25

—Dormir en el trastero con todas las paredes cubiertas de amuletos en pósits —añadió Meredith con voz sombría—. Si es que tenemos suficientes. Tengo otro paquete, pero no da para mucho cuando intentas cubrir una habitación.

—De acuerdo —dijo Elena—. ¿Quién tiene la llave de Shinichi?

Matt alzó una mano.

—En mi…

—¡No me lo digas! —exclamó Elena—. Yo tengo la de ella. No podemos perderlas. Stefan y yo somos un equipo; vosotros, chicos, formáis el otro.

Medio condujeron medio sostuvieron a Misao para sacarla de la habitación de Stefan y llevarla escalera abajo. Misao no intentó huir de ellos, forcejear o hablarles. Tal cosa no hizo más que aumentar las suspicacias de Matt hacia ella. Vio que Stefan y Elena intercambiaban veloces miradas y supo que sentían lo mismo.

Pero ¿qué otra cosa podían hacer con ella? No había otro modo, humanamente, o incluso inhumanamente, de controlarla durante días. Tenían su bola estrella, y, según los libros, se suponía que eso les concedía el control sobre ella, pero la kitsune tenía razón, parecía ser una idea obsoleta, porque no funcionó. Habían probado con Stefan y Meredith sujetándola con fuerza, mientras Matt sacaba la bola estrella de donde la había mantenido guardada en una caja de zapatos en el estante que había sobre las ropas colgadas en su armario.

Elena y él habían intentado conseguir que Misao hiciera cosas mientras sostenían la esfera casi vacía: que les contara dónde estaba la bola estrella de su hermano y cosas por el estilo. Pero sencillamente no había funcionado.

—A lo mejor, cuando hay tan poco Poder en ella, no funciona —dijo por fin Elena; pero era poco consuelo en el mejor de los casos.

Mientras llevaban a Misao a la cocina, Matt pensó que había sido un plan estúpido por parte de los kitsune: imitar a Stefan dos veces. Hacerlo la segunda vez, cuando los humanos estaban en guardia, era estúpido. Misao no parecía tan estúpida.

Matt tuvo un mal presentimiento.

A Elena le producía una sensación desagradable lo que estaban haciendo. Al pasear la mirada por los rostros de los demás, vio que lo mismo les sucedía a ellos. Pero a nadie se le había ocurrido un plan mejor. No podían matar a Misao. No eran asesinos capaces de matar a una muchacha enfermiza y pasiva a sangre fría.

Imaginó que Shinichi debía de tener un oído muy agudo, y que los habría oído ya andando sobre las crujientes tablas del suelo de la cocina. Y tuvo que asumir que sabía —mediante un vínculo mental, simple lógica, o lo que fuera— que Misao estaba justo encima de él. No se perdía nada con chillar a través de la puerta cerrada.

—¡Shinichi, tenemos a tu hermana aquí! Si quieres que te la devolvamos, permanece quieto y no nos obligues a arrojarla escalera abajo.

Sólo les llegó silencio del sótano despensa. Elena eligió considerarlo como un silencio de sumisión. Al menos Shinichi no aullaba amenazas.

—De acuerdo —susurró Elena, que había ido a colocarse directamente detrás de Misao—. Cuando cuente tres, empujamos tan fuerte como podamos.

—¡Aguarda! —dijo Matt en un susurro abatido—. Habías dicho que no la arrojaríamos escalera abajo.

—La vida no es justa —repuso Elena con voz sombría—. ¿Crees que él no tiene alguna sorpresa para nosotros?

—Pero…

—Déjalo estar, Matt —dijo Meredith en voz baja.

Tenía el bastón preparado en la mano izquierda y la derecha estaba lista para empujar el panel que abría la puerta.

—¿Todo el mundo preparado?

Todos asintieron. Elena sintió pena por Matt y Stefan, que eran los más honrados y sensibles de todos ellos.

—Uno —murmuró con suavidad—, dos, tres.

Al decir tres Meredith golpeó el interruptor escondido en la pared. Y entonces las cosas empezaron a suceder a cámara muy lenta.

Al decir «dos» Elena había empezado a empujar a Misao hacia la puerta. Al decir «tres» los demás se unieron a ella.

Pero la puerta pareció tardar una eternidad en abrirse. Y antes de que la eternidad tocara a su fin, todo fue mal.

De las hojas que rodeaban la cabeza de Misao brotaron ramitas en todas direcciones. Un ramal salió disparado y enganchó a Elena alrededor de la muñeca. Esta oyó un alarido de indignación de Matt y supo que otro lo había atrapado a él.

—¡Empuja! —gritó Meredith, y entonces Elena vio el bastón yendo hacia ella.

Meredith agitó el bastón por entre el follaje conectado a Misao. La enredadera arrollada a la muñeca de Elena cayó al suelo.

Cualquier duda que sintieran sobre arrojar a Misao escalera abajo desapareció. Elena se unió al grupo que intentaba empujarla a través de la abertura. Pero algo pasaba en el sótano. Para empezar, empujaban a Misao a una oscuridad total… y movimiento.

El sótano estaba lleno de… algo. Unas cosas.

Elena bajó la mirada al tobillo y le horrorizó ver a un gusano gigante que parecía haber reptado fuera del sótano despensa. O al menos un gusano fue lo primero que le pasó por la mente para compararlo con algo; a lo mejor era una babosa sin cabeza. Era traslúcido y negro y de unos treinta centímetros de longitud, pero demasiado gordo como para rodearlo con la mano. Parecía tener dos modos de moverse, uno mediante el familiar método de encogerse y estirarse y el otro simplemente pegándose a otros gusanos, que saltaban sobre la cabeza de Elena como un surtidor repugnante.

Elena alzó los ojos y deseó no haberlo hecho.

Había una cobra balanceándose por encima de ellos, que salía del sótano despensa y entraba en la cocina. Estaba compuesta de gusanos negros y traslúcidos pegados entre sí, y de vez en cuando uno caía y aterrizaba entre el grupo y sonaba un grito.

De haber estado allí Bonnie, habría chillado hasta hacer añicos los vasos de vino de las alacenas, pensó frenéticamente Elena. Meredith intentaba atacar a la cobra con el bastón e introducía la otra mano en el bolsillo para sacar pósits al mismo tiempo.

—Yo sacaré las pegatinas —jadeó Elena, y retorció la mano para introducirla en el bolsillo de Meredith.

Sus dedos se cerraron sobre un pequeño fajo de tarjetas y las extrajo triunfante.

Justo entonces el primer gusano rechoncho y reluciente cayó sobre su piel desnuda. Quiso chillar de dolor cuando los diminutos pies, dientes o ventosas de la criatura —lo que fuera que la mantenía sujeta a ella— la quemaron y aguijonearon. Sacó una fina tarjeta del fajo, que no era un pósit sino el mismo amuleto en una tarjeta más bien fina, y lo colocó de un manotazo sobre la criatura con forma de gusano.

No sucedió nada.

Meredith lanzaba estocadas con el bastón al interior de la parte central de la cobra en aquellos momentos. Elena vio cómo otra de las criaturas caía casi sobre su rostro alzado y consiguió girarlo de modo que la criatura le alcanzó el cuello de la camiseta en su lugar. Probó otra tarjeta del fajo y cuando se limitó a flotar lejos —los gusanos parecían pegajosos pero no lo eran— profirió un grito primitivo y arrancó con ambas manos las cosas pegadas a ella. Estas cedieron, dejándole la piel cubierta de marcas rojas y la camiseta desgarrada en el hombro.

—¡Los amuletos no funcionan! —aulló a Meredith.

Meredith estaba de hecho justo bajo la oscilante cabeza en forma de capuchón de la cobra-gusano, acuchillando una y otra vez como si quisiera alcanzar su núcleo. Su voz sonó apagada.

—¡No hay suficientes amuletos de todos modos! Hay demasiados de estos bichos. Será mejor que corras.

Al cabo de un instante Stefan gritó:

—¡Todo el mundo fuera de aquí! ¡Hay algo sólido ahí dentro!

—¡Es eso lo que intento alcanzar! —gritó Meredith en respuesta.

Frenético, Matt chilló:

—¡¿Dónde está Misao?!

La última vez que Elena la había visto, la kitsune estaba sumergiéndose en la retorcida masa de oscuridad segmentada.

—Se ha ido —gritó a su vez—. ¿Dónde está la señora Flowers?

—En la cocina —dijo una voz detrás de ella.

Elena miró atrás y vio a la anciana bajando hierbas con ambas manos.

—¡De acuerdo! —gritó Stefan—. Todo el mundo, retroceded unos cuantos pasos. Voy a golpearlo con Poder. ¡Hacedlo… ya!

Su voz fue como un latigazo. Todo el mundo retrocedió, incluso Meredith, que había estado tanteando la serpiente con el bastón.

Stefan enroscó las manos alrededor de nada, alrededor de aire, y éste se transformó en brillante energía que centelleaba y giraba sobre sí misma. La arrojó a quemarropa al interior de la cobra hecha de gusanos.

Hubo una explosión, y luego de repente llovían gusanos. Elena apretó los dientes para impedirse chillar. Los cuerpos ovalados y traslúcidos de los gusanos se abrieron en el suelo de la cocina igual que ciruelas demasiado maduras, o si no rebotaron en él. Cuando Elena se atrevió a alzar la mirada otra vez, vio una mancha negra en el techo.

Debajo de ella, sonriendo, estaba Shinichi.

Meredith, veloz como el rayo, intentó atravesarlo con el bastón. Pero Shinichi fue más rápido, inclinándose fuera de su camino, y también esquivó la siguiente estocada, y la siguiente.

—Vosotros, humanos —dijo—. Todos sois iguales. Tan estúpidos. Cuando llegue por fin la Medianoche, sabréis lo estúpidos que erais.

Dijo «Medianoche» como si dijera «el Apocalipsis».

—Fuimos lo bastante listos para descubrir que no eras Stefan —dijo Matt desde detrás de Shinichi.

Shinichi puso los ojos en blanco.

—Y para meterme en una habitacioncita con el techo de madera. ¿Es que ni siquiera podéis recordar que los kitsune controlamos todas las plantas y los árboles? Las paredes están ya repletas de larvas de malachs en estos momentos, ¿sabéis? Totalmente infestadas.

Los ojos de Shinichi parpadearon… y echó un vistazo atrás, vio Elena, mirando en dirección a la puerta abierta del sótano despensa.

Su terror se disparó, y al mismo tiempo Stefan gritó:

—¡Salid de aquí! ¡Fuera de la casa! ¡Id a algún lugar seguro!

Elena y Meredith se miraron la una a la otra, paralizadas. Estaban en equipos distintos, pero no parecían capaces de soltarse. Entonces Meredith salió violentamente de aquel estado y giró hacia el fondo de la cocina para ayudar a la señora Flowers. Matt ya estaba allí, haciendo lo mismo.

Y entonces Elena se vio arrancada del suelo y moviéndose a toda velocidad. Stefan la sujetaba y corría hacia la puerta principal. Vagamente, oyó gritar a Shinichi:

—¡Traedme de vuelta sus huesos!

Uno de los gusanos que Elena apartó de un manotazo reventó su piel y Elena vio algo reptando fuera. Realmente eran malachs, comprendió. Versiones más pequeñas del que se había tragado el brazo de Matt y había dejado aquellos arañazos largos y profundos cuando él consiguió sacarlo.

Reparó en que había uno adherido a la espalda de Stefan. Sintiéndose temeraria debido a la rabia que notaba, lo agarró cerca de un extremo y tiró con energía, estirando implacable a pesar de que Stefan lanzó un jadeo de dolor. Cuando la criatura se soltó pudo vislumbrar lo que parecían docenas de pequeños dientes infantiles en el lado inferior. Lo arrojó contra una pared cuando llegaron a la puerta principal.

Allí casi chocaron con Matt, Meredith y la señora Flowers, que llegaban a través de la salita. Stefan abrió de golpe la puerta y cuando todos hubieron cruzado Meredith la cerró de un portazo. Unos pocos malachs —larvas y algunos todavía húmedos que volaban— consiguieron salir con ellos.

—¿Dónde encontraremos un lugar seguro? —soltó Meredith—. Quiero decir, realmente seguro, ¿seguro durante un par de días?

Ni ella ni Matt habían soltado a la señora Flowers y, a juzgar por la velocidad a la que iban, Elena imaginó que la anciana debía de ser ligera como una figurita de paja. No dejaba de decir:

—¡Dios mío! ¡Oh, válgame Dios!

—¿Qué os parece mi casa? —sugirió Matt—. La manzana está fatal, pero la casa estaba bien la última vez que la vi, y mi madre se ha ido con la doctora Alpert.

—De acuerdo, la casa de Matt… usando las llaves maestras. Pero hagámoslo desde el trastero. No quiero volver a abrir esta puerta de la calle, pase lo que pase —dijo Elena.

Cuando Stefan intentó cogerla en brazos, ella negó con la cabeza.

—Estoy perfectamente. Corre tan rápido como puedas y aplasta cualquier malach que veas.

Consiguieron llegar al trastero, pero ahora un sonido parecido a un vipvipvip —una especie de zumbido agudo que sólo podían haber producido los malachs— los seguía.

—¿Ahora qué? —jadeó Matt, ayudando a la señora Flowers a sentarse en la cama.

Stefan vaciló.

—¿Crees que tu casa es realmente segura?

—¿Es seguro algún lugar? Pero está vacía, o debería estarlo.

Entretanto, Meredith se llevó a un lado a Elena y a la señora Flowers. Ante el horror de Elena, Meredith sujetaba uno de los bichos más pequeños, agarrándolo de modo que la parte inferior estaba vuelta hacia arriba.

—Oh, Dios mío… —protestó Elena, pero Meredith dijo:

—Se parecen mucho a dientes de niño, ¿verdad?

La señora Flowers se animó repentinamente.

—¡Ya lo creo! Y el fémur que encontramos en la espesura…

—Sí. Sin lugar a dudas era humano, pero a lo mejor no lo habían masticado humanos. Niños humanos —dijo Meredith.

—Y Shinichi chilló a los malachs que le trajeran nuestros huesos… —repuso Elena y tragó saliva; luego volvió a mirar la larva—. Meredith, ¡deshazte de esa cosa como sea! Va a estallar en forma de malach volador.

Meredith paseó la mirada por el trastero sin saber qué hacer.

—De acuerdo… Limítate a soltarlo y yo lo pisaré —dijo Elena, conteniendo la respiración para reprimir las náuseas.

Meredith dejó caer la rechoncha criatura traslúcida y negra, que estalló al impactar. Elena la pisoteó, pero el malach del interior no quedó aplastado. En su lugar, cuando ella alzó el pie, intentó corretear bajo la cama. El bastón lo partió limpiamente en dos.

—Chicos —dijo Elena con sequedad a Matt y a Stefan—, tenemos que irnos ahora. ¡Fuera hay un grupo de malachs voladores!

Matt se volvió hacia ella.

—Como el que…

—Más pequeños, pero iguales al que te atacó a ti, creo.

—De acuerdo, esto es lo que hemos resuelto —dijo Stefan de un modo que hizo que Elena se sintiera inmediatamente inquieta—. Alguien tiene que ir a la Dimensión Oscura de todos modos para ver cómo está Bonnie. Imagino que soy el único que puedo hacerlo, ya que soy un vampiro. Vosotros no podríais entrar…

—Sí, podríamos —replicó Meredith—. Con estas llaves, simplemente podríamos decir: «Llévanos a casa de lady Ulma en la Dimensión Oscura» o «Llévame a donde sea que esté Bonnie». ¿Por qué no tendría que funcionar?

Elena dijo:

—De acuerdo; Meredith, Matt y la señora Flowers pueden quedarse aquí e intentar averiguar qué es «la Medianoche». Por el modo en que Shinichi lo ha dicho, parece algo malo. Entretanto, Stefan y yo iremos a la Dimensión Oscura y encontramos a Bonnie.

—¡No! —dijo Stefan—. No te llevaré a ese lugar horrible otra vez.

Elena lo miró directamente a los ojos.

—Lo prometiste —replicó, indiferente a los otros ocupantes de la habitación—. Lo prometiste. No volverte a ir jamás sin mí. Sin importar que fuese por un corto espacio de tiempo, sin importar el motivo. Lo prometiste.

Stefan la miró con desesperación. Elena sabía que quería mantenerla a salvo; pero ¿qué mundo era realmente seguro ahora? Ambos estaban llenos de horrores y peligros.

—En cualquier caso —dijo ella con una sonrisa adusta—, yo tengo la llave.