12

—¡Stefan! ¡Stefan!

Elena estaba demasiado nerviosa como para permanecer fuera del dormitorio durante más de los cinco minutos que habían hecho falta para que los sheriffs la vieran. Era Stefan a quien los policías querían ver realmente y no conseguían encontrar, sin que parecieran considerar la posibilidad de que alguien pudiera volver sobre sus pasos y ocultarse en una habitación que ya había sido registrada.

Y ahora Elena no conseguía obtener una respuesta de Stefan, que estaba abrazado con fuerza a Meredith, con la boca bien presionada sobre las dos pequeñas heridas que había hecho. Elena tuvo que zarandearlo por los hombros, zarandearlos a ambos, para poder conseguir alguna respuesta.

Entonces Stefan se alzó hacia atrás con brusquedad, pero sin soltar a Meredith, que de otro modo habría caído al suelo, y se lamió a toda prisa la sangre de los labios. Por una vez, no obstante, Elena no estaba concentrada en él, sino en su amiga; la amiga a la que había permitido hacer aquello.

Los ojos de Meredith estaban cerrados, pero tenían círculos oscuros, casi color ciruela, bajo ellos. Los labios estaban entreabiertos, y la oscura mata de cabellos estaba húmeda allí donde habían caído lágrimas.

—¿Meredith? ¿Merry?

El antiguo apodo simplemente escapó de los labios de Elena. Y luego, cuando Meredith no dio señales de haberla oído:

—Stefan, ¿qué sucede?

—Al final la influencié para que durmiera. —Stefan alzó a la muchacha y la depositó en la cama.

—Pero ¿qué ha sucedido? ¿Por qué está llorando… y qué es lo que te pasa a ti?

A Elena no le pasó por alto que, no obstante el saludable rubor de las mejillas del joven, sus ojos estaban ensombrecidos.

—Algo que he visto… en su mente —repuso Stefan lacónicamente, tirando de Elena para colocarla a su espalda—. Aquí viene uno de ellos. Permanece ahí.

La puerta se abrió. Era el policía, que tenía la cara colorada y jadeaba, y que estaba claro que se había superado a sí mismo, regresando a toda velocidad a aquella habitación tras haber empezado desde ella a registrar toda la planta baja.

—Los tengo a todos en una habitación… A todos excepto al fugitivo —dijo el sheriff por un enorme móvil negro.

La mujer policía efectuó alguna breve respuesta, y a continuación el colorado policía giró la cabeza para hablar a los adolescentes.

—Ahora lo que va a suceder es que voy a registrarte —señaló con la cabeza a Stefan—, mientras mi compañera os registra a vosotras dos. —Efectuó un brusco movimiento lateral con la cabeza, en dirección a Meredith—. ¿Qué es lo que le sucede a ella?

—Nada que usted pudiera comprender —respondió Stefan con frialdad.

El sheriff dio la impresión de no poder creer lo que le acababan de decir. Luego, de repente, dio la impresión de que podía, y lo hizo, y dio un paso en dirección a Meredith.

Stefan gruñó.

El sonido provocó que Elena, que estaba justo detrás de él, diera un brinco. Fue el gruñido quedo y salvaje de un animal protegiendo a su pareja, su manada, su territorio.

El rubicundo policía palideció de repente y le entró el pánico. Elena adivinó que contemplaba una boca llena de dientes mucho más afilados que los suyos, y teñido además de sangre.

Elena no quería que aquello se convirtiera en algo políticamente incorrecto; o sea, en una… competición de gruñidos.

Mientras el sheriff farfullaba a su compañera: «Puede que necesitemos algunas de esas balas de plata después de todo», Elena dio un golpecito a su amado, que en aquellos momentos emitía un ruido muy parecido al de una sierra radial muy grande que ella podía percibir en los propios dientes, y entonces susurró:

—¡Stefan, influénciale! La otra ya viene, y es posible que haya pedido refuerzos.

Al contacto de su mano, Stefan dejó de emitir el sonido, y cuando se volvió ella pudo ver que el rostro pasaba del de un animal salvaje que mostraba los dientes al querido rostro de ojos verdes de siempre. «Debe de haber tomado muchísima sangre de Meredith», pensó, notando una sensación extraña en el estómago. No estaba segura de cómo se sentía respecto a eso.

Pero no podían negarse los efectos secundarios. Stefan se volvió de nuevo hacia el policía y dijo en tono seco:

—Irá al vestíbulo de la entrada. Permanecerá allí, en silencio, hasta que yo le diga que se mueva o hable.

Luego, sin alzar los ojos para ver si el hombre obedecía o no, arropó mejor a Meredith con las mantas.

Elena, no obstante, observaba al sheriff, y advirtió que no vacilaba ni un momento. Cambió radicalmente de actitud y marchó con paso decidido al vestíbulo de la entrada.

Entonces Elena se sintió lo bastante a salvo para volver a echar una mirada a Meredith. No pudo hallar nada malo en el rostro de su amiga, salvo la anormal palidez, y aquellas sombras violeta alrededor de los ojos.

—¿Meredith? —susurró.

No hubo respuesta. Siguió a Stefan fuera de la habitación.

Acababa de alcanzar el vestíbulo cuando la agente de policía cayó sobre ellos. Bajaba la escalera empujando a la frágil señora Flowers por delante de ella, y les gritó:

—¡Al suelo! ¡Todos vosotros! —Dio un fuerte empujón a la anciana—. ¡Abajo ya!

Cuando la señora Flowers casi caía cuan larga era al suelo, Stefan dio un salto y la atrapó, y luego se volvió de nuevo hacia la otra mujer. Por un instante Elena pensó que volvería a gruñir, pero en su lugar, con una voz tirante por el autocontrol, dijo:

—Únase a su compañero. No puede moverse o hablar sin mi permiso.

Condujo a la conmocionada señora Flowers a una silla en el lado izquierdo del vestíbulo.

—¿Le ha hecho daño esa… persona?

—No, no. Sólo consigue que se vayan de mi casa, Stefan, querido, y te estaré sumamente agradecida —replicó la señora Flowers.

—Hecho —dijo él con dulzura—. Lamento mucho que le hayamos causado tantos problemas… en su propia casa. —Miró a ambos sheriffs con ojos que taladraban—. Váyanse y no regresen. Han registrado la casa, pero ninguna de las personas que buscaban estaba aquí. Consideran que una vigilancia adicional no daría ningún resultado. Creen que serían de más utilidad ayudando en el… ¿cómo era? ¡Oh, sí! El caos que reina en la ciudad de Fell's Church. Jamás regresarán aquí. Ahora vuelvan a su coche y márchense.

Elena sintió cómo el vello de la nuca se le erizaba. Podía percibir el Poder que había tras las palabras de Stefan.

Y, como siempre, llenaba de satisfacción ver a personas crueles o enojadas volverse dóciles bajo el poder de la influencia de un vampiro. Aquellos dos permanecieron durante otros diez segundos totalmente inmóviles, y luego sencillamente salieron por la puerta principal.

Elena escuchó con atención el sonido del coche del sheriff alejándose y la recorrió una sensación de alivio tan poderosa que casi se desplomó al suelo. Stefan la rodeó con sus brazos, y ella lo abrazó a su vez con fuerza, sabiendo que el corazón le latía violentamente. Podía percibirlo en el pecho y en las yemas de los dedos.

«Todo ha acabado. Ahora ya está», le transmitió Stefan y Elena sintió de improviso algo distinto. Sintió orgullo. Stefan simplemente había asumido el mando y se había deshecho de los policías.

«Gracias», le envió.

—Supongo que lo mejor será que saquemos a Matt del sótano despensa —añadió.

Matt no estaba nada contento.

—Gracias por esconderme; pero ¿sabéis cuánto rato he pasado ahí abajo? —preguntó a Elena cuando volvieron a estar arriba—. Y sin ninguna luz salvo la de esa pequeña bola estrella. Y ningún sonido; no podía oír nada en absoluto ahí abajo. ¿Y qué es esto? —Alargó la larga y pesada vara de madera, con aquellas puntas de forma curiosa y cubiertas de púas.

Elena sintió un repentino pánico.

—No te habrás cortado, ¿verdad?

Agarró a toda prisa las manos de Matt, dejando que el largo bastón cayera al suelo. Pero Matt no parecía tener ni un solo arañazo.

—No he sido tan tonto como para sujetarlo por los extremos —dijo.

—Meredith lo hizo, por alguna razón —repuso Elena—. Tiene las palmas llenas de heridas. Y ni siquiera sé qué es esto.

—Yo sí lo sé —dijo Stefan en voz baja, y levantó el bastón—. Pero en realidad es el secreto de Meredith. Quiero decir que es propiedad de Meredith —añadió a toda prisa mientras todos los ojos se fijaban en él al oír la palabra «secreto».

—Bueno, no estoy ciego —dijo Matt con su modo de expresarse franco y directo, echando atrás unos mechones de pelo rubio para poder mirar con más detenimiento el objeto; alzó los azules ojos hacia Elena—. Sé a lo que huele: a verbena. Y sé lo que parece con todas esas púas de plata y hierro sobresaliendo de los extremos afilados. Parece una especie de vara gigante para exterminar toda clase de monstruos espantosos e infernales que anden por este mundo.

—Y también vampiros —añadió Elena rápidamente.

Sabía que Stefan estaba en un estado de ánimo extraño y no tenía el menor deseo de ver a Matt, quien todavía le importaba muchísimo, tumbado en el suelo con el cráneo aplastado.

—E incluso humanos… Creo que esas púas más grandes son para inyectar veneno —concluyó.

—¿Veneno? —Matt se miró las manos a toda prisa.

—Estás bien —dijo Elena—. Acabo de examinarte, y además debe de ser un veneno de acción muy rápida.

—Sí, querrían dejarte fuera de combate tan rápido como fuera posible —dijo Stefan—. Así que si estás vivo ahora, es probable que sigas así. Y ahora, este espantoso e infernal monstruo quiere volver arriba a la cama.

Se volvió para dirigirse al desván, y debió de oír la veloz e involuntaria inhalación de Elena, porque giró en redondo y ella pudo ver que él lo sentía. Los ojos eran de un oscuro verde esmeralda, tristes pero llameando con Poder no empleado.

«Me parece que nos levantaremos tarde», pensó Elena, sintiendo cómo la recorrían unos placenteros estremecimientos. Oprimió la mano de Stefan, y sintió cómo él le devolvía la presión. Pudo ver lo que él tenía en mente; estaban muy próximos y él proyectaba con suma claridad lo que quería; y ella estaba tan ansiosa por llegar arriba como él.

Pero en aquel momento Matt, con los ojos puestos en el bastón cubierto de perversas púas, dijo:

—¿Tiene Meredith algo que ver con eso?

—Jamás debería haberlo mencionado —respondió Stefan—. Pero si quieres saber más, realmente será mejor que se lo preguntes tú mismo a ella. Mañana.

—De acuerdo —repuso Matt, que finalmente parecía comprender.

Elena iba muy por delante de él. Una arma como aquélla era —sólo podía ser— para matar toda clase de monstruos que deambularan por el mundo. Y Meredith, que era delgada y atlética como una bailarina con un cinturón negro. Y, ¡oh! ¡Aquellas clases! Las clases que Meredith siempre había pospuesto si las chicas hacían algo justo en ese mismo momento, pero para las que siempre, de algún modo, conseguía sacar tiempo.

Pero no se podía esperar, precisamente, que una chica anduviera por ahí cargada con un clavicémbalo, y nadie más poseía uno. Además, Meredith había dicho que odiaba tocar, así que sus amigas lo habían dejado estar. Todo ello formaba parte del halo de misterio de Meredith.

¿Y las lecciones de equitación? Elena apostaría a que algunas eran auténticas. Meredith querría saber cómo efectuar una huida rápida montando en cualquier cosa disponible.

Pero si Meredith no practicaba para ofrecer un poco de musica amena en la sala, ni para protagonizar una película de vaqueros en Hollywood…, entonces ¿qué habría estado haciendo?

Adiestrándose, adivinó Elena. Había gran cantidad de dojos por allí, y si Meredith lo llevaba haciendo desde que aquel vampiro atacó a su abuelo, debía de ser la mar de buena. «Y cuando hemos peleado con cosas espeluznantes, ¿quién ha tenido los ojos puestos en ella, una tenue sombra gris que se mantenía fuera de los focos? Probablemente, ha dejado a gran cantidad de monstruos fuera de combate para siempre.»

La única pregunta que necesitaba una respuesta era por qué Meredith no les había enseñado la estaca matamonstruos espantosos e infernales ni la había utilizado en ninguna pelea —digamos Klaus— hasta aquel momento. Y Elena no lo sabía, pero podía preguntárselo a Meredith. Al día siguiente, cuando Meredith se levantara. Aunque confiaba en que existía alguna respuesta sencilla.

Elena intentó sofocar un bostezo de un modo propio de una dama educada. «¿Stefan? —preguntó—. ¿Puedes sacarnos de aquí… sin tomarme en brazos… y llevarnos a tu habitación?»

—Creo que hemos pasado por suficientes tensiones esta mañana —dijo Stefan con su propia voz afable—. Señora Flowers, Meredith está en el dormitorio de la planta baja; probablemente dormirá hasta muy tarde. Matt…

—Lo sé, lo sé. No sé adónde ha ido a parar el calendario, pero tanto da que lo convierta en mi turno de la noche. —Ofreció un brazo a Stefan.

Stefan pareció sorprendido. «Cariño, necesitas toda la sangre que puedas obtener», le transmitió Elena, en tono serio y directo.

—La señora Flowers y yo estaremos en la cocina —dijo en voz alta.

Cuando estuvieron allí, la señora Flowers le dijo:

—No olvides dar las gracias a Stefan de mi parte por defender la casa de huéspedes.

—Lo ha hecho porque es nuestro hogar —repuso Elena, y regresó al vestíbulo, donde Stefan daba las gracias a un Matt ruborizado.

Y a continuación la señora Flowers llamó a Matt a la cocina, y los brazos ágiles y fuertes de Stefan alzaron a Elena y ambos ganaron altura rápidamente, mientras la escalera de madera protestaba entre crujidos y gemidos. Y por fin estuvieron en el dormitorio de Stefan, y Elena descansaba en sus brazos.

No había mejor lugar en el que estar, ni ninguna otra cosa que ninguno de los dos realmente quisiera en aquellos momentos, pensó Elena y giró el rostro arriba al mismo tiempo que Stefan bajaba el suyo y empezaron con un beso largo y lento. Y entonces el beso se derritió, y Elena tuvo que aferrarse a Stefan, quien ya la sujetaba con brazos que habrían resquebrajado granito, pero que únicamente la apretaban con tanta fuerza como ella quería que lo hicieran.