Un patio bordeado de rejas doradas y oscuras colinas que se reflejaban en la tranquilidad del lago, suavizadas por la niebla. Detrás de las colinas, una cadena de negras montañas sin árboles se cubrían unas a otras como cobertores de seda sobre una cama, suaves y onduladas.
Los soldados del kesig permanecían impasibles alrededor del patio, mientras el emperador caminaba por el borde del agua con una piel de onza sobre los hombros para protegerlo del frío del amanecer. El lama Phags-pa permanecía a un lado.
Apareció Josseran, escoltado por Sartaq y uno de sus soldados. Se arrodilló e inclinó la cabeza, a la espera de oír los deseos del emperador. No estaba seguro del motivo por el que lo habían mandado llamar tan perentoriamente y a una hora tan temprana, pero podía adivinarlo.
—El patriarca de Shang-tu ha muerto —dijo por fin el emperador.
—Eso me temo, gran señor —contestó Josseran.
—Tu compañero hizo caer una maldición sobre su cabeza.
—Creo que sólo fue obra de Dios.
—Entonces no cabe duda de que tenéis un Dios muy poderoso. Por lo visto, más poderoso que el de Mar Salah.
Así que creían que lo que había terminado con la vida del obispo nestoriano era una brujería. Qubilay debía de estar convencido de que Guillermo había echado sobre él una especie de maldición demoníaca porque el patriarca lo había contrariado. Josseran se preguntó si habría algo que él pudiera decir o hacer para disuadirlo de aquella convicción.
O tal vez aquella convicción del emperador los favoreciera.
—Me inclino a creer que en vuestra religión hay más de lo que creí al principio.
Josseran levantó la mirada, sorprendido. Por encima del hombro de Qubilay vio la cara de su preceptor tangut, y era imposible no ver el odio que brillaba en aquellos ojos. Igual que Mar Salah, veía a Guillermo como un rival que podía ser escuchado por el emperador. Y Josseran supuso que tenía razón.
—Cada uno de mis consejeros dice que su camino es el mejor y el más seguro —dijo Qubilay—. Y ahora tenemos otra religión. ¿Cómo voy a decidir?
Josseran guardó silencio. Ésa era la oportunidad con que sólo habían soñado, una posibilidad de llevar la cristiandad a los tártaros por medio del propio Qubilay. Si se lograba convertir al gobernante, toda la nación lo seguiría. Si eso pasaba y lograban atrapar a los sarracenos entre dos ejércitos de la Iglesia romana, Ultramar estaría a salvo y Jerusalén se encontraría una vez más en manos de los cristianos.
—He organizado un debate.
—¿Un debate, gran señor?
—Decidiré por mí mismo cuál de las religiones es la verdadera. Dile a tu chamán que se presente en la sala de audiencias a la séptima hora. Allí se encontrará con los otros grandes chamanes de mi reino y debatirá con ellos la naturaleza de sus dioses. Y entonces decidiré de una vez por todas cuál de vuestros dioses es el verdadero.
—Sin lugar a dudas estaremos presentes, mi señor —murmuró Josseran, estupefacto por aquella sorprendente propuesta.
—Ve y dile a tu chamán que se prepare.
Josseran se inclinó una vez más ante el emperador, evitando la mirada cargada de veneno del Phags-lama y permitió que Sartaq lo escoltara hasta el palacio. ¡Un debate! Bueno, eso sería ideal para el estilo del hermano Guillermo. De repente sintió que se le aflojaban las piernas. En un momento en que había tanto en juego, esperaba que sus aptitudes como traductor y como abogado estuvieran a la altura de las circunstancias.