Damon dejó caer la mano. Sencillamente no podía obligarse a hacerlo. Bonnie era débil, exaltada, un lastre en combate, fácil de desconcertar…
«Eso es —pensó—. ¡Usaré eso! Es tan ingenua…»
—Suéltame un segundo —la instó—. Para que pueda coger el bastón…
—¡No! ¡Saltarás en cuanto lo haga! ¿Qué bastón? —dijo Bonnie, todo de corrillo.
«… y tozuda, y poco práctica…»
¿Empezaba a parpadear la brillante luz?
—Bonnie —dijo en voz baja—, hablo muy en serio. Si no me sueltas, te obligaré a hacerlo… y no te gustará ni pizca, lo prometo.
—Haz lo que te dice —suplicó Meredith desde alguna parte muy cerca—. ¡Bonnie, entrará de todos modos en la Dimensión Oscura! ¡Pero tú acabarás yendo con él… y los dos seréis esclavos humanos esta vez! ¡Toma mi mano!
—¡Coge su mano! —rugió Damon, mientras la luz parpadeaba sin la menor duda, volviéndose menos cegadora a cada instante.
Pudo percibir cómo Bonnie cambiaba de posición e intentaba ver dónde estaba Meredith, y luego la oyó decir: «No puedo…».
Y a continuación caían.
La última vez que habían viajado a través de un Portal estaban totalmente encerrados en una caja con forma de ascensor. Esta vez simplemente volaban. Estaba la luz, y estaban ellos dos, y estaban tan cegados que de algún modo hablar no parecía posible. Tan sólo estaba la hermosa luz que brillaba y fluctuaba…
Y acto seguido estaban de pie en un callejón, tan estrecho que apenas permitía que los dos estuvieran cara a cara, y entre edificios tan altos que casi no llegaba luz donde estaban ellos.
No; ésa no era la razón, pensó Damon. Recordaba aquella perpetua luz color rojo sangre. No llegaba directamente de cada lado de la estrecha hendidura que era el callejón, lo que significaba que estaban básicamente sumidos en un crepúsculo de un intenso color borgoña.
—¿Te das cuenta de dónde estamos? —inquirió Damon con un susurro enfurecido.
Bonnie asintió, e incluso pareció contenta por haberlo deducido ya.
—Estamos sumidos básicamente en un intenso color burdeos…
—¡Mierda!
Bonnie miró en derredor.
—No huelo nada —indicó cautelosamente, y examinó las plantas de sus pies.
—Estamos —dijo Damon despacio y en voz baja, como si necesitase tranquilizarse entre palabra y palabra— en un mundo donde nos pueden azotar, despellejar y decapitar por el mero hecho de poner el pie en el suelo.
Bonnie probó a hacer un saltito a la pata coja y luego un salto sin moverse, como si reducir su tiempo de interacción con el suelo pudiera ayudarlos de algún modo. Lo miró en busca de más instrucciones.
De un modo repentino, Damon la levantó y la miró muy serio, a medida que comprendía.
—¡Estás borracha! —susurró por fin—. ¡Ni siquiera estás despierta! ¡Llevo todo este tiempo intentando hacerte entrar en razón, y eres una sonámbula borracha!
—¡No lo soy! —dijo Bonnie—. Y… por si acaso lo soy, deberías ser más amable conmigo. Tú me has puesto en este estado.
Alguna parte distante de Damon estuvo de acuerdo en que eso era cierto. Era él quien había emborrachado a la muchacha y luego la había drogado con suero de la verdad y un medicamento para dormir. Pero eso era simplemente un dato, y no tenía nada que ver con lo que sentía al respecto: no existía ningún modo posible de seguir adelante con aquella criatura tan dulce a su lado.
Desde luego, lo sensato habría sido escapar de su lado a toda prisa y permitir que la ciudad, aquella enorme metrópolis de maldad, la engullera con sus grandes fauces de negros colmillos, como sucedería sin lugar a dudas si ella caminaba una docena de pasos por sus calles sin él. Pero, igual que antes, algo en su interior sencillamente no quería permitirle hacerlo. Y comprendió que cuanto antes admitiera eso, antes podría hallar un lugar donde colocarla y empezar a ocuparse de sus propios asuntos.
—¿Qué es eso? —dijo, tomándole una mano.
—Mi anillo de ópalo —respondió Bonnie con orgullo—. ¿Ves?, combina con todo, porque es de todos los colores. Siempre lo llevo puesto; tanto sirve para ir informal como arreglada. —Permitió encantada que Damon se lo quitara y lo examinara.
—¿Son diamantes auténticos lo que hay en los laterales?
—Perfectos y de un blanco purísimo —dijo ella, todavía con orgullo—. El prometido de lady Ulma lo engastó de tal forma que si alguna vez necesitábamos sacar las piedras y venderlas… —Se interrumpió de golpe—. ¡Vas a sacar las piedras para venderlas! ¡No! ¡No, no, no, no, no!
—¡Sí! Tengo que hacerlo si quieres tener alguna oportunidad de sobrevivir —respondió Damon—. Y si dices una sola palabra más o no haces exactamente lo que yo te diga, te dejaré aquí sola. Y entonces morirás. —La miró con ojos entornados y amenazadores.
Bruscamente, Bonnie se transformó en un pajarito asustado.
—De acuerdo —musitó; las lágrimas se le agolpaban en las pestañas—. ¿Para qué es?
Treinta minutos más tarde, estaba en la cárcel; o casi. Damon la había instalado en un apartamento de un segundo piso con una ventana cubierta con estores, e instrucciones estrictas de que los mantuviera bajados. Había empeñado el ópalo y un diamante con éxito, y había pagado a una patrona de rostro avinagrado y aspecto de carecer de sentido del humor para que llevara a Bonnie dos comidas al día, la escoltara al cuarto de baño cuando fuera necesario, y aparte de eso se olvidara de su existencia.
—Escucha —le dijo a Bonnie, que seguía llorando en silencio después de que la patrona los hubiera dejado—. Intentaré regresar a verte dentro de tres días. Si no he regresado dentro de una semana, significará que estoy muerto. Entonces tú… ¡No llores! ¡Escucha!… Entonces tú necesitarás usar estas joyas y este dinero para intentar recorrer el camino que hay de aquí a aquí, donde todavía estará lady Ulma… esperemos.
Le entregó un mapa y un pequeño bolsón lleno de monedas y piedras preciosas que habían sobrado después de pagar su comida y alojamiento.
—Si eso sucede… y puedo prometerte con toda seguridad que no sucederá, tu mejor posibilidad radica en intentar caminar de día, cuando todo el mundo está atareado; mantén los ojos bajos, tu aura pequeña, y no hables con nadie. Lleva puesto este blusón de arpillera, y lleva contigo esta bolsa de comida. Reza para que nadie te pregunte nada, pero intenta dar la impresión de que estás haciendo un recado para tu amo. ¡Oh, sí! —Damon introdujo la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó dos pequeños brazaletes de hierro de esclava, adquiridos junto al mapa—. Jamás te los quites, ni siquiera cuando duermas, ni cuando comas… jamás.
La contempló con expresión siniestra, pero Bonnie estaba ya a las puertas de un ataque de pánico. Temblaba y lloraba, pero estaba demasiado asustada para decir ni una palabra. Desde el momento en que habían entrado en la Dimensión Oscura, había estado manteniendo su aura tan pequeña como le era posible, con las defensas psíquicas elevadas; no necesitaba que le dijeran que lo hiciera. Estaba en peligro. Lo sabía.
Damon acabó de hablar en un tono algo más indulgente.
—Sé que suena difícil, pero te aseguro que, personalmente, no tengo ninguna intención en absoluto de morir. Intentaré visitarte, pero cruzar las fronteras de los distintos sectores es peligroso, y eso es lo que puede que tenga que hacer para venir aquí. Sólo ten paciencia, y estarás bien. Recuerda, el tiempo transcurre de un modo diferente aquí a como lo hace allá en la Tierra. Podemos permanecer aquí durante semanas y regresar prácticamente en el mismo instante en que partimos. Y, mira —Damon indicó con un ademán toda la habitación—, ¡docenas de bolas estrella! Puedes mirarlas todas.
Eran la clase más común de bolas estrella, de las que contenían no Poder, sino recuerdos, relatos o lecciones. Cuando sostenías una contra la sien, quedabas inmerso en cualquiera que fuera el material que habían grabado en la bola.
—Mejor que la televisión —dijo Damon—. Mucho mejor.
Bonnie asintió levemente. Seguía sintiéndose abatida, y era tan pequeña, tan poca cosa, la tez era tan pálida y delicada, el pelo una llamarada tan resplandeciente en la tenue luz carmesí que se filtraba a través de los estores, que, como siempre, Damon sintió que se derretía un poco.
—¿Tienes preguntas? —le preguntó por fin.
Bonnie dijo despacio:
—Y… ¿tú vas a estar…?
—Ahí fuera consiguiendo las versiones vampiro del Quién es quién y de la Guía de la nobleza —respondió él—. Estoy buscando a una dama de categoría.
Después de que Damon se marchara, Bonnie paseó la mirada por la habitación.
Era horrible. ¡Marrón oscuro y simplemente horrible! Había intentado salvar a Damon de regresar a la Dimensión Oscura porque recordaba el modo terrible en que trataban a los esclavos, que eran en su mayoría humanos.
Pero ¿había agradecido él eso? ¿Lo había hecho? ¡Ni lo más mínimo! Y luego, mientras caía a través de la luz con él, había pensado que al menos irían a casa de lady Ulma, la mujer con una historia como la de Cenicienta a quien Elena había rescatado y que había recuperado su riqueza y posición social y había diseñado trajes hermosos para que las chicas pudieran asistir a lujosas fiestas. Allí habría habido camas grandes con sábanas de raso y doncellas que te traían fresas y nata como desayuno. Allí habría tenido a la dulce Lakshmi para conversar con ella, y al ceñudo doctor Meggar, y…
Bonnie paseó la mirada por la habitación color marrón y el sencillo jergón relleno de juncos con su única manta. Tomó una bola estrella con desgana, y luego la dejó caer de los dedos.
Súbitamente, una gran somnolencia la invadió, haciendo que la cabeza le diera vueltas. Era como una neblina penetrando arrolladora. No existía la menor posibilidad de combatirla. Bonnie fue hacia la cama dando traspiés, cayó sobre ella, y se durmió casi antes de haberse acomodado bajo la manta.
—Es culpa mía mucho más que tuya —decía Stefan a Meredith—. Elena y yo estábamos… profundamente dormidos… o él jamás habría conseguido llevar a cabo nada de todo ello. Yo habría advertido que hablaba con Bonnie. Me habría dado cuenta de que te estaba cogiendo como rehén. Por favor, no te culpes, Meredith.
—Debería haber intentado advertiros. Pero no esperaba que Bonnie saliera corriendo y lo agarrara —repuso Meredith.
Lágrimas no derramadas brillaban en sus ojos oscuros. Elena le oprimió la mano: ella también sentía un nudo en el estómago.
—Desde luego no podías esperar poder vencer a Damon —dijo Stefan en tono categórico—. Humano o vampiro… está entrenado; conoce movimientos a los que tú jamás podrías responder. No puedes culparte.
Elena pensaba lo mismo. Estaba preocupada por la desaparición de Damon… y aterrada por Bonnie. Pero en otro nivel mental se preguntaba por las laceraciones de la palma de Meredith que intentaba calentar. Lo más extraño era que las heridas parecían haber sido tratadas… restregadas hasta dejarlas resbaladizas con una loción. Pero no iba a molestar a Meredith al respecto en un momento como aquél; en especial cuando en realidad todo era culpa de Elena. Era ella quien había engatusado a Stefan la noche anterior. Claro que habían estado profundamente… profundamente inmersos el uno en la mente del otro.
—De todos modos, si hay algún culpable es Bonnie —indicó Stefan con pesar—. Pero ahora estoy preocupado por ella. Damon no se sentirá predispuesto a vigilarla si no quería que lo acompañase.
Meredith inclinó la cabeza.
—Es culpa mía si resulta herida.
Elena se mordisqueó el labio inferior. Algo no estaba bien. Algo respecto a Meredith, que Meredith no le estaba contando. La muchacha tenía las manos realmente lastimadas, y Elena no conseguía entender cómo podían haber acabado de aquella forma.
Casi como si supiera lo que Elena estaba pensando, Meredith deslizó la mano fuera de la de Elena y la contempló. Contempló ambas palmas, una al lado de la otra. Estaban igual de arañadas y desgarradas.
Meredith inclinó más la oscura cabeza, casi doblándose en dos allí donde estaba sentada. Luego se irguió, echando la cabeza atrás como alguien que ha tomado una decisión. Dijo:
—Hay algo que tengo que contaros…
—Aguarda —musitó Stefan, posándole una mano en el hombro—. Escuchad. Viene un coche.
Elena escuchó. Al cabo de un momento también ella lo oyó.
—Vienen a la casa de huéspedes —dijo, desconcertada.
—Es muy temprano —dijo Meredith—. Lo que significa…
—Tiene que ser la policía en busca de Matt —finalizó Stefan—. Será mejor que entre y lo despierte. Lo haré bajar al sótano despensa.
Elena colocó a toda prisa el corcho a la bola estrella con sus exiguos restos de líquido.
—Puede llevar esto con él —empezó a decir, cuando Meredith corrió de repente al lado opuesto del Portal.
La joven recogió un objeto largo y delgado que Elena no pudo reconocer, incluso con Poder canalizado a los ojos. Vio que Stefan pestañeaba y lo miraba con atención.
—Esto también necesita ir al sótano despensa —indicó Meredith—. Y probablemente haya rastros de tierra saliendo del sótano, y sangre en la cocina. En dos sitios.
—¿Sangre? —empezó a decir Elena, furiosa con Damon, pero luego sacudió la cabeza y volvió a centrar la atención.
A la luz del amanecer, pudo ver un coche de policía, que se aproximaba despacio, como un gran tiburón blanco, a la casa.
—Vámonos —dijo Elena—. ¡Vamos, vamos, vamos!
Regresaron a toda velocidad a la casa de huéspedes, agachándose para permanecer muy pegados al suelo mientras lo hacían. De camino, Elena siseó:
—Stefan, tienes que influenciarlos si puedes. Meredith, intenta limpiar la tierra y la sangre. Yo iré a por Matt; es menos probable que me dé un puñetazo a mí cuando le diga que tiene que esconderse.
Se apresuraron a llevar a cabo las tareas asignadas. En mitad de todo ello, apareció la señora Flowers, vestida con un camisón de franela con una bata rosa de borra encima, y zapatillas con cabezas de conejitos. Cuando sonó el primer golpe atronador en la puerta, tenía ya la mano en el pomo, y el policía, que empezaba a chillar: «¡POLICÍA! ABRAN LA…», se encontró vociferándolo directamente por encima de la cabeza de una anciana menuda que no podía haber parecido más frágil o inofensiva. Finalizó casi en un susurro: «¿… puerta?».
—Está abierta —dijo la señora Flowers con dulzura.
La abrió al máximo, de modo que Elena pudiera ver a dos policías —un hombre y una mujer— y los policías pudieran ver a Elena, a Stefan y a Meredith, todos ellos recién salidos de la zona de la cocina.
—Queremos hablar con Matt Honeycutt —dijo la agente de la autoridad. Elena advirtió que el coche patrulla procedía del departamento del sheriff de Ridgemont—. Su madre nos ha informado de que estaba aquí… tras un arduo interrogatorio.
Entraban ya, abriéndose paso a empujones por delante de la señora Flowers. Elena dirigió una veloz mirada a Stefan, que estaba pálido, con diminutas gotas de sudor visibles en la frente; miraba con fijeza a la agente de policía, pero ella se limitó a seguir hablando.
—Su madre afirma que el chico prácticamente ha estado viviendo en esta casa de huéspedes de un tiempo a esta parte —dijo, mientras el oficial alzaba alguna clase de documentación.
—Tenemos una orden para registrar el lugar —anunció éste en tono categórico.
La señora Flowers pareció indecisa. Echó una ojeada atrás en dirección a Stefan, pero luego dejó que la mirada pasara a las otras adolescentes.
—Tal vez lo mejor sería que le hiciera a todo el mundo una buena taza de té…
Stefan seguía mirando a la mujer; su rostro mostraba un aspecto más pálido y demacrado que nunca. Elena sintió que un pánico repentino le aferraba el estómago. Cielos, incluso con el regalo de su sangre aquella noche, Stefan estaba débil… demasiado débil para usar siquiera su poder para influenciar.
—¿Puedo hacerles una pregunta? —dijo Meredith en su tono de voz bajo y sosegado—. No sobre la orden —añadió, desechando el papel con un ademán—. ¿Cómo está todo ahí fuera en Fell's Church? ¿Saben qué está pasando?
Estaba ganando tiempo, pensó Elena, y sin embargo todo el mundo se detuvo para escuchar la respuesta.
—Es el caos —dijo la sheriff tras una breve pausa—. Es como una zona de guerra. Peor que eso, porque son los niños los que… —Se interrumpió y sacudió la cabeza—. Eso no es asunto nuestro. Nosotros debemos encontrar a un fugitivo de la justicia. Pero antes díganme: cuando veníamos hacia su hotel hemos visto una columna de luz muy brillante. No era de un helicóptero. ¿Supongo que no tienen ni idea de lo que era?
«Tan sólo una puerta a través del espacio y el tiempo», pensó Elena, a la vez que Meredith respondía, todavía con calma:
—¿Tal vez un repetidor eléctrico al estallar? ¿O un relámpago anormal? ¿O están hablando de… un ovni? —Bajó la ya queda voz.
—No tenemos tiempo para esto —dijo la agente con semblante asqueado—. Estamos aquí para encontrar a ese tal Honeycutt.
—No hay ningún inconveniente en que miren —dijo la señora Flowers.
Los agentes ya estaban en ello.
Elena se sentía conmocionada y repugnada por dos cuestiones. «Ese tal Honeycutt.» Ese tal, no ese muchacho. Matt tenía más de dieciocho años. ¿Era todavía un menor? Si no era así, ¿qué le harían cuando acabaran por cogerle?
Y luego estaba Stefan. Se había mostrado tan seguro, tan… convincente… al anunciar que volvía a estar bien. Toda aquella palabrería sobre regresar a la caza de animales; y la verdad era que necesitaba mucha más sangre para recuperarse.
Su mente empezó a girar entonces en modo planificación, cada vez más rápido. Estaba claro que Stefan no iba a poder influenciar a aquellos dos policías sin una donación muy abundante de sangre humana.
Y si era Elena quien se la daba… La sensación de náusea en su estómago aumentó y sintió que se le erizaba todo el vello… Si era ella quien la daba, ¿qué probabilidades había de que se convirtiera a su vez en vampiro?
«Grandes probabilidades», respondió una voz racional en su cabeza. Muy grandes, teniendo en cuenta que hacía menos de una semana había estado intercambiando sangre con Damon. Con frecuencia. Sin inhibiciones.
Lo que la dejaba con el único plan que se le ocurría. Aquellos agentes no encontrarían a Matt, pero Meredith y Bonnie le habían contado toda la historia de cómo otro sheriff de Ridgemont había ido allí, preguntando por Matt… y por la novia de Stefan. El problema era que ella, Elena Gilbert, había «muerto» hacía nueve meses. No debería estar allí; y tenía el presentimiento de que aquellos policías serían curiosos.
Necesitaban el Poder de Stefan. En ese mismo momento. No había otro modo. Stefan. Poder. Sangre humana.
Fue hacia Meredith, que tenía la oscura cabeza gacha e inclinada a un lado como si escuchara a los dos sheriffs moviéndose ruidosamente arriba en la escalera.
—Meredith…
Meredith volvió la cabeza hacia ella y Elena casi retrocedió un paso, anonadada. La tez normalmente aceitunada de la muchacha estaba gris, y respiraba de un modo rápido y superficial.
Meredith, la tranquila y serena Meredith, sabía ya lo que Elena iba a pedirle. Sangre suficiente para dejarla sin control mientras la tomaban. Y deprisa. Eso la aterraba. Le producía más que terror.
«No puede hacerlo —pensó Elena—. Estamos perdidos.»