A la mañana siguiente, Elena advirtió que Meredith todavía aparecía pálida y lánguida, y que apartaba los ojos si Stefan miraba por casualidad en su dirección. Pero estaban en una situación de crisis, y en cuanto se lavaron los platos del desayuno, Elena convocó una reunión en el salón. Allí Stefan y ella explicaron lo que Meredith se había perdido durante la visita de los sheriffs. Meredith sonrió débilmente cuando Elena contó el modo en que Stefan los había expulsado igual que a perros callejeros.
A continuación Elena relató su proyección astral. Al menos ésta probó una cosa: que Bonnie seguía viva y relativamente bien. Meredith se mordió el labio cuando la señora Flowers lo mencionó, ya que lo único que consiguió es que quisiera ir y sacar a Bonnie de la Dimensión Oscura personalmente.
Pero, por otra parte, Meredith quería quedarse y esperar la llegada de las fotografías de Alaric. Ojalá eso salvase Fell's Church…
Nadie en la casa de huéspedes podía cuestionar lo que había sucedido en la Isla de la Fatalidad. Era lo mismo que estaba sucediendo allí mismo, en el otro extremo del mundo. El Servicio de Protección Infantil de Virginia se había llevado ya a los hijos de un par de padres. Habían empezado los castigos y las represalias. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que Shinichi y Misao convirtieran a todos los niños en armas letales… o dejaran sueltos a aquellos a los que ya habían transformado? ¿Cuánto faltaba para que algún progenitor histérico matara a un niño?
El grupo sentado en el salón discutió planes y métodos. Al final, decidieron hacer vasijas idénticas a las que Elena y Bonnie habían visto, y rezaron para ser capaces de reproducir lo escrito en ellas. Aquellos recipientes, estaban seguros, eran los medios empleados para mantener a Shinichi y a Misao encerrados y aislados del resto de la Tierra.
Por lo tanto, Shinichi y Misao en el pasado habían cabido en el interior del más bien angosto espacio de las vasijas. Pero ¿qué tenía el grupo de Elena ahora que pudiera atraerlos de vuelta al interior?
Poder, decidieron. Únicamente una cantidad de Poder tan enorme que resultara irresistible para los gemelos kitsune. Era por eso que la sacerdotisa había intentado atraerlos de vuelta con su propia sangre. Así que… eso significaba o bien el líquido de una bola estrella repleta…, o sangre de un vampiro extraordinariamente poderoso. O dos vampiros. O tres.
Todo el mundo estaba muy serio, al pensar en aquello. No sabían cuánta sangre sería necesaria; pero Elena temía que sería más de la que podían permitirse perder. Sin lugar a dudas había sido más de la que la sacerdotisa podía permitirse.
Y entonces hubo un silencio que únicamente Meredith podía llenar.
—Estoy segura de que todos os habéis estado haciendo preguntas sobre esto —dijo, sacando aquella especie de vara de la nada, por lo que Elena pudo ver.
«¿Cómo lo ha hecho? —se preguntó Elena—. No la tenía con ella y de repente estaba en sus manos.»
Todos miraron con asombro, bajo la brillante luz solar, la elegante belleza del arma.
—Quienquiera que creara eso —dijo Matt— tenía una imaginación retorcida.
—Fue uno de mis antepasados —respondió Meredith—. Y no te lo refutaré.
—Tengo una pregunta —dijo Elena—. Si hubieses tenido esto desde el inicio de tu adiestramiento; si te hubieses criado en esa clase de mundo, ¿habrías intentado matar a Stefan? ¿Habrías intentado matarme a mí cuando me convertí en vampira?
—Ojalá tuviera una buena respuesta para eso —respondió ella, con una expresión de pesar en sus oscuros ojos grises—. Pero no la tengo. Tengo pesadillas sobre ello. ¿Cómo podría saber lo que habría hecho de haber sido una persona diferente?
—No me refiero a eso. Te pregunto a ti, a la persona que eres, de haber tenido el adiestramiento…
—El adiestramiento es un lavado de cerebro —replicó Meredith en tono áspero, y su tranquila fachada pareció a punto de romperse.
—De acuerdo, olvida eso. ¿Habrías intentado matar a Stefan si hubieses tenido esa vara?
—Lo llaman bastón de combate. Y nos llaman…, a las personas como mi familia, sólo que mis padres lo dejaron…, cazadores-eliminadores.
Sonó una especie de exclamación ahogada alrededor de la mesa. La señora Flowers sirvió a Meredith más té de hierbas de la tetera que descansaba sobre un salvamanteles de metal.
—Cazadores-eliminadores —repitió Matt con una cierta fruición.
No era difícil ver en quién pensaba.
—Podéis llamarnos simplemente una cosa o la otra —seguía diciendo Meredith—. He oído que allá en el oeste tienen cazadores-verdugos. Pero nosotros aquí mantenemos la tradición.
Elena se sintió de improviso como una niña pequeña perdida. Aquélla era Meredith, su hermana mayor Meredith, diciendo todo aquello. La voz de Elena sonó casi plañidera.
—Pero ni siquiera te chivaste sobre Stefan.
—No, no lo hice. Y no, no creo que hubiese tenido el coraje de matar a nadie… a menos que me hubieran lavado el cerebro. Pero sabía que Stefan te amaba. Sabía que jamás te convertiría en una vampira. El problema era… que no tenía suficiente información sobre Damon. No sabía que andabas tonteando con uno y con otro de ese modo. No creo que nadie lo supiera. —La voz de Meredith también sonó angustiada.
—Excepto yo —dijo Elena, sonrojándose, con una mueca—. No tengas ese semblante triste, Meredith. Salió bien.
—¿Llamas salir bien a tener que abandonar a tu familia y tu ciudad porque todo el mundo sabe que estás muerta?
—Lo hago —respondió ella con desesperación—, si eso significa que consigo estar con Stefan. —Hizo todo lo posible por no pensar en Damon.
Meredith la miró sin comprender por un momento, luego hundió el rostro en las manos.
—¿Quieres contárselo tú o debería hacerlo yo? —preguntó, alzando la cabeza para tomar aire y mirando a Stefan a la cara.
Stefan pareció sobresaltado.
—¿Lo recuerdas?
—Probablemente tanto como sacaste de mi cabeza. Retazos. Cosas que realmente no quiero recordar.
—De acuerdo.
Stefan parecía aliviado ahora, y Elena sintió miedo. ¿Stefan y Meredith compartían un secreto?
—Todos sabemos que Klaus efectuó al menos dos visitas a Fell's Church. Sabemos que era… totalmente malvado…, y que en la segunda visita planeaba ser un asesino en serie. Mató a Sue Carson y a Vickie Bennett.
Elena lo interrumpió en voz baja.
—O al menos ayudó a Tyler Smallwood a matar a Sue, de modo que Tyler pudiera recibir su iniciación como hombre lobo. Y luego Tyler dejó embarazada a Caroline.
Matt carraspeó a la vez que algo le pasaba por la mente.
—Esto… ¿tiene Caroline que matar a alguien también para ser una mujer lobo del todo?
—No lo creo —contestó Elena—. Stefan dice que alumbrar una carnada de seres lobo es suficiente. En cualquier caso, se derrama sangre. Caroline será una mujer lobo completa cuando tenga a sus gemelos, pero es probable que empiece a cambiar involuntariamente antes de eso. ¿No es cierto?
Stefan asintió.
—Así es. Pero regresando a Klaus: ¿qué se supone que hizo en su primera visita? Atacó, sin matarlo, a un anciano que era un cazador-eliminador.
—Mi abuelo —musitó Meredith.
—Y supuestamente alteró la mente del abuelo de Meredith hasta tal punto que el anciano intentó matar a su esposa y a su nieta de tres años. Así pues, ¿qué falla en todo esto?
Elena estaba verdaderamente asustada ya. No quería oír lo que fuera que estaba por venir. Podía notar un sabor a bilis en la boca, y dio gracias por no haber desayunado más que tostadas. Si al menos hubiera habido alguien de quien hacerse cargo, como Bonnie, se habría sentido mejor.
—Me rindo. ¿Qué es lo que falla? —preguntó Matt sin rodeos.
Meredith volvía a tener la mirada fija en la media distancia.
Finalmente, Stefan dijo:
—A riesgo de que esto parezca un culebrón barato… Meredith tenía, o tiene, un hermano gemelo.
Un silencio sepulcral descendió sobre el grupo reunido en el salón. Ni siquiera la señora Flowers dijo una palabra.
—¿Tenía o tiene? —inquirió Matt por fin, rompiendo el silencio.
—¿Cómo podemos saberlo? —dijo Stefan—. Podría haber sido asesinado. Imaginad a Meredith teniendo que contemplar eso. O podría haber sido secuestrado. Para ser asesinado más tarde…, o para convertirlo en un vampiro.
—¿Y realmente crees que sus padres no se lo dirían? —exigió Matt—. ¿O intentarían hacer que lo olvidara? Cuando tenía… ¿cuántos, tres años ya?
La señora Flowers, que había permanecido en silencio un bueno rato, dijo entonces con voz entristecida:
—La querida Meredith puede haber decidido bloquear la verdad ella misma. En el caso de una criatura de tres años es difícil de decir. Si jamás le proporcionaron ayuda profesional… —Miró inquisitiva a Meredith.
Meredith negó con la cabeza.
—Es contrario a lo que dice el código —respondió—. Me refiero a que, hablando en sentido estricto, no debería estar contándoos esto a ninguno de vosotros, y mucho menos, en especial, a Stefan. Pero ya no podía soportarlo más…, tener tan buenos amigos, y estarles engañando constantemente.
Elena se acercó a Meredith y la abrazó con fuerza.
—Lo comprendemos —dijo—. No sé qué sucederá en el futuro si decides ser una cazadora en activo…
—Puedo prometeros que mis amigos no estarán en mi lista de víctimas —repuso Meredith—. A propósito —añadió—, Shinichi lo sabe. Soy la que ha mantenido un secreto oculto a sus amigas toda mi vida.
—Ya no —dijo Elena, y volvió a abrazarla.
—Al menos ya no hay más secretos —dijo la señora Flowers con dulzura, y Elena le dirigió una intensa mirada.
Nada era nunca tan sencillo. Y Shinichi había efectuado un buen puñado de predicciones.
Entonces vio la expresión de los afables ojos azules de la anciana, y supo que lo que era importante en ese momento no era la verdad o las mentiras, ni siquiera emitir juicios, sino consolar a Meredith. Alzó los ojos hacia Stefan mientras seguía abrazando a Meredith y vio la misma expresión en su mirada.
Y eso… la hizo sentir mejor de algún modo. Porque si de verdad era «fuera secretos», entonces tendría que resolver sus sentimientos respecto a Damon. Y eso le asustaba más que enfrentarse a Shinichi, lo que era decir mucho, realmente.
—Al menos tenemos una rueda de alfarero… en alguna parte —decía en aquellos momentos la señora Flowers—. Y un horno para cerámica en la parte trasera, aunque está todo recubierto de viburno. Antes acostumbraba a fabricar macetas para el exterior de la casa de huéspedes, pero los niños venían y las rompían. Creo que podría hacer una urna como las que visteis si puedes dibujarme una. Aunque quizá sería mejor aguardar a que lleguen las fotos del señor Saltzman.
Matt le decía algo en voz queda a Stefan. Elena no lo entendió hasta que oyó la voz de Stefan en su mente. «Dice que Damon le contó una vez que esta casa es como un mercadillo, que puedes hallar cualquier cosa aquí si buscas con atención.»
«¡Damon no se lo inventó! Creo que fue la señora Flowers la primera en afirmarlo, y luego digamos que se propagó», respondió Elena con indignación.
—Cuando consigamos las fotos —decía la señora Flowers con animación—, podemos hacer que las señoras Saitou traduzcan lo escrito.
Meredith se apartó por fin de Elena.
—Y hasta entonces recemos para que Bonnie no se meta en ningún lío —dijo, y la voz y el rostro habían recuperado la compostura—. Voy a empezar ahora.
Bonnie estaba segura de que podría mantenerse a salvo de problemas.
Había tenido aquel sueño extraño; aquél sobre abandonar su cuerpo e ir con Elena a la Isla de la Fatalidad. Por suerte, había parecido una auténtica proyección astral, y no algo en lo que tuviera que meditar para intentar hallar significados ocultos. Aquello no significaba que estaba sentenciada ni nada parecido.
Además, había conseguido sobrevivir otra noche en aquella habitación marrón, y Damon iría a sacarla muy pronto. Pero no antes de que ella hubiera conseguido un confite de ciruela. O dos.
Sí, había probado uno en el relato de la noche anterior, pero Marit era una niña tan buena que había esperado a la cena para comer más. La cena llegaba en la historia siguiente sobre los Basura, en la que se había sumergido por la mañana. Pero el relato contenía el horror de la pequeña Marit al probar su primer pedazo cogido a mano de hígado crudo, recién cazado, y Bonnie había retirado a toda prisa la bola estrella de la sien y había decidido no hacer nada que pudiera de algún modo ponerla en una situación de cacería de humanos.
Pero entonces, compulsivamente, había contado su dinero. Tenía dinero. Sabía dónde había una tienda. Y eso significaba… ¡ir de compras!
Cuando llegó la hora de ir al baño, consiguió trabar conversación con el muchacho que acostumbraba a conducirla al retrete exterior. En esta ocasión le hizo sonrojarse tanto y tirarse del lóbulo de la oreja tan a menudo que cuando le suplicó que le diera la llave y la dejara ir por su cuenta —no era como si no conociera el camino—, él había transigido y la había dejado ir, pidiéndole sólo que se diera prisa.
Y se dio prisa; cruzó la calle y penetró en la tiendecita, que olía una barbaridad a caramelo de dulce de leche derretido, a toffee estirado a mano, y a otros olores que volvían la boca agua y que la habrían guiado hasta allí con los ojos vendados.
También sabía lo que quería. Podía imaginárselo por el relato y la degustación que había hecho Marit.
Un confite de ciruela era redondo como una ciruela auténtica, y ella había notado un sabor a dátiles, almendras, especias y miel; y tal vez tuviera pasas, también. Debería costarle cinco soli, según la historia, pero Bonnie había cogido quince de las pequeñas monedas de aspecto cobrizo que tenía, por si había una emergencia repostera.
Una vez en la tienda, Bonnie miró con cautela a su alrededor. Había muchos clientes en el interior, unos seis o siete. Una muchacha de cabellos castaños iba vestida con arpillera igual que Bonnie y tenía un aspecto exhausto. Subrepticiamente, Bonnie se acercó lentamente a ella, e introdujo cinco de sus soli de cobre en la mano agrietada de la muchacha, pensando que de ese modo ella también podría conseguir un confite de ciruela, lo cual debería animarla. Lo hizo: la muchacha le dedicó la clase de sonrisa que madre Basura dedicaba a menudo a Marit cuando ésta había hecho algo adorable.
«Me pregunto si debería hablarle.»
—Parece muy concurrida —susurró, agachando la cabeza.
La muchacha le respondió con otro susurro:
—Lo ha estado. Todo ayer estuve esperando poder acceder, pero al menos un noble entraba cuando salía el último.
—¿Quieres decir que tienes que aguardar hasta que la tienda está vacía para…?
La muchacha de cabellos castaños la contempló con curiosidad.
—Desde luego; a menos que compres para tu ama o amo.
—¿Cómo te llamas? —susurró Bonnie.
—Kelta.
—Yo soy Bonnie.
Al oír aquello Kelta prorrumpió en silenciosas pero convulsivas risitas.
Bonnie se sintió ofendida; acababa de dar a Kelta un confite de ciruela… o el precio de uno, y ahora la muchacha se reía de ella.
—Lo siento —dijo Kelta cuando su regocijo se hubo extinguido—. Pero ¿no te parece divertido que en el último año haya tantas chicas cambiando sus nombres por Aliana y Mardeth y Bonna?; a algunas esclavas incluso se les está permitiendo hacerlo.
—Pero ¿por qué? —musitó Bonnie con una perplejidad tan evidente que Kelta dijo:
—Pues para formar parte de la historia. Para llevar el nombre de las que mataron a la vieja Blodwedd mientras andaba por ahí arrasando la ciudad.
—¿Fue eso algo tan importante?
—¿Realmente no lo sabes? Después de que la mataran todo su dinero fue a parar al sector quinto donde vivía y quedó suficiente para tener un día de fiesta. De ahí es de donde vengo. Y antes tenía tanto miedo cuando me enviaban fuera con un mensaje o cualquier cosa después de oscurecer porque ella podía estar encima mismo de ti y no lo sabías, hasta que… —Kelta había metido todo su dinero en un bolsillo y ahora imitó el movimiento de unas zarpas descendiendo sobre una mano inocente.»
Pero tú realmente eres una Bonna —siguió la muchacha, con un destello de dientes blancos en una tez más bien sucia—. O eso has dicho.
—Sí —respondió Bonnie, sintiéndose vagamente entristecida—. ¡Soy una Bonna, ya lo creo! —Al cabo de un instante se animó—. ¡La tienda está vacía!
—¡Lo está! ¡Vaya, traes buena suerte, Bonna! Llevaba esperando dos días.
Se acercó al mostrador con una falta de miedo que resultó muy alentadora para Bonnie. Luego pidió algo llamado gelatina de sangre que a Bonnie le pareció un pequeño molde de gelatina de fresa, con algo más oscuro en el interior. Kelta sonrió a Bonnie desde debajo de la cortina de su larga melena sin cepillar y desapareció.
El hombre que atendía la tienda de golosinas no hacía más que mirar expectante la puerta, esperando a todas luces que una persona libre —un noble— entrara. Nadie lo hizo, sin embargo, y por fin giró la cabeza hacia Bonnie.
—¿Y qué es lo que quieres tú? —exigió.
—Sólo un confite de ciruela, por favor. —Bonnie hizo un gran esfuerzo para asegurarse de que su voz no temblara.
El hombre estaba aburrido.
—Muéstrame tu pase —dijo de mal talante.
Fue en ese punto cuando Bonnie supo de improviso que todo iba a salir horriblemente mal.
—¡Vamos, vamos, sácalo!
Entretanto Bonnie pasaba rápidamente una mano sobre el blusón de arpillera, en el que sabía perfectamente bien que no había ningún bolsillo, y desde luego ningún pase.
—Pero pensaba que no necesitaba un pase, salvo para cruzar secciones —balbució por fin.
El hombre se inclinó entonces por encima del mostrador.
—Entonces muéstrame tu pase de libertad —dijo.
Y Bonnie hizo la única cosa que se le ocurrió. Dio media vuelta y corrió, pero antes de que pudiera alcanzar la puerta sintió un repentino dolor punzante en la espalda y luego todo quedó borroso y ni siquiera se dio cuenta cuando chocó contra el suelo.