Stefan despertó temprano. Pasó el rato desde el amanecer hasta el desayuno simplemente observando a Elena, que incluso dormida poseía un resplandor interno que era como una llama dorada a través de una vela de un tenue color rosa.
A la hora del desayuno, todo el mundo seguía más o menos sumido en pensamientos referentes al día anterior. Meredith mostró a Matt la fotografía de su hermano, Cristian, el vampiro, y Matt contó brevemente a Meredith el funcionamiento interno del sistema judicial de Ridgemont y le pintó una imagen de Caroline como mujer lobo. Estaba claro que ambos se sentían más a salvo en la casa de huéspedes que en ninguna otra parte.
Y Elena, que había despertado con la mente de Stefan rodeándola por completo, abrazándola, y su propia mente todavía llena de luz, se veía incapaz de hallar un plan A o con ninguna otra letra. Los demás tuvieron que decirle con suavidad que tan sólo una cosa tenía sentido.
—Stefan —dijo Matt, apurando una taza del negrísimo café de la señora Flowers—. Él es el único que podría ser capaz de usar su mente en lugar de pósits en los niños.
Y Meredith dijo:
—Stefan es el único de quien Shinichi podría tener miedo.
—Yo no soy de ninguna utilidad —repuso Elena con tristeza.
No tenía apetito. Se había vestido con una sensación de amor y compasión hacia toda la humanidad y un deseo de ayudar a proteger su ciudad natal, pero como todo el mundo había señalado, era probable que tuviera que pasar el día en el sótano despensa. Podrían aparecer periodistas.
«Ellos tienen razón —proyectó Stefan a Elena—. Por lógica, soy el único que puede averiguar qué está sucediendo en realidad en Fell's Church.»
De hecho, se marchó mientras el resto de ellos terminaban de desayunar. Únicamente Elena sabía el motivo; sólo ella podía percibirlo en los límites de su alcance telepático.
Stefan iba de caza. Condujo hasta el Bosque Nuevo, salió, y finalmente consiguió hacer salir a un conejo de la maleza. Lo influenció para que descansara y no se asustara, y, subrepticiamente, en aquel bosque poco arbolado sin lugares donde esconderse, tomó un poco de sangre de él… y se atragantó.
Sabía a alguna clase de líquido repugnante con gusto a roedor. ¿Era un roedor un conejo? Había tenido la suerte de hallar una rata un día en su celda de la prisión y tenía un sabor vagamente parecido a aquello.
Pero ahora, durante días, había estado bebiendo sangre humana. No sólo eso, sino la sangre sustanciosa y potente de individuos fuertes y aventureros, y en varios casos con talentos paranormales: la flor y nata. ¿Cómo podía haberse acostumbrado a ella tan deprisa?
Le avergonzó ahora pensar en lo que había tomado. La sangre de Elena, desde luego, era suficiente para enloquecer a cualquier vampiro. Y Meredith, cuya sangre tenía aquel profundo sabor carmesí de algún océano primordial, y Bonnie, que sabía a postre de telépata. Y finalmente Matt, el muchacho cien por cien americano con su sangre roja.
Lo habían alimentado sin cesar cada hora, mucho más allá de lo que necesitaba para sobrevivir. Lo habían alimentado hasta que había empezado a curarse, y al ver que sanaba, lo habían alimentado más. Y aquello había proseguido y proseguido, terminando con Elena la noche anterior; Elena, cuyos cabellos estaban adoptando un tinte plateado y cuyos ojos azules parecían casi radiantes. Allá en la Dimensión Oscura, Damon no había ejercido la menor moderación. Elena no había ejercido ninguna por su propio bien.
Aquel tinte plateado… A Stefan se le hizo un nudo en el estómago al pensar en él, en la última vez que había visto su pelo de aquel modo. Ella estaba muerta en aquel entonces. De pie, pero muerta de todos modos.
Dejó que el conejo se alejara correteando. Iba a hacer otro juramento. No debía convertir a Elena en una vampira otra vez. Eso significaba que no debía haber ningún intercambio significativo de sangre entre ellos dos durante al menos una semana; tanto dar como recibir podría hacer que ella rebasara el límite.
Debía volver a adaptarse al sabor de la sangre animal.
Cerró los ojos brevemente, recordando el horror de la primera vez. Los calambres. Los estremecimientos. El dolor intenso que parecía decir a todo su cuerpo que no estaba siendo alimentado. La sensación de que las venas estallarían en llamas en cualquier momento, el dolor en las mandíbulas.
Se puso en pie. Tenía suerte de estar vivo. Era más afortunado de lo que jamás habría soñado que sería al tener a Elena junto a él. Llevaría a cabo el reajuste sin preocuparla contándoselo, decidió.
Justo dos horas más tarde Stefan estaba de vuelta en la casa de huéspedes, cojeando ligeramente. Matt, que se encontró con él ante la gruesa puerta principal, advirtió la cojera.
—¿Estás bien? Será mejor que entres y te pongas un poco de hielo.
—Es sólo un calambre —respondió Stefan sucintamente—. No estoy acostumbrado al ejercicio. No hacía ninguno allá en… ya sabes.
Desvió la mirada, sonrojándose. Lo mismo hizo Matt, indignado y furioso con las personas que habían puesto a Stefan en aquel estado. Los vampiros poseían una gran resistencia, pero tenía la impresión —no, en realidad lo sabía— de que Stefan casi había muerto en su celda. Un día encerrado había convencido a Matt de que no quería que volvieran a encerrarlo jamás.
Siguió a Stefan a la cocina, donde Elena, Meredith y la señora Flowers estaban tomando té.
Y Matt sintió una punzada cuando Elena reparó al instante en la cojera y se levantó y fue hacia Stefan, y Stefan la abrazó con fuerza, pasando los dedos tranquilizadores por sus cabellos. Matt no pudo por menos que preguntarse, no obstante: ¿se estaba tornando más claro aquel espléndido cabello dorado? ¿Más parecido al dorado plateado que había tenido la primera vez que Elena había estado con Stefan e iniciado el proceso para convertirse en vampira? Desde luego Stefan parecía estar inspeccionándolo con atención, dando vueltas a cada mechón mientras pasaba los dedos a través de él.
—¿Ha habido suerte? —le preguntó Elena, con tensión en la voz.
Stefan negó cansinamente con la cabeza.
—Subí y bajé calles y allí donde encontraba a… una niña que estuviese contorsionada, o girando como una peonza o haciendo cualquiera de las otras cosas que mencionaban los periódicos, intentaba influenciarlas. Bueno, a lo mejor no tendría que haberme molestado con las que giraban como una peonza. No conseguía atraer su atención. Pero el resultado final es cero de once.
Elena se volvió hacia Meredith con inquietud.
—¿Qué hacemos?
La señora Flowers empezó a rebuscar afanosamente entre manojos de hierbas colgados sobre los fogones.
—Necesitas una buena taza de té.
—Y un descanso —dijo Meredith, dándole palmaditas en la mano a Stefan—. ¿Puedo traerte algo?
—Bueno… Tengo una nueva idea… La adivinación. Pero necesito la bola estrella de Misao para ver si funcionará. No os preocupéis —añadió—. No usaré nada del Poder que contiene; sólo necesito mirar la superficie.
—Yo la traeré —se ofreció Elena, levantándose de inmediato de donde estaba sentada en su regazo.
Matt dio un leve respingo y miró a la señora Flowers mientras Elena iba a la puerta del sótano despensa y empujaba. Nada se movió y la señora Flowers se limitó a observar con expresión benévola. Fue Stefan quien se levantó para ayudarla, cojeando aún. Entonces Matt y Meredith se levantaron y Meredith preguntó:
—Señora Flowers, ¿está segura de que deberíamos guardar la bola estrella en esa misma caja fuerte?
—Mamá dice que hacemos lo correcto —respondió la señora Flowers con serenidad.
Después de eso las cosas sucedieron muy deprisa.
Como si lo hubieran ensayado, Meredith presionó el lugar exacto para abrir el sótano despensa. Elena cayó a cuatro patas. Más deprisa incluso de lo que había imaginado que podría ir, Matt salió disparado contra Stefan bajando un hombro, y la señora Flowers empezó a bajar frenéticamente grandes manojos de hierbas secas de donde colgaban sobre la mesa de la cocina.
Y acto seguido Matt golpeaba a Stefan con toda la fuerza de su cuerpo y Stefan tropezaba por encima de Elena, con la cabeza bajando y bajando y sin hallar resistencia en su camino, mientras que Meredith caía sobre él lateralmente y lo ayudaba a efectuar una voltereta completa en el aire. En cuanto la voltereta lo sacó de la entrada y lo lanzó, haciendo la rueda, escalera abajo, Elena se levantó y cerró la puerta y Meredith se apoyó contra ella, mientras Matt gritaba:
—¿Cómo se mantiene encerrado a un kitsune?
—Éstas podrían ayudar —jadeó la señora Flowers, introduciendo hierbas olorosas en la rendija que había bajo la puerta.
—¡Y… hierro! —exclamó Elena, y Meredith, Matt y ella corrieron a la salita, donde había una enorme pantalla de chimenea dividida en tres partes. De algún modo la acarrearon al interior de la cocina y la colocaron vertical contra la puerta del sótano bodega. Justo entonces llegó el primer estampido desde el interior contra ella, pero el hierro era pesado y el segundo estampido contra la puerta fue más débil.
—¡¿Qué estáis haciendo?! ¡¿Os habéis vuelto todos locos?! —gritó lastimeramente Stefan, pero cuando todo el grupo empezó a cubrir la puerta de amuletos en pósits, lanzó imprecaciones en su lugar y se convirtió en puro Shinichi—: ¡Lo lamentaréis, malditos seáis! Misao no está bien. Llora y llora. La compensaréis con vuestra sangre, pero no antes de que yo os presente a algunos amigos especiales míos. ¡De la clase que sabe cómo provocar auténtico dolor!
Elena alzó la cabeza, como si oyera algo. Matt la contempló fruncir el ceño. Entonces la joven gritó a Shinichi:
—¡Ni se te ocurra sondear en busca de Damon. Se ha ido. Y si intentas seguirle la pista te freiré el cerebro!
Un silencio huraño le respondió desde el sótano bodega.
—Dios misericordioso, ¿qué vendrá a continuación? —murmuró la señora Flowers.
Elena se limitó a hacer un gesto con la cabeza a los demás para que la siguieran, y fueron todos arriba hasta la parte más alta de la casa —la habitación de Stefan— y hablaron en susurros.
—¿Cómo lo has sabido?
—¿Usaste telepatía?
—Yo no lo supe al principio —admitió Matt—, pero Elena actuaba como si la bola estrella estuviese en el sótano bodega. Stefan sabe que no está allí. Imagino —añadió con un sobresalto culpable— que lo invité a entrar.
—Lo supe en cuanto empezó a manosearme el pelo —dijo Elena con un escalofrío—. Stefan y D…, quiero decir, Stefan sabe que sólo me gusta que lo toquen levemente, y en los extremos. No que lo apretujen de ese modo. ¿Recordáis todas las cancioncillas de Shinichi sobre cabellos dorados? Está chiflado. De todos modos, pude darme cuenta por la sensación que producía su mente.
Matt se sintió avergonzado. Tanto preguntarse si Elena podría estar convirtiéndose en una vampira… y ésta era la respuesta, pensó.
—Yo advertí su anillo de lapislázuli —dijo Meredith—. Lo vi con él en la mano derecha cuando salió a primera hora. Cuando regresó lo llevaba en la izquierda.
Hubo una breve pausa mientras todos la miraban fijamente. Ella se encogió de hombros.
—Fue parte de mi adiestramiento, advertir cosas insignificantes.
—Bien observado —dijo Matt por fin—. Bien observado. Él no podría cambiarlo de lugar a la luz del sol.
—¿Cómo lo supo usted, señora Flowers? —preguntó Elena—. ¿O fue simplemente el modo en que nosotros actuábamos?
—Cielo santo, no, sois todos muy buenos actores. Pero en cuanto él cruzó el umbral mamá casi me aulló: «¿Qué haces permitiendo que un kitsune entre en tu casa?». Así que entonces supe lo que nos esperaba.
—¡Le hemos derrotado! —dijo Elena, radiante—. ¡Lo cierto es que hemos cogido a Shinichi desprevenido! Apenas puedo creerlo.
—Créelo —repuso Meredith con una sonrisa sardónica—. Estuvo desprevenido durante un momento. Estará pensando en cómo vengarse en estos momentos.
Algo más preocupaba a Matt, que se volvió hacia Elena.
—Pensaba que habías dicho que tanto tú como Shinichi teníais llaves que os podían llevar a cualquier parte, en cualquier momento. Así que ¿por qué no podría haberse limitado a decir: «Llévame adentro de la casa de huéspedes, al lugar donde está la bola estrella»?
—Ésas eran llaves diferentes de la doble llave zorro —respondió Elena, con las cejas muy juntas—. Son como llaves maestras, y Shinichi y Misao todavía tienen ambas. No sé por qué no habrá usado la suya. Aunque le habría delatado nada más estar dentro.
—No si fuera al interior del sótano despensa y permaneciera allí todo el tiempo —dijo Meredith—. Y a lo mejor una llave maestra puede invalidar la norma de «no ser invitado a entrar».
—Pero mamá me lo habría dicho igualmente —indicó la señora Flowers—. Además, no hay ninguna cerradura en el sótano despensa. Ni una.
—Lo de «ninguna cerradura» no importaría, me parece —respondió Elena—. Creo que sólo quería demostrar lo listo que era, y cómo podía engañarnos para que le diéramos la bola estrella de Misao.
Antes de que nadie pudiera decir una palabra, Meredith alargó la palma de la mano, con una llave reluciente en ella. La llave era dorada con diamantes incrustados y tenía un contorno muy familiar.
—¡Esa es una de las llaves maestras! —exclamó Elena—. ¡Es como pensábamos que sería la doble llave zorro!
—Digamos que se le ha caído del bolsillo de los vaqueros al dar aquella voltereta —dijo Meredith en tono inocente.
—Cuando tú le hacías dar una voltereta por encima de mí, quieres decir —dijo Elena—. Supongo que le metiste la mano en el bolsillo también.
—¡Así que, en estos momentos, Shinichi no tiene una llave con la que escapar! —dijo Matt muy excitado.
—Ninguna llave para crear cerraduras —convino Elena, mostrando los hoyuelos de las mejillas.
—Puede divertirse convirtiéndose en un topo y abriendo un túnel fuera del sótano despensa —dijo Meredith con frialdad—. Eso si lleva con él su equipo de transformación o lo que sea —añadió, con un preocupado cambio en la voz—. Me pregunto… si deberíamos hacer que Matt contara a otra persona dónde ha escondido realmente la bola estrella. Sólo… bueno, sólo por si acaso.
Matt vio ceños fruncidos a su alrededor. Pero de improviso comprendió de golpe que tenía que contar a alguien que había escondido la bola estrella en su armario. El grupo —incluido Stefan— lo había elegido para ocultarla porque había resistido tan tenazmente cuando Shinichi usaba el cuerpo de Damon como marioneta para torturarlo un mes atrás. Matt había demostrado entonces que sería capaz de morir de espantoso dolor antes que poner en peligro a sus amigos. Pero si Matt muriese ahora, el grupo tal vez no encontraría jamás la bola estrella de Misao. Y sólo Matt sabía lo cerca que había estado ese día de caer escalera abajo junto a Shinichi.
Todos oyeron un grito que procedía de muy abajo.
—¡Hola! ¿Hay alguien en casa? ¡Elena!
—Ése es mi Stefan —dijo Elena y luego, sin una pizca de dignidad, corrió para arrojarse desde el vestíbulo a sus brazos.
Él pareció sobresaltarse, pero consiguió mantener el equilibrio antes de que ambos cayeran al suelo en el porche.
—¿Qué ha sucedido aquí? —preguntó, con el cuerpo vibrando infinitesimalmente, como con el impulso de pelear—. Toda la casa huele a kitsune.
—No pasa nada —dijo Elena—. Ven a ver. —Lo condujo arriba a su dormitorio—. Lo tenemos en el sótano despensa —añadió.
Stefan pareció confuso.
—¿Tenéis a quién en el sótano despensa?
—Con hierro contra la puerta —dijo Matt en tono triunfal—. Y hierbas y amuletos cubriéndola toda. Y, de todos modos, Meredith le cogió su llave.
—¿Su llave? ¿Estáis hablando de… Shinichi? —Stefan se volvió bruscamente hacia Meredith, con los verdes ojos muy abiertos—. ¿Mientras yo estaba fuera?
—Ha sido en su mayor parte por accidente. Digamos que metí la mano en su bolsillo cuando él estaba boca abajo y había perdido el equilibrio. Y tuve suerte y conseguí la llave maestra… a menos que ésta sea una llave corriente de una casa.
Stefan la miró fijamente.
—Es auténtica. Elena lo sabe. ¡Meredith, eres increíble!
—Sí, es la de verdad —confirmó Elena—. Recuerdo la forma… muy elaborada, ¿verdad? —La tomó de la mano de Meredith.
—¿Qué vas a…?
—No estaría mal probarla —repuso Elena con una sonrisa traviesa.
Fue hacia la puerta de la habitación, la cerró, y dijo:
—La salita de la planta baja.
Insertó la llave con alas en la cerradura, y abrió la puerta, cruzándola y cerrándola tras ella. Antes de que nadie pudiera hablar, estaba de vuelta, sosteniendo en alto el atizador de la salita en un gesto triunfal.
—¡Funciona! —exclamó Stefan.
—Es asombroso —dijo Matt.
Stefan parecía casi febril.
—Pero ¿no os dais cuenta de lo que esto significa? Significa que podemos usar esta llave. Podemos ir a cualquier sitio que queramos sin usar Poder. ¡Incluso a la Dimensión Oscura! Pero primero… mientras todavía está aquí… deberíamos ocuparnos de Shinichi.
—Tú no estás en condiciones de hacer eso, querido Stefan —dijo la señora Flowers, sacudiendo la cabeza—. Lo siento, pero la verdad es que hemos sido muy, pero que muy afortunados. Ese kitsune perverso estaba desprevenido entonces. No lo estará ahora.
—Con todo, tengo que intentarlo —repuso él en voz queda—. Cada uno de vosotros ha sido atormentado o ha tenido que pelear… tanto si era con los puños como con las mentes —añadió, efectuando una leve inclinación de cabeza en dirección a la señora Flowers—. Yo he sufrido, pero no he tenido nunca la oportunidad de combatirle. Tengo que intentarlo.
Matt dijo, con la misma voz queda:
—Iré contigo.
Elena añadió:
—Podemos pelear todos juntos. ¿De acuerdo, Meredith?
Meredith asintió despacio, cogiendo el atizador que había en la chimenea de Stefan.
—Sí. Puede que sea un golpe bajo, pero… juntos.
—Yo digo que es un golpe más alto que dejarlo vivir y que siga lastimando a gente. En todo caso, nos ocuparemos de ello… juntas.
—¡Ahora mismo! —dijo Elena con firmeza.
Matt empezó a levantarse, pero su movimiento quedó paralizado en el aire a la vez que abría unos ojos como platos. Simultáneamente, con la elegancia de leonas en plena caza o bailarinas de ballet, las dos muchachas fueron hacia Stefan, y, simultáneamente, blandieron sus distintos atizadores; Elena le pegó en la cabeza y Meredith le golpeó directamente en la entrepierna. Stefan se tambaleó hacia atrás al recibir el golpe en la cabeza, pero se limitó a decir: «¡Ay!» cuando Meredith le pegó. Matt apartó a Elena, derribándola al suelo, y luego, girando con la misma precisión que si estuviera en el campo de rugby, apartó también a Meredith de «Stefan».
Pero era evidente que aquel impostor había decidido no defenderse. La figura de Stefan se desvaneció y Misao, con hojas verdes entrelazadas en los negros cabellos bordeados de escarlata, apareció ante ellos. Ante el asombro de Matt, tenía el rostro demacrado y pálido. Era evidente que estaba muy enferma, aunque seguía mostrándose desafiante. Pero no había burla en su voz esa noche.
—¿Qué habéis hecho con mi bola estrella? ¿Y mi hermano? —exigió con voz débil.
—Tu hermano está encerrado a buen recaudo —dijo Matt, sin apenas saber qué le decía.
A pesar de todos los delitos que Misao había cometido, no podía evitar sentir lástima por ella. La kitsune estaba a todas luces desesperada y enferma.
—Ya lo sé. Iba a deciros que mi hermano os matará a todos… no como un juego, sino llevado por la cólera. —Misao parecía ahora desdichada y asustada—. Nunca lo habéis visto realmente enfadado.
—Vosotros nunca habéis visto a Stefan enfadado tampoco —replicó Elena—. Al menos no cuando tenía todo su Poder.
Misao se limitó a menear la cabeza. Una hoja seca flotó fuera de sus cabellos.
—¡No lo comprendéis!
—Dudo que comprendamos nada. Meredith, ¿hemos registrado a esta chica?
—No, pero sin duda no habría traído la otra…
—Matt —dijo Elena en tono resuelto—, coge un libro y léelo. Te avisaré cuando hayamos acabado.
Matt era reacio a darle la espalda a un kitsune, aunque fuera uno enfermo. Pero cuando incluso la señora Flowers asintió con suavidad, él obedeció. Con todo, de espaldas o no, pudo oír ruidos. Y los ruidos sugerían que a Misao la sujetaban con firmeza y la registraban a fondo. Al principio los sonidos fueron todos murmullos negativos.
—Ajajá… ajajá… ajajá… aja… ¡ja!
Se oyó el tintineo de metal sobre madera.
Matt sólo se volvió cuando Elena dijo:
—De acuerdo, puedes mirar. La llevaba en el bolsillo delantero. —Añadió a Misao, que daba la impresión de que podía desmayarse de un momento a otro—: No queríamos tener que sujetarte y registrarte. Pero esta llave… por todos los cielos, ¿de dónde habéis sacado estas llaves, de todos modos?
En las mejillas de Misao apareció un puntito rosa.
—Cielos, es correcto. Son las únicas llaves maestras que quedan… y nos pertenecen a Shinichi y a mí. Encontré el modo de robarlas de la Corte Celestial. Eso fue… hace mucho tiempo.
En aquel momento oyeron un coche en la carretera: el Porsche de Stefan. En el silencio sepulcral que siguió, también pudieron ver el coche por la ventana de Stefan cuando penetró en el camino de acceso.
—Nadie baja —dijo Elena lacónicamente—. Nadie va a invitarlo a entrar.
Meredith le dirigió una mirada penetrante.
—A estas horas, Shinichi podría haber abierto un túnel al exterior igual que un topo. Y ya lo han invitado a entrar.
—Culpa mía por no advertiros a todos; pero en cualquier caso, si es Shinichi y ha hecho algo para lastimar a Stefan, va a verme realmente enfadada. Las palabras «Alas de Destrucción» acaban de aparecer en mi cabeza y algo en mi interior quiere pronunciarlas ahora.
La atmósfera de la habitación se tornó gelida.
Nadie fue al encuentro de Stefan, pero al cabo de un momento todos pudieron oír pisadas que corrían. Stefan apareció ante su puerta, irrumpió a través de ella y se encontró cara a cara con una hilera de personas que lo miraban con suspicacia.
—¿Qué diablos sucede? —exigió, mirando fijamente a Misao, a la que sujetaban entre Meredith y Matt—. Misao…
Elena dio dos pasos hacia él… y se enroscó a su alrededor, atrayéndolo a un intenso beso. Por un momento él se resistió, pero luego, poco a poco, su oposición se vino abajo a pesar de haber toda una habitación llena de gente que los observaba.
Cuando Elena lo soltó por fin, se limitó a recostarse en Stefan, respirando entrecortadamente. Los demás estaban todos rojos de vergüenza. Stefan, ruborizado como estaba, la abrazó con fuerza.
—Lo siento —musitó Elena—. Pero tú ya has «regresado a casa» dos veces. Primero, fue Shinichi y lo encerramos en el sótano despensa. Luego fue ella. —Señaló, sin mirar, en dirección a la acoquinada Misao—. No sabía cómo asegurarme de que Shinichi no había conseguido escapar de algún modo…
—¿Y estás segura ahora?
—¡Oh, sí! Te reconozco. Siempre estás listo para dejarme entrar.
Matt advirtió que la joven temblaba y se puso en pie a toda prisa para que ella pudiera sentarse, durante al menos un minuto o dos, en paz.
La paz duró menos de un minuto.
—¡Quiero mi bola estrella! —exclamó Misao—. La necesito para meter Poder en ella o seguiré debilitándome… y entonces me habréis asesinado.
—¿Seguir debilitándote? ¿Es que está evaporándose el líquido de la bola estrella o algo parecido? —preguntó Meredith.
Matt pensaba en lo que había visto en la manzana donde estaba su casa antes de que los sheriffs de Ridgemont lo detuviesen.
—¿Has reunido Poder para meterlo dentro? —inquirió con suavidad—. ¿Poder recogido ayer, tal vez?
—Poder recogido desde el mismo momento en que os la llevasteis. Pero no está unido a… mí. A mi bola estrella. Es mío, pero no aún.
—¿Cómo por ejemplo algo de Poder obtenido haciendo que Cole Reece devorara su cobaya mientras estaba vivo? ¿Haciendo que niños quemaran sus propias casas? —La voz de Matt era áspera.
—¿Qué importa eso? —replicó Misao en tono adusto—. Es mío. Eran mis ideas, no las vuestras. No podéis mantenerme alejada de…
—Meredith, mantenme alejado de ella. Conozco a ese niño llamado Cole desde que nació. Tendré pesadillas el resto de mi vida…
Misao se reanimó igual que una planta marchita que estuviera recibiendo agua.
—Ten pesadillas, ten pesadillas —musitó.
Se hizo un silencio. Luego Meredith dijo, con cuidado e inexpresiva, como si pensara en el bastón.
—Eres una criatura repugnante, ¿verdad? ¿Es ése tu alimento? ¿Malos recuerdos, pesadillas, temor al futuro?
Estaba bien claro que Misao no tenía respuesta para eso. No podía ver dónde estaba el problema. Era como preguntarle a un adolescente que siempre estuviera hambriento: «¿Qué tal un poco de pizza y una bebida? ¿Es eso lo que quieres?». Misao ni siquiera era capaz de darse cuenta de que sus apetitos estaban mal, así que no podía mentir.
—Estabas en lo cierto antes —dijo Stefan con energía—. Tenemos tu bola estrella. El único modo de lograr que te la devolvamos sería hacer algo por nosotros. Se supone que somos capaces de controlarte de todos modos debido a que la tenemos.
—Un modo de pensar anticuado. Obsoleto —gruñó Misao.
Hubo un silencio sepulcral. Matt sintió que se le caía el alma a los pies.
Habían estado apostando por un «modo de pensar anticuado» todo el tiempo. Para obtener la bola estrella de Shinichi haciendo que Misao les dijera dónde estaba. Su objetivo último había sido controlar a Shinichi usando la bola estrella de éste.
—No comprendéis nada —dijo Misao en voz lastimera, y sin embargo con ira al mismo tiempo—. Mi hermano me ayudará a rellenar mi bola estrella. Pero lo que hemos hecho en esta ciudad… ha sido una orden, no tan sólo por diversión.
—Podrías haberme engañado —murmuró Elena, pero la cabeza de Stefan se alzó violentamente y el joven preguntó:
—¿Una orden? ¿De quién?
—¡No… lo… sé! —chilló Misao—. Es Shinichi quien recibe las órdenes. Luego me dice qué hacer. Pero quienquiera que sea debería estar contento ya. La ciudad está casi destruida. ¡Debería ayudarme un poco con esto! —Dirigió una mirada iracunda al grupo, y ellos se la devolvieron.
Sin saber que iba a hacerlo, Matt dijo:
—Metámosla en el sótano despensa con Shinichi. Tengo la sensación de que tal vez tengamos que dormir todos en el trastero esta noche.