13

Elena, que dormía serenamente con una mano enlazada en la de Stefan, sabía que estaba teniendo un sueño extraordinario. No, no era un sueño, sino una proyección astral. Pero no era como sus anteriores proyecciones astrales para visitar a Stefan en su celda. Se deslizaba a través del aire a tal velocidad que en realidad no podía distinguir qué había por debajo de ella.

Miró a su alrededor y de improviso, con gran asombro por su parte, otra figura apareció a su lado.

—¡Bonnie! —dijo; o más bien intentó decir.

Pero por supuesto no había sonido. Bonnie parecía una edición transparente de sí misma. Como si alguien la hubiese creado en cristal soplado, y luego hubiese tintado con el color más tenue sus cabellos y ojos.

Elena probó la telepatía. «¿Bonnie?»

«¡Elena! ¡Oh, os echo tanto en falta a ti y a Meredith! Estoy atrapada aquí en un agujero…»

«¿Un agujero?» Elena pudo percibir el pánico en su propia telepatía, y ello hizo que Bonnie se estremeciera asustada.

«No un agujero de verdad. Un antro. Una posada, imagino, pero estoy encerrada dentro y sólo me dan de comer dos veces al día y me llevan al lavabo una vez…»

«¡Dios mío! ¿Cómo llegaste ahí?»

«Bueno… —Bonnie vaciló—. Imagino que fue culpa mía.»

«¡No importa! ¿Cuánto tiempo llevas ahí, exactamente?»

«Bueno, éste es mi segundo día. Creo.»

Hubo una pausa. Luego Elena dijo: «Bueno, un par de días en un lugar horrible pueden parecer una eternidad».

Bonnie intentó explicar mejor su situación. «Es sólo que estoy tan aburrida y sola… ¡Os echo tanto en falta a ti y a Meredith!», repitió.

«Yo también pensaba en ti y en Meredith», dijo Elena.

«Pero Meredith está ahí contigo, ¿verdad? ¡Oh, Dios mío! Dime que ella no cayó también», soltó Bonnie.

«¡No, no! No cayó.» Elena era incapaz de decidir si contarle a Bonnie lo de Meredith o no. Al final pensó que en aquellos momentos era mejor no hacerlo.

No podía ver hacia qué corría a toda velocidad, aunque percibía que estaban aminorando la marcha. «¿Puedes ver alguna cosa?»

«¡Eh, sí, debajo de nosotras! ¡Hay un coche! ¿Deberíamos bajar?»

«Desde luego. ¿Podemos cogernos de la mano?»

Descubrieron que no podían, pero que el simple hecho de intentarlo las mantenía más juntas. Al cabo de un momento descendían a través del techo de un coche pequeño.

«¡Eh! ¡Es Alaric!», dijo Bonnie.

Alaric Saltzman era el novio que iba a convertirse en el prometido de Meredith. Tenía unos veintitrés años ya, y sus cabellos rubio rojizos y sus ojos color avellana no habían cambiado un ápice desde que Elena lo había visto hacía casi diez meses. Era parapsicólogo en Duke, y se preparaba para doctorarse.

«Llevamos una barbaridad de tiempo intentando contactar con él», dijo Bonnie.

«Lo sé. A lo mejor éste es el modo en que se supone que tenemos que ponernos en contacto con él.»

«¿Puedes volver a decirme dónde se supone que está?»

«En algún lugar de Japón. Nunca recuerdo el nombre, pero mira el mapa del asiento del copiloto.»

Bonnie y ella se entremezclaron al hacerlo, sus formas espectrales pasaron la una a través de la otra.

Unmei no Shima: La Isla de la Fatalidad, estaba escrito en lo alto de un contorno de una isla. El mapa que tenía al lado mostraba una gran X roja con la leyenda: El Campo de las Vírgenes Castigadas.

«¿Las qué? —inquirió Bonnie, indignada—. ¿Qué significa eso?»

«No lo sé. Pero mira, esta niebla es niebla auténtica. Y está lloviendo. Y esta carretera es horrible.»

Bonnie se zambulló al exterior. «¡Uh, qué fantástico! La lluvia me atraviesa. Y no creo que esto sea una carretera.»

«Regresa y mira esto —dijo Elena—. No hay ninguna otra ciudad en esta isla, sólo un nombre. Doctora Celia Connor, patologa forense.»

«¿Qué es una patologa forense?»

«Creo —respondió Elena— que investigan asesinatos y cosas así. Y desentierran personas muertas para averiguar por qué murieron.»

Bonnie se estremeció. «No creo que esto me vaya a gustar mucho.»

«Tampoco a mí. Pero mira fuera. Esto fue un pueblo en una ocasión, creo.»

Apenas quedaba nada del pueblo. Sólo unos pocos restos de edificios de madera que era evidente que se estaban pudriendo, y algunas estructuras en minas de piedras ennegrecidas. Había un gran edificio con una enorme lona de un amarillo brillante encima.

Cuando el coche llegó al edificio, Alaric frenó con un patinazo, agarró el mapa y un maletín pequeño, y corrió a través de la lluvia y el barro para ponerse a cubierto. Elena y Bonnie lo siguieron.

Cerca de la entrada le salió al encuentro una mujer negra muy joven, que llevaba el pelo muy corto y lacio alrededor del rostro menudo y delicado. Era pequeña, desde luego no tan alta como Elena. Tenía unos ojos que brillaban llenos de entusiasmo y unos dientes blancos y uniformes dignos de una sonrisa de Hollywood.

—¿Doctora Connor? —dijo Alaric, con semblante admirado.

«A Meredith no le va a gustar esto», dijo Bonnie.

—Sólo Celia, por favor —respondió la mujer, estrechándole la mano—. Alaric Saltzman, supongo.

—Sólo Alaric, por favor… Celia.

«Desde luego que a Meredith no le va a gustar esto», dijo Elena.

—Así que tú eres el que investiga sobre fantasmas —decía Celia por debajo de ellas—. Bueno, te necesitamos. Este sitio tiene fantasmas… o los tuvo una vez. No sé si todavía están aquí o no.

—Suena interesante.

—Más bien triste y morboso. Triste, fantasmagórico y morboso. He excavado toda clase de ruinas, en especial aquellas donde había posibilidades de que hubiera habido un genocidio. Y te diré una cosa: esta isla no se parece a ningún otro sitio que haya visto jamás —dijo Celia.

Alaric sacaba ya cosas de su maletín: un grueso montón de papeles, una videocámara pequeña, un bloc. Puso en marcha la videocámara y miró por el visor, luego la apuntaló con algunos de los papeles. Cuando aparentemente tuvo a Celia enfocada, cogió también el bloc.

Celia pareció divertida.

—¿Cuántos sistemas necesitas para anotar información?

Alaric se dio un golpecito en un lado de la cabeza y la sacudió entristecido.

—Tantos como sea posible. Las neuronas están empezando a desaparecer. —Miró a su alrededor—. No eres la única aquí, ¿verdad?

—A excepción del portero y del tipo que me lleva en la barca de vuelta a Hokkaido, sí. Empezó como una expedición normal; éramos catorce. Pero uno a uno, los demás han muerto o se han ido. Ni siquiera puedo volver a enterrar los especímenes…, las chicas…, que hemos desenterrado.

—Y las personas de tu expedición que se fueron o murieron…

—Bueno, al principio la gente murió. Luego eso y las otras cosas fantasmagóricas hicieron que el resto se fueran. Temían por sus vidas.

Alaric frunció el ceño.

—¿Quién murió primero?

—¿De nuestra expedición? Ronald Argyll. Especialista en cerámica. Estaba examinando dos vasijas que se encontraron… Bueno, me saltaré esa historia hasta más tarde. Cayó de una escalera de mano y se rompió el cuello.

Alaric enarcó las cejas.

—¿Eso fue fantasmagórico?

—Para un tipo como él, que llevaba en la profesión casi veinte años…, sí.

—¿Veinte años? ¿Quizá un ataque al corazón? Y luego cayó de la escalera…, bum. —Alaric hizo un ademán descendente.

—A lo mejor así es como fue. Tal vez tú seas capaz de explicarnos todos nuestros pequeños misterios.

Aquella mujer tan chic de cortos cabellos sonrió mostrando unos hoyuelos traviesos como un golfillo. También iba vestida como uno, advirtió Elena: con Levi's y una camisa blanca y azul con las mangas arrolladas sobre una camisola blanca.

Alaric se sobresaltó levemente, como si hubiese advertido que era culpable de mirarla. Bonnie y Elena intercambiaron una mirada por encima de su cabeza.

—¿Qué te parece si empiezas por explicarme qué le sucedió a la gente que vivía en la isla, a quienes construyeron las casas?

—Bueno, en realidad nunca fueron muchos. Mi suposición es que este lugar incluso podía haberse llamado la Isla de la Fatalidad antes de este desastre que investigaba mi equipo. Pero por lo que pude descubrir, fue una especie de guerra… una guerra civil. Entre los niños y los adultos.

En esta ocasión, cuando Bonnie y Elena intercambiaron una mirada, los ojos de ambas estaban abiertos como platos. «Igual que en casa…», empezó a decir Bonnie, pero Elena la interrumpió. «Chist. Escucha.»

—¿Una guerra civil entre niños y sus padres? —repitió Alaric lentamente—. Eso sí que da miedo.

—Bueno, es un proceso de eliminación. Verás, me gustan las sepulturas, construidas o simplemente agujeros en el suelo. Y aquí no parece que a los habitantes los invadieran. No murieron debido a una hambruna o una sequía; todavía había gran cantidad de grano en el granero. Tampoco había señales de enfermedad. He llegado a creer que todos se mataron entre sí: padres matando a hijos; hijos matando a padres.

—Pero ¿cómo puedes saberlo?

—¿Ves esta zona más bien cuadrada en la periferia del pueblo? —Celia señaló una zona en un mapa más grande que el de Alaric—. Eso es lo que llamamos El Campo de las Vírgenes Castigadas. Es el único lugar que tiene sepulturas propiamente dichas, de modo que se hizo al principio de lo que se convirtió en una guerra. Más tarde no hubo tiempo para ataúdes…, o nadie a quien le importaran. Hasta el momento hemos desenterrado veintidós niñas; la mayor en los últimos años de la adolescencia.

—¿Veintidós chicas? ¿Todas chicas?

—Todas chicas en esta zona. Los chicos vinieron más tarde, cuando ya no se hacían los ataúdes. No están tan bien conservados, porque las casas ardieron todas o se vinieron abajo, y estuvieron expuestos a la acción de los elementos. A las muchachas las enterraron con esmero, a veces de un modo elaborado; pero las marcas de los cuerpos indican que fueron sometidas a severos castigos físicos en algún momento próximo a sus muertes. Y además… tenían estacas atravesándoles los corazones.

Los dedos de Bonnie volaron a sus ojos, como para rechazar una visión terrible. Elena contempló a Alaric y a Celia con expresión sombría.

Alaric tragó saliva.

—¿Les clavaron estacas? —preguntó con inquietud.

—Sí. Sé lo que pensarás. Pero en Japón no existe una tradición de vampiros. Los kitsune…, zorros…, son probablemente la analogía más cercana.

En aquellos momentos Elena y Bonnie flotaban justo por encima del mapa.

—¿Y beben sangre los kitsunes?

—Sólo kitsune. El japonés tiene un modo interesante de expresar los plurales. Pero para responder a tu pregunta: no. Son embaucadores legendarios, y un ejemplo de lo que hacen es poseer a muchachas y a mujeres, y conducir a hombres a la destrucción… al interior de ciénagas, y cosas así. Pero aquí… bueno, casi puedes leerlo como en un libro.

—Haces que suene como si fuera uno. Pero no uno que escogería por placer —repuso Alaric, y ambos sonrieron sombríos.

—Así pues, para seguir con el libro, parece que esta enfermedad acabó por extenderse a todos los niños de la ciudad. Hubo peleas a muerte. Por algún motivo, los padres ni siquiera pudieron llegar a los botes de pesca en los que podrían haber huido de la isla.

«Elena…»

«Lo sé. Al menos Fell's Church no está en una isla.»

—Y luego está lo que encontramos en el santuario de la población. Puedo mostrarte eso; es por lo que murió Ronald Argyll.

Ambos se pusieron en pie y se adentraron en el interior del edificio hasta que Celia paró ante dos grandes urnas sobre pedestales con una cosa horrenda entre ellas. Parecía un vestido, desgastado por la intemperie hasta quedar de un blanco casi inmaculado, pero sobresaliendo a través de agujeros en la tela había huesos. Lo más horrible era que un hueso descolorido y descarnado colgaba de la parte superior de una de las urnas.

—Es en esto en lo que trabajaba Ronald en el yacimiento antes de que llegara toda esta lluvia —explicó Celia—. Probablemente fue la última muerte de los habitantes originales y se trate de un suicidio.

—¿Cómo puedes saber eso?

—Veamos si puedo explicarlo bien a partir de las notas de Ronald. La sacerdotisa que hay aquí no tiene otras lesiones que la que causó su muerte. El santuario era un edificio de piedra… en el pasado. Cuando llegamos aquí encontramos únicamente un suelo, con todos los peldaños de piedra caídos en todas direcciones. De ahí el uso que tuvo que hacer Ronald de la escalera. La cosa se vuelve muy técnica, pero Ronald Argyll era un gran patólogo forense y yo me fío de su interpretación de la historia.

—¿Qué es? —Alaric grababa los recipientes y los huesos con la videocámara.

—Alguien… no sabemos quién… abrió un agujero a golpes en cada una de las vasijas. Esto fue antes de que empezara el caos. Los archivos de la ciudad lo hacen constar como un acto de vandalismo, una travesura llevada a cabo por un niño. Pero mucho después de eso el agujero fue sellado y los recipientes volvieron a quedar casi herméticamente cerrados, excepto donde la sacerdotisa tenía las manos hundidas en la parte superior hasta la muñeca.

Con un cuidado infinito, Celia retiró la parte superior de la vasija de la cual no colgaba ningún hueso… para mostrar otro par de huesos bastante largos, ligeramente menos blanqueados, y con tiras de lo que debía de haber sido tela en ellos. Diminutos huesos de dedos yacían dentro del recipiente.

—Lo que Ronald creía era que esta pobre mujer murió mientras realizaba un último acto desesperado. Inteligente, también, si lo ves desde la perspectiva de esta gente. Se cortó las muñecas… Puedes ver cómo el tendón está consumido en el brazo mejor conservado… Y luego dejó que todo el contenido de su torrente sanguíneo fluyera al interior de las urnas. Sí sabemos que las urnas muestran una abundante precipitación de sangre en el fondo. Intentaba atraer algo al interior… o a lo mejor algo de vuelta al interior. Y murió intentándolo, y la arcilla que probablemente había esperado usar en sus últimos momentos conscientes sujetó sus huesos a los recipientes.

—¡Uf!

Alaric se pasó una mano por la frente, pero tiritó al mismo tiempo.

«¡Toma imágenes!», le ordenaba Elena mentalmente, usando toda su fuerza de voluntad para transmitir la orden. Podía ver que Bonnie hacía lo mismo, con los ojos cerrados y los puños bien apretados.

Como obedeciendo a sus órdenes, Alaric tomaba fotografías tan deprisa como podía.

Finalmente, acabó. Pero Elena sabía que sin algún impulso exterior no habría modo de que fuese a hacer llegar aquellas imágenes a Fell's Church hasta que él mismo llegara a la ciudad; y ni siquiera Meredith sabía cuándo sería eso.

«Así pues ¿qué hacemos?», le preguntó Bonnie a Elena, con semblante angustiado.

«Bueno… Mis lágrimas eran reales cuando Stefan estaba en prisión.»

«¿Quieres que lloremos sobre él?»

«No —respondió Elena, sin demasiada paciencia—. Pero tenemos aspecto de fantasmas; actuemos como ellos. Prueba a soplarle en el cogote.»

Bonnie lo hizo, y ambas contemplaron cómo Alaric se estremecía, miraba a su alrededor y se envolvía mejor en su chaqueta impermeable.

—¿Y qué hay de las otras muertes en tu propia expedición? —preguntó, acurrucándose y mirando a su alrededor al parecer sin ningún propósito concreto.

Celia empezó a hablar, pero ni Elena ni Bonnie escuchaban. Bonnie siguió soplando sobre Alaric desde direcciones distintas, conduciéndolo a la única ventana del edificio que no estaba hecha pedazos. Allí Elena había escrito con el dedo sobre el oscurecido cristal helado. Una vez que supo que Alaric miraba en aquella dirección, echó el aliento sobre la frase: «¡Envía todas las imágenes de las vasijas a Meredith ahora!». Cada vez que Alaric se aproximaba a la ventana, volvía a respirar sobre ella para que volvieran a verse las palabras.

Y por fin él las vio.

Retrocedió de un salto casi medio metro. Luego volvió a acercarse con cuidado a la ventana. Elena refrescó la escritura para él. En esta ocasión, en lugar de pegar un salto, él se limitó a pasarse una mano por los ojos y luego volvió a echar un vistazo.

—Eh, señor cazafantasmas —dijo Celia—. ¿Estás bien?

—No lo sé —admitió Alaric.

Volvió a pasarse la mano por los ojos, pero Celia iba hacia allí y Elena no envió su aliento a la ventana.

—Me ha parecido ver un…, un mensaje para que enviara copias de las imágenes de estas vasijas a Meredith.

Celia enarcó una ceja.

—¿Quién es Meredith?

—¡Oh! Ella…, ella es una de mis antiguas alumnas. Supongo que esto le interesaría. —Bajó la mirada hacia la videocámara.

—¿Huesos y urnas?

—Bueno, tú sentiste interés por ellos muy joven, si tu reputación es correcta.

—¡Oh, sí! Me encantaba contemplar cómo una ave muerta se descomponía, encontrar huesos e intentar dilucidar de qué animal procedían —respondió Celia, que volvía a mostrar los hoyuelos—. Desde los seis años. Pero yo no era como la mayoría de chicas.

—Bueno… Tampoco lo es Meredith —dijo él.

Elena y Bonnie se miraban muy serias ahora. Alaric había dado a entender que Meredith era especial, pero no lo había dicho, y no había mencionado que tenían pensado prometerse.

Celia se acercó más.

—¿Vas a enviarle las imágenes?

Alaric rió.

—Bueno, toda esta atmósfera y lo demás; no lo sé. Podría haber sido sólo mi imaginación.

Celia le dio la espalda justo al llegar junto a él y Elena volvió a soplar sobre el mensaje. Alaric alzó las manos en un gesto de auténtica rendición.

—Supongo que la Isla de la Fatalidad no tiene cobertura por satélite —dijo con impotencia.

—Pues no —respondió Celia—. Pero el ferry regresará dentro de un día, y puedes enviar las fotos entonces… si realmente vas a hacerlo.

—Creo que será mejor que lo haga —dijo él.

Elena y Bonnie lo miraban con ferocidad, una desde cada lado.

Pero fue entonces cuando a Elena empezaron a cerrársele los párpados. «¡Oh, Bonnie, lo siento! Quería hablar contigo después de esto, y asegurarme de que estás bien. Pero estoy cayendo… no puedo…»

Consiguió abrir los párpados con un gran esfuerzo. Bonnie estaba en una posición fetal, profundamente dormida.

«Ten cuidado», susurró Elena, sin siquiera estar segura de a quién lo susurraba. Y mientras se alejaba flotando, era consciente de la presencia de Celia y del modo en que Alaric conversaba con aquella hermosa mujer instruida que sólo tenía más o menos un año más que él. Sintió un marcado temor por Meredith, añadido a todo lo demás.