5

Se desliza por la oscuridad, guiado por la luz que despide el Pensador.

Su presa queda lejos. No sería prudente intentar la captura en las cavernas.

Retrocede, y abandonando los túneles, empieza a subir la interminable escalera que lleva a la cabeza de Crazy Horse.

Mira por el ojo derecho del gran guerrero, y ve a Logan y a la chica. Están muy lejos, moviéndose por entre la maleza en dirección a la zona donde crece hierba alta.

Sonríe.

Ya son suyos.

No les queda otro sitio adonde ir.

PRIMERA HORA DE LA TARDE…

—¡Cantemos! —exclamó la Muchacha Gris.

Pájaro ligero,

Llévame hasta el cielo,

Tú me querrás siempre,

Como yo te quiero.

Se escuchaba una música fina, como de gaitas y chirimías.

Pájaro ligero.

Arrebátame.

Yo quiero jugar.

Contigo también.

Los gitanos estaban muy alegres, y sus risas bulliciosas repercutían en las Montañas Negras, mientras montados en sus vehículos a propulsión en forma de largos tubos, seguían despreocupadamente su camino.

Pájaro ligero,

Pájaro ligero,

AAAAAAaaaaaaaaaaaa...

Logan oyó el penetrante sonido cuando él y Jess salían de la alta hierba.

—¡Agáchate! —le ordenó, indicándole que retrocediera y se ocultara.

Los gitanos se arremolinaron a su alrededor cabalgando en sus tubos reactores.

—¡Un intruso!

Logan sintió un estallido de calor a su espalda. Uno de aquellos palos metálicos le había dado en la mano, arrebatándole la pistola. Otro le golpeó el pecho.

Había caído al suelo, rodeado por el círculo de fuego que formaban los reactores.

—¡Si se mueve, abrasadlo!

Logan permaneció paralizado. Conocía la existencia de aquellos gitanos. Su primer jefe había sido un apache pura sangre llamado Jimmy el-que-anda-como-un-lobo, que se volvió medio loco al acabar la Guerra Menor. Reuniendo a un grupo de otros psicópatas como él concibió un pacto de la muerte dentro de un ritual en el que los gitanos se juraban la propia destrucción. Ninguno de ellos vivía lo suficiente como para que la flor de su mano se volviera negra. Todos se comprometían a morir cuando aún estaba roja; en un gesto de desafío al sistema. No temían ni al Sueño ni a los Vigilantes. Actuaban de acuerdo con sus propias leyes.

Un hombre delgado como una hoja de espada, desmontó de su vehículo, que se cernía a escasa distancia del suelo, y acercóse a Logan.

—¡Ponte en pie! —le ordenó.

Logan así lo hizo. Estaba frente a Rutago, rey de aquella turba. Tenía dieciséis años y lucía barba. Iba vestido de seda blanca, sus músculos eran suaves y su pelo rubio y rizado. Una auténtica belleza. Alargó la mano y volvió la diestra de Logan.

—Su flor está parpadeando —dijo sonriendo a los demás.

La Muchacha Gris se acercó a su hombre y miró a Logan con pupilas de lince.

—Démosle su Ultimo Día, tal como se merece.

Los gitanos sumaban catorce. Siete hombres y siete mujeres. El más joven tenía quince años, el mayor diecisiete.

Las mujeres vestían sedas y brocados y se adornaran con aretes y collares de oro. Todo en ellas brillaba, y sus peinados eran extraordinariamente llamativos. Sus uñas opalescentes despedían fulgores de lapislázuli. Iban enjabonadas y perfumadas con aroma de melocotón. La Muchacha Gris era un caso aparte, puesto que carecía de maquillaje. Sólo sus ojos estaban perfilados en negro dotándola de una belleza deslumbradora.

Los varones llevaban trajes de seda ajustados al cuerpo, y adornados con cuero fino, y botas con vueltas de terciopelo. Todo en ellos eran filigranas, bordados de plata y realces de platino. Bien cepillados, ungidos e inmaculados.

Dos de las mujeres se adelantaron, sujetando a Jessica entre ellas.

—Hay algo más que ese hombre —dijo una—. También tenemos una fugitiva.

Logan dio un paso hacia Jess, pero el fuego de los propulsores lo contuvo. Miró consternado el círculo de los tubos reactores dispuestos a abrasarlo con sólo que hiciera un movimiento imprudente.

Aquellos no eran los palos que en sus juegos infantiles había usado a modo de caballos, sino vehículos rápidos y terribles cuyos propulsores cromados eran capaces de calcinar a un hombre en cuestión de segundos. «Si pudiese salir de este círculo quizá lograra convencerlos», pensó, aunque sin sentirse demasiado seguro.

Rutago pareció complacido con aquella situación. Hizo un gracioso ademán con su enjoyada diestra, y dijo:

—Vamos a llevarlos de viaje.

Tres gitanos entraron en el círculo y ataron las muñecas de Logan con cintas metálicas.

Luego lo acercaron al vehículo de Rutago. El reactor resplandecía desde el asiento de cuero trabajado a mano y cubierto de diamantes, esmeraldas, zafiros y rubíes, hasta su extremo incrustado de perlas.

Colocaron a Logan tras de la adornada silla, y sus tobillos quedaron amarrados igualmente. A Jess la situaron de modo similar en el vehículo que montaba la Muchacha Gris.

—¡Adelante!

Los gitano partieron velozmente.

El Arma de Logan había quedado abandonada sobre la hierba.

El rutilante disco del sol llegó a su cénit mientras se desplazaba lentamente por el cielo de Dakota, provocando oleadas de trémulo calor en el aire tranquilo. Deadwood no era más que una ciudad fantasma, llena de polvo y de silencio. Los bajos edificios corroídos por el viento que formaban su calle principal, no tenían ya ni restos de pintura, y los tablones que formaban sus paredes se combaban sobre la roja tierra.

Un hombre descansaba a la sombra del porche del «Big Dog Saloon», con los pies apoyados perezosamente en la barandilla roída por el contacto de tantas espuelas. Sus ojos de lagarto adoptaron una expresión alerta al percibir un grito en la distancia. Se puso en pie y miró hacia el extremo de la polvorienta calle.

Los gitanos pasaron frente al puente de vigilancia situado al extremo de Deadwood y se acercaron al «Big Dog» en animado y llamativo grupo.

Desmontaron y condujeron a sus prisioneros al interior de la casa.

El «saloon» estaba amueblado con lujo. Había sofás de terciopelo, sillas de marfil, mesas forradas de verde, ornamentadas lámparas de madreperla, tapices y cortinas de cuentas de cristal. El largo bar de caoba había sido pulimentado hasta arrancarle un brillo deslumbrador. A su trasera pendía un cuadro llamativo, representando a una chica desnuda y sonriente.

Logan y Jess fueron introducidos en el local llevando las manos atadas.

Rutago hizo su aparición llevando una pesada alforja sobre su hombro cubierto de sedas. Dejó la alforja en el suelo con sumo cuidado. De su interior brotaron los tesoros logrados en la reciente incursión: pendientes, aljófar y ristras de granates, topacios, y amatistas. Había también cabujones, ónices y ágatas. Con precauciones de experto, Rutago tomó un pequeño rubí color sangre de paloma, le echó el aliento, y lo frotó sobre la seda de su muslo hasta que la electricidad estática produjo chispazos en la tallada superficie de la piedra.

—Me gusta este rubí. Se lo he quitado a un mercader.

Se adelantó hasta quedar frente a Logan, y lentamente desenroscó la gema que adornaba un anillo estilo Borgia, y se la puso ante la nariz. Logan husmeó con cuidado sintiendo que se ahogaba.

El amargo olor del «hemodromo», el veneno ritual de los gitanos, se pegaba a su olfato. Una pequeña cantidad bastaba para provocar la muerte. A menos, de tomar un antídoto, la víctima moría lentamente conforme la hemoglobina de su sangre absorbía el veneno. No era un proceso rápido. La agonía duraba varias horas, entre grandes dolores. Logan apretó los dientes de manera instintiva.

Rutago sonrió, parpadeó soñoliento y apartándose de Logan, se acercó a Jess, a quien dos muchachas sujetaban por los brazos. Con suma destreza la obligó a abrir la boca y le vertió el hemodromo en la garganta. La joven se atragantó y tosió violentamente.

Logan se arrojó contra Rutago, pero fue derribado por un golpe terrible.

—O te portas bien o la muchacha muere —dijo Rutago—. Hay que ganarse el antídoto.

Una de las mujeres se acercó a Logan llevando un botiquín.

—Vuélvete —le ordenó.

Logan así lo hizo. La mujer le cortó las ataduras de las manos y lo despojó con cuidado de la rota camisa, dejando al descubierto las heridas de su espalda. Ajustó el botiquín, lo puso en la parte superior de uno de los profundos cortes y lo fue desplazando lentamente hacia abajo. Un rastro de roja piel sintética se fue formando conforme la herida cicatrizaba. Curó del mismo modo las demás heridas y contusiones mientras otra de las mujeres se ocupaba de Jess.

Entregaron a Logan una camisa limpia y botas con las que calzar sus maltrechos pies.

Logan sabía que no era posible librar a Jess del veneno sin disponer del antídoto. Pero aunque quedaran libres, no podría llevar a la muchacha a una zona poblada donde fuera posible encontrarlo, debido a la flor negra de su mano. Era una fugitiva y estaba condenada a morir. Ahora bien, ¿disponían realmente del antídoto aquellos gitanos? Tal vez su jefe mintiera. Sin embargo, no le quedaba otra solución que confiar en él. No disponía de más alternativas.

—¿Qué he de hacer para que nos des el antídoto? —preguntó a Rutago.

El gitano sonrió e hizo una señal de asentimiento en dirección a las muchachas, las cuales se acercaron a Logan. Sus ojos eran azules, castaños, avellana, verdes, dorados y grises. Y todos irradiaban un cálido fulgor.

—¿Qué le pasará a Jess?

Rutago volvió a meter las alhajas en la alforja. Con ademán ceremonioso ofreció su brazo a Jess y la condujo hacia la escalera.

Uno de los hombres dijo con expresión afable:

—Rutago es un loco pero también un buen amante. Después de él, todos nosotros. La fugitiva tiene suerte.

Las siete mujeres condujeron a Logan fuera de la sala principal, siguieron a lo largo de un vestíbulo, y llegaron a una especie de gabinete, dominado por una enorme cama sobre la que había un cobertor de color pálido hecho con seda importada.

Dirigidas por la Muchacha Gris, las mujeres despojaron a Logan de sus ropas, y lo llevaron a una sala de aseo, donde ajustaron la temperatura á la de su cuerpo y lo empujaron hacia los dispositivos de espuma. Luego fue secado con cálidas corrientes de aire, le pusieron perfume y polvos, y le administraron una inyección de Amor Eterno.

Las mujeres pasaron al gabinete. Cuando él entró estaban desnudas, mostrando sus dorados cuerpos, reclinadas a los pies de la cama sobre el que se había tendido la Muchacha Gris, cuyo aspecto sugería aislamiento, opacidad y hermosura. Tomó de la mano a Logan, lo miró a los ojos y le sonrió con expresión felina.

—Hazme el amor como un salvaje —le susurró con voz ahogada pasándole la mano por un muslo—. Cólmame de placer.

Las demás sonrieron también. La de ojos verdes exclamó:

—Sí, hazle el amor como un salvaje. Y luego házmelo a mí.

El primer orgasmo fue agradable.

El segundo estuvo bien.

El tercero resultó indiferente.

El cuarto le causó dolor.

El quinto fue una agonía.

El sexto una verdadera desesperación.

¿Dónde estaría Jess y qué harían con ella? ¿Dónde encontrarían el antídoto?

Rutargo esperaba en la habitación de arriba. Había esparcido las joyas por el suelo donde brillaban como charcos de fuego. La puerta de la sala de aseo se abrió. Rutago hizo una señal de asentimiento.

—Acércate a mí, fugitiva —dijo.

Jessica avanzó por el suelo cubierto de gemas. Su rostro no expresaba ninguna emoción. Llevaba un vestido muy fino de tela de plata.

El gitano la despojó de él y la atrajo hacia sí.

Pero ella estaba rígida como una estatua de madera.

La acarició.

Ella no varió de actitud.

La besó apasionadamente y la acarició de nuevo con manos ávidas.

Pero Jess continuó impasible.

Jessica estaba junto al largo bar mientras Rutago paseaba por la estancia, con el rostro contraído por la cólera.

—Cumple tu promesa —le dijo Logan—.… Adminístrale el…

—¿El antídoto? ¡No!

Logan apretó los puños.

—Los dos hicimos lo que pedías.

Rutago sonrió salvajemente mirando a Jess.

—He sido engañado por una fugitiva. No ha hecho el menor esfuerzo. Utilizaré otro sistema.

—Arráncale un diente —sugirió uno de los gitanos con expresión cruel—. O una uña.

—Se me ha ocurrido otra cosa —dijo Rutago haciendo caso omiso de la idea.

Miró a Logan con aire suspicaz.

—Pero lo harás tú —dijo.

Logan pudo notar cómo el veneno empezaba a obrar sus efectos. Jess tenía la cara cenicienta y respiraba con dificultad, conforme el hemodromo penetraba en su sangre. Pero nada podía hacer para evitarlo.

Cuatro de las mujeres levantaron a Jess y la tendieron sobre el pulido mostrador del bar, reteniéndola por las muñecas y los tobillos mientras las otras esperaban con expectación lo que diría Rutago.

El jefe gitano saboreaba su situación de superioridad. Avanzó unos pasos y colocó sus manos en los hombros de Logan como si éste fuera su mejor amigo.

—La fugitiva va a sentirse muy mal dentro de poco. ¿Quieres el antídoto?

Logan hizo una tensa señal de asentimiento.

—Pues entonces… —Rutago entregó a Logan un cuchillo corto, con el mango de hueso—, córtale una onza de carne… de donde quieras.

Logan palideció. Imposible acceder. Era un acto inhumano. Aunque ¿los proyectiles dirigidos eran acaso humanos? Le pedían que torturase a la mujer que le había salvado la vida.

Pero si no aceptaba el reto, Jess moriría.

—¿De cualquier sitio? —preguntó.

Rutago hizo una señal de asentimiento, mientras sonreía con expresión beatífica.

La Muchacha Gris puso sobre el mostrador unas finas balanzas. En uno de los platillos había una onza de oro.

Logan se inclinó sobre Jess. Ésta había cerrado los ojos, lo que era una circunstancia afortunada. Rasgó la tela de su vestido junto a una cadera, dejando al descubierto la blanca piel. Colocó una mano sobre la parte superior del muslo, y ocultándolo con el cuerpo, tanteó con el pulgar hasta dar con el nervio plexus en la parte interior. Ejerció fuerte presión. Jess dio un respingo.

Había usado el cuchillo con rapidez y eficacia.

El trozo de carne recién cortada fue puesto en el platillo y la balanza se equilibró. Logan arrojó el cuchillo lejos de sí.

Rutago lo miró fijamente, mientras movía la cabeza.

—Me has engañado —expresó con enojo—. No te daré jamás el antídoto.

«¡Basta!», exclamó Logan para sus adentros.

Ciñó a la Muchacha Gris con un brazo, dobló una rodilla y se puso a la chica sobre la pierna.

—¡Dale el antídoto o le parto la espina dorsal a esta bruja!

La Muchacha Gris tenía el rostro congestionado por el dolor; los ojos parecían ir a salirle de las órbitas y su boca estaba contraída.

Rutago quedó inmóvil, sin saber qué partido tomar.

—¡Responde! —le apremió Logan, incrementando su presión.

—Tercer dedo, mano izquierda —farfulló la Muchacha Gris.

Disgustado, Rutago extendió la mano en la que llevaba el anillo. Logan lo olió y quedó satisfecho.

Rutago vertió el contenido en un vaso de agua que entregó a Jess. Temblorosa y con la piel mojada por el sudor, la joven bebió el líquido.

Logan hizo seña a Jess para que lo siguiera al exterior.

—Toma uno de los reactores y vete a buscar la pistola —le dijo—. Ya me reuniré contigo.

Jess caminó cojeando hasta la puerta y la traspuso. Se oyó un ruido metálico y desapareció.

Logan esperó a que Jess se hubiera alejado lo suficiente en el vehículo. Luego retrocedió lentamente sosteniendo a la Muchacha Gris ante él. Levantándola de pronto la arrojó con todas sus fuerzas contra el grupo de gitanos, que se dispersó.

Volvió a salir y montó sin pérdida de tiempo en el reactor más próximo, accionando el pedal de puesta en marcha. El vehículo partió a gran velocidad entre grandes llamaradas.

Sabía que los gitanos emprenderían inmediatamente su acoso. Las ramas de los árboles le golpearon cuando se abría camino por entre ellas. Procuraba mantenerse a poca altura, rumbo a la comarca herbosa, intentando eludir a sus enemigos antes de ir a donde estaba Jess.

De niño le había gustado mucho cabalgar en artefactos similares, pero aquél no era de fácil manejo. Tenía una fuerza de reacción poderosísima y en extremo caprichosa y era necesaria mucha habilidad para gobernarlo. Sus repentinos encabritamientos amenazaban con tirarlo de la silla. Sin embargo, fue adquiriendo confianza conforme se acostumbraba a las extravagancias de la máquina y acabó por sentirse tranquilo cuando avanzaba raudo, sintiendo la gozosa sensación de que sus heridas estaban curadas y que tenía libres las manos.

Los gitanos podían perseguirle cuanto quisieran.

Logan vio a sus adversarios en el momento en que trasponía una alta roca. Eran seis y lo seguían muy de cerca. Se sumergió en el hueco que formaba el lecho de un arrollo, casi rozando el suelo, con las llamas del escape calcinando la tierra.

Había tomado el reactor que usaba la Muchacha Gris, y que estaba dotado de una velocidad muy superior a la de los otros. Vio cómo gradualmente sus perseguidores quedaban atrás hasta perderse de vista.

Se encaminó hacia donde debía encontrarse Jess.

De pronto observó que uno de sus adversarios se había destacado del grupo y se acercaba a él volando en ráfagas vertiginosas sobre los pliegues y ondulaciones del terreno. Los rayos del sol poniente arrancaban brillantes destellos a las piedras preciosas que adornaban su máquina.

Era Rutago.

Logan apretó a fondo el acelerador, pero el otro continuaba reduciendo la distancia, milla a milla.

Logan distinguió a Jess cuando entraba en Lame Johnny. Estaba a cosa de una milla de distancia y seguía una ruta irregular. La muchacha se sentía débil por la pérdida de sangre y no podía controlar debidamente su vehículo. Si había llegado hasta allá era por simple fuerza de voluntad, pero los nervios podían fallarle de un momento a otro.

Logan aceleró cuanto pudo, con el fin de alcanzarla.

Rutago hizo lo propio, sonriendo pictórico de gozo.

Lame Johnny se encontraba bajo ellos, y Logan se tambaleó en su silla, conforme las rápidas corrientes atmosféricas daban contra el reactor. Viró hacia la derecha cortando el lecho del río y reanudó su velocidad meteórica. Rutago estaba ya casi encima de él.

El rey lo había alcanzado; el hombre que consiguiera cabalgar sobre el Cable. Logan había oído hablar de aquella gesta legendaria, que muchos intentaron aunque sin lograr coronarla. Tratábase de asirse al cable de «durasteel» que cruzaba el Atlántico de costa a costa sobre las olas y las tempestades. Sólo uno logró recorrerlo de un extremo a otro, desafiando los vientos y las tempestades, el frío y las nieblas, y éste era Rutago. Rutago, el rey.

Logan se dispuso a defenderse. Pero ante su profunda sorpresa, el reactor de Rutago pasó junto a él como una exhalación acercándose a Jess.

El gitano maniobró de manera que la fuerza de su propulsor alcanzara el vehículo que ocupaba la joven, la cual vaciló en su asiento. Una nube de humo surgió del reactor, y éste empezó a caer mientras la muchacha se esforzaba para dominarlo. Entretanto, Rutago describía tranquilas vueltas en el aire, guiando diestramente su máquina, jugando con su víctima.

Jess consiguió recuperar la estabilidad, pero el otro volvió al ataque acorralándola contra los rojos muros de granito del acantilado. El rostro de la joven estaba contraído por el terror. En cualquier momento podía perder el equilibrio y caer de la silla.

Logan disparó su vehículo hacia arriba con ánimo de atraer a su antagonista. Pasó a su lado como una flecha y logró desplazarlo en una maniobra arriesgadísima. Luego continuó sobre el lecho del río rozando las paredes del barranco, mientras el agua hervía y se agitaba bajo él.

Rutago no pudo resistir la tentación y haciendo uso de su magnífica destreza, se dispuso a perseguir a Logan, lanzándose hacia adelante con la velocidad de una centella. Logan creyó volver a los lejanos tiempos de su infancia cuando torpemente intentaba cabalgar en su primer reactor. En cambio, su enemigo maniobraba fríamente con un total dominio de su arte. Pero ¿qué pasaría en cuanto se cansara de aquel juego?

Volvería al ataque contra Jesse… a no ser que él consiguiera abatirlo antes. Pero ¿cómo?

Logan describió un círculo y lanzó su reactor contra Rutago. Éste viró a la izquierda, y Logan, hizo lo propio, poniendo suma atención en la maniobra y acelerando al máximo. Rutago quedó boquiabierto unos momentos, al ver cómo Logan saltaba de su silla, y empezaba a caer hacia el Lame Johnny, cuyas aguas espumeaban abajo. La larga zambullida en el vacío lo llevaba directamente hacia los rápidos.

La punta del tubo reactor había alcanzado a Rutago por debajo de las costillas, arrancándole el estómago conforme proseguía su ruta hasta estrellarse en la pared del barranco.

Logan cortó las aguas como un cuchillo y los rápidos lo envolvieron, lo arrastraron, absorbiéndolo en sus torbellinos. Volvió a emerger casi ahogado, esforzándose por mantenerse a flote. Un poco más allá, grandes rocas surgían de las aguas.

Lo último que vio Logan antes de hundirse otra vez fue el rastro de humo de la averiada máquina de Jess, trazando una línea en el cielo.