—Primero —preguntó Meredith—, ¿tiene razón Damon? Si regresas a la sangre de animales, ¿quedarás gravemente debilitado?
Stefan sonrió.
—Estaré tal y como estaba cuando os conocí —dijo—. Lo bastante fuerte para hacer esto.
Se inclinó hacia los utensilios de la chimenea justo debajo del codo de Damon, murmurando distraídamente, «Scusilo per favore», y tomó el atizador.
Damon puso los ojos en blanco. Pero cuando Stefan, con un grácil movimiento, dobló el atizador en forma de U y luego volvió a enderezarlo al instante y lo devolvió a su lugar, Matt hubiera jurado que había una gélida envidia en el acostumbrado semblante de jugador de póquer de Damon.
—Y eso era hierro, que es resistente a todas las fuerzas sobrenaturales —comentó Meredith sin alterarse, cuando Stefan se apartó de la chimenea.
—Pero claro, ha estado bebiendo de vosotras tres, encantadoras jovencitas, durante los últimos días; por no mencionar la central nuclear en que se ha convertido la querida Elena —intervino Damon, dando tres lentas palmadas—. Oh… Memo. Sono spiacente… quiero decir, no era mi intención incluirte con las chicas. No pretendía ofenderte.
—No me has ofendido —respondió Matt entre dientes.
Si pudiera, sólo una vez, borrar aquella centelleante sonrisa, que aparecía y desaparecía en un santiamén, del rostro de Damon, moriría feliz, se dijo.
—Pero la verdad es que te has convertido en un donante… muy… bien dispuesto para mi querido hermano, ¿no es cierto? —añadió Damon, a la vez que los labios se crispaban levemente, como si sólo el más estricto de los controles le impidiese sonreír.
Matt dio dos pasos hacia Damon, y tuvo que hacer un supremo esfuerzo para no colocarse justo delante de la cara de éste, aun cuando algo en su cerebro siempre chillaba «suicidio» cuando tenía pensamientos parecidos.
—Tienes razón —dijo con toda la tranquilidad que le fue posible—. He estado donando sangre a Stefan igual que las chicas. Es mi amigo, y hace un par de días parecía como si acabase de salir de un campo de concentración.
—Por supuesto —murmuró Damon, como si se sintiera escarmentado, pero luego prosiguió en tonos aún más suaves—. Mi hermanito siempre ha sido popular con ambos…, bueno, habiendo damas presentes, diré géneros. Incluso con kitsune varones; motivo por el que estoy en este lío.
Matt lo vio todo literalmente rojo como si mirara a Damon a través de una bruma de sangre.
—A propósito, ¿qué le sucedió a Sage, Damon? Era un vampiro. Si pudiéramos encontrarlo, tu problema finalizaría, ¿verdad? —preguntó Meredith.
Fue una buena réplica, tal y como lo eran todas las frías respuestas de Meredith. Pero Damon habló con los impenetrables ojos negros fijos en el rostro de la joven.
—Cuanto menos sepas y digas sobre Sage, mucho mejor. Yo no hablaría sobre él a la ligera; tiene amigos en lugares muy inferiores. Pero para responder a tu pregunta: No, no dejaría que Sage me convirtiera en un vampiro. Eso simplemente complicaría las cosas.
—Shinichi nos deseó buena suerte en la tarea de descubrir quién es —repuso Meredith, todavía calmada—. ¿Sabes qué quería decir con eso?
Damon efectuó un grácil encogimiento de hombros.
—Lo que sé es asunto mío. Pasa tiempo en la más inferior y oscura de las Dimensiones Oscuras.
—¿Por qué se fue Sage? —saltó Bonnie—. Oh, Damon, ¿se fue debido a nosotros? ¿Por qué dejó a Garra y a Sable para que cuidaran de nosotros, entonces? Y, ¡oh…, oh…, oh, Damon, lo siento tanto! ¡Lo siento muchísimo!
Se deslizó fuera del confidente e inclinó la cabeza de modo que sólo fueron visibles sus rizos rojizos. Con las pequeñas manos pálidas sobre el suelo para apuntalarse, daba la impresión de estar a punto de inclinar la cabeza hasta el suelo a sus pies.
—Esto es todo culpa mía y todo el mundo está enojado; pero era sencillamente tan horrible. Tuve que creer las peores cosas que se me ocurrieron.
Aquello rompió la tensión. Casi todos rieron. Era tan propio de Bonnie, y tan típico de todos ellos. Tan humano.
Matt quiso levantarla y volver a colocarla en el confidente. Meredith era siempre la mejor medicina para Bonnie. Pero al mismo tiempo que Matt sin darse cuenta alargaba las manos para cogerla, le desconcertó ver otros dos pares de manos haciendo lo mismo. Uno eran las manos largas, esbeltas y aceitunadas de Meredith, y el otro par eran masculinas, con dedos aún más largos y afilados.
La mano de Matt se cerró en un puño. «Que Meredith la coja», pensó, y su torpe puño —de algún modo— se interpuso en el camino de los dedos que alargaba Damon. Meredith levantó a Bonnie con facilidad y volvió a sentarse en el confidente. Damon alzó los oscuros ojos hacia los de Matt y éste encontró una comprensión perfecta en ellos.
—Realmente deberías perdonarla, Damon —dijo Meredith sin rodeos, siempre el árbitro imparcial—. O no creo que sea capaz de dormir esta noche.
Damon encogió los hombros, frío como un iceberg.
—Tal vez… algún día.
Matt pudo sentir cómo se le crispaban los músculos. ¿Qué clase de bastardo le decía eso a la pequeña Bonnie? Porque desde luego ella estaba escuchando.
—Maldito seas —masculló Matt por lo bajo.
—¿Perdón? —La voz de Damon ya no era lánguida y falsamente educada, sino un trallazo de repente.
—Ya me has oído —gruñó Matt—. Y si no es así, quizá sería mejor que saliéramos afuera para que pueda decírtelo más fuerte —añadió, dejándose llevar por las alas de la bravuconada.
Dejó atrás un gemido que decía «¡No!» procedente de Bonnie, y un suave «Chist», de Meredith. Stefan dijo: «Los dos…» en una voz autoritaria, pero entonces le fallaron las fuerzas y tosió, lo que tanto Matt como Damon tomaron como una oportunidad de salir corriendo hacia la puerta.
Todavía hacía bastante calor fuera, en el porche de la casa de huéspedes.
—¿Es éste el campo de exterminio? —preguntó Damon perezosamente cuando hubieron descendido los peldaños y estuvieron de pie junto al sendero de grava.
—A mí me sirve —respondió Matt lacónicamente, sabiendo en lo más íntimo que Damon jugaría sucio.
—Sí, esto está sin duda alguna lo bastante cerca —dijo Damon, lanzando a Matt una sonrisa innecesariamente brillante—. Puedes chillar pidiendo ayuda mientras mi hermanito está en la sala, y él tendrá mucho tiempo para rescatarte. Y ahora vamos a solucionar los problemas de qué haces tú metiéndote en mis asuntos y por qué eres…
Matt le asestó un puñetazo en la nariz.
No tenía ni idea de lo que intentaba hacer Damon. Si le pedías a un tipo que saliera fuera, es que le pedías que saliera. A continuación ibas a por el tipo. No te quedabas por ahí charlando. Si intentabas eso, tendrías que cargar con la etiqueta de «cobarde» o peor. Damon no parecía la clase de persona a la que fuera necesario explicárselo.
Pero por otra parte, Damon siempre había sido capaz de repeler cualquier ataque sobre su persona mientras te lanzaba tantos insultos como quería… Pero eso era antes.
«Antes, me habría roto cada hueso de la mano y habría seguido provocándome —adivinó Matt—. Pero ahora… soy casi tan rápido como él, y sencillamente lo he cogido por sorpresa.»
Matt flexionó la mano con cuidado. Siempre dolía, desde luego, pero si Meredith se lo podía hacer a Caroline, entonces él podía hacérselo a…
«¿Damon?»
«Maldición, ¿acabo de derribar a Damon?»
«Corre, Honeycutt —le pareció oír que le decía la voz de su antiguo entrenador—. Corre. Sal de la ciudad. Cámbiate el nombre.»
«Ya lo probé, pero no funcionó. Ni siquiera me dio tiempo de comprar una camiseta», pensó Matt con amargura.
Pero Damon no se alzaba de un salto como un demonio furibundo salido de los infiernos, con los ojos de un dragón y la fuerza de un toro embravecido para aniquilar a Matt. Parecía y sonaba más bien como si estuviera conmocionado e indignado desde los despeinados cabellos hasta las botas manchadas de tierra.
—Ignorante…, infantil… —masculló.
—Mira —dijo Matt—. Estoy aquí para pelear, ¿de acuerdo? Y el tipo más listo que he conocido en mi vida dijo: «Si vas a pelear, no hables. Si vas a hablar, no pelees».
Damon intentó gruñir mientras se arrodillaba y extraía cardencha y sida espinosa de los deslucidos téjanos negros. Pero el gruñido no salió del todo como debía. A lo mejor fue la nueva forma de los caninos; a lo mejor no había bastante convicción en él. Matt había visto a suficientes chicos vencidos para saber que aquella pelea había finalizado. Una exaltación extraña le embargó. ¡Iba a conservar todas sus extremidades y órganos! Era un momento valioso, valiosísimo.
«De acuerdo, entonces, ¿debería tenderle una mano? —se preguntó Matt, respondiéndose al instante con un—: Sí claro, como se la tenderías a un cocodrilo aturdido temporalmente. De todos modos, ¿para qué necesitas realmente diez dedos?»
«¡Oh, bueno!», se dijo, girando para volver a entrar por la puerta principal. Mientras viviera —y tenía que admitir que tal vez no fuera por mucho tiempo—, recordaría aquel momento.
Cuando entraba, topó con Bonnie, que corría al exterior.
—¡Oh, Matt, oh, Matt! —exclamó ella, y miraba alocadamente a su alrededor—. ¿Le has hecho daño? ¿Te ha hecho daño él?
Matt estrelló el puño en la palma de la mano, una vez.
—Sigue sentado en el suelo ahí atrás —añadió servicial.
—¡Oh, no! —jadeó Bonnie, y salió corriendo por la puerta.
«De acuerdo. No es una noche tan espectacular. Pero sigue siendo bastante buena.»
—¿Qué han hecho qué? —preguntó Elena a Stefan.
Cataplasmas frías aseguradas mediante vendajes apretados le envolvían el brazo, la mano y el muslo; la señora Flowers le había cortado los vaqueros bien cortos, y estaba ocupada limpiando la sangre seca del cuello con hierbas.
El corazón le latía violentamente debido a algo más que dolor. Ni siquiera ella había advertido que Stefan estaba sintonizado con toda la casa cuando estaba despierto, y todo lo que podía hacer era agradecer temblorosamente al Señor que hubiera estado dormido mientras ella y Damon… ¡no! ¡Tenía que parar de pensar en ello, en ese mismo momento!
—Han salido afuera a pelear —dijo Stefan—. Es una idiotez, desde luego. Pero es una cuestión de honor, también. No puedo inmiscuirme.
—Bueno, yo sí puedo… si ha terminado, señora Flowers.
—Sí, querida Elena —dijo la mujer, enrollando un vendaje a la garganta de la muchacha—. Ahora no deberías coger el tétanos.
Elena paró en mitad del movimiento.
—Pensaba que uno cogía el tétanos de cuchillos oxidados —dijo—. El de Da… éste parecía totalmente nuevo.
—El tétanos sale de cuchillos sucios, querida —la corrigió la señora Flowers—. Pero esto… —alzó una botella— es la receta personal de la abuela, que ha mantenido muchas heridas libres de enfermedades a lo largo de los sig…, de los años.
—Vaya —dijo Elena—. No había oído hablar de la abuela. ¿Era una… sanadora?
—Claro que sí —repuso la señora Flowers con toda seriedad—. En realidad la acusaron de ser una bruja. Pero en su juicio no pudieron probar nada. Los acusadores ni siquiera parecieron capaces de hablar coherentemente.
Elena miró a Stefan y se encontró con que él la miraba. Matt corría el peligro de ser arrastrado a un tribunal irregular; supuestamente por haber atacado sexualmente a Caroline Forbes mientras estaba bajo la influencia de alguna droga desconocida y terrible. Cualquier cosa relacionada con tribunales era de interés para ambos. Pero al mirar la cara de preocupación de Stefan, Elena decidió no proseguir con el tema. Le oprimió la mano.
—Tenemos que irnos ahora; pero ya hablaremos más tarde sobre la abuela. Me parece que suena fascinante.
—Sólo la recuerdo como una anciana cascarrabias que vivía recluida, que no aguantaba a los imbéciles y que consideraba que prácticamente todo el mundo era imbécil —dijo la señora Flowers—. Supongo que yo seguía el mismo camino hasta que vosotros, chicos, aparecisteis e hicisteis que me incorporara y prestara atención. Gracias.
—Somos nosotros quienes deberíamos darle las gracias —empezó a decir Elena, abrazando a la anciana y sintiendo cómo el corazón dejaba de martillearle.
Stefan la miraba con declarado amor. Todo iba a salir bien… para ella.
«Me preocupa Matt —pensó para que Stefan lo captara, comprobando el terreno con más energía—. Damon todavía es muy rápido; y ya sabes que Matt no le cae nada bien.»
«Creo —replicó Stefan con una sonrisa irónica— que eso es quedarse más bien terriblemente corto. Pero también creo que no deberías preocuparte hasta que veamos quién regresa lastimado.»
Elena contempló aquella sonrisa, y pensó por un momento en el impulsivo y atlético Matt. Al cabo de un instante, le devolvió la sonrisa. Se sentía a la vez culpable y protectora… y a salvo. Stefan siempre la hacía sentir a salvo. Y justo en aquel momento, quería mimarlo.
En el patio delantero, Bonnie se estaba humillando. No podía evitar pensar, incluso en aquel momento, lo guapo que estaba Damon, lo salvaje, siniestro, feroz y monísimo que resultaba. No podía evitar pensar en las veces que él le había sonreído, se había reído de ella, había acudido a salvarla en respuesta a su urgente llamada. Había creído sinceramente que algún día… Pero ahora sentía como si el corazón se le partiera en dos.
—Sólo querría arrancarme la lengua de un mordisco —dijo—. Jamás debería haber supuesto nada a partir de lo que he visto.
—¿Cómo podías haber sabido que en realidad no le estaba robando a Elena a Stefan? —repuso Damon en tono cansino—. Es justo la clase de cosa que yo haría.
—¡No, no lo es! Hiciste tanto para liberar a Stefan de la prisión… Siempre fuiste tú el que se enfrentó a los mayores peligros… e impediste que todas nosotras resultásemos lastimadas. Hiciste todo eso por otras personas…
De improviso, unas manos sujetaron la parte superior de los brazos de Bonnie con tal fuerza que la mente de la joven se vio inundada de tópicos. Una mano férrea. Fuerte como bandas de acero. Una tenaza de la que no se podía escapar.
Y una voz que era como un torrente helado caía sobre ella.
—No sabes nada sobre mí, ni sobre lo que quiero, ni sobre lo que hago. Por lo que tú sabes podría estar tramando algo en este mismo instante. Así que no dejes que te vuelva a oír hablar jamás sobre tales cosas, ni imagines que no te mataré si te interpones en mi camino —dijo Damon.
Se puso en pie y dejó a Bonnie allí sentada, siguiéndolo con la mirada. Y ella se había equivocado. No se había quedado sin lágrimas en absoluto.