Damon saltó. En algún punto en mitad del salto Elena se sintió abandonada a los caprichos de la gravedad e intentó hacerse un ovillo para que fuera una nalga la que recibiera el impacto.
Lo que sucedió fue extraño; casi milagroso. Descendió, directamente de pie, en el lado opuesto del sofá al que ocupaba el plato de bistec tártaro. El plato efectuó un saltito por su cuenta, ocho o diez centímetros, tal vez, y luego volvió a caer en el mismo sitio.
Elena también fue lo bastante afortunada como para obtener una perfecta visión del final del heroico rescate… que involucró a Damon arrojándose al suelo y agarrando la botella de valiosísimo vino Magia Negra justo antes de que golpeara contra el suelo y se hiciera pedazos. Es posible que careciera de la clase de reflejos veloces como el rayo que tenía cuando era un vampiro, pero todavía era mucho, muchísimo más rápido que un humano corriente. Saltar sosteniendo a una chica, soltar a la chica sobre algo blando, convertir el salto en una zambullida, y en el último instante agarrar la botella, justo antes de que golpee el suelo. Asombroso.
Pero había otro punto en el que Damon ya no era como un vampiro: no era inmune a las caídas sobre superficies duras. Elena sólo lo advirtió cuando lo oyó jadear, intentando respirar sin ser capaz de lograrlo.
Rebuscó alocadamente en su mente todos los accidentes que involucraban a deportistas que podía recordar, y… sí, recordó uno en el que Matt se había quedado totalmente incapaz de respirar. El entrenador lo había agarrado por el cuello de la camiseta y le había dado un buen golpe en la espalda.
Elena corrió hasta Damon y lo agarró por debajo de los brazos, haciendo que rodara sobre la espalda. Empleó todas sus energías para incorporarlo a una posición sentada, y luego juntó las manos como si fueran un bate. Fingiendo ser Meredith, que había estado en el equipo de béisbol del instituto Robert E. Lee y poseía un muy buen promedio de carreras limpias, las blandió tan fuerte como pudo contra Damon, estrellándole los puños en la espalda.
¡Y funcionó!
De improviso Damon resollaba ya con un sonido sibilante, y a continuación volvía a respirar. Siendo como era una enderezadora de corbatas nata, Elena se arrodilló e intentó colocarle bien las ropas. En cuanto pudo respirar con normalidad, las extremidades de Damon dejaron de resultar maleables a sus dedos. Él le dobló con delicadeza las manos, introduciendo una dentro de la otra. Elena se preguntó si era posible que hubiesen llegado hasta tal punto más allá de las palabras que jamás volverían a encontrarlas.
¿Cómo había sucedido todo? Damon la había cogido en brazos; quizá porque ella tenía la pierna quemada o quizá porque había decidido que la señora Flowers era quien tenía la bola estrella. Ella misma había dicho: «Damon, ¿qué haces?». Todo perfectamente honesto. Y entonces en mitad de la frase había oído por sí misma el «cariño» y —pero ¿quién iba a creerla jamás?— no estaba conectado con nada en absoluto de lo que habían estado haciendo antes. Había sido un accidente, un lapsus.
Pero lo había dicho delante de Bonnie, la persona que era más probable que se lo tomase en serio y como algo personal. Y entonces Bonnie había desaparecido antes de que pudiera siquiera explicarlo.
¡Cariño! Cuando acababan de volver a empezar a pelear.
Realmente era una broma. Porque él había hablado en serio sobre lo de coger la bola estrella. Lo había visto en sus ojos.
Para llamar a Damon «cariño» en serio, una tenía que estar…, una tenía que estar… perdidamente…, impotentemente…, desesperadamente…
«¡Oh, Dios mío!…»
Las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Elena. Pero eran lágrimas de revelación. Elena sabía que no estaba en su mejor forma física. No había dormido como era debido en tres días, demasiadas emociones contradictorias, demasiado terror genuino justo en aquel momento.
Con todo, la aterró descubrir que algo fundamental había cambiado en su interior.
No era nada que hubiese pedido. Todo lo que había pedido era que los dos hermanos dejaran de pelearse. Y había nacido para amar a Stefan; ¡eso lo sabía! En una ocasión, él había estado dispuesto a casarse con ella. Bueno, desde entonces ella había sido una vampira, un espíritu, y una encarnación nueva caída del cielo, y podía esperar que un día él estuviera dispuesto a casarse también con la nueva Elena.
Pero la nueva Elena estaba desconcertada, con todo aquello de su extraña sangre nueva que para los vampiros era como combustible para cohetes comparado con la gasolina que la mayoría de chicas llevaba en las venas. Con lo de sus Poderes de Alas, tales como las Alas de Redención, de los cuales no comprendía la mayoría y no podía controlar ninguno. Si bien últimamente había visto el inicio de una postura, y sabía que era para las Alas de Destrucción. Eso, se dijo sombría, podría resultar bastante útil algún día.
Desde luego varios de ellos ya habían sido de utilidad para Damon, quien ya no era simplemente un aliado, sino un enemigo-aliado otra vez, que quería robar algo que toda la ciudad de Elena necesitaba.
Elena no había pedido enamorarse de Damon; pero, ¡oh, cielos!, ¿y si ya lo había hecho? ¿Y si no podía hacer que el sentimiento cesara? ¿Qué podría hacer?
En silencio, permaneció allí sentada, llorando, sabiendo que jamás podría decirle ninguna de esas cosas a Damon. Él poseía el don de la clarividencia y no perdía la cabeza en momentos de emoción, pero no, como ella sabía a la perfección, con respecto a aquella cuestión concreta. Si le contaba lo que había en su corazón, antes de que ella se diera cuenta, él la raptaría. Creería que había olvidado por completo a Stefan, tal y como lo había olvidado brevemente aquella noche.
—Stefan —musitó—. Lo siento…
No podía dejar que Stefan supiera jamás eso tampoco… y Stefan sí era su corazón.
—Tenemos que deshacernos de Shinichi y Misao a toda prisa —estaba diciendo Matt con aire taciturno—. Me refiero a que realmente necesito ponerme en forma pronto o la Kent State va a enviarme de vuelta con el sello de «Rechazado».
Meredith y él estaban sentados en la confortable cocina de la señora Flowers mordisqueando galletas de jengibre mientras la observaban preparar diligentemente un carpaccio de ternera; la segunda de las dos recetas para servir ternera cruda del antiguo libro de recetas que poseía.
—Stefan se está recuperando tan deprisa que en un par de días incluso podríamos estar lanzándonos la vieja pelota de rugby —añadió Matt, con el sarcasmo trasluciéndose en la voz—, si al menos todos en la ciudad dejaran de estar desquiciadamente poseídos. ¡Ah, sí, y si los polis dejaran de una vez de perseguirme por agredir sexualmente a Caroline!
Ante la mención del nombre de Stefan, la señora Flowers echó un vistazo dentro de un caldero que llevaba borboteando en el fogón una barbaridad de tiempo, y que ahora emitía tal olor que Matt no sabía a quién compadecer más: al tipo al que iban a servir el enorme montón de carne cruda o al que no tardaría en intentar tragar lo que fuera que contenía aquella olla.
—Así que…, suponiendo que estés vivo…, ¿te alegrarás de abandonar Fell's Church cuando llegue el momento? —le preguntó Meredith en voz baja.
Para Matt fue como si le acabara de abofetear.
—Estás de broma, ¿verdad? —respondió él, haciendo carantoñas a Sable con un pie descalzo y bronceado, lo que provocaba que la enorme bestia emitiera una especie de gruñido ronroneante—. Quiero decir que, antes de eso, va a ser fantástico volver a lanzarle un par de pases a Stefan; ha sido el mejor ala cerrada que he visto nunca…
—O veremos jamás —le recordó Meredith—. No creo que muchos vampiros se dediquen al rugby, Matt, así que ni se te ocurra sugerir que él y Elena te sigan a la Kent State. Además, yo estaré justo a tu lado, intentando conseguir que vengan a Harvard conmigo. Y lo que es peor, a los dos nos da jaque mate Bonnie, porque ese centro educativo…, sea lo que sea…, está mucho más cerca de Fell's Church y de todas las cosas de por aquí que aman.
—Todas las cosas de por aquí que Elena ama —no pudo evitar rectificarla Matt—. Todo lo que Stefan quiere es estar con Elena.
—Vamos, vamos —dijo la señora Flowers—. Limitémonos a tomar las cosas tal como vienen, ¿os parece, queridos míos? Mamá dice que tenemos que mantener nuestras energías. A mí me suena preocupada; ya sabéis que no puede predecir todo lo que sucede.
Matt asintió, pero tuvo que tragar saliva con fuerza antes de preguntar a Meredith.
—Así que estás ansiosa por cruzar los prestigiosos muros de esa universidad…
—Si no fuese Harvard; si tan sólo pudiera posponerlo un año y conservar mi beca… —La voz de Meredith se apagó, pero el anhelo era inconfundible.
La señora Flowers palmeó el hombro de Meredith, y luego dijo:
—Me pregunto cómo les irá a los queridos Stefan y Elena. Al fin y al cabo, con todo el mundo creyendo que está muerta, Elena no puede vivir aquí y que la vean.
—Creo que han abandonado la idea de marcharse a algún lugar que esté lejos, muy lejos de aquí —dijo Matt—. Apuesto a que ahora se consideran los guardianes de Fell's Church. Saldrán adelante de algún modo. Elena puede afeitarse la cabeza. —Matt intentaba darle un tono frívolo, pero las palabras cayeron como una bomba al abandonar su boca.
—La señora Flowers se refería a la universidad —dijo Meredith en un tono igual de abatido—. ¿Van a ser superhéroes de noche y limitarse a vegetar el resto del tiempo? En el caso de que quieran siquiera ir a alguna parte el próximo año, necesitan ponerse a pensar en ello ahora.
—¡Oh!… Bueno, imagino que está Dalcrest.
—¿Dónde?
—Ya sabes, ese pequeño campus en Dyer. Es pequeño, pero el equipo de rugby que tienen es realmente… Bueno, supongo que a Stefan tanto le daría lo buenos que sean. Pero está sólo a media hora de camino.
—¡Oh, ese lugar! Bueno, los deportes pueden ser fantásticos, pero desde luego no es un centro prestigioso, y mucho menos Harvard.
Meredith —la poco sentimental y enigmática Meredith— sonó como si tuviera la nariz tapada.
—Claro —repuso Matt; y justo por un segundo tomó la mano delgada y fría de Meredith y la oprimió.
Se quedó aún más sorprendido cuando ella enlazó sus helados dedos con los suyos, sujetándole la mano.
—Mamá dice que lo que esté predestinado a suceder, sucederá pronto —indicó la señora Flowers con serenidad—. Lo principal, tal y como yo lo veo, es salvar esta vieja y querida ciudad. Y a la gente.
—Desde luego que lo es —replicó Matt—. Vamos a hacer todo lo que podamos. Gracias a Dios que tenemos a alguien en la ciudad que comprende a los demonios japoneses.
—Orime Saitou —dijo la señora Flowers con una leve sonrisa—. Bendita sea por sus amuletos.
—Sí, las dos —dijo Matt, pensando en la abuela y la madre que compartían el nombre—. Creo que vamos a necesitar una gran cantidad de esos amuletos que hacen —añadió en tono sombrío.
La señora Flowers abrió la boca, pero Meredith habló entonces, concentrada todavía en sus propios pensamientos.
—¿Sabéis?, puede que Elena y Stefan no hayan abandonado esa idea de irse muy lejos después de todo —comentó entristecida—. Y puesto que tal y como están las cosas es posible que ninguno de nosotros viva siquiera para ir a sus respectivas universidades… —Se encogió de hombros.
Matt seguía oprimiéndole la mano cuando Bonnie entró como una exhalación por la puerta principal, gimoteando. Intentó cruzar a toda prisa el vestíbulo en dirección a la escalera, evitando la cocina, pero Matt soltó a Meredith y ambos se alzaron a toda velocidad para cerrarle el paso. Al momento, todo el mundo se puso en modo de combate. Meredith agarró el brazo de Bonnie con fuerza. La señora Flowers entró en el vestíbulo, secándose las manos en un paño de cocina.
—Bonnie, ¿qué ha sucedido? ¿Son Shinichi y Misao? ¿Nos están atacando? —preguntó Meredith en voz baja pero con la intensidad necesaria para abrirse paso por entre la histeria.
Algo parecido a un rayo helado recorrió el cuerpo de Matt. Nadie sabía en realidad dónde estaban Shinichi y Misao en aquellos momentos. Tal vez estuvieran en la espesura de lo que quedaba del Bosque Viejo; o a lo mejor justo allí, en la casa de huéspedes.
—¡Elena! —exclamó—. ¡Oh, Dios mío, ella y Damon están los dos ahí fuera! ¿Están heridos? ¿Los ha capturado Shinichi?
Bonnie cerró los ojos y negó con la cabeza.
—Bonnie, préstame atención. Mantén la calma. ¿Es Shinichi? ¿Es la policía? —preguntó Meredith, y luego dijo a Matt—: Sería mejor que lo comprobases a través de esas cortinas.
Pero Bonnie seguía negando con la cabeza.
Matt no vio luces de coches de policía a través de las cortinas. Ni tampoco vio ninguna señal de que Shinichi y Misao atacasen.
—Si no nos están atacando —Matt pudo oír que Meredith decía a Bonnie—, entonces ¿qué es lo que sucede?
De un modo exasperante, Bonnie se limitó a sacudir la cabeza.
Matt y Meredith intercambiaron una mirada por encima de los rizos rojizos de la muchacha.
—La bola estrella —dijo Meredith en voz queda, justo al mismo tiempo que Matt gruñía:
—Ese bastardo.
—Elena no le contará nada que no sea la historia que acordamos —indicó Meredith.
Y Matt asintió, intentando mantener apartada de la mente una imagen de Damon agitando la mano como si tal cosa y a Elena retorciéndose de atroz dolor.
—A lo mejor son los niños poseídos; los que andan por ahí haciéndose daño a sí mismos o actuando como dementes —siguió Meredith, con una mirada de soslayo a Bonnie, y apretando la mano de Matt muy fuerte.
Matt estaba desconcertado y no interpretó correctamente la señal. Dijo:
—Si ese hijo de… estuviera intentando conseguir la bola estrella, Bonnie no habría salido huyendo. Es mucho más valiente cuando está asustada. Y a menos que él haya matado a Elena, no debería comportarse de este…
Lo que dejó a Meredith la deprimente tarea de intervenir:
—Háblanos, Bonnie —dijo con su voz de hermana mayor más reconfortante—. Algo tiene que haber sucedido para ponerte en este estado. Vamos, respira despacio y cuéntame lo que has visto.
Y entonces, como un torrente, las palabras empezaron a brotar de los labios de la muchacha.
—Ella… ella le estaba llamando «cariño» —dijo Bonnie, aferrando la mano libre de Meredith con las suyas—. Y tenía todo el cuello manchado de sangre. Y… ¡oh, la he dejado caer! ¡La botella de Magia Negra!
—¡Oh, bueno! —dijo la señora Flowers con dulzura—. Eso ya no tiene remedio. Simplemente tendremos que…
—No, no lo comprendéis —jadeó Bonnie—. Los he oído hablar mientras me acercaba; tenía que ir despacio porque es muy difícil no tropezar. ¡Hablaban sobre la bola estrella! Al principio he pensado que discutían, pero… ella tenía los brazos alrededor del cuello de Damon. ¿Y toda esa historia sobre que ya no era un vampiro? ¡Ella tenía sangre por todo el cuello y él la tenía en la boca! En cuanto he llegado allí, él la ha levantado y la ha arrojado lejos para que no pudiera verlo, pero no ha sido lo bastante rápido. ¡Debe de haberle dado la bola estrella! ¡Y le seguía llamando «cariño»!
Los ojos de Matt se encontraron con los de Meredith y ambos se ruborizaron y desviaron la mirada a toda prisa. Si Damon volvía a ser un vampiro —si de algún modo había cogido la bola estrella de su escondite— y si Elena le había estado «llevando comida» simplemente para darle su sangre…
Meredith seguía buscando una salida.
—Bonnie… ¿no estás dándole demasiada importancia a esto? En cualquier caso, ¿qué ha sucedido con la bandeja de comida de la señora Flowers?
—Estaba… todo desparramado por el cuarto. ¡Sencillamente la habían arrojado lejos! ¡Pero él estaba sosteniéndola con una mano bajo las rodillas y la otra bajo el cuello, y ella tenía la cabeza echada hacia atrás de modo que su pelo le caía a él por encima del hombro!
Hubo un silencio mientras todo el mundo intentaba imaginar varias posiciones que podrían concordar con las últimas palabras de Bonnie.
—¿Te refieres a que la sostenía en alto para evitar que cayera? —preguntó Meredith, la voz repentinamente casi un susurro.
Matt captó lo que quería indicar. Stefan probablemente estaba dormido arriba, y Meredith quería que siguiera así.
—¡No! ¡Ellos…, ellos se miraban el uno al otro! —gritó Bonnie—. Mirándose. A los ojos.
La señora Flowers habló entonces con suavidad.
—Pero, querida Bonnie…, a lo mejor Elena se había caído y Damon simplemente ha tenido que levantarla en brazos.
Bonnie empezó a hablar entonces implacablemente y con toda fluidez.
—Ya, así que eso es lo que les pasa a las mujeres de las cubiertas de esos libros románticos… ¿Cómo los llaman?
—¿Novelas rosa? —sugirió Meredith con desconsuelo cuando nadie más habló.
—¡Eso es! ¡Novelas rosa! ¡Así es como la sostenía! Quiero decir, todos sabíamos que había algo entre ellos dos en la Dimensión Oscura, y yo pensaba que todo acabaría cuando encontrásemos a Stefan. ¡Pero no ha sido así!
Matt sintió náuseas en la boca del estómago.
—¿Lo que quieres decir es que justo ahora Elena y Damon están allí dentro… besándose y esas cosas?
—¡No sé lo que quiero decir! —exclamó Bonnie—. ¡Hablaban sobre la bola estrella! ¡Él la sostenía como si fuese una novia! ¡Y ella no intentaba impedirlo!
Con un escalofrío horrorizado, Matt pudo ver que tenían problemas, y comprendió que Meredith también podía verlo. Lo que era aún peor, miraban en direcciones opuestas. Matt miraba hacia arriba, a la escalera, donde Stefan acababa de aparecer. Meredith miraba en dirección a la puerta de la cocina, una ojeada a la cual mostró a Matt que Damon entraba en el vestíbulo.
¿Qué hacía Damon en la cocina?, se preguntó Matt. «Nosotros estábamos aquí hablando. Y él estaba, qué, ¿escuchando a hurtadillas desde la salita?»
Matt hizo todo lo que pudo por salvar la situación, de todos modos.
—¡Stefan! —saludó con una voz llena de cordialidad que le estremeció interiormente—. ¿Estás listo para una copita de sangre de atleta?
Una diminuta parte de la mente del muchacho pensó: «Pero sólo miradlo. Hace tan sólo tres días que salió de la prisión y ya vuelve a parecer el de antes. Hace tres noches era un esqueleto. Hoy sólo se le ve… delgado. Incluso está lo bastante guapo como para hacer que todas las chicas se vuelvan locas por él de nuevo».
Stefan le dedicó una débil sonrisa, apoyándose en el pasamanos. En su pálido rostro, los ojos aparecían extraordinariamente llenos de vida, con un verde vibrante que los hacía brillar como auténticas joyas. No parecía alterado, y eso hizo que a Matt se le encogiera el corazón por él. ¿Cómo podían contárselo?
—Elena está lastimada —dijo Stefan, y de improviso hubo una pausa, un silencio total, mientras cada uno permanecía petrificado donde estaba—. Pero Damon no ha podido ayudarla, así que se la ha traído a la señora Flowers.
—Cierto —replicó Damon con frialdad desde detrás de Matt—. No he podido ayudarla. Si todavía fuera un vampiro… Pero no lo soy. Elena tiene quemaduras, principalmente. Todo lo que se me ha ocurrido ha sido una bolsa de hielo o alguna clase de emplasto. Lamento refutar todas vuestras ingeniosas teorías.
—¡Oh, santo cielo! —exclamó la señora Flowers—. ¿Quieres decir que la querida Elena está aguardando justo en estos momentos en la cocina para que le ponga un emplasto? —Abandonó apresuradamente el vestíbulo en dirección a la cocina.
Stefan seguía bajando la escalera, gritando:
—Señora Flowers, se ha escaldado el brazo y la pierna; dice que Damon no la ha reconocido en la oscuridad y la ha empujado. Y que ha pensado que había un intruso en su habitación, y le ha hecho un rasguño con un cuchillo. El resto de nosotros estaremos en la sala por si necesita ayuda.
Bonnie gritó:
—Stefan, a lo mejor ella es inocente; ¡pero él no lo es! Incluso según tú, la ha quemado…, eso es tortura… ¡Y le ha puesto un cuchillo en la garganta! A lo mejor la ha amenazado para hacer que nos dijera lo que queríamos oír. ¡A lo mejor todavía es un rehén en estos momentos y no lo sabemos!
Stefan se sonrojó:
—Es tan difícil de explicar —dijo en voz muy dulce—. Y no hago más que intentar desconectarlo. Pero hasta el momento, algunos de mis Poderes han estado creciendo… más deprisa que mi habilidad para controlarlos. La mayor parte del tiempo estoy dormido, de modo que no importa. Estaba dormido hasta hace unos pocos minutos. Pero he despertado y Elena le decía a Damon que la señora Flowers no tiene la bola estrella. Estaba disgustada, y lesionada…, y he podido percibir dónde había resultado lastimada. Y entonces de repente te he oído, Bonnie. Eres una telépata muy potente. Luego os he oído al resto de vosotros hablando sobre Elena…
«¡Oh, Dios mío! Vaya locura», pensaba Matt, en tanto que su boca farfullaba una serie de incoherencias por el estilo de: «Claro, claro, culpa nuestra», y los pies seguían a Meredith a la sala como si estuviesen pegados a sus sandalias italianas.
Pero la sangre de la boca de Damon…
Tenía que existir alguna razón trivial para la sangre, también. Stefan había dicho que Damon había hecho un rasguño a Elena con un cuchillo. En cuanto a cómo se había esparcido la sangre por todas partes; bueno, lo cierto era que a Matt eso no le sonaba demasiado a vampirismo. Había hecho de donante para Stefan al menos una docena de veces en los últimos días y el proceso era siempre muy pulcro.
También resultaba extraño, pensó, que jamás se le hubiera ocurrido a ninguno de ellos que, incluso desde la parte alta de la casa, Stefan podría ser capaz de oír sus pensamientos directamente.
¿Podía hacer eso siempre?, se dijo Matt, preguntándose al mismo tiempo si Stefan lo estaba haciendo justo en aquellos momentos.
—Intento no escuchar los pensamientos, a menos que se me invite a ello o tenga un buen motivo —dijo Stefan—. Pero cuando cualquiera menciona a Elena, en especial si parecéis alterados… no lo puedo evitar. Es como cuando estás en un lugar ruidoso y apenas puedes oír, pero cuando alguien menciona tu nombre lo oyes al instante.
—Lo llaman el Fenómeno Cóctel —indicó Meredith.
La voz era sosegada y contrita mientras intentaba calmar a la avergonzada Bonnie. Matt sintió que volvía a encogérsele el corazón.
—Bueno, puedes llamarlo como quieras —dijo—, pero lo que significa es que puedes escuchar nuestras mentes en cualquier momento que quieras.
—No en cualquier momento —replicó Stefan, con una mueca avergonzada—. Cuando bebía sangre de animales no era lo bastante fuerte para ello a menos que realmente me esforzara. A propósito, puede que complazca a mis amigos saber que voy a volver a cazar animales a partir de mañana o pasado mañana, dependiendo de lo que diga la señora Flowers —añadió con una elocuente mirada por toda la habitación.
Los ojos permanecieron un buen rato puestos en Damon, que estaba recostado contra la pared junto a la ventana, con un aspecto desaliñado y muy, muy peligroso.
—Pero eso no significa que olvide quién me salvó la vida cuando me moría. Por eso les honro y doy las gracias… y, bueno, celebraremos una fiesta en algún momento.
Pestañeó con fuerza y les dio la espalda. Las dos muchachas se derritieron al instante; incluso Meredith sorbió por la nariz.
Damon profirió un suspiro exasperado.
—¿Sangre animal? Vaya, fenomenal. Debilítate todo lo que puedas, hermanito, incluso con tres o cuatro donantes voluntarios a tu alrededor. Luego, cuando llegue el momento del enfrentamiento final con Shinichi y Misao, resultarás más o menos tan efectivo como un pedazo húmedo de papel de seda.
Bonnie dio un respingo.
—¿Va a haber un enfrentamiento… pronto?
—Tan pronto como Shinichi y Misao puedan organizarlo —respondió Stefan en voz queda—. Creo que preferirán no darme tiempo para recuperarme. Se supone que toda la ciudad tiene que arder y quedar convertida en cenizas, ya lo sabéis. Pero no puedo seguir pidiéndoos a ti y a Meredith y a Matt… y a Elena… que donéis sangre. Ya me habéis mantenido con vida los últimos días, y no sé cómo recompensaros por eso.
—Recompénsanos llegando a ser todo lo fuerte que puedas —dijo Meredith en su voz sosegada y uniforme—. Pero, Stefan, ¿puedo hacer unas cuantas preguntas?
—Desde luego —respondió él, de pie junto a una silla.
No se sentó hasta que Meredith, con Bonnie casi en el regazo, se dejó caer en el confidente.
Entonces dijo:
—Dispara.