinadora de nuestra pequeña expedición. Hola, Pelat. Adiós, Pelat. Puedes irte.

—Como deseéis, mi señor.

Pelat hizo una reverencia y salió.

—¿No te estás tomando esto de «mi señor» un poco demasiado en serio? —preguntó Stefan—. ¿Y qué es ese disfraz que llevas puesto?

—Es el uniforme de capitán de la guardia de Madame la Princesa Jessalyn d'Aubigne —respondió Damon con frialdad.

—¿Tienes un empleo?

—Es un puesto. —Damon mostró los dientes—. Y no es asunto tuyo.

—También has recuperado tus colmillos, veo.

—Eso tampoco es asunto tuyo. Pero si quieres que te derribe y pisotee tu cuerpo de no muerto, me encantará complacerte.

Algo no estaba bien, pensó Stefan. Damon debería haber dejado atrás la fase zahiriente y estarle pisoteando ya, de hecho. Sólo tenía sentido si…

—Ya he hablado con Bonnie —dijo.

Y lo había hecho, para preguntarle dónde estaba él. Pero en una mente culpable, el aparente conocimiento previo de algo obraba maravillas.

Y Damon se apresuró a decir justo lo que Stefan no esperaba que dijera.

—¡Puedo explicarlo!

—¡Oh, cielos! —dijo Stefan.

—Si ella simplemente hubiese hecho lo que le dije…

—¿Mientras tú estabas por ahí convirtiéndote en el capitán de la guardia de una princesa? Y ella estaba… ¿dónde?

—¡Estaba a salvo, al menos! Pero no, tenía que salir a la calle y luego ir a aquella tienda…

—¡Espeluznante! ¿De verdad que caminó por la calle?

Damon rechinó los dientes.

—Tú no sabes cómo es por aquí… o cómo funciona el comercio de esclavos. Cada día…

Stefan estrelló ambas manos sobre el escritorio, ahora realmente furioso.

—¿La cogieron traficantes de esclavos? ¿Mientras tú llevabas a cabo cosas sórdidas con una princesa?

—La princesa Jessalyn no hace cosas sórdidas —replicó Damon en tono glacial—. Ni tampoco yo. Y en cualquier caso todo resultó ser para bien porque ahora sabemos dónde están los Siete Tesoros kitsune.

—¿Qué tesoros? ¿Y a quién le importan los tesoros cuando unos kitsune están destruyendo una ciudad?

Damon abrió la boca, la cerró, y luego miró detenidamente a Stefan.

—Dijiste que habías hablado con Bonnie sobre todo esto.

—Sí que hablé con Bonnie —respondió él en tono tajante—. Le dije hola.

Los ojos oscuros de Damon llamearon. Por un momento Stefan pensó que iba a gruñir o iniciar una pelea. Pero entonces, apretando los dientes, dijo:

—Es todo por la condenada ciudad, ¿no lo entiendes? Esos tesoros incluyen la bola estrella más grande que jamás se haya llenado de Poder. Y ese Poder puede ser suficiente para salvar Fell's Church. Al menos para detener su aniquilación total. A lo mejor para incluso deshacernos de todo malach que exista y destruir a Shinichi y a Misao de un solo golpe. ¿Es eso lo bastante noble para ti, hermanito? ¿Es razón suficiente?

—Pero llevar a Bonnie…

—¡Quédate con ella aquí si quieres! ¡Pasad vuestras vidas aquí! Podría mencionar que sin ella jamás habría podido organizar una expedición, y que está decidida a ir. Además, no regresaremos en esta dirección. Tiene que existir una ruta más fácil que vaya desde la Torre de Entrada hasta la Tierra. No sobreviviríamos al camino de vuelta, así que será mejor que esperes con todas tus fuerzas que haya uno.

Stefan estaba sorprendido. Jamás había oído hablar a su hermano con tal pasión sobre nada que involucrara a humanos. Estaba a punto de replicar, cuando detrás de él sonó un chillido de auténtica cólera. Fue aterrador… y preocupante, también, porque Stefan reconocería aquella voz en cualquier parte, en cualquier momento. Era la de Elena.