Sabe que los tiene al alcance de la mano. Pero la muchedumbre dificulta su acción. Su confianza aumenta.
Saborea el triunfo igual que un gato a punto de atrapar a su presa. Está muy cerca. Muy cerca.
ULTIMA HORA DE LA TARDE…
ROSTROS. Miles de rostros. Pero no el de Jessica.
Logan se vio zarandeado y empujado en el tumulto de los turistas reunidos en aquel lugar de diversión. Se oían risas y gritos.
—¡Eh, ciudadano!
Logan miró al que le interpelaba. Era un joven de ocho años, pelirrojo, con la cara cubierta de pecas y unos ojos azules muy serios. El muchacho vendía souvenirs. Le ofreció un cañoncito de latón.
—Dispara de verdad, ciudadano. Puedes sacarle un ojo a cualquiera. Verdadero y auténtico recuerdo de la gala anual de la guerra civil, importado de Montecarlo.
—No… No me interesa.
El muchacho no insistió. Poco después desaparecía entre la muchedumbre.
Logan se detuvo al llegar ante una puerta. La gente desfilaba ante él en ininterrumpida corriente. De pronto se hizo atrás. Había visto un uniforme negro acercándose. ¡Francis!
Logan se apretó contra la entrada, comprobando que daba paso a un «Salón para Revivir el Pasado». Alargó el cuello para ver por encima de las cabezas de los transeúntes. La figura negra seguía avanzando, apareciendo y desapareciendo entre la gente. Más cercana a cada instante.
Un robot lo tocó en el brazo.
—Ciudadano Wentworth 10 —dijo mirando con metálica expresión de simpatía la flor parpadeando en la mano de Logan—. Te estábamos esperando. Acompáñame.
No podía negarse. Francis estaba de espaldas a la puerta escudriñando a los viandantes.
El robot extrajo un cajoncito de metal de la pared.
—Tiéndete aquí —le indicó—. Es nuestro último modelo. Puedes retroceder cuanto quieras en el tiempo.
Logan se acomodó en el sillón de acero revestido de espuma de nylon, agradeciendo aquella oportunidad para alejarse de la puerta. El robot le mojó las sienes con una solución salina, y conectó los terminales forrados de goma a su cuello y a su frente.
—Escucha. En realidad, no necesito —empezó Logan tratando de ganar tiempo. Pero el robot estaba programado para tratar con exquisita delicadeza a los nerviosos ciudadanos que habían llegado a su Día Final.
—Cualquier año… el que prefieras —repitió accionando un interruptor. El cajoncito volvió a quedar colocado en su soporte.
Se hizo la oscuridad.
No puedo seguir aquí. Tengo que encontrar a Jess…
Contaba dieciséis años y el inmenso desierto de Nevada hervía bajo el calor. Logan estaba sentado a la sombra de un cactus saguaro, inmóvil excepto por los ojos. Tenía ante sí cien millas de desierto que cubrir sin alimento, sin bebida y sin armas. Aquella prueba formaba parte de su examen para graduarse en la escuela de Vigilantes. En su segundo día de estancia allí estaba deshidratado y sentía un profundo enervamiento, producto de la fatiga. Al amanecer había exprimido el jugo de un cactus valiéndose de su camisa, consiguiendo un poco de líquido de sabor acre que casi le hizo vomitar.
Logan observaba la rendija en el esquisto amarillo que formaba el suelo del desierto, a sus pies. Una serpiente de cascabel apareció ondulante, mientras su lengua surgía a intervalos en la recalentada atmósfera de aquel paraje.
Logan esperó y cuando la serpiente acabó de salir de su agujero, la mató de un talonazo. Utilizando la hebilla de su cinturón le abrió la piel por la parte posterior de la mandíbula y a través de la amplia cabeza. La dejó suelta tirando con los dientes y continuó desprendiéndola a lo largo del cuerpo. Logan comió la carne sonrosada, masticando con cuidado los huesecillos, antes de engullirlos. Después de la serpiente devoró un ratón, tres mariposas y varios saltamontes.
Se levantó bajo el calor sofocante del desierto y continuó su marcha. En teoría estaba persiguiendo a un fugitivo que tendría que detenerse para dormir, agotado por la larga caminata. Que se desesperaría al contemplar la inmensidad del desierto ante él. Pero Logan estaba inmunizado contra aquello y acabaría por alcanzarlo y matarlo.
Todo su cuerpo reclamaba unas gotas de agua. La escasa humedad aportada por la carne del reptil había recrudecido su deseo de beber, y la piedrecita que llevaba en la boca no le proporcionaba el menor alivio. Recordó las clases en las que se les aleccionaba sobre la vida en un lugar deshabitado. Entonces, nada parecía difícil. El desierto exultaba vida. Había lechuzas y murciélagos, conejos y gatos silvestres; topos, ratones, ardillas, zorras y un millar más de animales arrastrándose, deslizándose y pululando por doquier. Pero la verdad es que resultaban muy difíciles de cazar. Desde luego, había agua; pero ¡cuánta suerte, conocimientos e instinto eran necesarios para dar con ella!
Sus pies levantaban una nube de polvo que permanecería inmóvil en el aire hasta la caída de la noche, cuando la brisa soplara helando y sacudiendo la dura esplanada, vapuleando las hierbas y los zarzales en su recorrido de miles de millas sobre la inmensa desolación. Al llegar la noche los felinos darían muerte a las zorras, y éstas perseguirían a los ratones, que engullirían a los insectos, cumpliendo así la ley inexorable de matar para sobrevivir.
Logan dio un tropezón y volvió a recobrar el equilibrio. Empezaba a cansarse. Pero un cazador no podía sentir fatiga. Era su presa la que tenía que fatigarse, perder las fuerzas y morir. El ansia de supervivencia había de ser más fuerte en el perseguidor que en el perseguido, aunque en éste alcanzara un estado de febril ansiedad.
Se hacía preciso continuar. Le estaba vedado el descanso. Tenía que vivir para que su presa muriera.
Contaba siete años. Su flor cambiaba de color y había llegado el tiempo de despedirse del Jardín de Infancia y empezar su existencia en el mundo. Logan tenía miedo. Le hubiera gustado llevarse a Albert 6, su muñeco favorito; pero no se lo permitieron.
—¿Por qué…? ¿Por qué…? —sollozaba.
—Prohibido —le respondió la Autoinstitutriz, llevándose a Albert.
El muñeco corrió tras de Logan, produciendo un suave rumor con sus piececitos, sobre el suelo del recinto.
—¡Loge! ¡Loge! Nunca te olvidaré. Nunca te olvidaré.
Pero atraparon a Albert y lo guardaron en una caja.
Y aunque Logan gritó y gritó, sus lamentos fueron inútiles.
Tenía nueve años. Una flor roja se incrustó en su cara. Estaba rodeado por cuatro hombres. Su jefe le increpaba.
—¡Lame mis botas! —ordenó.
Pero Logan movió la cabeza negativamente. El hombre lo volvió a golpear.
—¡Venga! ¡Haz lo que te digo!
Trató de escabullirse; pero fue empujado por detrás y casi cayó al suelo.
Iba hacia Yellowstone para encontrarse allí con Iron Jack, que cabalgaba en caballos de verdad. Pero se tropezó con aquel grupo en una plataforma y fue agredido sin razón alguna.
—¡Lame mis botas! —repitió el jefe—. En cuanto lo hayas hecho, te dejaremos libre.
Logan miró a los cuatro hombres. No había duda de que ardían en deseos de hacerle daño.
Se agachó y lamió el polvo de la bota del jefe. Sus adversarios parecieron decepcionados.
—¡Vámonos! —dijo el jefe—. Hay que buscar a otro con más arrestos.
Y se perdieron entre los tubos de la red viaria.
«No voy a echarme a llorar», se dijo Logan parpadeando violentamente y sintiendo las lágrimas corriendo cálidas por sus mejillas.
Era él.
Sentía el calor del aire.
Estaba limpio y pulcro.
Pletórico de vida.
Tenía trece años y cabalgaba en un tubo reactor sobre la Piazza de San Marcos en Venecia. El viento le daba en pleno rostro. Abría la boca para absorberlo, sintiendo la inmensidad telúrica latiendo bajo sus pies. Era libre. La flor impresa en su mano tenía un color azul idéntico al del cielo italiano. Nunca cambiaría; nunca se haría viejo; siempre conservaría aquel pálido azul veneciano, aquel azul mediterráneo, azul, azul para siempre…
Tengo que despertar. He de encontrar a Jess. Hay que partir.
Logan se estremeció en su oscuro soporte de metal. La pared del salón reverberaba.
Tenía tres años. La cinta grabadora le estaba diciendo que A2+B2 = C2 y hablaba de senos y cosenos…
Había cumplido los quince y el instructor se inclinaba ante él.
Logan llevaba los guantes guateados de espuma imprescindibles en una clase «omnita», y la tradicional camisa blanca. Trató de realizar lo que le habían enseñado, rechazar de su mente cualquier imagen excepto la del fornido sujeto que tenía ante sí.
—¡Repite! —le ordenó.
Logan adoptó la postura adecuada y empezó a desplazarse en un círculo. Tenía las manos pegajosas y húmedas, y sentía un intenso deseo de abandonar el ejercicio. Pero no podía hacerlo. Si deseaba convertirse en Vigilante de primera, tenía que aprender cuanto aquel instructor le enseñara.
El hombre fingió atacarlo y Logan contestó con un salvaje puntapié, que el instructor encajó en el vientre cual sin fuera de piedra, sin demostrar dolor alguno. Enseguida agarró a Logan por una pierna, lo desequilibró y en el espacio de unos segundos le dio un golpe en la garganta, otro en una sien y un tercero en el plexo solar. Logan quedó tendido sobre la colchoneta. Sentíase enfermo y el instructor le dijo:
—El omnita nunca da un golpe solo, sino una sucesión de ellos. Recuérdalo.
Cada cultura había ideado su peculiar sistema de defensa. En el Japón, el jiujitsu; en China el kempo y el karate; en Francia el savate; en Grecia la lucha y el boxeo. Pero lo mejor de cada una de estas artes quedaba resumido en el omnita.
Se enfrentaron desplazándose en círculo. Logan atacó; pero una vez más fue a dar de bruces contra la colchoneta. Se levantó limpiándose la sangre de la nariz. Estaba dolorido.
—Repite —le ordenó el instructor, sonriendo fríamente.
Y así lo hizo una vez más, y otra, y otra…
Tenía seis años. Estaba jugando y Rob corría por el asfalto ante él.
—¡Soy un Vigilante! —gritaba Logan—. Te atraparé. Quieres esconderte; pero te he visto. Voy a dispararte mi pistola.
Levantó su arma de madera, mientras Rob se ocultaba detrás de un columpio, fingiendo ser un fugitivo.
—¡Bam! —exclamó Logan—. ¡Un proyectil dirigido! AAAAAzzzzz… ¡pum!
Pero Rob no cayó al suelo.
—Has fallado —le dijo.
—No.
—Sí.
—No. Los proyectiles dirigidos nunca fallan. No puedes escapar a un proyectil dirigido.
…un proyectil dirigido…
…un proyectil dirigido…
…un proyectil…
¡Arriba! ¡Corre! ¡Hay que escapar!
El dispositivo en el que estaba registrada su vida seguía vibrando.
Logan se tensó bajo su metálico contacto.
Había cumplido los diecinueve años y una voz fantasmal sonaba en tono quejumbroso.
—¡Oh! Negro, negro. ¡Negro!
Se hallaba de permiso en New Alaska, en compañía de una bailarina cuyo cuerpo estaba recubierto de escamas brillantes. Fuera, las palmeras cultivadas artificialmente ondulaban bajo el cielo.
Escuchaban «Cantata para bongo en Do menor», cuyos ochenta y ocho tonos sólo Deutcher 4 podía extraer de un modo limpio y claro del tambor. Tocó luego «Single Sung Tingle» y «Milkbelly» y «Angerman» la saga de los Vigilantes, con sus 103 estrofas.
Angerman estaba enfadado,
Era a la vez juez y jurado,
Disparó contra el que huía,
Aquel a quien perseguía.
En su Arma preparó el proyectil.
Angerman siguió a su presa,
No lo cogió de sorpresa,
Disparó contra el que huía,
Un cobarde al que seguía,
Que de su Arma quería escapar...
Logan se sentía orgulloso de estar allí, entre sus amigos, vistiendo un bonito uniforme negro, mientras la brillante y sinuosa mujer le acariciaba en lugares secretos acelerando los latidos de su corazón.
Tenía catorce años y la flor de su mano se había vuelto repentinamente azul. Sus deberes eran ahora los de un adulto. Hasta entonces había vivido en libertad porque era adolescente. Le alegraba transformarse en un hombre, porque así podría realizar lo que siempre había deseado.
Siempre....
y....
Había cumplido los veinte y seguía la pista a un ser humano. La muchacha había obrado con suma habilidad, cruzando el río para engañarle; pero estaba atrapada, con la espalda contra una alta valla de madera.
Logan avanzó hacia ella.
La muchacha se aferró con las uñas a la valla, rompiéndoselas contra la dura superficie. Luego cayó a los pies del muro. Logan levantó la mano en que empuñaba la pistola, disparó y el proyectil dio en el blanco.
Permaneció de pie sintiendo una profunda sensación de angustia. ¿Por qué aquella muchacha le había obligado a disparar? ¿Por qué no aceptó someterse al Sueño? ¿Por qué pretendió escapar?
.....escapar
........escapar
¡Escapar!
Había llegado a los veintiuno. ¡Veintiuno! La flor de su mano parpadeaba y él se encontraba a gran altura sobre el Cuadrante tres mil, agarrándose con un mano al borde del saliente mientras Lilith se reía. Luego estaba en Arcade, tendido en la Mesa, sobre la que los escalpelos se agitaban tratando de rasgarle el rostro; y luego en un estrecho corredor donde Doc le atacaba con su Arma. Y en la plataforma corroída por el tiempo, bajo Catedral, haciendo frente a los cachorros, entre un sordo rumor de enjambre, y el tampón impregnado de droga ante su nariz. Y más tarde, dentro de aquel recinto oscuro, parecido a un submarino, en el corazón de Molly, la ciudad sumergida, mientras las paredes crujían y el lanza-arpones de Whale le apuntaba al estómago y el agua verdosa le ascendía por encima del pecho. Luego el guardián en la prisión de hielo, y el círculo de convictos semejante a una jauría de lobos, y el vendaval siempre soplando. Se hallaba más tarde en la cueva de Box, con Jess atada al pie de un tobogán por el que iba a resbalar una masa de hielo, y Box avanzaba esgrimiendo su mano metálica dispuesta a hacerlo trizas. Logan trataba de encontrar su pistola entre la hierba mientras las águilas de oro descendían en picada desde el cielo y él subía la escalera de granito de Crazy Horse, seguido por el Guardián y Francis avanzaba por el lado contrario, luego de que Jess hubo desaparecido, y se perdía, al parecer sin remisión, en aquellas interminables y oscuras cavernas, para ver en seguida cómo Rutago derramaba el veneno en la boca de Jess y él cabalgaba en un tubo reactor sobre el río Lame Johnny, y el rey le atacaba, y se precipitaba al abismo espumoso que formaban los rápidos y volaba por encima de los microalambres, y el Cuarto del Amor Materno lo acogía, y la puerta corredera por poco lo aplasta con su mole antes de trasponerla para ascender la cuesta de Marye’s Hill entre el tronar de los cañones, y Jess era arrastrada por los androides, y él se acercaba al Salón para Revivir el Pasado y…
Estaba despierto otra vez.
El cajoncito se abrió y Logan se incorporó en su cama.
El robot se encontraba en el extremo más lejano de la sala, atendiendo a otro cliente. No quiso esperarle y él mismo se desconectó los terminales. Una vez en la puerta del edificio, observó los alrededores. Francis no estaba allí. El paso quedaba libre, por el momento.
Un vehículo de la policía estaba parado en una plataforma, un nivel más arriba. Logan se acercó al conductor, un hombre nervudo, de ojos tristones, que llevaba uniforme amarillo muy ajustado al cuerpo. Abriendo su mano derecha le preguntó:
—¿Puedes ayudarme?
—Me alegra poder prestar socorro a quien está en su Día Final —respondió el guardia.
—He pasado mi límite. Y no quiero perder más tiempo en las cintas transportadoras. ¿Te importaría llevarme?
—Comprendo lo que te ocurre, ciudadano. Dentro de un par de años yo estaré en la misma situación. ¿A dónde quieres ir?
—No muy lejos —respondió Logan señalando hacia occidente—. A la zona boscosa, más allá del campo de batalla. Tengo que encontrarme con otra persona.
—Sube.
Se elevaron por encima de las nubecillas que formaban las descargas de la artillería mientras los hombres del general Burnside se disponían para otro asalto. La fusilería crepitaba. Batió un tambor. Se oyeron las notas lejanas de un pífano.
El agente vestido de amarillo suspiró.
—Bonito espectáculo, ¿verdad? Yo vengo todos los años, tanto si estoy de servicio como si no. Por nada del mundo me lo perdería. Me gusta ver a estos bravos soldados morir por lo que consideran una causa justa. Confiere un propósito a la vida; un sentido del honor muy confortante.
—En efecto —dijo Logan.
—Eran ideales muy dignos —continuó el policía—. Libertad, justicia. Ahora las cosas son distintas. Todo se nos sirve en bandeja. No hay nada por lo que luchar.
Logan hizo una señal de asentimiento.
Envidio a esos muchachos porque combatían por su futuro. —La mirada del policía se hizo aún más triste—. ¡En cambio, el Sueño…! Para ti, mañana. Para mí el próximo año. Yo era religioso. Solía pensar en que debe existir algo, más allá. Pero la verdad es que ya no lo sé. Fui Zen-bautista por algún tiempo. Luego me cambié a…
—¡Ahí! Déjame ahí —dijo Logan interrumpiéndole y señalando un lugar bajo ellos—. Al extremo de esos árboles.
El vehículo se posó en un paraje despejado, y Logan descendió dando las gracias y agitando una mano.
—Me alegro de haberte podido ayudar —dijo el guardia—. ¿Estás seguro de que llegarás a tiempo?
—Espero que sí.
—Puedo quedarme y llevarte otra vez…
—No, no. Gracias.
El agente se encogió de hombros, observó a Logan con su penetrante mirada de policía y volvió a partir en su vehículo.
La entrada a la red viaria del viejo Fredericksburg necesitaba una mano de pintura. Una bandada de aves salió de su escondrijo cuando Logan se aproximó. Era evidente que Jess no se encontraba allí. Pero ¿habría estado por aquellos parajes?
Examinó la escalera. En el polvo habían quedado impresas las huellas de unas botas de Vigilante.
Logan esgrimió su pistola y descendió con cautela los escalones. La plataforma estaba desierta. Se acercó rápidamente a la caja de control y desmontó el dispositivo de rastreo. El pasillo de entrada a los vehículos cesaría de ser verificado por la máquina y sería posible meter a Jess en un coche. Es decir, si lograba encontrarla.
Logan volvió arriba. ¿Habría entendido Jess dónde estaba la red viaria? Debió haberle dado instrucciones más claras. No le quedaba más remedio que esperar, confiando en que finalmente apareciera. Pero era mejor aquello que confiar en la suerte. Si la joven aún estaba con vida. Y libre…
Se acomodó bajo las ramas bajas de unos árboles desde donde podía observar la entrada. Un pájaro cantó burlón en las proximidades. Una ardilla salió al claro y avanzó moviendo su tembloroso rabo. El animalito se acercó, mirándolo con sus ojillos como cuencas de cristal, alertas e interrogadores. Logan la mató de un golpe en el cuello, la despellejó y la ensartó en un palo. El hambre le contraía el estómago, y su boca se llenaba de saliva al pensar en la carne que pronto estaría dispuesta.
Retiró de su Arma los cuatro proyectiles que aún quedaban: punzador, vapor, desgarrador y dirigido. Apretó el gatillo y el estallido de la unidad energética prendió fuego al montón de hojas y ramitas que había preparado. Luego asó la ardilla sin dejar de alimentar el fuego con nuevas ramitas, y se la comió.
De pronto, oyó pisadas sobre la tierra arenosa.
Apagó el fuego y se ocultó.
Las pisadas seguían sonando cada vez más de prisa, sobre las ramas secas.
Jess emergió de la maleza.
Logan le salió al encuentro.
—¡De prisa! —sollozó la muchacha—. Me persiguen.
—¿Un Vigilante?
—No. —Se oyeron pasos—. Dos muchachos. Me han visto la mano.
—Entremos en los túneles —dijo Logan arrastrándola hacia la escalera.
—Durante la batalla… quedé separada de ti… Creí haberte perdido… temí no poder llegar…
—No importa —respondió él—. El caso es que has llegado.
La plataforma seguía desierta.
—Washington, D. C. —dijo Logan al vehículo que había acudido a su llamada.