10

Guillermo encontró a Josseran en las caballerizas, sentado sobre un abrevadero de piedra, sujetando con las manos la espada envainada. Tenía el abrigo sobre los hombros. Al oír los pasos del fraile en la oscuridad, levantó la cabeza pero no se movió.

—Supuse que te encontraría aquí —dijo Guillermo.

A Josseran le sorprendió la intuición del fraile.

—¿Cómo lo supiste?

Su voz resonó dentro de la gran caballeriza de techo abovedado.

—He pasado este último año en tu compañía, de manera que sé un poco acerca de ti, templario. Sé que planeas dejarme aquí entre los paganos. ¿Pensabas marcharte esta noche a caballo o habrías tenido la cortesía de despedirte antes de tu partida?

—Nunca he creído que las despedidas fueran necesarias. Y tú ya no me necesitas, hermano Guillermo. Esta gente no te hará daño. Eres un embajador del Papa y entre ellos los embajadores son sagrados.

—A ti te encargaron que me protegieras hasta que volviéramos sanos y salvos a Acre.

Josseran suspiró. Sí, ésa era su misión ¡y qué carga tan pesada había resultado!

—¿Por qué no quisiste bautizar a la muchacha?

—No está preparada.

—¿Y eso tiene alguna importancia para nosotros?

—¿Y ella tiene importancia sin el reconocimiento del emperador Qubilay?

—Tú eres un fraile. Tu vocación son las almas, no la política.

—No te atrevas a juzgarme, templario. Tu princesa pretende amar a Cristo pero su alma no comprende a Dios. Sigue siendo una pagana.

—Sin embargo, ha pedido que se la instruya, desea el bautismo y tú se lo has negado. —Guillermo permaneció en silencio—. No te comprendo.

—Eso es porque tu vocación es la guerra, no la religión. Por mi parte no comprendo esta repentina preocupación por una princesa pagana. ¿Es ésa la razón por la que planeabas partir esta noche sin mí? —Un largo silencio. El vapor de sus respiraciones se disolvía en la oscuridad. Un charco de agua se había helado sobre las piedras, a los pies de Guillermo. Josseran se estremeció y se tapó mejor con el abrigo que tenía sobre los hombros—. ¿Qué? —insistió Guillermo.

—Tengo treinta y un años. Si permanezco en Ultramar, con sus guerras y sus pestes, tal vez pueda contar con otros diez años de vida como máximo. ¿O tendría que volver al Languedoc? Allí nada me espera. He vendido la mayor parte de mis tierras y de mis posesiones para hacer esta peregrinación. He conocido Tierra Santa, he obtenido el perdón de mis pecados. ¿Qué más queda en la vida para Josseran Sarrazini?

—¿Qué más? Está tu deber hacia Dios. Se te ha encargado que el legado del Papa vuelva a Acre sano y salvo. Allí debemos informar de todo lo que hemos visto y oído al consejo de barones. Y todavía tienes las palabras de Qubilay con respecto a un tratado contra los sarracenos.

—¿Estás tan cegado por la religión que te niegas a verlo? El emperador no tiene el menor interés en asuntos que no se refieran a la guerra que mantiene con su hermano. Ahora comprendo con claridad que nuestro viaje no tuvo sentido. Si nunca volviéramos, no habría ninguna diferencia en la historia de Jerusalén.

Guillermo permaneció en silencio. Algo crujió en la oscuridad, tal vez el paso de una rata en su camino a través de la noche. Sombras y piedra, el olor a bosta y a agua fétida. Una luz plateada caía de forma fantasmal sobre las piedras.

—Han jugado con nosotros, Guillermo —continuó diciendo Josseran—. Desde el principio, Hulagu sabía que el gran kan había muerto. Lo único que quiso fue ganar tiempo para ver si la sucesión sería disputada por sus hermanos, que fue lo que pasó. Esta guerra que se ha declarado entre ellos ha quebrantado la autoridad de su kan de kanes, así que el mensaje que tenemos de Qubilay ya no significa nada. Hulagu es libre para hacer los tratados que quiera y el Hijo del Cielo no tiene ninguna autoridad sobre él. Habrá que hacerlo todo de nuevo.

—Has jurado ante Dios que me verás volver sano a Acre —repitió Guillermo.

—¿Ante qué Dios lo juré? ¿El Dios de Jerusalén? ¿El Dios de los mahometanos? ¿O el Dios de los tártaros? Nunca he visto tantos dioses como durante este último año.

—¡Blasfemia! Sólo hay un Dios. ¡Tu deber es escoltarme hasta el fin de mi viaje y es lo que harás! Tenemos mucho que contar con respecto a los tártaros y todavía queda la posibilidad de que podamos preservar a Cristo en estas tierras oscuras. ¡Por lo menos los nestorianos todavía pueden ser absorbidos por la Santa Madre Iglesia! ¿Crees que eso es poca cosa?

—¡Escúchate hablar! Negocias con las almas de los hombres como si se tratara de un bazar, como los judíos en el mercado de Acre.

—¡Y tú corres detrás de tu bruja como un joven imberbe en su primer prostíbulo! ¿Es ésa tu intención, templario? Te lo digo ya, si sales de este fuerte te matarán. Cabalgarás no sólo más allá de la ayuda de la cristiandad, sino más allá de la ayuda del mismo Dios. —Al ver que Josseran no respondía, añadió—: Quédate conmigo hasta llegar a Acre y no diré nada de tus blasfemias ante la Inquisición.

En algún lugar de las sombras, el caballo de Josseran, ya ensillado, golpeó el suelo con los cascos.

—¿Qué te ha dado tanto miedo, Guillermo?

—No tengo miedo —respondió Guillermo, pero Josseran notó su voz angustiada.

—A partir de aquí te aterroriza seguir adelante sin mí.

—¡Te halagas! —contestó Guillermo—. Vete si debes hacerlo. Pero recuerda esto. Si esta noche te alejas de Kashgar, abandonas para siempre a tu propia gente y traicionas al único Dios verdadero, tu Salvador personal. Estarás perdido en este mundo y en el siguiente.

Se dio la vuelta y salió como una tromba en la oscuridad.

Hasta mucho después de la partida de Guillermo, Josseran permaneció inmóvil en las sombras. Por fin se levantó con esfuerzo, como un hombre que ha caminado todo el día sin descanso. Encontró su caballo y apoyó sobre él la cabeza, absorbiendo el olor a caballo y a cuero. Sintió que la cruz del caballo se movía nerviosamente al contacto de su barba.

Guillermo tenía razón. Si volviera, Qaidu y sus bandidos le matarían. En aquel momento su única esperanza estaba entre los suyos, en obedecer a su propio Dios. Comenzó a quitarle la silla al caballo, vencido por la fe y también por la razón.