Bonnie estaba en su nuevo dormitorio de la planta baja, y se sentía un poco desconcertada. El vino Magia Negra siempre hacía que le entrase la risa tonta, y luego la hacía sentir muy somnolienta, pero de algún modo esa noche su cuerpo se negaba a dormir. Le dolía la cabeza.
Estaba a punto de encender la luz de la mesilla de noche, cuando una voz familiar dijo:
—¿Qué tal un poco de té para tu dolor de cabeza?
—¿Damon?
—He preparado un poco con unas hierbas de la señora Flowers y he decidido traerte una taza. ¿No te sientes una chica afortunada?
Si Bonnie hubiese estado escuchando con atención, podría haber oído algo casi parecido a asco de sí mismo tras las palabras dichas con desenfado… pero no lo hacía.
—¡Sí! —dijo Bonnie, y lo decía totalmente en serio.
La mayoría de tés de la señora Flowers olían y sabían la mar de bien. Aquél era especialmente agradable, pero tenía una textura granulada en contacto con la lengua.
No sólo el té era bueno, sino que Damon se quedó para charlar con ella mientras se lo bebía todo. Fue todo un detalle por su parte.
Curiosamente, el té la hizo sentir no exactamente somnolienta, sino como si sólo pudiera concentrarse en una cosa a la vez. El rostro de Damon daba vueltas en su campo de visión.
—¿Te sientes más relajada? —preguntó él.
—Sí, gracias.
Cada vez resultaba más raro. Incluso su voz le sonaba lenta y como si la arrastrase.
—Quería asegurarme de que nadie fue demasiado duro contigo por ese estúpido error respecto a Elena —explicó él.
—No lo fueron, de veras —respondió ella—. Lo cierto es que todo el mundo estuvo más interesado en veros pelear a ti y a Matt… —Bonnie se llevó una mano a la boca—. ¡Oh, no! ¡No quería decir eso! ¡Lo siento tanto!
—No pasa nada. Seguro que mañana ya está olvidado.
Bonnie no podía imaginar por qué nadie tendría que sentir tanto miedo de Damon, que era tan amable como para recoger su taza de té y decir que la dejaría en el fregadero. Eso estaba bien porque ella sentía como si no fuese capaz de levantarse ni aun para salvar la vida. Estaba tan a gusto. Tan cómoda.
—Bonnie, ¿puedo hacerte sólo una preguntita? —Damon hizo una pausa—. No puedo decirte el motivo, pero… tengo que averiguar dónde está guardada la bola estrella de Misao —dijo muy serio.
—Oh…, eso —repuso Bonnie de un modo confuso, y lanzó una risita.
—Sí, eso. Y realmente siento mucho preguntártelo, porque tú eres tan joven e inocente…, pero sé que me dirás la verdad.
Tras aquel halago y consuelo, Bonnie se sintió capaz de volar.
—Ha estado en el mismo lugar todo el tiempo —dijo con adormilada repugnancia—. Intentaron hacerme creer que la habían trasladado… pero cuando lo vi con cadenas y bajando al sótano despensa supe que no lo habían hecho en realidad. —En la oscuridad, hubo una corta sacudida de rizos y luego un bostezo—. Si de verdad iban a cambiarla de sitio… deberían haberme enviado lejos o algo.
—Bueno, a lo mejor les preocupaba tu vida.
—¿Quéee?… —Bonnie volvió a bostezar, no muy segura de qué quería decir él—. Quiero decir, ¿una vieja, viejísima caja fuerte con una combinación? Les dije… que esas viejas cajas fuertes… podían ser…, realmente podían ser… fáciles de…, de… —Profirió un sonido como un suspiro y la voz calló.
—Me alegro de haber tenido esta conversación —murmuró Damon en mitad del silencio.
No hubo respuesta desde la cama.
Alzando la sábana sobre Bonnie todo lo que daba de sí, dejó que cayera con suavidad. Le cubrió la mayor parte del rostro.
—Requiescat in pace —dijo Damon en voz baja.
Luego abandonó la habitación, sin olvidar llevarse la taza con él.
«Eso de… "con cadenas y bajando al sótano despensa"», reflexionó Damon mientras lavaba cuidadosamente la taza y volvía a colocarla en la alacena. La frase sonaba extraña pero ahora casi poseía todos los eslabones, y de hecho era sencillo. Todo lo que necesitaba era otra docena más de las píldoras soporíferas de la señora Flowers y dos platos repletos de carne cruda de ternera. Tenía todos los ingredientes… pero jamás había oído hablar de un sótano despensa.
Poco después, abría la puerta del sótano. No. No encajaba con la descripción de un «sótano despensa» que había consultado en su móvil. Irritado y sabiendo que en cualquier momento alguien podría bajar a la planta baja en busca de algo, Damon se dio la vuelta contrariado. Había un panel de madera tallado con complejos diseños frente a la puerta del sótano, pero nada más.
Maldita fuera, no estaba dispuesto a verse frustrado a aquellas alturas. ¡Recuperaría su vida como vampiro, o no quería ninguna clase de vida!
Para recalcar el sentimiento, estrelló un puño contra el panel de madera que tenía delante.
El golpe sonó hueco.
Toda frustración desapareció al instante. Examinó el panel con sumo cuidado. Sí, había goznes justo en el borde, donde ninguna persona en su sano juicio esperaría que estuvieran. No era un panel sino una puerta… que sin duda daba al sótano despensa en el que estaba la bola estrella.
No pasó mucho tiempo antes de que sus sensibles dedos —incluso sus dedos humanos eran más sensibles que los de la mayoría— hallaran un lugar que efectuó un ruido seco; y entonces toda la puerta se abrió. Pudo ver la escalera. Se metió el paquete bajo un brazo y descendió.
A la luz de la pequeña linterna que había cogido del trastero, el sótano despensa era tal y como se lo imaginaba: una habitación húmeda con paredes de tierra para almacenar fruta y verduras que se usaba antes de que se inventaran las neveras. Y la caja fuerte era justo como había dicho Bonnie: una antigua y oxidada caja fuerte de combinación… que cualquier cracker espabilado podría haber abierto en sesenta segundos. Damon necesitaría unos seis minutos, con su estetoscopio (en una ocasión había oído que se podía encontrar cualquier cosa en la casa de huéspedes si uno buscaba con suficiente ahínco y parecía ser cierto) y cada átomo de su ser concentrándose en oír el quedo chasqueo de los tambores.
Primero, no obstante, había que vencer a la Bestia. Sable, el cancerbero negro, se había desenroscado, despierto y alerta desde el momento en que se había abierto la puerta secreta. Sin duda alguna, habían usado ropas de Damon para enseñarle a aullar como un loco al captar su olor.
Pero Damon poseía sus propios conocimientos sobre hierbas y había saqueado la cocina de la señora Flowers en busca de un puñado de hamamelis, una pequeña cantidad de vino de fresas, semillas de anís, un poco de aceite de menta, y un poco de otros aceites esenciales que ella tenía guardados, dulces y ácidos. Mezclado, todo aquello creaba una loción acre, que se había aplicado con cuidado. El mejunje formaba para Sable una maraña imposible de olores intensos, y lo único que el perro, ahora sentado, sabía era que sin lugar a dudas no era Damon quien estaba acomodado en los peldaños y le arrojaba suculentas bolas de hamburguesa y delicadas tiras de solomillo; cada una de las cuales engullía sin masticar. Damon observaba con interés mientras el animal devoraba la mezcla de polvos para dormir y carne cruda, batiendo la cola contra el suelo.
Diez minutos más tarde Sable el cancerbero estaba tumbado cuan largo era sumido en una feliz inconsciencia.
Seis minutos después de eso, Damon abría una puerta de hierro.
Un segundo más tarde sacaba una funda de almohada de la antigua caja fuerte de la señora Flowers.
Al resplandor de la linterna descubrió que, en efecto, contenía una bola estrella, pero que estaba justo un poco más de medio llena.
¿Qué significaba eso? Alguien había perforado con suma pulcritud un agujero y lo había taponado con un corcho de modo que no se desperdiciara ni una valiosa gotita.
Pero ¿quién había usado el resto del líquido… y por qué? El mismo Damon había visto la bola estrella llena hasta el borde de líquido opalino y brillante apenas unos días antes.
De algún modo entre aquel momento y el actual alguien había usado la energía vital de cien mil individuos.
¿Habían intentado los demás llevar a cabo alguna hazaña extraordinaria con ella y fracasado, a costa de consumir tanta cantidad de Poder? Stefan era demasiado buena persona para haber utilizado tanto, Damon estaba seguro de eso. Pero…
Sage.
Con un Requerimiento Imperial en la mano, era muy probable que Sage hiciera cualquier cosa. Así pues, en algún momento después de que hubieran llevado la esfera al interior de la casa de huéspedes, Sage había sacado casi la mitad exacta de la energía vital que contenía la bola estrella y luego, sin duda, había dejado el resto para que Memo o alguien le pusiera un corcho.
Y una cantidad tan colosal de Poder sólo podía haberse utilizado para… abrir el Portal a las Dimensiones Oscuras.
Muy despacio, Damon soltó el aliento y sonrió. Existían sólo unas pocas maneras de penetrar en las Dimensiones Oscuras, y como humano evidentemente no podía conducir hasta Arizona y cruzar un Portal público como lo había hecho la primera vez con las muchachas. Pero ahora tenía algo aún mejor. Una bola estrella para abrir su propio Portal privado. No sabía de ningún otro modo de cruzar, a menos que fuese lo bastante afortunado como para poseer una de las casi míticas llaves maestras que le permitían a uno deambular por las dimensiones a voluntad.
Sin duda, un día de éstos, en algún rincón, la señora Flowers encontraría otra nota de agradecimiento: en esta ocasión junto con algo que era literalmente inestimable; algo exquisito y de un valor incalculable y probablemente de una dimensión muy alejada de la Tierra. Así era como funcionaba Sage.
Todo estaba en silencio arriba. Los humanos confiaban en sus compañeros animales para que los mantuvieran a salvo. Damon dedicó una única mirada circular al sótano despensa y no vio más que una habitación poco iluminada totalmente vacía a excepción de la caja fuerte, que cerró. Arrojando su propia parafernalia dentro de la funda de almohada, dio unas palmaditas a Sable, que roncaba suavemente, y se volvió en dirección a los peldaños.
Fue entonces cuando vio a una figura de pie en la entrada. La figura se deslizó tras la puerta, pero Damon había visto suficiente.
En una mano, la figura sostenía un bastón de combate casi tan alto como ella.
Lo que significaba que era un cazador-eliminador. De vampiros.
Damon había conocido a varios cazadores-eliminadores —brevemente— en sus tiempos. Eran, tal como él lo veía, intolerantes, irracionales, y más estúpidos aún que el humano corriente, porque por lo general se habían criado escuchando leyendas sobre vampiros con colmillos enormes que desgarraban las gargantas de sus víctimas y las mataban. Damon sería el primero en admitir que existían algunos vampiros así, pero la mayoría eran más comedidos. Los cazadores de vampiros acostumbraban a trabajar en grupos, pero Damon tuvo el presentimiento de que aquél estaría solo.
Ascendió despacio los peldaños. Estaba casi seguro de la identidad de aquel cazador-eliminador, pero si estaba equivocado, iba a tener que esquivar un palo afilado lanzado directamente contra él como una jabalina. Y aquello no sería un problema… si todavía fuera un vampiro. Resultaría un poco más complicado, desarmado como estaba y con una severa desventaja táctica.
Alcanzó lo alto de la escalera ileso. Esta era en realidad la parte más peligrosa de la ascensión, ya que una arma que tuviera justo la longitud exacta podía precipitarlo de vuelta abajo. Desde luego un vampiro no resultaría permanentemente lesionado por eso, pero —una vez más tuvo que recordarlo— él ya no era un vampiro.
Pero quien estaba en la cocina le permitió efectuar toda la ascensión fuera del sótano despensa sin ponerle trabas.
Un asesino con honor. Qué encantador.
Giró lentamente para calibrar a su cazador de vampiros. Se sintió impresionado al instante.
No fue la evidente fuerza que permitió al cazador ser capaz de trazar un ocho con el bastón de combate lo que lo impresionó. Sino el arma en sí. Perfectamente equilibrada, estaba pensada para ser sujetada por el centro, y los dibujos realizados con piedras preciosas alrededor del punto de sujeción indicaban que su creador poseía un gusto excelente. Los extremos mostraban que él o ella también poseía un gran sentido del humor. Los dos extremos del bastón estaban hechos de tamarindo para que fueran resistentes… pero también estaban decorados. En lo referente a la forma, habían hecho que se pareciesen a una de las armas más antiguas de la humanidad, la lanza con punta de sílex; pero había diminutas púas sobresaliendo de cada una de aquellas «hojuelas en forma de punta de lanza», incrustadas firmemente en la madera de tamarindo. Las diminutas púas eran de diferentes materiales: plata para los hombres lobo, madera para los vampiros, fresno blanco para los Antiguos, hierro para las criaturas sobrenaturales, y unos cuantos que Damon no pudo dilucidar del todo.
—Son recargables —explicó el cazador-eliminador—. Se inyectan agujas hipodérmicas al hacer impacto. Y desde luego venenos distintos para especies distintas; rápido y simple para humanos, acónita para esos cachorros díscolos, y así sucesivamente. Realmente es una joya de arma. Ojalá la hubiese encontrado antes de que conociéramos a Klaus.
Entonces pareció regresar a la realidad con una sacudida.
—Así pues, Damon, ¿qué va a ser? —preguntó Meredith.