Meredith y Matt estaban sentados ante la mesa del desayuno, que parecía tristemente vacía sin Bonnie. Era sorprendente la gran cantidad de espacio que aquel cuerpo menudo parecía ocupar, y lo mucho más serios que estaban todos sin ella. Meredith sabía que si Elena se hubiera esforzado al máximo, podría haberlo compensado; pero también sabía que Elena tenía una cosa en la cabeza por encima de todas las demás, y ésa era Stefan, que se sentía terriblemente culpable por haber permitido que su hermano secuestrara a Bonnie. Y entretanto Meredith sabía que tanto Matt como ella también se sentían culpables, porque ese día iban a abandonar a los otros tres, aunque sólo fuera temporalmente. Ambos tendrían que volver a casa, pues sus padres habían exigido verlos a la hora de comer.
Estaba claro que la señora Flowers no quería que se sintieran demasiado mal.
—Con la ayuda que habéis facilitado, puedo hacer las urnas —dijo—. Dado que Matt ha encontrado mi rueda…
—No la encontré exactamente —repuso Matt por lo bajo—. Estuvo allí en el trastero todo el tiempo y me cayó encima. —… y puesto que Meredith ha recibido las fotografías… junto con un correo electrónico del señor Saltzman estoy segura… a lo mejor podríamos ampliarlas o algo parecido.
—Desde luego, y podríamos mostrárselas a las Saitou, también, para asegurarnos de que los símbolos dicen las cosas que queremos que digan —prometió Meredith—. Y Bonnie puede…
Se interrumpió en seco. ¡Idiota! Era una idiota, pensó. Y, como cazadora-eliminadora, se suponía que debía tener las ideas claras y mantener el control en todo momento. Se sintió fatal cuando miró a Matt y vio el dolor retratado en su rostro.
—Seguro que la querida Bonnie no tardará en estar en casa de regreso —finalizó la señora Flowers por ella.
«Todos sabemos que eso no es cierto, y no necesito poseer poderes psíquicos para detectarlo», pensó Meredith. Advirtió que la señora Flowers no había contribuido con nada procedente de su madre.
—Todos estaremos la mar de bien aquí —dijo Elena, dándose por aludida finalmente al advertir que la señora Flowers la miraba con femenina angustia—. Los dos pensáis que somos una especie de bebés a los que hay que cuidar —siguió, sonriendo a Matt y a Meredith—, ¡pero vosotros también sois simplemente bebés! ¡Marchaos! Pero tened cuidado.
Se fueron, Meredith dedicando a Elena una última mirada. Elena asintió levemente con la cabeza, luego giró muy tiesa, haciendo como si sostuviera una bayoneta. Era el cambio de la guardia.
Elena dejó que Stefan la ayudara a lavar los platos; todos le dejaban ya hacer cosas de poca importancia porque parecía haber mejorado mucho. Pasaron la mañana intentando conectar con Bonnie de distintos modos. Pero luego la señora Flowers preguntó si Elena podía cubrir con tablas las últimas ventanas que quedaban por tapiar en el sótano, y Stefan no pudo soportarlo. Matt y Meredith ya habían llevado a cabo un trabajo mucho más peligroso. Habían colgado dos lonas de la cumbrera de la casa, cada una hacia un lado del tejado principal, y en cada una de las cuales habían escrito los caracteres que la madre de Isobel ponía en los amuletos en forma de pósits que siempre les daba, pintados a una escala enorme con pintura negra. A Stefan solamente le habían permitido observar y hacer sugerencias desde el mirador situado sobre su dormitorio del desván. Pero ahora…
—Clavaremos las tablas juntos —dijo con firmeza, y se marchó en busca de un martillo y clavos.
En realidad no era una tarea tan dura. Elena sostenía las tablas y Stefan blandía el martillo y ella confiaba en que él no le golpearía los dedos, lo que significaba que lo llevaban a cabo muy deprisa.
Era un día perfecto: despejado, soleado, con una ligera brisa. Elena se preguntaba qué le estaría sucediendo a Bonnie justo en aquellos momentos, y si Damon estaría cuidando de ella como era debido… o si lo hacía, al menos. Parecía incapaz de sacudirse de encima sus preocupaciones aquellos últimos días: sobre Stefan, sobre Bonnie, y sobre una curiosa sensación de que era necesario que supiera qué pasaba en la ciudad. A lo mejor podría disfrazarse…
«¡Por Dios, no!», dijo Stefan en silencio. Cuando ella se volvió él escupía clavos y mostraba un semblante a la vez horrorizado y avergonzado. Al parecer ella había estado proyectando sus pensamientos.
—Lo siento —dijo antes de que Elena pudiera sacarse los clavos de su propia boca—, pero sabes mejor que nadie por qué no puedes ir.
—Pero es enloquecedor no saber lo que sucede —replicó Elena, tras haberse deshecho de sus clavos—. No sabemos nada. Ni qué le sucede a Bonnie, ni en qué estado está la ciudad…
—Acabemos de colocar esta tabla —dijo Stefan—. Y luego deja que te abrace.
Cuando la última tabla quedó fijada, Stefan la alzó del muro bajo de contención en el que estaba sentada, no como se levanta a una novia, sino como se hace con los niños, colocándole los dedos de los pies sobre sus propios pies. La hizo danzar un poco, le hizo dar un par de vueltas en el aire, y luego la agarró cuando volvió a descender.
—Sé cuál es tu problema —dijo con seriedad.
Elena alzó los ojos rápidamente.
—¿Lo sabes? —preguntó, alarmada.
Stefan asintió, y para su mayor alarma respondió:
—Es amoritis. Significa que la paciente tiene a todo un montón de personas que le importan, y ya no puede ser feliz a menos que todas y cada una de ellas esté a salvo y sea feliz.
Elena se deslizó pausadamente fuera de los zapatos de Stefan y alzó los ojos hacia él.
—Algunas más que otras —dijo en tono vacilante.
Stefan bajó los ojos hacia ella y luego la abrazó.
—No soy tan bueno como tú —dijo mientras a Elena el corazón le latía violentamente de vergüenza y remordimiento por no haber tocado jamás a Damon, por haber bailado con él, por haberle besado—. Si tú eres feliz, eso es todo lo que quiero, tras haber pasado por esa prisión. Puedo vivir; puedo morir… tranquilamente.
—Si somos felices —corrigió ella.
—No quiero tentar a los dioses. Me conformaré con que lo seas tú.
—¡No, no puedes! ¿No te das cuenta? Si volvieras a desaparecer, me preocuparía e inquietaría y te seguiría. Hasta el infierno si fuera necesario.
—Te llevaré conmigo a donde vaya —repuso Stefan a toda prisa—. Si tú quieres llevarme contigo.
Elena se relajó un tanto. Eso serviría, por el momento. Mientras Stefan estuviera con ella, podía soportar cualquier cosa.
Se sentaron y acurrucaron uno en brazos del otro, justo bajo el cielo abierto, incluso con un arce y un grupo de delgadas hayas ondulantes a poca distancia. Ella extendió su aura un poco y notó cómo tocaba la de Stefan. La paz fluyó a su interior, y sintió que todos los pensamientos sombríos quedaban atrás. O casi todos.
—Desde la primera vez que te vi, te amé; pero era la clase equivocada de amor. ¿Te das cuenta de lo mucho que tardé en descubrirlo? —musitó Elena en el hueco de la garganta de Stefan.
—Desde la primera vez que te vi, te amé; pero no sabía quién eras en realidad. Eras como un fantasma en un sueño. Pero me pusiste en mi sitio muy deprisa —dijo Stefan, evidentemente contento de poder presumir de ella—. Y hemos sobrevivido… a todo. Dicen que las relaciones a larga distancia son muy difíciles —añadió, riendo, y luego calló, y ella pudo percibir todas sus facultades fijadas de improviso en ella, con la respiración detenida para poder oírla mejor—. Pero, al mismo tiempo, están Bonnie y Damon —siguió él antes de que ella pudiera decir o pensar ni una palabra—. Tenemos que encontrarlos pronto… y será mejor que estén juntos… o que haya sido decisión de Bonnie separarse.
—Bonnie y Damon —coincidió Elena, contenta de poder compartir incluso sus pensamientos más sombríos con alguien—. No puedo dejar de pensar en ellos. Tenemos que encontrarlos, y muy deprisa; pero rezo para que estén con lady Ulma ahora. A lo mejor Bonnie está asistiendo a un baile o una gala. A lo mejor Damon está de caza con ese programa para grupos de operaciones especiales.
—Siempre y cuando nadie salga herido en realidad.
—Sí.
Elena se esforzó por arrebujarse más contra Stefan. Quería estar… más cerca de él, de algún modo. Del modo en que habían estado cuando ella había estado fuera de su cuerpo y simplemente se había hundido dentro de él.
Pero claro, con cuerpos normales, no podían…
Pero claro que podían. Ahora. La sangre de Elena…
Elena en realidad no supo quién de ellos lo pensó primero. Desvió la mirada, avergonzada por haberlo considerado siquiera… y captó de refilón a Stefan apartando la mirada, a su vez.
—No creo que tengamos derecho —musitó ella— a ser tan felices… cuando todos los demás son desdichados. O están haciendo cosas por la ciudad o por Bonnie.
—Desde luego que no lo tenemos —repuso Stefan con firmeza, pero tuvo que tragar un poco de saliva primero.
—No —dijo Elena.
—No —dijo Stefan con decisión, y entonces justo en mitad del «no» que le devolvía ella, la alzó y la besó hasta dejarla sin aliento.
Y por supuesto, Elena no podía permitirle hacer eso y no desquitarse. Así que exigió, todavía sin aliento, pero casi enojada, que él dijera «no» otra vez, y cuando lo hizo, fue ella quien lo agarró y lo besó.
—Eras feliz —le acusó al cabo de un momento—. Lo he notado.
Stefan era demasiado caballero para acusarla de ser feliz debido a lo que ella podría hacer, así que dijo:
—No he podido evitarlo. Ha sucedido así sin más. He percibido nuestras mentes juntas, y eso me ha hecho sentir feliz. Pero entonces he recordado a la pobre Bonnie. Y…
—¿Al pobre Damon?
—Bueno, en cierto modo no creo que necesitemos ir tan lejos como para llamarlo «pobre Damon». Pero sí que me he acordado de él —respondió Stefan.
—Bien hecho —dijo Elena.
—Será mejor que ahora entremos —indicó Stefan, y luego dijo a toda prisa—: A la planta baja, quiero decir. A lo mejor se nos ocurre algo más que hacer por ellos.
—¿Como qué? No hay una sola cosa que se me ocurra. Ya he intentado la meditación y también mediante un viaje astral…
—Desde las nueve y media a las diez y media de la mañana —dijo Stefan—. Y entretanto yo probaba con llamadas telepáticas en todas las frecuencias. Sin respuesta.
—Luego probamos con la ouija.
—Durante media hora… y todo lo que conseguimos fueron tonterías.
—Sí, nos dijo que la arcilla estaba en camino.
—Creo que ése fui yo empujándola hacia el «sí».
—Luego intenté interceptar las líneas de energía que tenemos debajo en busca de Poder…
—Desde las once hasta más o menos las once y media —recitó Stefan—. Mientras yo intentaba entrar en hibernación para tener un sueño profético…
—Realmente nos hemos esforzado una barbaridad —dijo Elena en tono sombrío.
—Y luego clavamos las últimas tablas —añadió Stefan—. Lo que nos ha llevado hasta poco después de las doce y media del mediodía.
—¿Se te ocurre un solo plan… hemos llegado al G o al H por ahora… que pudiera permitirnos ayudarlos un poco más?
—No se me ocurre. Honradamente, no se me ocurre —repuso Stefan, y luego añadió, vacilante—: A lo mejor la señora Flowers tiene algunas tareas domésticas que podamos hacer. O… —aún con una mayor vacilación, sondeando el terreno, añadió— podríamos ir a la ciudad.
—¡No! ¡Definitivamente no estás lo bastante fuerte para eso! —replicó Elena con severidad—. Y no hay más tareas domésticas —añadió.
A continuación lo arrojó todo por la borda. Toda responsabilidad. Toda racionalidad. Como si tal cosa. Empezó a remolcar a Stefan hacia la casa de modo que pudieran llegar allí más deprisa.
—Elena…
«¡Estoy quemando mis naves!», pensó ella tozudamente, y de improviso no le importó. Y si a Stefan le importaba, le mordería. Pero era como si algún embrujo hubiera caído sobre ella de repente haciendo que sintiera que moriría si él no la tocaba. Quería tocarlo. Quería que él la tocara. Quería que fuera su pareja.
—¡Elena!
Stefan podía oír lo que ella pensaba. Se sentía dividido, desde luego, pensó Elena. Stefan se sentía siempre dividido. ¡Pero cómo osaba sentirse dividido respecto a aquello!
Giró en redondo para mirarlo, iracunda.
—¡Tú no quieres!
—¡No quiero hacerlo y luego descubrir que te he influenciado para que lo hagas!
—¡¿Me estabas influenciando?! —chilló Elena.
Stefan alzó las manos y aulló:
—¿Cómo puedo saberlo cuando te deseo tanto?
¡Oh! Bueno, eso estaba mejor. Elena captó un pequeño destello con el rabillo del ojo y miró hacia allí y advirtió que la señora Flowers había cerrado una ventana sin hacer ruido.
Elena lanzó una veloz mirada a Stefan. Éste intentaba no ruborizarse. Ella se dobló al frente, tratando de no reír, y luego volvió a subirse a los zapatos de Stefan.
—A lo mejor nos merecemos una hora a solas… —comentó peligrosamente.
—¿Toda una hora? —El susurro conspirador de Stefan hizo que una hora sonara como una eternidad.
—Sí que nos la merecemos —repuso Elena, cautivada, y empezó a remolcarlo otra vez.
—No.
Stefan tiró hacia atrás de ella, la tomó en brazos —como si fuera una novia— y de improviso iban directamente hacia arriba, deprisa. Ascendieron tres pisos y un poco más como una exhalación y aterrizaron en la plataforma del mirador que había por encima de la habitación de Stefan.
—Pero está cerrado por dentro…
Stefan dio una patada a la trampilla… con energía. La puerta desapareció.
Elena se sintió impresionada.
Descendieron flotando a la habitación de Stefan en medio de un haz de luz y motitas de polvo que parecían libélulas o estrellas.
—Estoy un poco nerviosa —dijo Elena.
Se quitó las sandalias y se despojó de los vaqueros y el top y se metió en la cama… descubriendo que Stefan ya estaba allí.
«Son rápidos —pensó—. Por rápida que creas que eres, ellos siempre lo son más.»
Se volvió hacia Stefan en la cama. Llevaba puesta una camisola y la ropa interior. Estaba asustada.
—No lo estés —dijo él—. Ni siquiera tengo que morderte.
—Así es. Tiene que ver con eso tan extraño respecto a mi sangre.
—¡Ah, sí! —repuso él, como si lo hubiese olvidado.
Elena habría apostado a que no había olvidado ni una palabra respecto a que su sangre… permitía a vampiros hacer cosas que no podrían hacer de otro modo. Su energía vital les devolvía todas sus capacidades humanas, y él no olvidaría eso.
«Son más listos», pensó Elena.
—¡Stefan, no se supone que tenga que ser de este modo! Se supone que tendría que exhibirme ante ti en un negligé dorado diseñado por lady Ulma, con joyas hechas por Lucen y tacones de aguja dorados… que no tengo. Y tendría que haber pétalos de flores desperdigados por la cama y rosas en pequeños recipientes en forma de globo y velas blancas con aroma de vainilla.
—Elena —dijo Stefan— ven aquí.
Se abandonó en sus brazos, y se permitió respirar el fresco aroma que él desprendía, cálido y especiado, con un vestigio de clavos oxidados.
«Eres mi vida —le dijo Stefan mentalmente—. No vamos a hacer nada hoy. No hay mucho tiempo, y te mereces tu negligé dorado y tus rosas y velas. Si no de lady Ulma, al menos de los mejores diseñadores de la Tierra que el dinero pueda conseguir. Pero… ¿me besas?»
Elena le besó de buena gana, tan contenta de que él estuviera dispuesto a esperar. El beso fue cálido y reconfortante y no le importó el leve sabor a óxido. Y era maravilloso estar con alguien que le proporcionaría exactamente lo que necesitaba, tanto si era una leve sonda mental, sólo para hacerla sentir más segura, o…
Y entonces unos relámpagos difusos cayeron sobre ellos. Parecieron provenir de ambos a la vez, y a continuación Elena cerró involuntariamente los dientes sobre el labio de Stefan, haciéndolo sangrar.
Stefan se fundió en un abrazo con ella, y apenas esperó a que ella retrocediera un poco, antes de cogerle deliberadamente el labio inferior en sus propios labios y…, tras un momento de tensión que pareció durar eternamente…, morder con fuerza.
Elena casi gritó. Estuvo a punto, allí y en aquel momento, de dar rienda suelta a las todavía no definidas Alas de Destrucción sobre él. Pero dos cosas la detuvieron. Una, que Stefan jamás de los jamases la había lastimado. Y dos, que estaba siendo atraída al interior de algo tan antiguo y místico que no podía detenerse ahora.
Tras un minuto de delicada maniobra, Stefan tuvo las dos pequeñas heridas alineadas. La sangre brotó del sangrante labio de Elena y, en conexión directa con la herida menos seria de Stefan, provocó una contracorriente. La sangre de Elena al interior del labio de Stefan.
Y lo mismo sucedió con la sangre de Stefan; parte de ella, con un alto contenido de Poder, penetró veloz en Elena.
No fue perfecto. Una gotita de sangre brotó y permaneció centelleante sobre el labio de Elena, pero a Elena no podía importarle menos. Al cabo de un momento la gotita cayó en la boca de Stefan y ella sintió todo el asombroso poder de su amor por ella.
Ella misma se concentraba en un único y diminuto sentimiento, en alguna parte en el núcleo de la tormenta que habían invocado. Aquella clase de intercambio de sangre —estaba tan segura como podía estarlo— era el modo antiguo de hacerlo, el modo en que dos vampiros podían compartir sangre y amor y sus propias almas. Estaba siendo atraída al interior de la mente de Stefan, y percibía su alma, pura y espontánea, arremolinándose a su alrededor con un millar de emociones distintas, con lágrimas del pasado, alegría del presente, todo al descubierto sin un rastro de ningún escudo para mantenerlas apartadas de ella.
Sintió cómo su propia alma se alzaba al encuentro de la de Stefan, también ella sin escudos ni temores. Mucho tiempo atrás, Stefan había visto algún egoísmo, vanidad, exceso de ambición en ella… y lo había perdonado. Había visto todo lo que ella era y la había amado a toda ella, incluso las partes malas.
Y así pues lo vio, como una oscuridad tan tierna como el descanso, tan apacible como el oficio de vísperas, envolviéndola con protectoras alas negras…
«Stefan…»
«Amor…, lo sé…»
Fue entonces cuando alguien llamó a la puerta.