Bonnie decidió, en unos segundos preciosos y que parecieron alargarse durante horas, que lo que iba a suceder sucedería sin importar lo que ella hiciera. Y había una cuestión de orgullo en juego. Sabía que había personas que reirían ante eso, pero era cierto. A pesar de los nuevos Poderes de Elena, era Bonnie la que estaba más acostumbrada a enfrentarse a la tenebrosa oscuridad, y de algún modo seguía viva después de todo lo pasado. Y muy pronto dejaría de estarlo. Y el modo en que se marchara era la única cosa que dependía de ella.
Oyó un glissando de chillidos y luego oyó cómo paraban. Bueno, eso era todo lo que podía hacer por el momento. Dejar de chillar. La elección estaba hecha. Bonnie saldría, sin doblegarse, desafiante… y en silencio.
En cuanto dejó de gritar, Shinichi hizo un ademán y el ogro que la sujetaba dejó de llevarla hacia la ventana.
Ella lo había adivinado. Era un bravucón. Los bravucones querían oír que las cosas dolían o que las personas se sentían desgraciadas. El ogro la alzó de modo que su rostro quedara a la altura del de Shinichi.
—¿Excitada respecto a tu viaje sólo de ida?
—Entusiasmada —respondió ella con semblante inexpresivo.
«Vaya —pensó—. No se me da tan mal esto de hacerme la valiente.» Pero todo en su interior temblaba a paso ligero para compensar su rostro glacial.
Shinichi abrió la ventana.
—¿Entusiasmada aún?
Vaya, había logrado algo: abrir la ventana. No iban a estrellarla contra el cristal hasta que lo rompiera con la cara y saliera volando por entre los irregulares pedazos. No iba a haber dolor hasta que golpeara contra el suelo, y nadie lo sabría, ni siquiera ella.
«Sólo hazlo y acaba de una vez», pensó Bonnie. La cálida brisa que penetraba por la ventana le indicó que aquel lugar donde vendían esclavas —en el que a los clientes se les permitía examinar con atención a las esclavas hasta que encontraran exactamente a la que buscaban— tenía el aire acondicionado demasiado fuerte.
«Estaré calentita, aun cuando sólo sea por un segundo más o menos», pensó.
Cuando sonó un portazo cerca de ellos, Bonnie casi saltó de los brazos del ogro, y cuando la puerta de la habitación en la que estaban se abrió de golpe, casi saltó de su propio cuerpo.
«¿Lo ves? —Algo la recorrió violentamente—. ¡Estoy salvada! Sólo ha hecho falta un poco de ese número de valentía y ahora…»
Pero era la hermana de Shinichi, Misao. Tenía aspecto de estar muy enferma, la tez cenicienta, y se sujetaba a la puerta para mantenerse en pie. La única cosa en ella que no era gris era el brillante pelo negro, bordeado de escarlata en las puntas, igual que el de Shinichi.
—¡Aguarda! —dijo a Shinichi—. Ni siquiera le has preguntado en ningún momento por…
—¿Crees que una pequeña cabeza hueca como ella lo sabría? Pero que sea como tú quieres. —Shinichi sentó a Misao en el sofá, frotándole los hombros para reconfortarla—. Yo preguntaré.
«De modo que era ella quien estaba en la habitación del espejo espía —pensó Bonnie—. Tiene muy mal aspecto. Como si se estuviera muriendo.»
—¿Qué le sucedió a la bola estrella de mi hermana? —inquirió Shinichi y entonces Bonnie vio cómo todo ello formaba un círculo, con un principio y un fin, y cómo, comprendiendo esto, podía morir con auténtica dignidad.
—Fue culpa mía —dijo, con una leve sonrisa al recordarlo—. O al menos la mitad de ello lo fue. Sage la abrió la primera vez para volver a abrir el Portal allá en la Tierra. Y luego…
Les contó la historia, como si nunca antes la hubiera oído, poniendo énfasis en cómo fue ella quien había dado las pistas a Damon para encontrar la bola estrella de Misao, y que fue Damon quien luego la había utilizado para entrar en el nivel superior de las Dimensiones Oscuras.
—Es todo un círculo —explicó—. Lo que uno hace regresa a uno. —Luego, muy a su pesar, empezó a reír tontamente.
En dos zancadas, Shinichi cruzó la habitación y empezó a abofetearla. Bonnie no supo cuántas veces lo hizo. La primera fue suficiente para hacerla lanzar un grito ahogado y detener sus risitas. Después de eso, notó las mejillas tan hinchadas como si padeciera unas dolorosísimas paperas, y la nariz le sangraba.
No dejaba de intentar limpiársela en el hombro, pero no paraba de sangrar. Por fin Misao dijo:
—¡Puaj! Soltadle las manos y dadle una toalla o algo.
Los ogros se movieron igual que si Shinichi les hubiera dado la orden.
El propio Shinichi estaba sentado ahora junto a Misao, hablándole con dulzura, como si hablara a un bebé o a una mascota querida. Pero los ojos de Misao, con su diminuto destello de fuego en ellos, eran lúcidos y adultos mientras miraba a Bonnie.
—¿Dónde está mi bola estrella ahora? —preguntó con un rostro espantosamente gris.
Bonnie, que se limpiaba la nariz, sintiendo la dicha de no tener las manos esposadas a la espalda, se preguntó por qué ni siquiera intentaba inventarse una mentira. Como «dejadme libre y os conduciré hasta ella». Entonces recordó a Shinichi y su condenada telepatía kitsune.
—¿Cómo podría saberlo? —señaló con toda lógica—. Yo intentaba arrastrar a Damon lejos del Portal cuando los dos caímos dentro. No vino con nosotros. Por lo que sé, alguien debió de darle una patada mientras estaba en el suelo y todo el líquido se debió de derramar.
Shinichi se levantó para volver a hacerle daño, pero ella sólo decía la verdad. Misao hablaba ya.
—Sabemos que eso no sucedió porque estoy… —tuvo que hacer una pausa para respirar— todavía viva.
Volvió el rostro ceniciento y demacrado hacia Shinichi y dijo:
—Tienes razón. No sirve de nada ahora, y posee mucha información que no debería tener. Arrójala afuera.
Un ogro levantó a Bonnie, toalla incluida. Shinichi se acercó por el otro lado.
—¿Ves lo que le has hecho a mi hermana? ¿Lo ves?
Ya no había más tiempo. Sólo un segundo para preguntarse si realmente iba a ser valiente o no. Pero ¿qué debería decir para demostrar que era valiente? Abrió la boca, sin estar segura, honradamente, de si lo que salía era un grito o palabras.
—Va a tener un aspecto aún peor cuando mis amigos hayan acabado con ella —dijo, y vio en los ojos de Misao que había dado en el blanco.
—¡Arrójala afuera! —gritó Shinichi, lívido de rabia.
Y el ogro la arrojó por la ventana.
Meredith estaba sentada con sus padres, intentando dilucidar qué era lo que fallaba. Había finalizado sus recados en un tiempo récord: había obtenido versiones ampliadas de lo escrito en la parte frontal de las vasijas; había llamado a la familia Saitou y ahora sabía que estarían todas en casa al mediodía. Luego había examinado y numerado las ampliaciones individuales de cada carácter de las fotografías que Alaric había enviado.
Las Saitou habían estado… tensas. A Meredith no le había sorprendido ya que Isobel había sido una primera portadora, si bien del todo inocente, de los letales malachs de los kitsune. Una de las víctimas que salió peor parada fue el propio novio formal de Isobel, Jim Bryce, quien había recibido el malach de Caroline y se lo había pasado a Isobel sin saber lo que hacía. El mismo había estado poseído por el malach de Shinichi y había mostrado todos los horribles síntomas del síndrome de Lesch-Nylan, comiéndose los propios labios y dedos, mientras que la pobre Isobel había utilizado agujas sucias —en ocasiones del tamaño de agujas de tejer infantiles— para hacerse perforaciones en más de treinta lugares, además de usar unas tijeras para convertir su lengua en bífida.
Isobel había abandonado el hospital y se recuperaba ahora. Con todo, Meredith estaba desconcertada. Había obtenido la aprobación de las láminas con los caracteres individuales ampliados sacados de las vasijas por parte de las Saitou de más edad —Obaasan (la abuela de Isobel) y la señora Saitou (la madre de Isobel)—, no sin mucha discusión en japonés sobre cada carácter, y cuando entraba ya en su coche, Isobel había salido corriendo de la casa con una bolsa de pósits en la mano.
—Mi madre los ha preparado… por si los necesitabais —jadeó en su nueva voz baja y que arrastraba un poco las palabras.
Y Meredith le había cogido las notas, agradecida, murmurando torpemente algo sobre compensación.
—No, pero… pero ¿puedo echar una ojeada a las ampliaciones? —había resollado.
¿Por qué resollaba tan fuerte?, se preguntó Meredith. Incluso si había corrido desde el piso alto hasta abajo siguiendo a Meredith… eso no lo explicaría. Entonces Meredith recordó: Bonnie le había explicado que Isobel tenía palpitaciones.
—Verás —dijo Isobel con lo que parecía vergüenza y una petición de comprensión—, Obaasan está realmente casi ciega ahora… y ha pasado mucho tiempo desde que mi madre estuvo en la escuela…, pero yo estoy tomando lecciones de japonés.
Meredith se sintió conmovida. Evidentemente, Isobel había considerado de mala educación contradecir a un adulto cuando éste estaba lo bastante cerca para oírla. Pero allí, sentada en el coche, Isobel había revisado cada una de las láminas con los caracteres ampliados, escribiendo un carácter similar, pero definitivamente distinto en el dorso. Lo llevó a cabo en veinte minutos. Meredith se había sentido sobrecogida.
—Pero ¿cómo los recuerdas todos? ¿Cómo conseguís escribiros entre vosotros? —le había espetado, tras ver los complicados símbolos que se diferenciaban sólo por unas pocas líneas.
—Con diccionarios —había respondido Isobel, y por primera vez había soltado una risita—. No, lo digo en serio; para escribir una carta muy como es debido, digamos, utilizas un diccionario ideológico y un corrector ortográfico y…
—¡Yo los necesito para escribir cualquier cosa! —había reído Meredith.
Había sido un momento agradable, con las dos sonriendo juntas, relajadas. Sin problemas. El corazón de Isobel había parecido estar perfectamente.
Luego la muchacha se había ido a toda prisa y cuando desapareció Meredith se quedó mirando un círculo redondo de humedad en el asiento del pasajero. Una lágrima. Pero ¿por qué tendría que llorar Isobel?
¿Por qué aquello le recordaba al malach, o a Jim?
¿Por qué harían falta varias operaciones de cirugía plástica antes de que sus orejas volvieran a tener carne?
Ninguna respuesta que se le ocurriera a Meredith tenía sentido. Y tenía que darse prisa para llegar a su propia casa… tarde.
No fue hasta entonces cuando Meredith reparó de golpe en algo. La familia Saitou sabía que Meredith, Matt y Bonnie eran amigos. Pero ninguna de ellas había preguntado ni por Bonnie ni por Matt.
Extraño.
Si hubiera sabido lo mucho más extraña que sería su visita a su propia familia…