17

El palacio de verano del emperador se encontraba más allá de los muros de su coto de caza. En realidad era una yurta edificada al estilo tártaro, con paredes de la seda más fina en lugar del fieltro que usaban los tártaros de las altas estepas. Centenares de grandes cuerdas de seda las sujetaban. El tejado estaba hecho de bambú cortado y barnizado, decorado con pinturas de animales y pájaros, como los ciervos y pavos reales y osos salvajes que se encontraban en los bosques. En los pilares lacados de color bermellón había serpientes labradas.

—¿No te parece una maravilla? —le susurró Sartaq—. El pabellón ha sido construido de tal manera que, si el emperador lo desea, se puede desmontar y llevarlo a otro lugar más agradable en pocas horas.

Josseran asintió con la cabeza; no cabía duda de que era una maravilla, aunque sospechaba que jamás se había intentado aquel cambio de lugar y que era sencillamente otra leyenda para reforzar el prestigio de Qubilay como jefe tártaro tradicional.

Cuando entraron, el salón ya estaba atestado de hombres santos de la corte; el propio chamán del emperador con sus blancas vestiduras, el pelo y la barba abundantes y descuidados, la piel escamada por la suciedad, los ojos sumidos en un trance causado por el hachís; los tangutos, con sus cabezas afeitadas y sus vestimentas de color azafrán, los idólatras con sus pesados mantos de brocado morado y naranja y sus sombreros negros, sujetando tablas de oraciones curvas, los nestorianos de vestimentas negras y los mahometanos de barba blanca y con blancos gorros en la cabeza.

Debajo del trono, a la izquierda de Qubilay estaba la emperatriz Chabi, la favorita del emperador. Josseran se había enterado por Sartaq de que era una ardiente devota de Borcan. Cuando ellos entraron, los miró con fría expresión de recelo. Para mayor consternación, Josseran vio a Phags-pa junto al emperador. Era evidente que él sería el moderador del debate y el principal orador.

Qubilay le hizo una seña a Phags-pa, el cual anunció el comienzo de la reunión. Para comenzar, un portavoz de cada religión daría un breve informe de su propia doctrina y luego comenzaría el debate.

Cuando comenzó la discusión, Josseran quedó perplejo ante las herejías, brujerías e idolatrías a las que sometieron sus oídos. Se lo tradujo todo de una manera fidedigna a Guillermo, que frunció el entrecejo y susurró como un gato mientras cada teólogo daba su propia versión de la verdadera naturaleza de este mundo y del mundo de los espíritus.

Cuando le tocó el turno a Guillermo, éste se puso en pie, resplandeciente con su sobrepelliz blanca y su estola morada y pronunció lo que él llamó un verdadero recuento de la historia, desde el momento de la creación del mundo hasta la creación del hombre y de la mujer por Dios. Después habló del milagroso nacimiento de Cristo y relató la historia de Su vida y de Sus sufrimientos y terminó enumerando las leyes de Dios que fueron entregadas al hombre en los Diez Mandamientos. Por fin habló del lugar especial que el Papa y la Santa Madre Iglesia ocupaban en el corazón de Dios.

Cuando terminó, el emperador anunció por intermedio del lama Phags-pa el comienzo del debate. Pronto resultó evidente que Guillermo, como recién llegado, sería el blanco de todas las críticas.

Fue el propio lama Phags-pa quien condujo el interrogatorio; Josseran habría disfrutado de la incomodidad de Guillermo si no fuera vital para la causa de la cristiandad en Ultramar que ellos dieran una buena impresión. Porque a pesar de todos sus recelos, ésa era todavía la religión de su corazón.

Sin duda sintió que crecía su furia interior cuando Phags-pa y los idólatras intentaron poner en ridículo al Papa y a su Iglesia. A su pesar, en circunstancias distintas, podría hasta haber empuñado él mismo la espada en su defensa.

Phags-pa interrogaba a Guillermo sobre los diez mandamientos de Dios.

—Pregunta si has estado en el cielo para conocer la mente de Dios —tradujo Josseran.

—Dile que no, pero que Dios ha entregado Sus deseos a nuestros profetas, y que Él mismo descendió a la tierra para enseñar a todos los hombres.

Phags-pa sonrió. Esa sonrisa hizo pensar a Josseran que les había tendido una trampa en la que ellos acababan de caer.

—Dice que entonces creemos conocer al único y verdadero Dios —le dijo Josseran a Guillermo.

—Dile que lo creemos.

—Entonces ¿quieres decir que el emperador no sigue los preceptos de Dios? Porque no cabe duda de que ha pisoteado al resto de los pueblos. ¿Eso no significa que solo él es bendito y que tu Dios y todos los demás dioses son inferiores?

Josseran sintió que los ojos dorados de Qubilay se clavaban en él.

—Dile que el valor de un hombre no se mide por lo que hace suyo en este mundo —contestó Guillermo—. Cristo nos dijo que la tierra será heredada por los mansos.

—Ésa no ha sido mi experiencia —gruñó el emperador al oír la respuesta de Guillermo y algunos de sus generales, que escuchaban con curiosidad el debate, rieron abiertamente.

—¿Cómo puede un hombre conocer la mente de los dioses salvo que con lo que haga no encuentre el desastre? —quiso saber Qubilay, decidido a intervenir en el debate.

Guillermo parecía aturdido por la oposición del emperador.

—Es una cuestión de creencias, de fe.

—Un hombre no se define por sus creencias —dijo entonces Phags-pa—, sino por lo que hace. Un millar de años de sabiduría han sido condensados en nuestro libro del Pao. Permite que cada persona calcule los méritos y errores de su vida.

—Pero si un hombre puede perder méritos por sus acciones —interrumpió un idólatra, apartando por un instante la atención de la persona de Guillermo—, entonces, sin duda, el camino hacia la serenidad es no emprender ninguna acción. Ése es el camino del Tao.

Y así continuó.

A Josseran lo deslumbraba poder estar presente en un acto así. Jamás había sido expuesto a una diversidad de pensamientos tan grande y mientras la discusión crecía a su alrededor y él le traducía, casi sin aliento, cada palabra a Guillermo, de repente se dio cuenta de lo similares que eran los argumentos de los mahometanos a los de ellos. Sin duda, ambos hablaban de profetas y de la inmutabilidad de un solo Dios y de sus leyes. Entre todas las religiones presentes aquella tarde, le pareció que los mahometanos, sus peores enemigos en Ultramar, eran sus aliados más cercanos.

Los nestorianos, por su parte, los atacaban con la misma ferocidad que los tangutos.

El chamán de Qubilay estaba diciendo que las palabras no eran importantes, que la virtud de una religión podía ser juzgada por la eficacia de su magia. El emperador lo interrumpió para decir que si eso fuera cierto, entonces el Papa poseía una magia muy poderosa, teniendo en cuenta lo que el Dios de Guillermo le había hecho a Mar Salah. Al oír esto, Guillermo trató de aumentar su ventaja diciendo que desde el día en que Dios creó el mundo, lo que deseaba era que toda la gente de la Tierra lo reconociera y le rindiera la debida alabanza y obediencia. Sólo dejaría caer su venganza sobre aquéllos que lo negaran.

El siguiente en hablar fue un anciano monje de vestiduras color azafrán.

—Dice que el mundo es una ilusión —tradujo Josseran—. Dice que la vida siempre nos desilusiona y que el nacimiento, la vejez, la enfermedad y el sufrimiento son inevitables.

—¡Dile que por eso Cristo vino a salvarnos! —casi gritó Guillermo; tenía las mejillas sonrosadas por la excitación—. Que si soportamos nuestros sufrimientos de una manera cristiana podremos llegar al cielo.

Guillermo le pasó aquella perspectiva al monje, que lo miró profundamente a los ojos mientras respondía.

—Hasta el campesino que trabaja la tierra sufre —dijo—. Leer textos sagrados, abstenerse de comer carne, adorar a Buda y dar limosna, son cosas que hacen ganar méritos para la vida siguiente. Pero para liberarse del sufrimiento, lo que se requiere es una revelación personal en el vacío del mundo.

—¿Cómo va a estar vacío el mundo? —gritó Guillermo—. ¡Fue creado por Dios! ¡Sólo el hombre es pecaminoso!

El anciano monje frunció el entrecejo.

—Pregunta a qué te refieres con la palabra pecado —dijo Josseran.

—Lujuria. Fornicación. Debilidad de la carne.

El viejo monje sonrió y murmuró una respuesta que Josseran no parecía deseoso de traducir.

—¿Qué ha dicho? —quiso saber Guillermo.

—Dijo… dijo que tú tienes razones para temer tales debilidades.

—¿Qué ha querido decir con eso?

—No lo sé, hermano Guillermo. Sólo dijo que tu apego al mundo es grande pero que esto no es poco habitual en un hombre que se supone que es santo. Dijo que tu debilidad está escrita en tus ojos y que tienes derecho a temerla.

—¡El hombre recto no le teme a nada! —gritó Guillermo—. ¡Aquéllos que obedecen la ley de Dios serán recompensados en el cielo!

Qubilay alzó una mano para pedir silencio. Luego mantuvo entre susurros una larga conversación con Phags-pa.

Mientras esto pasaba, Guillermo se volvió hacia Josseran.

—¡No has traducido bien todo lo que he dicho! —susurró en voz baja.

—Ya que tú no hablas su idioma, ¿cómo sabes lo que he dicho?

—Es evidente por sus miradas y sus expresiones. Si hubieras pronunciado las verdaderas palabras de Dios, no habrían reaccionado como reaccionaron.

—No eran palabras salidas directamente de los dulces labios de nuestro Salvador, hermano Guillermo. No eran más que tus palabras.

—Yo sólo hablo de lo que se dice en el libro santo, de modo que es lo mismo que la palabra de Dios. Si fracasamos será evidentemente por tu culpa y te denunciaré ante el consejo de barones en cuanto volvamos a Acre. También le haré saber al Santo Padre a quién culpo por la pérdida de nuestra oportunidad.

—¡¡He traducido fielmente y sin prejuicios todo lo que has dicho!

—¡¡Es evidente que no lo has hecho!

La consulta entre el emperador y su consejero terminó bruscamente y el lama Phags-pa se volvió hacia la asamblea.

—El Hijo del Cielo ha oído todos vuestros argumentos y considera que cada uno de vosotros ha hablado con elocuencia y persuasión. Pensará en todo lo que ha visto y oído. Y ahora desea que todos vosotros le permitáis volver a su tranquilidad. Con excepción del bárbaro.

Señaló a Josseran.

—Yo también me quedaré —dijo Guillermo mientras los demás abandonaban el recinto—. No puedo dejarte aquí sin instrucción.

Phags-pa lo miró.

—Dile que debe marcharse ahora mismo —le indicó a Josseran.

Josseran se volvió hacia Guillermo.

—Me temo que si no te marchas enseguida te arrastrarán por este salón como ya hicieron una vez. Yo no diría que eso produce una buena impresión.

Guillermo vaciló, con los ojos rojos de extenuación, fervor y furia; luego, a regañadientes, se inclinó ante el Hijo del Cielo y salió.

Cuando se quedaron solos en el gran pabellón. Qubilay, Hijo del Cielo, miró a Josseran Sarrazini con lánguidos ojos almendrados.

—Hemos pensado profundamente en lo que hemos visto y oído hoy aquí —dijo.

Josseran esperó, con la boca tan seca que apenas podía tragar. El destino total de la expedición, el resultado de tantos meses de viajar a lo largo del mundo, se resolvía en aquel preciso momento.

—Confío en que hayas estado conforme con nuestros argumentos, gran señor.

—Sin duda. Nos ha impresionado mucho todo lo que hemos oído hoy aquí y te damos las gracias por haber hecho un viaje tan largo y peligroso hasta nuestra corte. Nos ha gustado y nos ha instruido mucho. En cuanto al asunto de la religión, éstas son las palabras de mi corazón…