Lleno de violencia contenida, el operador permanece en su asiento ante el tablero.
No ha comido.
No ha dormido.
Los técnicos lo evitan. Ninguno le dirige la palabra.
Su mirada se posa fulgurante en el cuadro. Algo ha brillado en él. Los registros acusan la presencia de un fugitivo.
Está en Dakota del Sur, en las Montañas Negras.
Se siente electrizado.
La caza se reanuda.
PRIMERAS HORAS DE LA MAÑANA…
Una vez se hubo decidido emprender los trabajos del proyecto Crazy Horse, la enorme montaña de granito se transformó en la base de un colosal monumento, en cuya realización se emplearía medio siglo. Un jinete indio, de doscientos metros de altura y otros tantos de longitud, cabalgaría por aquellos lugares, excavado en seis millones de toneladas de roca de Dakota. Toda una montaña se transformaría en figura legendaria elevándose en proporciones gigantescas por encima del tenebroso bosque, hasta el punto de dejar empequeñecidas las cabezas de la roca de Rushmore.
El autor de la escultura era Korczak Ziolkowski, y bajo su dirección, 150.000 toneladas de roca eran arrancadas cada año para dar forma a su sueño de artista. Transcurrida una década, más de un millón de toneladas de granito yacían pulverizadas a los pies del monte. La pluma que adornaba la testa del gran jefe sioux empezó a destacar orgullosa. Obsesionado por su proyecto, Ziolkowski recorrió diversos continentes extrayendo dinero a los ricos, los orgullosos, los titulados, etc,… y los gastó en pólvora, dinamita, cordita, herramientas, grúas y cables.
Los trabajos continuaron. Gradualmente la montaña fue labrada. Varias naciones contribuyeron con importantes sumas, entusiasmadas ante la idea de ver inmortalizada en piedra la figura de aquel gran luchador que se llamó Caballo Loco, montado en su fogoso corcel. Millares de trabajadores y de artistas se afanaron en pulir los ijares del ciclópeo caballo. Taladros con punta de diamante y martillos percutores penetraron hasta las entrañas de la roca.
Con infinita lentitud la figura fue adquiriendo forma y destacando contra el cielo de Dakota. Thashuncauitco, Crazy Horse, Caballo Loco, el implacable jefe indio que aniquiló al Séptimo de Caballería mandado por Custer en el Little Big Horn, quedó así inmortalizado en aquel inhóspito paraje.
El mundo entero contemplaba la obra, maravillado.
Cierta tarde de abril, tres años antes de que el monumento se completara, un obrero llamado Balder «Big Ed». Thag estaba desbrozando el terreno en el lado este de la estatua, cuando observó que por una hendidura en las rocas surgía cierto extraño y ululante sonido, producido por una corriente de aire que brotaba del interior de la montaña.
Thag se acercó a la abertura y miró. El viento soplaba con tal fuerza que tuvo que afianzarse contra el suelo para no ser derribado.
Por desgracia para Thag —eran exactamente las 4:27— el lúgubre viento cesó de improviso y se produjo un momento de silencio absoluto. En seguida la corriente volvió a soplar, pero esta vez a la inversa, absorbiéndolo todo con fuerza incontenible. Thag no tuvo tiempo para adoptar las debidas precauciones, perdió el equilibrio, y fue lanzado al interior cayendo vertiginosamente en el vacío.
La montaña continuó respirando, pero Thag dejó de hacerlo a los pocos segundos.
Se tardaron varios años en descubrir las cavernas de Crazy Horse.
Excavadas por corrientes de agua desde tiempo inmemorial en la base calcárea del monte, resultaron formar la más extensa red de cuevas del mundo. A su lado las de Carlsbad no eran más que el escondrijo de un gusano.
Una vez llegados a Custer, en Dakota del Sur, la voz procedente del coche dijo a Logan:
«Están entrando en territorio prohibido. No se permite continuar la ruta».
Al amanecer se alejaron de la red viaria y empezaron su marcha por terreno descubierto.
En un profundo barranco cercano al monte Crazy Horse vieron una placa de metal blanco con el siguiente aviso:
TERMINANTEMENTE PROHIBIDO TRASPONER ESTE PUNTO.
¡PELIGRO DE MUERTE!
GOBIERNO DE LOS ESTADOS UNIDOS.
Oculto entre la maleza, había un pedestal deforme y oscuro. Y otro un poco más lejos. Y otro, y otro, en una progresión unida por un rayo de luz invisible.
Un cervatillo de piel moteada salió de su escondrijo y avanzó por el barranco con paso delicado. Husmeó el aire tratando de detectar algún peligro. Pero nada había de alarmante por los alrededores.
Se acercó al rayo invisible.
En la alta cima de granito del monumento, unas plumas de bronce se estremecieron y algunos circuitos entraron en acción.
El cervatillo bajó su cabeza para lamer el agua cristalina que le ofrecía un charco formado en la roca. No había visto las sombras que gravitaban sobre la tierra cubierta de flores. No vio tampoco las dos formas doradas que surgieron de la claridad solar.
Sus ojos eran como diamantes que perforasen el aire. Sus patas tenían cortantes espolones. Sus picos de acero adoptaban un rictus asesino.
Las águilas metálicas atacaron.
El cuerpo destrozado del cervato con la piel cubierta de sangre, quedó en el suelo.
Logan miró el letrero.
—Ya casi hemos llegado —dijo.
—«Peligro de Muerte» —advirtió Jessica vacilando.
—Vamos. Hay que continuar —le animó Logan, oprimiendo la culata de su Arma.
Con velocidad constante las águilas se deslizaban bajo la curva del cielo, desplegando en el aire tranquilo sus alas de ocho metros. Las corrientes atmosféricas sostenían aquellos cuerpos de metal en sus deslizamientos y en sus círculos. Las pupilas fotoeléctricas se fijaron en las dos lentas figuras, pequeñas como hormigas, que caminaban muchos metros más abajo.
Unos mandos de cobre instalados en los cerebros de metal ordenaron: «¡Matad!».
Las águilas iniciaron su vuelo en picado.
Fue entonces cuando Logan las vio. Dando un empujón a Jess la arrojó al suelo y se tendió sobre ella. Recibió el impacto en plena espalda, sintiendo un dolor terrible. Bajo sus ropas rasgadas, tres profundos cortes iban desde sus hombros a su cintura cubriéndolo de sangre. Con la vista nublada alargó la mano hacia el lugar herboso en que había caído el Arma.
El sol arrancó destellos a los cuerpos dorados en su vuelo ascendente. De improviso, las águilas viraron, lanzándose otra vez al ataque. «¡Matad!».
Los dedos engarfiados de Logan intentaron asir el Arma por entre las espesas hierbas, pero no lo logró en el primer intento. Parpadeando fuertemente a causa del dolor, oprimió la culata de nácar con las dos manos y se volvió hacia sus enemigos. Ahora se sentía más seguro. Dobló una pierna, afirmó el talón y apuntó. Un fuerte dolor le agarrotaba los miembros.
Las dos sombras se abatieron velozmente sobre él, ennegreciendo el cielo, mientras lanzando un grito, sus dedos oprimían el gatillo. El disparo penetró como un fuego humeante por entre los cuerpos negros, y los dos pájaros explotaron y cayeron al suelo en una lluvia de fragmentos de cobre.
Las aguas del arroyo brillaban como plata al pasar suavemente sobre las rocas pulidas y frías. En la orilla umbrosa, cubierta de musgo, Jess mojó un trozo de tela y limpió cuidadosamente la maltrecha espalda de Logan, que se había quedado dormido. Jess dejó el trapo y se sentó mirando a su compañero. Alargó una mano para tocarle el pelo. Él movió los labios murmurando: «Jess…». Intentó sentarse pero ella lo tranquilizó acariciándole con sus suaves dedos.
—Sigue echado —le dijo.
Jess examinó las heridas que destacaban sobre la piel color cera de Logan y observó la fiebre que alteraba sus pupilas. Él la miró a su vez, sin reconocerla.
—Descansa —repitió la muchacha—. Necesitas dormir.
Escuchando el sonido de su voz, Logan sintió cómo su tensión disminuía. Por encima de ambos, las ramas de los árboles se movían cual enormes abanicos de ondulante y verde sombra. Aquella calma acabó por librarle de los últimos restos de tensión. Empezó a respirar suavemente y el pulso de su nuca se hizo más regular.
—Hay que continuar la marcha —dijo—. Ballard. Es preciso…
—Calla. Tranquilízate —repitió ella.
Empezaron a andar de nuevo, mientras la figura ingente de Crazy Horse se elevaba hasta una altura increíble. La pluma del guerrero se perdía en las nubes.
Había dado con la antigua senda, que el paso de los años había cubierto de hierba, y que llevaba a la base de la montaña. A su final se encontraba la entrada de la cueva. Logan y Jess se introdujeron bajo la bóveda envuelta en sombras, y hubieron de esperar unos instantes hasta que sus pupilas se fueron ajustando poco a poco a la oscuridad.
El suelo estaba recubierto por una espesa capa de fragmentos de roca, nunca hollados por seres humanos. El ruido de sus pasos despertaba ecos en la profundidad de la caverna.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Jess.
—Creo que podré seguir.
El túnel se ampliaba. Rodearon un abrupto saliente y de pronto quedaron inmóviles.
El Pensador apareció ante ellos.
Una constelación de puntos semejantes a luciérnagas parpadeaba hasta perderse en la distancia. Un inmenso silencio electrónico reinaba en el lugar. La interminable y luminosa opacidad incidía en las más distintas zonas, llegaba a todos los lugares: Tánger, Londres, Macao, Capri y Beirut, El Quederef, Chateau-Chinon y Wounded Knee. De aquella caverna partía la fuerza capaz de mover los aparatos de un dispensario en Chemnitz, o las instalaciones de una Casa de Cristal en Shropshire, o un dispositivo de llamada en Billings, Montana… El inmenso cerebro dentro de la montaña, difundía sus señales por todo el sistema nervioso del globo terráqueo, alcanzando los más remotos parajes, ciudades, villas, pueblos… poniendo orden donde no lo había, y llevando la calma a lugares sumidos en la confusión.
Nada escapaba a su vigilancia.
Era la obra más completa que hubiera podido producir la era de los computadores. Una prolongación directa de los cerebros electrónicos instalados en Columbia y Gal Tech en la década de 1960. Una incidencia masiva en el campo de la tecnología basada en el sistema «solid state», donde un computador quedaba unido a otro dentro de una red cuyo alcance se hacía cada vez más amplio y complicado.
El presidente Curtain fue el primero en sugerir que el Pensador fuera trasladado desde Niágara a las cavernas de Crazy Horse, y al desaparecer en 1988 el Partido Republicano, la ley quedó aprobada sin oposición alguna. El coste de las instalaciones se estimaba en veinticinco billones de dólares.
Los viejos lo habían construido para que fuera utilizado por los jóvenes.
—Es casi… pavoroso —dijo Jess.
Descendieron por la espiral del tubo. Al fondo había un lugar pletórico de comunicaciones, lleno de claridad, en donde, a intervalos regulares, aparecían túneles oscuros. Logan se quedó perplejo. ¿Qué representarían aquellas zonas desprovistas de luz? Pero no tardaría en descubrirlo.
Pisaron el pulimentado suelo y antes de llegar a la primera zona oscura vieron una placa de metal que aparecía sujeta a la lisa superficie de un computador. Decía:
CATEDRAL - JCV 6° 49883
Complejo Occidental. Los Ángeles, California.
América Occidental.
El aullido de una sirena rasgó el silencio. De las profundidades de los pasadizos algo se acercaba a gran velocidad envuelto en vapores sulfúricos.
Logan agarró a Jessica de la mano y echó a correr.
El sonido se intensificaba.
La «cosa» se iba acercando con alarmante rapidez, entre aullidos y chasquidos estridentes.
Los alcanzaba.
Se sumergieron en la oscuridad del túnel. La sirena dejó de sonar.
Logan se volvió dispuesto a la defensa. En su mano, el Arma era como un dedo que amenazara de muerte. Jess se había agachado tras de él. En la boca del túnel la presencia pavorosa del robot se había quedado inmóvil.
El Guardián esperaba sumergido en una claridad lunar, quieto, excepto por un ligero parpadeo luminoso tras de la placa de cristal que formaba su rostro. Media tonelada de elementos destructivos latía en su armazón plagado de elementos letales.
«Estamos perdidos», pensó Logan. Porque incluso un Arma como la suya resultaría inútil contra semejante enemigo. Pero ¿qué lo mantenía detenido allí? ¿Por qué no se lanzaba contra ellos? Logan tragó saliva. Miró hacia arriba y vio otra placa.
UNIDAD MULTIOPERATIVA INFERIOR
VJK 8.° 1704
Océano Pacífico.
Hemisferio Occidental.
—¡Mo… Molly! —jadeó Logan.
En efecto. Tal era la causa por la que el robot desistía de su ataque. Por la que se había quedado inmóvil. Estaban en una de las zonas marginales, que no existían para él. Logan sacó velozmente algunas conclusiones. Catedral. Molly. Dos sectores muertos; dos etapas abandonadas en la línea que llevaba al Santuario.
Lo que significaba que la siguiente zona oscura sería la etapa número tres. Pero ¿cómo llegar hasta ella?
Logan y Jess avanzaron por el corredor. El Guardián continuaba inmóvil. Al otro extremo había luz. La máquina no podría seguirlos por el estrecho paraje. En todo caso, tendría que dar la vuelta. Pero ¿dispondrían de tiempo suficiente para rebasarlo?
—¡Vamos! —apremió Logan.
Echaron a correr.
El Guardián vibró dispuesto a la acción.
Corrieron como zorras perseguidas por sabuesos, hacia la nueva superficie oscura. El Guardián se lanzó hacia adelante.
¡Estaban otra vez en la oscuridad!
Él Guardián se detuvo.
Etapa tercera:
WASHINGTON - LLI °7 5644
Distrito de Columbia.
América Oriental.
—Aquí es donde debió llevarnos el vehículo cuando salimos de Molly —dijo Logan—. Ballard está en este sitio, en Washington.
—Pero ¿cómo vamos a poder…? Esa cosa no nos dejará —repuso Jess.
Logan examinó el sector.
—Creo que existe otro camino —indicó.
Virando y zigzagueando por entre la inmensidad espacial sumergida en una claridad electrónica, se veían unos peldaños excavados en la dura roca. Mas para llegar a ellos, deberían recorrer un cuarto de milla de espacio iluminado.
Logan se metió el Arma en el cinto y se deshizo de los zapatos. El Guardián no hacía movimiento alguno. El silencio era total.
Aspirando una gran bocanada de aire, Logan echó el brazo hacia atrás y lanzó uno de los zapatos cuan lejos pudo.
Cuando dio en el suelo, el Guardián se volvió, y lanzóse hacia allí.
—¡Vamos! —ordenó Logan.
Pero la muchacha estaba agarrotada por el miedo.
—No lo conseguiremos… No será posible…
—¡Corre! ¡Corre!
Se lanzaron hacia la escalera.
El robot había llegado a donde estaba el zapato. Zumbó unos instantes. Un dispositivo actuó en su pecho, y un rayo destructor redujo a cenizas el zapato. La máquina dio marcha atrás, volviéndose hacia Logan y Jess.
La muchacha resbaló y cayó de rodillas sobre el pulido suelo. Pero Logan la levantó y los dos continuaron corriendo.
La sirena del Guardián estremecía el aire con sus aullidos.
Pasaron por brillantes y deslumbradoras galerías.
Logan arrojó el otro zapato, lo que les proporcionó unos segundos más.
Continuaron su huida perseguidos por el robot.
Habían llegado a la escalera.
Logan y Jesse se lanzaron hacia los peldaños de granito y empezaron a subir. El Guardián se detuvo.
—¿Nos seguirá?
—No puede —respondió Logan—. La escalera no está metalizada.
—¿A dónde vamos?
—Adonde nos lleve este camino.
Continuaron subiendo.
Peldaños y más peldaños.
La espalda herida de Logan le producía un intenso dolor. También la mandíbula le molestaba mucho. El cansancio empezaba a hacer presa en él. El breve descanso junto al arroyo había contribuido muy poco a aliviarle.
Conforme subían, la oscuridad se incrementó. La irradiación procedente del espacio inferior se fue alejando. Entraron en una zona de penumbra y luego de oscuridad total. A Logan le agradó perder de vista el precipicio que se abría tras ellos. El amplio espacio donde se hallaba el Pensador le producía una sensación de vértigo. Se dijo que era mejor mirar sólo hacia arriba.
De pronto quedó inmóvil, sosteniendo a Jess tras de él.
Alguien bajaba la escalera.
¿Sería Ballard?
Logan se apretó contra la pared rocosa con la mirada fija en el rayo de luz que se iba acercando paulatinamente a ellos. Logan pudo distinguir que llevaba el uniforme de un Vigilante. Su cara no era la de Ballard.
¡Frenéis!
Levantó el Arma y con la mirada fija en su antagonista murmuró:
—Jess. Dime lo que piensas. Sé que no te gusta que se mate a nadie. Pero se trata de un Vigilante armado con una pistola de proyectil dirigido. O me adelanto, o él nos alcanza primero. ¿Qué prefieres?
Se produjo un silencio.
—Jess… Jess… —apremió Logan.
Pero al volverse, vio que los peldaños estaban vacíos. Jess había desaparecido.
Se sintió anonadado. ¿A dónde habría ido la muchacha? No era posible que hubiese vuelto abajo.
Una voz suave pronunció su nombre.
—Logan… Logan…
Deslizó la mano por la superficie rocosa, y tocó una abertura.
Francis se había acercado veinte peldaños. La luz de su linterna zigzagueaba por la pared.
Logan se guardó el Arma y tendió sus manos hacia Jess.
—Estoy aquí…
Le tocó un tobillo.
—Sigue —le dijo—. Yo iré detrás.
El estrecho pasadizo se hizo aún más angosto. Logan y Jess parecían dos corchos en el gollete de una botella. Se escuchó un sollozo ahogado. La muchacha no podía continuar. Notaban la presión de Crazy Horse alrededor de sus cuerpos. Logan sintió una intensa sensación de claustrofobia. Pero hizo lo posible por eludirla.
—Creo que el agujero se ensancha un poco —dijo Jess.
—Procura pasar —le respondió él con voz ahogada—. No podemos retroceder.
Las caderas de la muchacha rozaban la hiriente y sinuosa cavidad, conforme iba avanzando centímetro a centímetro.
Consiguieron ponerse a gatas. El techo se elevaba. Finalmente se irguieron dentro del corazón de la montaña.
El áspero suelo de piedra hería los pies descalzos de Logan. La oscuridad continuaba siendo impenetrable.
—¿Por dónde seguimos? —preguntó Jess.
Logan la tomó de la mano y ambos continuaron su camino con muchas precauciones. El pie de Logan se posó en el vacío, y hubo de retroceder rápidamente, luego de haber perdido el equilibrio unos instantes.
Probaron en otro sentido. El suelo estaba lleno de grandes agujeros. Una sola distracción y se desplomarían en el vacío. Hasta ellos llegaba el rumor de una corriente subterránea.
Logan siguió tanteando con el pie para evitar las simas. Dentro de aquella densa oscuridad, su oído detectaba una amplia sensación de distancias y de profundidades ubicadas en lugares distintos.
Tropezó con una pulimentada roca, y la siguió lentamente tratando de encontrar una salida. La roca se curvaba cual si fuera a cerrarse por completo. De pronto, sus manos se agitaron en el vacío. Había encontrado un pasadizo. Oyeron un lento gotear. ¿A dónde conduciría aquel corredor?
Habían perdido todo sentido de la orientación.
—Continuemos —dijo Logan.
Ascendieron por salientes rocosas, y se deslizaron por entre estalactitas, estalagmitas y húmedas columnas de piedra caliza. Se encontraban en un oscuro núcleo montañoso compuesto de dolomita, calcita y aljezón. El aire estaba impregnado de efluvios minerales.
De pronto, Jess se desplomó al suelo. Logan se arrodilló apretándola contra sí.
—Descansa un poco —le dijo.
Al cesar su movimiento, pudieron escuchar una especie de chapoteo acompañado de un rozar de diminutas y ásperas garras sobre la piedra. Un insecto corrió sobre la pierna de Jessica. La muchacha lanzó un grito, y se puso en pie temblorosa. Otros insectos parecidos, con las patas en forma de garras, empezaban a correrle también por la piel. Empezó a dar manotazos para librarse de ellos.
—¡Espera! —le dijo Logan—. Voy a hacer un poco de luz.
Desplazó hacia un lado una de las cachas de nácar que cubrían la empuñadura de su pistola y el resplandor del núcleo energético iluminó débilmente el espacio que les rodeaba.
Bullía en la caverna un enjambre de animales de las profundidades. En los charcos se agitaban cangrejos y salamandras con los ganglios ópticos atrofiados. Pero aquellos seres ciegos habían desarrollado papilas táctiles que les surgían de la cabeza en hileras. En las paredes de lava se veían arañas que tejían enormes telas grises, como esferas de reloj. Animales adelópodos se arrastraban por el suelo atrapando gorgojos y miriápodos entre la tierra vegetal poblada de hongos. Vivían allí y se habían adaptado a aquellas condiciones desde los tiempos del Pérmico y del Cretáceo. Había también cucarachas e insectos sin alas, pululando a millares.
Logan y Jess abandonaron el paraje a toda prisa, y prosiguieron su marcha velozmente por entre cortaduras profundas y estrechas grietas abiertas en los sustratos. Jess se detuvo a la orilla de un gran estanque de agua negra. Respiraba entrecortadamente y su cuerpo se estremecía por el cansancio.
—No… puedo… seguir —dijo.
—Si nos quedamos aquí, moriremos.
—De todos modos, no podremos salvarnos. Estamos irremisiblemente perdidos. Debes reconocerlo.
—De acuerdo. Estamos perdidos.
Estas cavernas se repiten indefinidamente. Moriremos aquí. Nos caeremos a una sima, o seremos aplastados, o pereceremos de hambre.
Logan estudió el agua bajo la claridad del núcleo energético, y al notar un ligero cabrilleo, declaró ceñudo:
—No moriremos de hambre.
El agua lo empapaba hasta los sobacos, cuando emergió llevando un fino y plateado pez, que se debatía entre sus dedos. Volvió adonde estaba la muchacha. La pistola se encontraba en el suelo, a su lado.
—No moriremos de hambre —repitió mirando fijamente al animal.
—¿Qué es eso? —preguntó Jess.
Logan le enseñó el pez con expresión triunfante.
—Un pez. Pero éste tiene ojos.
Tomó rápidamente su pistola.
—Vamos —dijo—. Hay que meterse en el agua.
Remontaron el rápido arroyo que alimentaba el estanque, agachándose de vez en cuando para evitar los salientes rocosos del techo. Torcieron dos pronunciadas curvas, y nadaron en sentido ascendente.
—¡Mira!
Frente a ellos brillaba la claridad solar.
Se apresuraron, conforme el resplandor ganaba intensidad.
Salieron al exterior, junto a una clara y fría cascada que producía sonidos musicales al desplomarse en una sima.
Respiraban de nuevo un aire fresco y limpio.