—Pensaba que querías salir afuera para que pudiéramos hablar con Damon —dijo Stefan, todavía de la mano de Elena mientras ella describía una curva cerrada para subir por la desvencijada escalera que conducía a los cuartos del segundo piso y, por encima de eso, al desván de Stefan.
—Bueno, a menos que mate a Matt y huya, no veo qué puede impedirnos hablar con él mañana. —Elena echó una veloz mirada atrás a Stefan y aparecieron unos hoyuelos en sus mejillas—. Seguí tu consejo y pensé un poco en esos dos. Matt es un quarterback bastante duro y ambos son sólo humanos ahora, ¿verdad? De todos modos, es la hora de tu cena.
—¿Cena?
Los caninos de Stefan respondieron automáticamente —embarazosamente deprisa— a la palabra. Lo cierto era que tenía que hablar con Damon más tarde y asegurarse de que éste comprendía su lugar como huésped de la casa de huéspedes —nada más—, pero era cierto que podía hacerlo al día siguiente. Incluso podría resultar más efectivo al día siguiente, cuando la propia cólera contenida de Damon se hubiese extinguido.
Presionó la lengua contra los colmillos, intentando obligarlos a descender, pero la pequeña estimulación hizo que se afilaran y le hirieran levemente la lengua. En aquellos momentos le producían un dolorcillo agradable, y todo en respuesta a una única palabra: cena.
Elena le lanzó una mirada burlona por encima del hombro y soltó una risita. Era una de esas féminas afortunadas que tenían una risa hermosa; pero aquélla era claramente una risita traviesa, salida de su infancia pícara y maquinadora. Hizo que Stefan quisiera hacerle cosquillas para oír más; le hizo querer reír con ella; le hizo querer agarrarla y exigir saber cuál era el chiste. En su lugar preguntó:
—¿Qué tramas, amor?
—Alguien tiene unos dientes afilados —respondió ella en tono inocente, y volvió a lanzar una risita divertida.
El se quedó absorto admirándola por un segundo y de improviso la mano de Elena escapó de la suya. Riendo igual que una cantarina cascada de aguas rápidas sobre rocas, corrió escalera arriba por delante de él, a la vez para hacerle rabiar y para demostrarle la buena forma en que estaba, pensó él. Si hubiese dado un traspié, o mostrado falta de seguridad en el paso, ella sabía que él decidiría que la donación de sangre la estaba perjudicando.
Hasta el momento no parecía estar perjudicando a ninguno de sus amigos, o habría insistido en que esa persona descansara. Pero ni siquiera Bonnie, delicada como una libélula, había parecido verse afectada.
Elena corrió escalera arriba sabiendo que Stefan sonreía detrás de ella, y no había ni sombra de desconfianza en su mente. Ella no lo merecía, pero eso únicamente hacía que estuviera más ansiosa por complacerlo.
—¿Tú has cenado ya? —preguntó Stefan cuando alcanzaron la habitación.
—Hace rato; rosbif… asado. —Sonrió.
—¿Qué ha dicho Damon cuando por fin ha advertido que eras tú y ha mirado la comida que le habías traído?
Elena se obligó a reír tontamente otra vez. No pasaba nada si tenía lágrimas en los ojos; las quemaduras y cortes y el episodio con Damon justificaban cualquier llanto.
—La ha llamado hamburguesa sangrienta. Era bistec tártaro. Pero, Stefan, no quiero hablar de él ahora.
—No, claro que no quieres, amor mío.
Stefan se sintió inmediatamente contrito. E intentaba con ahínco no parecer ansioso por alimentarse; pero ni siquiera podía controlar los caninos.
Y Elena tampoco estaba de humor para entretenerse. Se encaramó a la cama, desenrollando con cuidado el vendaje que la señora Flowers acababa de colocar. Stefan pareció repentinamente preocupado.
«Amor…» Calló bruscamente.
«¿Qué?» Elena acabó con el vendaje, y estudió el rostro de Stefan.
«Bueno… ¿qué te parece si la tomo del brazo esta vez? Ya sientes dolor y no querría entorpecer el tratamiento antitetánico de la señora Flowers.»
«Sigue habiendo mucho espacio alrededor de él», dijo Elena alegremente.
«Pero un mordisco encima de esos cortes…» Volvió a callar.
Elena lo miró. Conocía a su Stefan. Había algo que quería decir. «Dime», le insistió.
Stefan la miró directamente a los ojos por fin, y luego le acercó la boca a la oreja.
—Puedo cicatrizar esos cortes —susurró—. Pero… eso significaría abrirlos otra vez de modo que puedan sangrar. Y eso dolerá.
—¡Y podría envenenarte! —dijo Elena con viveza—. ¿No te das cuenta? La señora Flowers ha puesto en ellos Dios sabe qué…
Pudo percibir sus carcajadas, que le produjeron un cálido cosquilleo en la espalda.
—No puedes matar a un vampiro con tanta facilidad —respondió él—. Sólo morimos si nos atraviesas el corazón con una estaca. Pero no quiero hacerte daño… aunque sea para ayudarte. Podría influenciarte para que no sintieras nada…
Una vez más, Elena lo interrumpió.
—¡No! No, no me importa si duele. Siempre y cuando tú obtengas tanta sangre como necesites.
Stefan respetaba a Elena lo suficiente para saber que no debería hacer la misma pregunta dos veces. Y apenas podía contenerse ya. La contempló tumbarse y luego se tendió junto a ella, inclinándose para acceder a los cortes manchados de verde. Lamió con delicadeza las heridas, al principio más bien experimentalmente, y luego pasó una lengua lustrosa sobre ellas. No tenía ni idea de cómo funcionaba el proceso ni qué sustancias químicas estaba frotando sobre las heridas de Elena. Era tan automático como el respirar para los humanos. Pero tras un minuto, rió entre dientes en voz baja.
«¿Qué? ¿Qué?», exigió Elena, sonriendo ella misma por las cosquillas que le producía su aliento.
«Tienes la sangre rociada con melisa —respondió Stefan—. ¡La receta curativa de la abuela contiene melisa y alcohol! ¡Vino de melisa!»
«¿Es eso bueno o malo?», inquirió ella en tono vacilante.
«Es estupendo… para variar. Pero de todos modos me gusta más tu sangre sin aditivos. ¿Te duele mucho?»
Elena sintió cómo se ruborizaba. Damon le había curado la mejilla de aquel modo, allá en la Dimensión Oscura, cuando Elena había protegido, con su propio cuerpo, a una esclava ensangrentada para que no recibiera un latigazo. Sabía que Stefan conocía la historia, y debía de saber, cada vez que la veía, que la línea blanca casi invisible de su pómulo la habían acariciado con la misma gentileza para curarla.
«Comparado con eso, estos arañazos no son nada», proyectó. Pero un repentino escalofrío la recorrió.
«¡Stefan! Jamás te pedí perdón por proteger a Ulma y correr el riesgo de no poder salvarte. O peor…, por bailar mientras tú pasabas hambre…, por mantener una fingida posición social para poder obtener la doble llave zorro…»
«¿Crees que me importa eso? —La voz de Stefan sonó fingidamente enojada mientras sellaba con delicadeza un corte de su garganta—. Hiciste lo que debías para poder seguirme la pista…, encontrarme…, salvarme…, después de que te hubiera dejado aquí sola. ¿No crees que lo comprendo? No merecía ser salvado…»
Elena se atragantó entonces con un pequeño sollozo.
«¡Nunca digas eso! ¡Nunca! Y supongo…, supongo que sabía que me perdonarías… o habría sentido cómo cada joya que llevaba puesta me quemaba igual que un hierro candente. Tuvimos que ir tras de ti como un zorro perseguido por sabuesos… y nos aterraba mucho que un único paso en falso pudiera significar que te colgaran a ti… o a nosotros.»
Stefan la abrazaba con fuerza ahora. «¿Cómo puedo hacerte comprender? —preguntó—. Renunciasteis a todo… incluso a vuestra libertad… por mí. Os convertisteis en esclavas. A ti… a ti… te "castigaron"…»
«¿Cómo sabes eso? —preguntó Elena, frenética—. ¿Quién te lo ha contado?»
«Tú me lo contaste, amada mía. Estando dormida…, en tus sueños.»
«Pero, Stefan… Damon tomó parte del dolor por mí. ¿Sabías eso?»
Él permaneció en silencio un momento, luego respondió: «Ya… veo. No lo sabía».
Escenas diseminadas de la Dimensión Oscura borbotearon en la mente de Elena. Aquella ciudad de deslustrada bisutería… de falso oropel, donde un latigazo que esparcía sangre sobre una pared era tan festejado como un puñado de rubíes desperdigados por la acera…
«Amor, no pienses en ello. Me seguiste, y me rescataste, y ahora estamos aquí juntos —dijo Stefan. Cerrado el último corte, apoyó la mejilla en la de ella—. Eso es todo lo que me importa. Tú y yo… juntos.»
Elena estaba casi aturdidamente complacida por verse perdonada, pero había algo en su interior, algo que había ido creciendo más y más durante las semanas pasadas en la Dimensión Oscura. Un sentimiento por Damon que no era tan sólo el resultado de la necesidad que tenía de su ayuda. Un sentimiento que Elena había pensado que Stefan comprendía. Un sentimiento que incluso podría cambiar la relación entre los tres: Stefan, Damon y ella. Pero ahora Stefan parecía dar por supuesto que todo volvería a ser como era antes de su secuestro.
¡Oh, bueno! ¿Por qué inquietarse por el mañana cuando esa noche era suficiente para hacerla llorar de dicha?
Era el mejor sentimiento del mundo, saber que Stefan y ella estaban juntos, e hizo prometer a Stefan una y otra vez que jamás volvería a abandonarla para marchar en otra búsqueda, sin importar lo breve que fuera, sin importar cuál fuera la causa.
En aquellos momentos, Elena no podía ni concentrarse en lo que la había tenido preocupada antes. Stefan y ella siempre habían estado en el cielo cuando estaban uno en brazos del otro. Estaban hechos para estar juntos eternamente. Nada más importaba ahora que ella estaba en casa.
«Casa» era donde fuera que Stefan y ella estuvieran juntos.