Alguien seguía llamando a la puerta de Stefan.
—Es un pájaro carpintero —dijo Elena cuando pudo hablar—. Dan golpecitos, ¿verdad?
—¿En puertas que están dentro de casas? —inquirió Stefan un tanto aturdido.
—No le hagas caso y se irá.
Al cabo de un momento los golpecitos volvieron a empezar.
—No puedo creerlo —gimió Elena.
Stefan le susurró:
—¿Quieres que te traiga la cabeza de ese pájaro? ¿Separada de su cuello, quiero decir?
Elena lo consideró. A medida que la llamada se repetía, iba sintiéndose más preocupada y menos confusa.
—Será mejor ver si realmente es un pájaro, supongo —dijo.
Stefan rodó fuera de ella, se las arregló para ponerse los vaqueros, y fue dando tumbos hasta la puerta. Muy a su pesar, Elena sintió lástima de quien fuera que estuviera al otro lado.
Los golpes volvieron a empezar.
Stefan llegó hasta la puerta y casi la arrancó de los goznes.
—Qué de… —Calló, moderando de repente la voz—. ¿Señora Flowers?
—Sí —respondió la mujer, evitando con toda deliberación mirar a Elena, que llevaba puesta una sábana y estaba directamente en su línea de visión—. Es la pobre Meredith —siguió la señora Flowers—. Está tan alterada, y dice que tiene que verte ahora, Stefan.
La mente de Elena se adaptó a la nueva información con la misma rapidez y suavidad que un tren cambiaría de vía. ¿Meredith? ¿Alterada? ¿Exigiendo ver a Stefan, aun cuando, tal y como Elena estaba segura que debía de haberlo hecho, la señora Flowers hubiese indicado con delicadeza hasta qué punto… estaba ocupado Stefan en aquel momento?
Su mente seguía ligada sólidamente a la de Stefan. Éste dijo:
—Gracias, señora Flowers. Bajaré dentro de un momento.
Elena, que se introducía en sus ropas tan rápido como podía, al mismo tiempo que se acurrucaba en el extremo más alejado de la cama, añadió una sugerencia telepática.
—Tal vez podría prepararle una tacita de té… quiero decir, una taza de té —añadió Stefan.
—Sí, querido, qué buena idea —repuso la señora Flowers con dulzura—. Y si por casualidad ves a Elena, ¿a lo mejor podrías decirle que la querida Meredith también pregunta por ella?
—Bajaremos —dijo Stefan automáticamente.
Luego se volvió y cerró la puerta a toda prisa.
Elena le dio tiempo para que se pusiera la camisa y los zapatos, y luego ambos bajaron corriendo a la cocina, donde Meredith no estaba tomando una tacita de té, sino deambulando de un lado a otro como un leopardo enjaulado.
—¿Qué…? —empezó a preguntar Stefan.
—¡Te diré lo que sucede, Stefan Salvatore! ¡No…, dimelo tú! Estuviste en mi mente antes, así que ya debes de saberlo. Debes de haber podido ver…, saber… cosas sobre mí.
Elena seguía con la mente fundida con la de Stefan, y percibió su desaliento.
—¿Saber qué sobre ti? —preguntó él con delicadeza, apartando una silla de la mesa de la cocina para que Meredith pudiera sentarse.
El acto tan simple de sentarse, de hacer una pausa para responder a la cortesía, pareció tranquilizar un tanto a la joven. Pero, aun así, Elena pudo percibir su miedo y dolor como el sabor de una espada de acero en la lengua.
Meredith aceptó un abrazo y mostró un poco más de calma. Volvió a ser un poco más ella y menos un animal enjaulado. Pero la lucha era tan visceral y tan clara en su interior que Elena no pudo soportar la idea de separarse de ella, ni siquiera cuando la señora Flowers repartió cuatro tazas de té por la mesa y tomó asiento en otra silla que Stefan le ofreció.
Luego fue Stefan quien se sentó. Sabía que Elena permanecería en pie o se sentaría o compartiría una silla con Meredith, pero que fuera lo que fuera, sería ella quien decidiría.
La señora Flowers removió con cuidado un poco de miel en su taza de té y luego pasó la miel a Stefan, quien se la dio a Elena, que puso justo el poquitín que a Meredith le gustaba en la taza de la muchacha y la removió con cuidado, a su vez.
Los sonidos corrientes y civilizados de dos cucharillas tintineando con suavidad parecieron relajar aún más a Meredith. Cogió la taza que Elena le daba y tomó un sorbo, luego bebió con avidez.
Elena pudo percibir el suspiro mental de alivio de Stefan cuando el nerviosismo de Meredith descendió unos cuantos niveles más. Él mismo sorbió educadamente su té, que estaba caliente pero no ardiendo y confeccionado a partir de bayas dulces naturales y hierbas.
—Está bueno —dijo Meredith, que era casi humana ahora—. Gracias, señora Flowers.
Elena se sintió más tranquila, y se relajó lo suficiente para atraer hacia sí su propia taza, introducir grandes cantidades de miel en ella, removerla y tomar un trago. «¡Estupendo! ¡Un té tranquilizador!»
«Es manzanilla y pepino», le dijo Stefan.
—Manzanilla y pepino —dijo Elena, asintiendo sabiamente—, para tranquilizar.
Y a continuación se ruborizó, pues la brillante sonrisa de la señora Flowers mostraba sabiduría.
Elena bebió más té apresuradamente y contempló cómo Meredith tomaba más y todo empezaba a parecer casi en su lugar. Meredith ya volvía a ser totalmente Meredith, no algún animal feroz. Elena le oprimió la mano con fuerza a su amiga.
Sólo había un problema. Los humanos eran menos aterradores que las bestias, pero podían llorar, y ahora Meredith, que jamás lloraba, temblaba y le caían lágrimas en el té.
—Sabes lo que es la morcilla, ¿verdad? —preguntó por fin a Elena.
Elena asintió vacilante.
—¿La comíamos a veces estofada en tu casa? —dijo—. ¿Y como tapa?
Elena había crecido con la morcilla como comida o tentempié en casa de su amiga, y para ella aquellos taquitos eran una comida deliciosa que únicamente la señora Sulez preparaba.
Elena notó que a Stefan se le caía el alma a los pies. Paseó la mirada a un lado y a otro, de él a Meredith.
—Resulta que no es algo que mi madre hubiese hecho siempre —dijo Meredith, mirando a Stefan ahora—. Y mis padres tenían un muy buen motivo para cambiar mi cumpleaños.
—Vamos, cuéntanos todo —sugirió Stefan en voz baja.
Y entonces Elena percibió algo que no había percibido antes. Una corriente, como una ola; un largo y suave oleaje que hablaba directamente a la parte central del cerebro de Meredith. Decía: «Simplemente cuéntalo y tranquilízate. Sin ira. Sin miedo».
Pero no era telepatía. Meredith percibió el pensamiento en la sangre y los huesos, pero no lo oyó en los oídos.
Era influencia. Antes de que Elena pudiera partirle la crisma a su amado con la taza por usar la influencia en una de sus amigas, Stefan dijo, sólo a ella: «Meredith sufre, se siente asustada y furiosa. Tiene motivos, pero necesita paz. Probablemente no seré capaz de contenerla, de todos modos, pero lo intentaré».
Meredith se secó los ojos.
—Resulta que nada de lo que sucedió… esa noche cuando tenía tres años… ocurrió como yo pensaba.
Describió lo que le habían contado sus padres, sobre todo lo que Klaus había hecho. Contar la historia, aunque fuera en voz baja, desbarataba todas las influencias tranquilizadoras que habían ayudado a la joven a controlarse. Empezaba a temblar otra vez. Antes de que Elena pudiera agarrarla, volvía a estar en pie y caminando a grandes zancadas por la habitación.
—Rió y dijo que necesitaría sangre cada semana… sangre de animal… o moriría. No necesitaba mucha. Sólo una cucharada o dos. Y mi pobre madre no quería perder a su pequeña. Hizo lo que le dijo. Pero ¿qué sucedería si tomase más sangre, Stefan? ¿Qué sucedería si bebiese la tuya?
Stefan pensaba, intentando desesperadamente ver si en todos sus años de experiencia había tropezado con algo como aquello. Entretanto dio respuesta a la parte fácil.
—Si bebieras suficiente cantidad de mi sangre te convertirías en una vampira. Pero eso le sucedería a cualquiera. Contigo… bueno, tal vez hiciera falta menos. Así que no permitas que ningún vampiro te engañe para intercambiar sangre. Con una vez podría ser suficiente.
—¿Así que no soy una vampira? ¿Ahora? ¿De ninguna clase? ¿Existen distintas clases?
Stefan respondió con seriedad:
—Jamás he oído hablar de «distintas clases» de vampiros en toda mi vida, a excepción de los Antiguos. Puedo decirte que no tienes un aura de vampiro. ¿Qué hay de tus dientes? ¿Puedes hacer que los caninos se afilen? Por lo general lo mejor es probarlo sobre carne humana. No la propia.
Elena alargó de inmediato el brazo, con el lado de las venas de la muñeca vuelto hacia arriba. Meredith, con los ojos cerrados en concentración, efectuó un gran esfuerzo, que Elena percibió a través de Stefan. Luego abrió los ojos, con la boca también abierta para una inspección dental. Elena le miró con atención los caninos. Parecían un poquitín afilados, pero también lo parecían los de todo el mundo, ¿no?
Con cuidado, Elena alargó la yema de un dedo al interior, y tocó uno de los caninos de Meredith.
Un diminuto pellizco.
Sobresaltada, Elena retiró la mano y contempló fijamente el dedo en el que empezaba a aparecer una pequeña gota de sangre.
Todos la contemplaron, hipnotizados. Entonces la boca de Elena dijo sin hacer una pausa para consultar al cerebro:
—Tienes dientes de gatito.
Al instante siguiente Meredith había apartado a Elena y deambulaba frenéticamente por toda la cocina.
—¡No seré uno! ¡No lo seré! ¡Soy una cazadora-eliminadora, no una vampira! ¡Me mataré si soy una vampira!
Lo decía muy en serio. Elena percibió cómo Stefan lo sentía, la veloz estocada del bastón entre las costillas de la joven y al interior del corazón. Recurriría a Internet para hallar el lugar correcto. Madera de tamarindo y fresno blanco perforándole el corazón, deteniéndolo para siempre… encerrando firmemente el mal que era Meredith Sulez.
«¡Tranquilízate! ¡Tranquilízate!» La influencia de Stefan penetró en su interior.
Meredith no estaba tranquila.
—Pero antes de eso tengo que matar a mi hermano. —Arrojó una fotografía sobre la mesa de la cocina de la señora Flowers—. Resulta que Klaus o alguien ha estado enviando estas cosas desde que Cristian tenía cuatro años; el día de mi auténtico cumpleaños. ¡Durante años! Y en cada fotografía podías ver sus dientes de vampiro. No «dientes de gatito». Y luego dejaron de llegar cuando yo tenía unos diez años. ¡Pero le habían mostrado creciendo! ¡Con dientes afilados! Y el año pasado llegó ésta.
Elena se abalanzó hacia la foto, pero ésta estaba más cerca de Stefan y él fue más rápido. La contempló asombrado.
—¿Creciendo? —dijo.
Elena pudo percibir lo conmocionado que estaba… y la envidia que sentía. Nadie le había dado a él aquella opción.
Elena miró a Meredith, que seguía dando vueltas, y luego volvió la cabeza para mirar a Stefan.
—Pero es imposible, ¿no es cierto? —dijo—. Pensaba que, si te mordían, te quedabas tal cual, ¿correcto? Que ni envejecías… ni crecías más.
—Eso es lo que yo pensaba también. Pero Klaus era un Antiguo y ¿quién sabe lo que pueden hacer? —respondió Stefan.
«Damon se enfurecerá cuando lo descubra», dijo Elena a Stefan en privado, alargando la mano para coger la foto aun cuando ya la había visto a través de los ojos de Stefan. Damon se sentía muy resentido respecto a la mayor altura de Stefan… respecto a la mayor altura de cualquiera.
Elena le llevó la fotografía a la señora Flowers y la miró con ella. Mostraba a un muchacho muy apuesto, con un pelo que era exactamente del mismo color oscuro que el de Meredith. Se parecía a ella en la estructura facial y la tez aceitunada. Llevaba puesta una cazadora de motociclista y guantes, pero no casco, y reía alegremente mostrando una dentadura de dientes muy blancos. Era fácil ver que los caninos eran largos y puntiagudos.
Elena pasó la mirada una y otra vez de Meredith a la fotografía. La única diferencia que pudo ver fue que los ojos de aquel muchacho parecían más claros. Todo lo demás decía a gritos «gemelos».
—Primero lo mato a él —repitió Meredith con voz cansina—. Y luego me mato yo. —Regresó dando traspiés a la mesa y se sentó, derribando casi su silla.
Elena permaneció cerca de ella, cogiendo dos tazas de la mesa para impedir que el torpe brazo de Meredith las arrojara al suelo.
Meredith… ¡torpe! Elena no había visto nunca a Meredith moverse sin gracia o ser torpe. Era alarmante. ¿Se debería de algún modo a que era —al menos en parte— una vampira? ¿A los dientes de gatito? Elena dirigió una mirada aprensiva a Stefan y percibió la propia perplejidad de éste.
Entonces ambos, sin consultarse, volvieron la cabeza para mirar a la señora Flowers, quien les dedicó una sonrisita de anciana como pidiendo disculpas.
—Tengo que matar…, encontrarlo, matarlo… primero —musitaba Meredith mientras la oscura cabeza descendía sobre la mesa, para descansar sobre los brazos—. Encontrarlo… ¿dónde? Abuelo… ¿dónde? Cristian… mi hermano…
Elena escuchó en silencio hasta que sólo pudo oírse una respiración queda.
—¿La habrán drogado? —susurró a la señora Flowers.
—Mamá pensó que sería lo mejor. Es una muchacha fuerte y saludable. No le hará daño dormir de un tirón hasta mañana por la mañana. Pero lamento tener que decir que tenemos otro problema justo ahora.
Elena echó una ojeada a Stefan, vio aparecer el pánico en su rostro, e inquirió:
—¿Qué?
Nada en absoluto llegaba a través del vínculo entre ambos. Él lo había desconectado.
Elena volvió la cabeza hacia la señora Flowers.
—¿Qué?
—Estoy muy preocupada por el querido Matt.
—Matt —repitió Stefan, paseando la mirada por la mesa como para mostrar que Matt no estaba allí.
Intentaba proteger a Elena de los escalofríos que le recorrían.
En un principio Elena no se alarmó.
—Sé dónde podría estar —dijo animadamente.
Recordaba cosas que Matt había contado sobre lo que había hecho en Fell's Church mientras ella y los demás habían estado en la Dimensión Oscura.
—En casa de la doctora Alpert. O por ahí con ella, efectuando las visitas a domicilio.
La señora Flowers meneó la cabeza con expresión desolada.
—Me temo que no, Elena querida. Sophia…, la doctora Alpert… me ha telefoneado y me ha dicho que se llevaba a la madre de Matt, a tu familia, y a otras varias personas con ella y que abandonaban Fell's Church. Y no la culpo en absoluto; pero Matt no era uno de los que se iban. Ha dicho que tenía intención de quedarse y pelear. Eso ha sido sobre las doce y media.
Los ojos de Elena fueron automáticamente al reloj de la cocina. El horror la recorrió, provocándole un vuelco en el estómago y rebotando fuera a las yemas de los dedos. El reloj marcaba las 4.35… ¡Las 4.35 de la tarde! Pero tenía que estar mal. Stefan y ella sólo habían unido las mentes unos pocos minutos. Y la cólera de Meredith no había durado tanto tiempo. ¡Era imposible!
—¡Ese reloj… no funciona bien!
Apeló a la señora Flowers, pero oyó al mismo tiempo la voz telepática de Stefan: «Es la fusion mental. No quise ir deprisa. Pero también yo me ensimismé en ello… ¡No es tu culpa, Elena!».
—Sí es mi culpa —replicó ella bruscamente en voz alta—. ¡Jamás fue mi intención olvidarme de mis amigos durante toda la tarde! Y Matt… ¡Matt jamás nos asustaría manteniéndonos en vilo a la espera de su llamada! ¡Debería haberle llamado! No debería haber estado…
Miró a Stefan con ojos desdichados. Lo único que ardía dentro de ella justo en aquellos momentos era la vergüenza de haberle fallado a Matt.
—Yo sí llamé a su número de móvil —dijo la señora Flowers con suma delicadeza—. Mamá me aconsejó que lo hiciera, hace mucho, a las doce y media. Pero no respondió. Le he llamado cada hora desde entonces. Mamá no deja de decir que ya es hora de que investiguemos la cuestión directamente.
Elena corrió hacia la señora Flowers y lloró sobre el suave encaje de batista del cuello de la anciana.
—Usted ha hecho nuestro trabajo por nosotros —dijo—. Gracias. Pero ahora tenemos que ir y encontrarlo.
Giró en redondo hacia Stefan.
—¿Puedes llevar a Meredith al dormitorio de la planta baja? Sólo quítale los zapatos y colócala sobre la colcha. Señora Flowers, si va a quedarse sola aquí, dejaremos a Sable y a Garra para que cuiden de usted. Luego nos mantendremos en contacto por móvil. Y registraremos cada casa de Fell's Church; pero imagino que deberíamos ir a la espesura primero…
—Aguarda, Elena, querida mía.
La señora Flowers tenía los ojos cerrados. Elena aguardó, cambiando el peso del cuerpo de un pie a otro. Stefan regresaba en aquellos momentos de dejar a Meredith en la habitación delantera.
De improviso, la señora Flowers sonrió, con los ojos todavía cerrados.
—Mamá dice que hará todo lo posible por vosotros dos, puesto que estáis tan unidos a vuestro amigo. Dice que Matt no está en ninguna parte de Fell's Church. Dice que cojáis al perro, Sable. El halcón velará por Meredith mientras estéis fuera. —Los ojos de la señora Flowers se abrieron—. Aunque podríamos empapelar su ventana y puerta con pósits —dijo—, sólo para asegurarnos.
—No —repuso Elena, categórica—. Lo siento, pero no las dejaré a Meredith y a usted solas con tan sólo un pájaro como protección. Las llevaremos a las dos con nosotros, recubiertas de amuletos si quiere, y entonces podemos llevar a los dos animales, también. Allá en la Dimensión Oscura, trabajaron juntos cuando Blodwedd intentó matarnos.
—De acuerdo —dijo Stefan al instante, conociendo a Elena lo suficiente para comprender que podía tener lugar una discusión de media hora y a Elena no conseguirían moverla ni un centímetro de su posición.
La señora Flowers también debía de saberlo, ya que se puso en pie, casi al instante, y fue a prepararse.
Stefan transportó a Meredith afuera, al coche de ésta. Elena emitió un minúsculo silbido llamando a Sable, que apareció en el acto a sus pies, pareciendo más grande que nunca, y ella lo llevó corriendo escalera arriba a la habitación de Matt. Estaba decepcionantemente limpia… pero Elena pescó unos calzoncillos que estaban entre la cama y la pared. Se los entregó a Sable para que se deleitara en ellos, pero descubrió que no podía estarse quieta. Finalmente, subió corriendo a la habitación de Stefan, agarró el diario de debajo del colchón, y empezó a garabatear.
Querido diario:
No sé qué hacer, Matt ha desaparecido. Damon se ha llevado a Bonnie a la Dimensión Oscura… pero ¿estará cuidando de ella?
No hay modo de saberlo. No disponemos de ningún modo de abrir un Portal e ir tras ellos. Me temo que Stefan matará a Damon, y si algo —cualquier cosa— le ha sucedido a Bonnie, también yo querré matarlo. ¡Oh, cielos, menudo lío!
Y Meredith… nada menos que Meredith, resulta que tiene más secretos que todos nosotros juntos.
Todo lo que Stefan y yo podemos hacer es abrazarnos y rezar. ¡Llevamos tanto tiempo combatiendo a Shinichi! Siento como si el final estuviera a punto de llegar… y estoy asustada.
—¡Elena! —El grito de Stefan llegó desde abajo—. ¡Estamos todos listos!
Elena volvió a introducir a toda prisa el diario bajo el colchón. Encontró a Sable esperando en la escalera, y lo siguió abajo, corriendo. La señora Flowers tenía dos sobretodos cubiertos de amuletos.
Fuera, un largo silbido de Stefan recibió como respuesta un kiiiiiii desde las alturas y Elena vio un pequeño cuerpo oscuro que describía círculos en el cielo veteado de blancas nubes de agosto.
—Lo entiende —dijo Stefan brevemente, y ocupó el asiento del conductor del coche.
Elena se colocó en el asiento trasero, detrás de él, y la señora Flowers en el del copiloto. Puesto que Stefan había sujetado a Meredith con el cinturón de seguridad de la parte central del asiento posterior, ello dejaba a Sable una ventanilla por la que sacar la cabeza jadeante.
—Ahora —dijo Stefan, por encima del ronroneo del motor—, ¿adónde vamos, exactamente?