8

Damon asintió pensativo, moviendo los ojos a un lado y a otro entre el bastón de combate y la funda de almohada que sujetaba en la mano.

¿Acaso no había sospechado él algo parecido durante mucho tiempo? ¿Subconscientemente? Al fin y al cabo, había habido aquel ataque al abuelo, que no había conseguido ni matarlo ni borrarle la memoria por completo. La imaginación de Damon podía llenar el resto: los padres que no veían ningún motivo para arruinar la vida de su hija con aquel horripilante asunto —un cambio total de escenario— y que a continuación abandonaban la profesión en la pequeña y resguardada ciudad provinciana de Fell's Church.

Si lo hubieran sabido.

Indudablemente se habían asegurado de que Meredith recibiera adiestramiento en defensa personal y varias artes marciales desde que era una niña, a la vez que le hacían jurar guardarlo en el más absoluto secreto; que no se lo contaría ni a sus mejores amigas.

Vaya, pues, se dijo Damon. El primero de los acertijos de Shinichi ya estaba resuelto. «Uno de vosotros ha guardado un secreto toda su vida.» ¡

«Siempre supe que había algo en esta chica… Así que era esto. Apostaría mi vida a que es cinturón negro.»

Había habido un largo silencio. Damon lo rompió.

«¿Tus antepasados también fueron cazadores?», preguntó, como si ella fuera telépata. Aguardó un momento; el silencio prosiguió. De acuerdo… nada de telepatía. Eso era bueno. Indicó con la cabeza el espléndido bastón.

—Eso desde luego fue fabricado para un lord o una lady.

Meredith no era idiota, y habló sin apartar la mirada de sus ojos. Estaba preparada para, en cualquier instante, ponerse en modo matar.

—Tan sólo somos gente corriente, que intenta llevar a cabo una tarea de modo que humanos inocentes estén más a salvo.

—Matando algún que otro vampiro.

—Bueno, hasta el momento no existe constancia escrita de que decir «pillin, pillín, mamá te dará una azotaina» haya conseguido convertir a un solo vampiro en vegetariano.

Damon tuvo que reír.

—Es una lástima que no nacieras mucho antes para convertir a Stefan. Podría haber sido tu gran triunfo.

—Seguro que eso te parece gracioso. Pero sí que tenemos conversos.

—Sí; la gente dirá cualquier cosa mientras la apuntas con un palo afilado.

—Personas que consideran que está mal influenciar a otras personas para que crean que están obteniendo algo por nada.

—¡Eso es! ¡Meredith! ¡Deja que te influencie!

Esta vez fue Meredith quien rió.

—¡No, hablo en serio! Cuando vuelva a ser un vampiro, deja que te influencie para que no sientas tanto miedo de un mordisco. Juro que no tomaré más que una cucharadita de té. Pero eso me daría tiempo para mostrarte…

—¿Una enorme y preciosa casa de caramelo que jamás existió? ¿Una pariente que murió hace diez años y que habría detestado la idea de que tomases mi recuerdo de ella y lo usaras como señuelo? ¿Un sueño de poner fin al hambre en el mundo que no pone comida en ninguna boca?

«Esta chica —pensó Damon— es peligrosa. Es como si hubieran enseñado una contrainfluencia a sus miembros.» Queriendo hacerle ver que vampiros, ex vampiros, o vampiros pasados y futuros poseían algunas buenas cualidades —como el valor—, soltó la funda de almohada y sujetó el extremo del bastón de combate con ambas manos.

Meredith enarcó una ceja.

—¿No te acabo de decir que varias de esas púas que te acabas de hundir en la carne son venenosas? ¿O es que no me escuchabas?

Automáticamente, ella también había aferrado el bastón, por encima de la zona peligrosa.

—Me lo has dicho —repuso él, inescrutable…, esperaba.

—Específicamente he dicho algo así como que eran venenosas para humanos, para hombres lobo y para otros seres… ¿Lo recuerdas?

—Creo que sí. Pero prefiero morir antes que vivir como un humano, así que… Dejemos que empiecen los juegos.

Y con eso, Damon empezó a empujar el bastón de dos puntas en dirección al corazón de Meredith.

Ella aferró al instante el arma, a su vez, empujándola hacia atrás en dirección a él. Pero él poseía tres ventajas, como ambos advirtieron en seguida. Era un poquitín más alto y tenía una musculatura más fuerte incluso que la ágil y atlética Meredith; él disponía de un mayor alcance que ella; y había adoptado una posición mucho más agresiva. Aun cuando sentía cómo se le clavaban diminutas púas envenenadas en las palmas, empujó al frente y arriba hasta que la punta letal volvió a estar otra vez cerca del corazón de la joven. Meredith empujó hacia atrás con una sorprendente cantidad de energía y luego, de improviso, sin saber cómo, volvían a estar igualados.

Damon alzó los ojos para ver cómo había sucedido eso, y vio, conmocionado, que también ella había aferrado el bastón por la zona letal. En aquellos momentos sus manos dejaban caer gotas de sangre sobre el suelo igual que las de Damon.

—¡Meredith!

—¿Qué? Me tomo mi trabajo en serio.

A pesar de su táctica, él era más fuerte. Centímetro a centímetro, obligó a las desgarradas palmas a mantenerse firmes, a los brazos a ejercer presión. Y centímetro a centímetro, ella se vio obligada a retroceder, rehusando abandonar… hasta que no hubo más espacio para retroceder.

Y allí permanecieron, con toda la longitud del bastón entre ellos, y la nevera pegada a la espalda de Meredith.

Todo en lo que Damon podía pensar era en Elena. Si él de algún modo, sobrevivía a aquello —y Meredith no—, entonces ¿qué le dirían aquellos ojos de malaquita? ¿Cómo podría vivir con lo que dirían?

Y entonces, con un exasperante sentido de la oportunidad, como un jugador de ajedrez derribando a su propio rey, Meredith soltó la lanza, concediendo a Damon una fuerza superior.

Tras lo cual, aparentando no temer darle la espalda, cogió un tarro lleno de ungüento de una alacena de la cocina, sacó una buena cantidad del contenido, e hizo una seña a Damon para que extendiera las manos. Este frunció el ceño, jamás había oído hablar de un veneno que penetrara en la sangre que pudiera curarse mediante medidas externas.

—No puse auténtico veneno en las agujas para humanos —dijo ella con calma—. Pero tendrás las palmas desgarradas y esto es un remedio excelente. Es antiguo, transmitido a través de generaciones.

—Qué amable eres al compartirlo —dijo él en su tono más irónico—. ¿Y ahora qué vamos a hacer? ¿Volver a empezar? —añadió mientras Meredith, con calma, empezaba a restregar ungüento en sus propias manos.

—No. Los cazadores-eliminadores tienen un código, ya sabes. Acabas de ganar la esfera. Supongo que planeas hacer lo mismo que Sage parece haber hecho. Abrir el Portal a la Dimensión Oscura.

—Abrir el Portal a las «Dimensiones» Oscuras —corrigió él—. Probablemente debería haber mencionado… que hay más de una. Pero todo lo que quiero es volver a ser un vampiro. Y podemos charlar mientras andamos, puesto que veo que los dos llevamos puestos nuestros disfraces de ladrón.

Meredith iba vestida de un modo muy parecido a cómo iba él, con vaqueros negros y un suéter ligero de color negro. Con la larga y reluciente melena oscura resultaba inesperadamente hermosa. Damon, que había considerado la idea de atravesarla con el bastón, sólo como una obligación para con la raza de los vampiros, descubrió ahora que flaqueaba. Si ella no le causaba problemas de camino al Portal, la dejaría ir, decidió. Se sentía magnánimo; por primera vez se había enfrentado y vencido a la temible Meredith, y además, ella tenía un código igual que él. Sintió una especie de afinidad con ella.

Con irónica galantería, le indicó con un ademán que fuera por delante de él, reteniendo él la posesión de la funda de almohada y el bastón.

Mientras cerraba la puerta principal sin hacer ruido, Damon vio que estaba a punto de amanecer. Una sincronización perfecta. El bastón atrapó los primeros rayos de luz.

—Tengo una pregunta para ti —dijo a la larga y sedosa cabellera oscura de Meredith—. Has dicho que no encontraste este espléndido bastón hasta después de la muerte de Klaus… aquel Antiguo perverso. Pero si procedes de una familia de cazadores-eliminadores, podrías haber sido de más ayuda en su eliminación. Podrías haber mencionado que sólo el fresno blanco podía matarlo.

—Mis padres no prosiguieron activamente con el negocio familiar; no lo sabían. Ambos procedían de familias de cazadores, por supuesto; tienes que serlo, para mantenerlo alejado de la prensa sensacionalista y…

—… los archivos policiales…

—¿Quieres que hable yo, o prefieres llevar a cabo tu monólogo solito?

—Una observación muy aguda. —Sopesó el sumamente puntiagudo bastón—. Escucharé.

—Pero aun cuando eligieron no estar en activo, sabían que un vampiro o un hombre lobo podía decidir meterse con su hija si descubrían la identidad de ésta. Así que mientras iba a la escuela, tomé «clases de clavicémbalo» y «clases de equitación» un día a la semana cada una; desde los tres años. Soy cinturón negro shihan, y taekwondo saseung. Podría empezar dragón kung fu…

—Acepto tu palabra. Pero entonces ¿exactamente cómo encontraste ese espléndido bastón asesino?

—Después de la muerte de Klaus, mientras Stefan hacía de canguro de Elena, de repente mi abuelo empezó a hablar… Sólo palabras sueltas…, pero hizo que fuera a echar un vistazo en nuestro desván. Encontré esto.

—¿De modo que en realidad no sabes cómo usarlo?

—Justo había empezado a practicar cuando Shinichi apareció. Pero no, no tengo ni idea. Soy bastante buena con un bastón bo, no obstante, así que simplemente lo uso de ese modo.

—No lo has utilizado como un bastón bo contra mí.

—Esperaba poder persuadirte, no quería matarte. No se me ocurría cómo explicarle a Elena que te había roto todos los huesos.

Damon se contuvo —apenas— para no reír.

—Así pues, ¿cómo fue que un par de cazadores-eliminadores inactivos acabaron mudándose a una ciudad situada encima de unos cuantos centenares de líneas de energía que se cruzan?

—Imagino que no sabían lo que era una línea de Poder natural. Y Fell's Church parecía pequeña y perfecta… por aquel entonces.

Encontraron el Portal tal y como Damon lo había visto antes, un pulcro rectángulo recortado en el terreno, aproximadamente de un metro y medio de profundidad.

—Ahora siéntate ahí —ordenó a Meredith, colocándola en la esquina opuesta a aquella en la que depositaba el bastón.

—¿Has pensado… aunque sólo sea brevemente… en lo que le sucederá a Misao si viertes todo el líquido ahí dentro?

—La verdad es que no. No le he dedicado ni un microsegundo —respondió Damon alegremente—. ¿Por qué? ¿Crees que ella lo haría por mí?

—No —dijo Meredith, suspirando—. Ese es el problema con vosotros dos.

—Desde luego ella es vuestro problema por el momento, aunque puede que me pase por aquí un día de éstos después de que la ciudad sea destruida para tener un pequeño tête-à-tête con su hermano sobre el significado de mantener un juramento.

—Después de que hayas conseguido ser lo bastante fuerte para derrotarlo.

—Bueno, ¿por qué no hacéis algo vosotros? Es vuestra ciudad la que han devastado, después de todo —dijo Damon—. Niños que se atacan a sí mismos y unos a otros, y ahora adultos atacando a niños…

—Están o bien muertos de miedo o poseídos por esos malachs que los zorros siguen esparciendo por todas partes…

—Sí, y por lo tanto el miedo y la paranoia siguen esparciéndose también. Fell's Church puede que sea pequeño según los parámetros de otros genocidios que han causado, pero es un lugar importante porque está colocado encima…

—De todas esas líneas de energía llenas de poder mágico; sí, sí, lo sé. Pero ¿no te importa en absoluto? ¿No te importamos nosotros? ¿Sus futuros planes para nosotros? ¿No te importa nada de todo eso? —exigió Meredith.

Damon pensó en la menuda figura inmóvil del dormitorio de la planta baja y sintió un nauseabundo cargo de conciencia.

—Ya te lo he dicho —le soltó—. Regresaré para tener una charla con Shinichi.

Tras lo cual, con sumo cuidado, empezó a verter líquido de la descorchada bola estrella en una esquina del rectángulo. Ahora que estaba por fin junto al Portal, comprendió que no tenía ni idea de qué debía hacer. El procedimiento adecuado podría ser saltar adentro y verter todo el líquido de la bola estrella en el centro; pero cuatro esquinas parecían dictar cuatro lugares diferentes en los que verter, y se atenía a eso.

Esperaba que Meredith intentase estropear las cosas de algún modo. Que echara a correr hacia la casa. Que hiciera algún ruido, al menos. Que lo atacara por detrás ahora que él había dejado caer el bastón. Pero aparentemente su código de honor lo prohibía.

«Una chica extraña —pensó—. Pero le dejaré el bastón, ya que en realidad pertenece a su familia, y, de todos modos, haría que me matasen en el mismo instante en que aterrizase en la Dimensión Oscura. Un esclavo con una arma… en especial una arma como ésa… no tendría la menor posibilidad.

Con muy buen juicio, vertió casi todo el líquido que quedaba en la última esquina y se apartó para ver qué sucedía.

¡SSSS… aaah! ¡Blanca! Llameante luz blanca. Eso fue todo lo que sus ojos o su mente pudieron asimilar al principio.

Y luego, con una frenética sensación de triunfo, pensó: «¡Lo he logrado! ¡El Portal está abierto!».

—Al centro de la Dimensión Oscura superior, por favor —dijo con suma educación a la deslumbrante abertura—. Un callejón apartado sin duda sería lo mejor, si no te importa. —Y a continuación saltó al agujero.

O eso era lo que pretendía. Porque justo cuando empezaba a doblar las rodillas, algo lo golpeó desde la derecha.

—¡Meredith! Pensaba que…

Pero no era Meredith. Era Bonnie.

—¡Me has engañado! ¡No puedes meterte ahí dentro! —sollozaba y chillaba la joven.

—¡Sí puedo! ¡Y ahora suéltame… antes de que desaparezca!

Intentó desasirse, mientras le daba vueltas a la cabeza en vano. Había dejado a aquella muchacha —¿cuándo?…, hacía una hora más o menos— tan profundamente dormida que parecía muerta. ¿Exactamente cuánta cantidad podía soportar aquel cuerpo menudo?

—¡No! ¡Te matarán! ¡Y Elena me matará a mí! ¡Pero moriré antes porque todavía estaré aquí!

Despierta, y capaz de montar un rompecabezas.

—Humana, te he dicho que me sueltes —gruñó.

Le mostró los dientes, lo que no hizo más que provocar que ella enterrara la cabeza en su chaqueta y se aferrara como un koala, enlazando las piernas alrededor de una de las suyas.

Un par de bofetones realmente fuertes harían que se soltase, pensó.

Alzó la mano.