Entonces lo vio.
Una cabeza cubierta de sangre emergió a la superficie y Josseran nadó con el brazo sano hacia la orilla. Salió del agua arrastrándose y se acostó jadeando sobre las rocas negras. Ella alcanzaba a ver que su pecho se movía al aspirar aire y se ahogaba por el agua que había tragado. Todavía seguía apretando contra su cuerpo el cadáver de la cabra. Y entonces, de alguna manera, consiguió levantarse, recuperó las riendas del caballo y lo montó. El animal, vencido por aquel loco, impresionado por el impacto y posiblemente dolorido, se mostraba manso como una oveja.
Jutelún blasfemó en voz baja, maldiciendo al mismo Tengri por su crueldad, porque sabía que habría sido mejor para los dos que Josseran hubiera muerto en aquel magnífico momento. Ya no había esperanza para él, ni para ella.
Podía tratar de cruzar el lago a nado, o de rodearlo a caballo, pero hiciera lo que hiciese, la ventaja era para él. Puso a su yegua al paso y avanzó, convencida de que ya no podría alcanzarlo.
Josseran estaba hundido sobre el caballo, con el rostro ensangrentado debido a una nueva herida en la cabeza, y por los dedos le corría sangre de la herida del hombro. Temblaba y estaba empapado por las aguas heladas del lago. El caballo también sangraba por el anca y de sus flancos salía vapor.
Josseran hizo caminar al caballo a través del corredor humano que los tártaros habían formado en la planicie y que conducía directamente a la entrada de la yurta de Qaidu. El silencio era total.
Qaidu estaba pálido como consecuencia de la sorpresa y la humillación. Hasta entonces, a su hija jamás la habían ganado. Y la había vencido el único hombre con el que era imposible que se casara.
La de ella era una pequeña figura, todavía a doscientos pasos de distancia.
El bárbaro arrojó el cuerpo de la cabra a los pies de Qaidu y se permitió una fría sonrisa.
—He ganado la carrera —dijo.
Qaidu hizo una seña a sus guardaespaldas. Éstos arrancaron a Josseran del caballo.
—No puedes casarte con mi hija —dijo Qaidu.
—¡Me diste tu palabra!
—Tengo un deber con mi gente, no contigo. Lleváoslo. Ponedle en el cepo. Mañana morirá.
Y entró en la yurta como una tromba.