—Érase una vez —empezó Bonnie— un chico y una chica…
La interrumpieron al instante.
—¿Cómo se llamaban? ¿Eran esclavos? ¿Dónde vivían? ¿Eran vampiros?
Bonnie casi olvidó su desgracia y rió.
—Sus nombres eran… Jack y… Jill. Eran kitsune, y vivían muy al norte en el sector kitsune alrededor de las Grandes Intersecciones…
Y procedió, si bien con muchas excitadas interrupciones, a contar la historia que había sacado de la bola estrella.
—Así pues —concluyó Bonnie nerviosamente, mientras abría los ojos y advertía que había atraído a toda una multitud con su relato—, éste es el cuento de los Siete Tesoros, y… y supongo que la moraleja es… no seas demasiado codicioso, o acabarás sin nada.
Hubo muchas risas, las nerviosas risitas de las muchachas y los «¡Ja! ¡Ja, ja!» de la multitud que había detrás de ellas. Que, como Bonnie advirtió entonces, era totalmente masculina.
Una parte de su mente empezó a entrar, inconscientemente, en modalidad de flirteo. Otra parte la aplastó al instante. Aquellos no eran muchachos que pedían un baile; eran ogros, vampiros, kitsune e incluso hombres con bigote; y querían comprarla vestida con su escueto vestido abullonado de color negro, y bonito como podría ser el vestido para algunas cosas, no se parecía a los vestidos largos y llenos de alhajas que lady Ulma había confeccionado para ellas. Entonces habían sido princesas, que lucían una fortuna en joyas en gargantas, muñecas y pelo… y además, habían dispuesto de una feroz protección en todo momento.
Pero ahora, llevaba puesto algo que tenía todo el aspecto de un camisoncito y delicados zapatos con lazos plateados. Y no tenía protección porque aquella sociedad decía que necesitaba hombres para estar protegida, y, lo que era peor…, era una esclava.
—Me pregunto —dijo un hombre de cabellos dorados, moviéndose entre las muchachas que la rodeaban, todas las cuales se apartaron apresuradamente de su camino excepto Ratón y Eren—, me pregunto si vendrías arriba conmigo y me contarías tal vez una historia… en privado.
Bonnie intentó tragarse su grito ahogado. Ahora era ella la que se aferraba a Ratón y a Eren.
—Toda esa clase de peticiones deben pasar a través de mí. Nadie sacará a una chica de esta sala a menos que yo lo apruebe —anunció una mujer con un vestido largo y un rostro comprensivo, casi como el de una madona—. Eso sería tratado como robo de una propiedad de mi señora. Y estoy segura de que no le gustaría ser arrestado como si lo hubieran atrapado llevándose la plata —dijo, y rió levemente.
Sonaron a su vez unas risas igualmente moderadas entre los invitados, y hubo un movimiento en dirección a la mujer… en una especie de carrera educada.
—Cuentas historias realmente buenas —dijo Ratón en su voz suave—. Es más divertido que usar una bola estrella.
—Ratón está en lo cierto —repuso Eren, sonriendo ampliamente—. Sí que cuentas buenas historias. Me pregunto si ese lugar existe de verdad.
—Bueno, lo saqué de una bola estrella —contestó Bonnie—. Una en la que la chica… esto, Jill, colocó sus recuerdos, creo; pero entonces ¿cómo salió de aquella torre? ¿Cómo sabía lo que le sucedió a Jack? Y leí una historia sobre un dragón gigante y también ésa parecía real. ¿Cómo lo hacen?
—Te engañan —dijo Eren, agitando una mano con gesto desdeñoso—. Hacen que alguien vaya a algún lugar frío para obtener el decorado; un ogro probablemente, debido al clima.
Bonnie asintió. Había conocido a ogros de piel color malva. Sólo se diferenciaban de los demonios en su nivel de estupidez. En el plano en el que estaban, tendían a ser estúpidos en sociedad, y había oído decir a Damon con una mueca que los que no pertenecían a la sociedad eran contratados para trabajos sucios. Matones.
—Y el resto simplemente lo falsifican de algún modo; no lo sé. Jamás había pensado realmente en ello. —Eren alzó los ojos hacia Bonnie—. Tú eres una persona curiosa, ¿no es cierto, Bonnie?
—¿Lo soy? —preguntó ella.
Las dos chicas y ella habían girado, sin soltarse las manos, y eso significaba que había algo de espacio detrás de Bonnie. No le gustaba eso. Pero, bien mirado, no le gustaba nada de lo relacionado con ser una esclava. Estaba empezando a hiperventilar. Quería a Meredith allí. Quería a Elena. Quería salir de allí.
—Esto… Chicas, probablemente será mejor que ya no tengáis nada que ver conmigo —dijo un tanto incómoda.
—¿Eh? —inquirió Eren.
—¿Por qué? —preguntó Ratón.
—Porque voy a salir corriendo por esa puerta. Tengo que salir de aquí, tengo que hacerlo.
—Chica, tranquilízate —dijo Eren—. Sólo sigue respirando.
—No, no lo comprendéis. —Bonnie agachó la cabeza para dejar fuera una parte del mundo—. No puedo pertenecerle a alguien. Me estoy volviendo loca.
—Chist, Bonnie, están…
—No puedo permanecer aquí —soltó Bonnie.
—Bueno, eso es probablemente una buena cosa —dijo una voz terrible justo frente a ella.
«¡No! ¡Oh, Dios mío! ¡No, no, no, no, no!»
—Cuando nos dedicamos a un negocio nuevo trabajamos duro —dijo la voz de la mujer con aspecto de madona—. Volvemos la vista hacia posibles clientes. No nos portamos mal o se nos castiga.
Y aun cuando la voz era dulce como una tarta de nueces, Bonnie supo de algún modo que la voz áspera de la noche que les chillaba que buscasen un jergón y permaneciesen en él había sido la de aquella misma mujer.
Y ahora había una mano fuerte bajo su barbilla y Bonnie no pudo impedir que la obligara a alzar la cabeza, ni cubrirse la boca cuando chilló.
Frente a ella, con las orejas delicadamente puntiagudas y la larga y oscilante cola negra de un zorro, pero por lo demás con un aspecto humano, con el aspecto de un chico corriente vestido con vaqueros y un suéter, estaba Shinichi. Y en sus ojos dorados pudo ver, retorciéndose y girando, una pequeña llama escarlata a juego con el rojo de la punta de la cola y de las puntas de los cabellos que le caían sobre la frente.
Shinichi. Estaba allí. Desde luego él podía viajar a través de las dimensiones; todavía tenía una bola estrella llena que nadie del grupo de Elena había encontrado jamás, así como aquellas llaves mágicas sobre las que Elena había hablado a Bonnie. Bonnie recordó la horrible noche en que árboles, árboles auténticos, se habían convertido en algo que era capaz de comprenderle y obedecerle. No podía olvidar el modo en que cuatro de ellos la habían cogido de piernas y brazos y habían tirado de ella, como si planearan hacerla pedazos. Sintió que rezumaban lágrimas desde detrás de sus cerrados párpados.
Recordó el Bosque Viejo. El había controlado cada aspecto del mismo, cada planta trepadora para que te hiciera tropezar, cada árbol para que cayera delante de tu coche. Hasta que Elena lo había hecho volar todo por los aires salvo aquella única espesura, el Bosque Viejo había estado repleto de criaturas aterradoras con aspecto de insectos a los que Stefan llamaba malachs.
Pero ahora las manos de Bonnie estaban a su espalda y oyó cerrarse algo con un chasquido que sonó inapelable.
«No…, oh, por favor, no…»
Pero tenía las manos definitivamente inmovilizadas. Y entonces alguien —un ogro o un vampiro— la tomó en brazos al mismo tiempo que la hermosa mujer entregaba a Shinichi una llave pequeña que sacó de un llavero lleno de llaves idénticas. Shinichi entregó la llave a un ogro enorme cuyos dedos eran tan grandes que la eclipsaron. Y a continuación, se llevaron a toda prisa a Bonnie, que no dejaba de chillar, cuatro pisos más arriba, y una pesada puerta se cerró entonces con fuerza tras ella. El ogro que la transportaba seguía a Shinichi, cuya lacia y brillante cola con la punta escarlata se balanceaba garbosamente desde un agujero en los vaqueros, moviéndose sin parar de un lado a otro. Bonnie pensó:
«Está satisfecho. Cree que ya ha ganado esto».
Pero a menos que realmente la hubiera olvidado por completo, Damon le haría daño a Shinichi por aquello. Tal vez lo mataría. Era un pensamiento curiosamente reconfortante. Era incluso ro…
«¡No, no es romántico, boba! ¡Tienes que encontrar un modo de salir de este embrollo! ¡La muerte no es romántica, es horrible!»
Habían llegado a las últimas puertas al final del pasillo. Shinichi dobló a la derecha y recorrió todo un largo corredor. Allí el ogro usó la llave para abrir una puerta.
La habitación tenía una lámpara de gas regulable en lo alto. Estaba bastante oscuro, pero Shinichi dijo: «¿Podemos tener un poco de iluminación, por favor?», en un falso tono educado, y el otro ogro se apresuró a subir la intensidad de la luz al nivel de lámpara de interrogatorio directamente sobre el rostro.
Aquella estancia era una especie de combinación de dormitorio y estudio, de la clase que se obtiene en un hotel decente. Tenía un sofá y algunas sillas en el nivel superior. Había una ventana, cerrada, en el lado izquierdo de la habitación; y otra en el lado derecho, donde debería haber otra habitación. Esta ventana no tenía cortinas ni estores que pudieran correrse y devolvió a Bonnie el reflejo de su pálido rostro. Ella supo en seguida qué era, un espejo espía, de modo que las personas de la habitación situada al otro lado pudieran ver dentro de esta habitación pero no ser vistas. El sofá y las sillas estaban colocados de cara a ella.
Más allá de la salita, a la izquierda de Bonnie, estaba la cama. No era una cama muy sofisticada, sólo una colcha blanca que parecía rosa, porque había una ventana auténtica en aquel lado que estaba casi alineada con el sol, inmóvil como siempre, en el horizonte. Justo en aquel momento, Bonnie lo odió más que nunca porque volvía todo objeto de color claro de la habitación en rosa, rosáceo o directamente rojo. El lazo de su propio corpiño era de un rosa intenso en aquellos momentos. Iba a morir saturada con el color de la sangre.
Algo en algún nivel más profundo le indicó que su mente pensaba tales cosas a modo de distracciones, que incluso pensar en odiar morir en un color tan juvenil era huir de la parte central, la de morir. Pero el ogro que la sostenía la movía de un lado a otro como si no pesara nada, y Bonnie no dejaba de pensar brevemente en cosas —¿eran premoniciones? «¡Oh, Dios mío, que no sean premoniciones!»— como salir volando por aquella ventana, sin que el cristal fuera ningún impedimento para que arrojaran su cuerpo con una fuerza tremenda. ¿A cuántos pisos de altura estarían? Lo bastante elevados, en cualquier caso, para que no existiera ninguna esperanza de aterrizar sin… bueno, morir.
Shinichi sonrió, repatingado junto a la ventana roja, jugando con el cordón de los estores.
—¡Ni siquiera sé qué quieres de mí! —se encontró Bonnie diciéndole a Shinichi—. Jamás he sido capaz de hacerte daño. Eras tú quien hacía daño a otras personas… ¡como yo!… todo el tiempo.
—Bueno, estaban tus amigos —murmuró Shinichi—. Aunque raras veces descargo mi aterradora venganza en deliciosas jóvenes de cabellos de un rojo dorado. —Se recostó más junto a la ventana y la examinó, murmurando—: Cabellos de un rojo dorado; un corazón sincero y audaz. Tal una regañina…
Bonnie sintió ganas de chillar. ¿No la recordaba? Desde luego parecía haber recordado a su grupo, ya que había mencionado la venganza.
—¿Qué quieres? —jadeó.
—Eres un estorbo, me temo. Y te encuentro muy sospechosa… y deliciosa. Las jóvenes de pelo rojo dorado son siempre tan esquivas.
Bonnie no halló nada que decir. Por todo lo que había visto, Shinichi era un chiflado; concretamente, un chiflado psicópata muy peligroso. Y lo único que le gustaba era destruir cosas.
Dentro de un instante algo podría impactar violentamente contra la ventana y atravesarla… y a continuación ella estaría volando por los aires. Y luego empezaría la caída. ¿Qué sensación produciría? ¿O ya estaría cayendo desde el principio? Sólo esperaba que una vez abajo todo fuera rápido.
—Pareces haber averiguado muchas cosas sobre mi gente —dijo Shinichi—. Más que la mayoría.
—Por favor —repuso ella con desesperación—. Si se trata de la historia… todo lo que sé sobre los kitsune es que estás destruyendo mi ciudad. Y…
Paró en seco, reparando en que no podía permitirle saber lo que había sucedido en su viaje astral. De modo que no podía mencionar en ningún momento las vasijas o él sabría que conocían el modo de atraparlo.
—Y que no quieres dejar de hacerlo —finalizó sin convicción.
—Y sin embargo encontraste una antigua bola estrella con relatos sobre nuestros tesoros legendarios.
—¿Sobre qué? ¿Te refieres a los de esa bola estrella infantil? Mira, si me dejas en paz te la daré.
Sabía exactamente dónde la había dejado, además, justo al lado de aquella cosa lamentable que pasaba por una almohada.
—Oh, te dejaremos en paz… con el tiempo, te lo aseguro —replicó Shinichi con una sonrisa inquietante.
Poseía una sonrisa parecida a la de Damon, que no estaba pensada para decir: «Hola, no te haré daño». Era más bien como: «¡Vaya! ¡Aquí está mi almuerzo!».
—Me resulta… curioso —prosiguió Shinichi, jugueteando aún con el cordón—. Muy curioso que justo en mitad de nuestra pequeña disputa, aparezcas tú aquí en la Dimensión Oscura otra vez, sola, aparentemente sin sentir miedo, y te las arregles para negociar la obtención de una bola estrella. Una esfera que da la casualidad de que detalla la localización de nuestros tesoros más preciados, que nos fueron robados… hace muchísimo tiempo.
«No te importa nadie excepto tú mismo —pensó Bonnie—. De repente actúas como todo un patriota y eso, pero en Fell's Church no fingías preocuparte por nada que no fuera lastimar a la gente.»
—En tu pequeña ciudad, como en otras ciudades a lo largo de la historia, tenía órdenes de hacer lo que hice —dijo Shinichi, y a Bonnie se le cayó el alma a los pies.
Aquella criatura poseía telepatía. Sabía lo que pensaba. La había oído pensar en las vasijas.
Shinichi sonrió con suficiencia.
—Ciudades pequeñas como la que había en Unmei no Shima tienen que ser borradas de la faz de la tierra —dijo—. ¿Viste el número de líneas de Poder que tenía debajo? —Otra sonrisita de suficiencia—. Aunque, claro, no estabas realmente allí, de modo que es probable que no te fijaras.
—Si puedes saber lo que pienso, sabes que la historia sobre tesoros era simplemente un cuento —repuso Bonnie—. Estaba en una bola estrella llamada Quinientos relatos para jovencitos. No es real.
—Qué extraño entonces que coincida tan exactamente con lo que se supone que hay tras las Siete Puertas kitsune.
—Estaba en medio de un grupo de relatos sobre los… los Baz-Üht-Ra'ah. Quiero decir que la historia que había antes era sobre una niña que compraba dulces —dijo Bonnie—. Así que ¿por qué no vas a buscar la bola estrella en lugar de intentar asustarme? —La voz le empezaba a temblar—. Está en la posada situada justo enfrente de la tienda donde me… apresaron. ¡Sólo necesitas ir allí y cogerla!
—Ya lo hemos hecho, desde luego —replicó Shinichi en tono impaciente—. La patrona fue de lo más cooperativa después de que le diéramos alguna… compensación. No hay tal historia en esa bola estrella.
—¡Eso no es posible! —exclamó Bonnie—. ¿De dónde la saqué, entonces?
—Eso es lo que te estoy preguntando.
Sintiendo algo parecido a un aleteo en el estómago, Bonnie repuso:
—¿Cuántas bolas estrella miraste en aquella habitación marrón?
Los ojos de Shinichi se empañaron por un breve instante. Bonnie intentó escuchar, pero era evidente que hablaba telepáticamente con alguien que estaba cerca, en una frecuencia muy restringida.
Por fin dijo:
—Veintiocho bolas estrella, exactamente.
Bonnie sintió como si le hubiesen asestado un mazazo. No se estaba volviendo loca…, no lo hacía. Había experimentado aquella historia. Conocía cada fisura de cada roca, cada sombra en la nieve. La única respuesta era que habían robado la auténtica bola estrella, o… o que tal vez ellos no habían mirado con suficiente detenimiento las que tenían.
—La historia está allí —insistió—. Justo después de la historia sobre la pequeña Marit yendo a una…
—Escudriñamos la lista de contenidos. Está la historia sobre una niña y… —mostró una expresión despectiva— una tienda de dulces. Pero no la otra.
Bonnie se limitó a negar con la cabeza.
—Juro que estoy diciendo la verdad.
—¿Por qué tendría que creerte?
—¿Por qué importa? ¿Cómo podría inventarme algo así? ¿Y por qué contaría una historia que sabía que me metería en líos? No tiene sentido.
Shinichi la miró con detenimiento. Luego encogió los hombros, manteniendo las orejas aplastadas contra la cabeza.
—Es una lástima que sigas diciendo eso.
De improviso a Bonnie el corazón empezó a latirle violentamente en el pecho y sintió un nudo en la garganta.
—¿Por qué?
—Porque —dijo Shinichi con frialdad, abriendo por completo los estores, de modo que Bonnie quedó repentinamente empapada del color de la sangre fresca— me temo que ahora tendremos que matarte.
El ogro que la sujetaba dio unas zancadas en dirección a la ventana. Bonnie chilló. Sabía que, en lugares como aquél, nadie hacía caso de los gritos.
No sabía qué otra cosa hacer.