El cepo se rajó con la fuerza de un poderoso golpe. Envió otro espasmo de dolor a los hombros de Josseran y lo hizo caer al suelo. Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no gritar.
El tártaro saltó del caballo y con una serie de salvajes puntapiés rajó el cepo a lo largo. Liberado de aquel peso terrible, Josseran sollozó de alivio al sentirse libre. Trató de levantarse, pero no le quedaban fuerzas. Volvió a desplomarse sobre la tierra helada y el frío penetró en su cuerpo como la muerte.
—Creía que no vendrías nunca —dijo ella.
Jutelún.
Le arrojó algunas pieles.
—Póntelas antes de que te congeles. En la silla del caballo hay kumis y carne seca de cordero. Tu gente está a dos días de marcha de aquí. Para ti tal vez sean siete.
Él no se movió.
—¡Rápido! Antes de que se despierte toda la tribu.
—Te maldigo a ti y maldigo a todos los tártaros —gruñó él.
Ella lo cogió de la túnica, lo obligó a ponerse de rodillas y le puso un abrigo sobre los hombros. Él lanzó un gruñido de dolor cuando lo obligó a introducir el brazo izquierdo en el del sin demasiada suavidad. Lo obligó a levantarse y lo arrastró hacia el caballo.
—¡Tienes que apresurarte! —Josseran sentía una humedad cálida en el pecho y supo que la herida del hombro se había vuelto a abrir. Tenía los músculos del cuello rígidos por el cepo, apenas podía mover la cabeza. Ya no estaba seguro de tener fuerzas suficientes para eso—. Mantén la estrella del norte detrás de ti —le indicó Jutelún—. Al amanecer llegarás a un ancho valle que hay bajo una montaña. Tiene la forma de una mujer boca abajo. Sigue ese valle y te llevará a Kashgar. Allí están tus amigos.
—¿Tú no vienes conmigo?
—¿Y por qué iba a ir contigo?
Lo preguntó con genuina sorpresa.
Naturalmente. ¿Por qué iba a acompañarlo? ¿No le había dicho con toda claridad que no veía futuro alguno en ser la mujer de un renegado bárbaro? Lo ayudó a montar, le puso las riendas en la mano derecha.
—¿No me lo piensas agradecer? —preguntó.
—Es lo menos que… podías hacer por mí.
—No te volveré a ver.
—No estés tan segura de eso.
—Si vuelves a estos valles, mi padre te matará. Vuelve a casa ahora, Joss-ran.
Él no alcanzaba a ver su rostro en la oscuridad. «Quiero que ardas por mí para siempre».
—Ven conmigo —repitió él.
—Ya te he salvado la vida dos veces. ¿Qué más quieres de mí?
—Que me respondas a una pregunta —murmuró él.
¡Tienes que darte prisa!
—El anciano a quien viste cabalgando conmigo…
—Todavía sigue a tu lado. Si no, ¿cómo crees que habrías sobrevivido tanto tiempo?
—Quiere decir que me ha perdonado —dijo Josseran.
—Estás diciendo tonterías. ¡Vete!
Ella no lo comprendía. Él tampoco comprendía por qué tenía que dar tanta importancia a sus brujerías. Sin embargo, lo que Jutelún acababa de decirle le consolaba. Aquella noche le había quitado dos pesos que llevaba sobre los hombros, el del cepo y el de su padre.
—Me habría gustado ser la madre de tus hijos —susurró Jutelún, y golpeó con fuerza el anca del caballo.
Desapareció en la oscuridad, rumbo a las estepas y al oscuro macizo montañoso del sur.
El crepúsculo era morado en la planicie. Nada se movía en aquel frío negro y terrible. Qaidu estaba en la entrada de su gran yurta con Jutelún a su lado.
—¿Logró huir? —preguntó Qaidu.
—Ya está lejos de aquí. Ignoro si habrá sobrevivido. Tiene un caballo, provisiones y pieles. Y es un hombre de muchos recursos.
—De eso no cabe duda —murmuró Qaidu—. ¿Qué sabes del guardia?
—Se ha recuperado, aunque temo que, como testimonio de su descuido, lucirá la cicatriz durante toda la vida.
—Tengo que castigarlo porque si no lo hago alguien sospechará que tuve algo que ver en todo esto. —El vapor del aliento de ambos iba a la deriva en el viento—. Me alegra que esto haya terminado. Maldeciré el día en que encontró el camino hasta el valle de Fergana. —El silencio fue una prueba incómoda de los sentimientos de su hija—. Si hubiera sido una persona y no un bárbaro, ¿te habrías casado con él? —preguntó Qaidu.
—Era un hombre.
—Admito que era valiente. —Qaidu lanzó un gruñido—. Pero no olvides que también se puede encontrar coraje en un caballo.
—Anoche tuve un sueño —dijo Jutelún.
Qaidu respetaba la habilidad de su hija como chamán, y muchas veces sus sueños lo habían guiado en importantes decisiones. Así que dijo con cierta inquietud:
—¿Y qué soñaste?
—Anoche soñé que lo volvía a ver.
—Es imposible.
—Sin embargo, lo vi.
Qaidu negó con la cabeza. Eso no convenía. Llegaría el día en que ella sería la madre del kan. No podía ceder a su ensueño con el bárbaro.
—Hiciste lo que era mejor para el clan —aseguró—. Ahora tienes que olvidar que esto ha pasado.
Un repentino viento helado los azotó. Llegaba el invierno.