Examina los datos.
Informe: Doyle 10 tiene una hermana, Jessica 6.
Informe: El interrogatorio de la pequeña Mary-Mary revela que Logan está con Jessica.
Fija su mirada en la fría pantalla: Ninguna luz brilla en su superficie. Ninguna aguja indicadora oscila.
Los detectores de la red viaria guardan silencio.
El detector del Arma está también inmóvil.
El Rastreador continúa mudo.
Aunque parezca increíble, su presa se ha esfumado.
MEDIANOCHE
La palabra Infierno puede definir el antiguo concepto religioso de un castigo eterno. O aplicarse a mil millas de hielo cegador entre la bahía de Baffin y el mar de Bering. Un hiriente amasijo de témpanos y de icebergs, de hendiduras, abismos y de vientos glaciales. Un mundo cruel, asesino y remoto poblado solamente por una blanca inmensidad.
Infierno: catorce madrigueras en semicírculo a sotavento de una colina erosionada por los huracanes. Cada celda de hielo había sido excavada en la dura superficie por sombras de hombres y mujeres, a temperaturas bajo cero. Junto a la entrada de una de ellas, se observaba una reluciente mancha roja, allí donde un convicto ha sufrido una hemorragia pulmonar bajo el frío sol de media noche.
Los vientos helados habían formado una especie de tosco pedestal, sobre el que reposaba otro bloque de hielo tallado a mano, dentro de cuya masa transparente una forma oscura nadaba en glacial silencio.
No había guardianes porque no eran necesarios.
Nadie había logrado escapar de aquel Infierno.
Cuando Logan y Jessica llegaron se oyó sonar una sirena. Los mecanismos de la plataforma se encargaron de todo. Una inyección los dejó insensibles; luego fueron embalados y transportados por una amplia extensión laberíntica para ser finalmente arrojados al hielo.
La plataforma había desaparecido. Imposible volver al punto de partida.
Un celador se acercó. Caminaba agachado resistiéndose al viento e iba cubierto de pieles como un espantapájaros. Llevaba los pies envueltos en trapos y su cara parecía de cuero viejo manchado de yodo. Los ojos le brillaban bajo un gorro acartonado por la mugre.
Se inclinó sobre las dos figuras contraídas como ovillos y con sus manos tapadas por mitones deshizo las ataduras. Enrolló con cuidado las preciosas tiras y las guardó en un bolsillo de su parka.
El impacto del frío los aturdió.
Logan se puso trabajosamente en pie, ayudando a Jessica a levantarse. Bajo la glacial temperatura, los efectos de la droga empezaron a disiparse con rapidez.
—¿Dónde… dónde está la llave? —preguntó al celador, pensando que aquel hombre debía ser su contacto.
—Cuando se manda a alguien a este Infierno se tiran todas las llaves.
Logan sintió en la boca el acre sabor del miedo. Se hallaban en la ciudad-prisión a prueba de fugas emplazada en el Polo Norte.
—Venid. Os voy a leer el reglamento —indicó el celador volviéndose y echando a andar sobre la cegadora superficie.
Lo siguieron, dando traspiés. Él viento amainó hasta convertirse en un aullido sordo, cuando llegaron a la parte parcialmente protegida por el gran iceberg que se alzaba sobre las chabolas.
—Vuestros vecinos —dijo el celador.
Unas cuantas figuras envueltas en pieles los rodearon, emergiendo por parejas o por tríos de los oscuros agujeros excavados en el hielo. Logan contempló aquellas caras cadavéricas que clavaban en ellos sus miradas de lobo.
—Regla primera —dijo el celador—: Todo nuevo convicto puede elegir a un antagonista. Dos: éste podrá usar el arma que quiera para defenderse y defender sus pertenencias. Tres: el recién llegado combatirá sin arma alguna. Éstas son las reglas. No hay ninguna más… excepto que el vencedor tiene derecho a la mejor porción.
—¿Y si me niego a luchar? —preguntó Logan.
—Morirás sobre el hielo —respondió el celador—. Eso no cuenta para la chica —añadió con una mueca—. Más vale que empieces ahora mismo. Unos minutos más con esa ropa y no tendrás necesidad de combatir.
Bajo los embates del viento glacial, el traje de Logan parecía una fina gasa. Examinó las nudosas figuras, tratando de discernir cuál sería la más débil, pero le fue imposible. Todos eran supervivientes y estaban muy curtidos.
Señaló al azar.
—Ése —dijo.
El círculo se estrechó para ocupar el vacío dejado por el aludido, que avanzó hacía Logan. Era alto, de brazos muy largos y hombros huesudos. De entre el espeso vello de su pecho sacó un agudo estilete de hielo pulido a mano. Ocho pulgadas de hoja letal aguzada con cuidado de artista.
Sin pensarlo un segundo, atacó. El puñal lanzó un destello. Pero había avanzado su arma, demasiado de prisa y Logan aprovechó aquella ventaja para arrebatársela y estrellarla contra el suelo donde se hizo pedazos. Resbaló sobre uno de ellos y cayó. El otro se lanzó sobre él aferrándolo por el cuello.
Logan sintió el contacto de sus dedos nervudos acercándose a su tráquea.
Pero pudo librarse de aquella tenaza y dirigiendo a su enemigo un golpe terrible, lo alcanzó en la nuca, dejándolo sin vida.
El celador pareció decepcionado y sorprendido. El círculo de ojos se había posado con expresión hambrienta, en el cadáver que ya empezaba a helarse. Desnudaron el cuerpo y lo arrastraron.
—Se llamaba Harry 7 —explicó el celador—. Toma sus ropas y recoge sus pertenencias. —Se acercó a la boca de una chabola—. Este refugio es tuyo. Harry no tenía mujer. Así es que puedes compartirlo con la chica.
Logan siguió a Jess a aquel fétido antro, abierto en la costra de hielo. Una vez dentro se pusieron con toda rapidez las malolientes pieles que habían envuelto a Harry 7. La temperatura era veinte grados superior a la de fuera, pero aún así resultaba terriblemente fría.
Se sentaron el uno junto al otro sobre una tenue capa de cintas de envolver, extendida sobre el hielo. Cuando él se aproximó todavía más, Jess se apartó con cara de disgusto.
«Bueno. Ya estamos peleados otra vez», pensó Logan colérico. Ella estaba segura de que las posibilidades de ambos eran mínimas. Seguían con vida gracias a los harapos de un hombre que había muerto; pero le era imposible aceptar como bueno el que su compañero hubiera tenido que matarlo para hacerse con ellos.
—Oí lo que decías mientras nos situábamos sobre la plataforma —dijo Logan—. Escondí el Arma para que nuestro contacto no me relacionara con los Vigilantes. Si la hubiera guardado tendríamos alguna posibilidad de defendernos. En realidad, tú me necesitas más que yo a ti.
Notó cómo ella se apretaba contra su costado.
—¿Qué será de nosotros? —le preguntó.
—No podemos hacer nada hasta que no conozcamos mejor este lugar —repuso Logan.
Se oyó un ligero restregar de pies y apareció el celador.
—Venid. Voy a mostraros a Tom el Negro.
Lo siguieron, y el celador los condujo por un breve trecho bajo el viento helado.
—Aquí lo tenéis —indicó con ademán teatral.
Miraron la forma encerrada en el bloque de hielo transparente. Pero no se trataba de un hombre completo, sino tan sólo de parte de un hombre.
La forma no tenía piernas, y uno de sus brazos no era sino una especie de muñón aplanado como un remo. El otro se arqueaba hacia adelante terminando en unos dedos provistos de garras. El cuerpo carecía de todo vestigio de grasa y los huesos destacaban en todo su relieve. El brazo arqueado parecía haber querido aferrarse a la vida: La cabeza se apretaba contra el hombro. En la cara retorcida destacaban unas pupilas blancas como la leche. La exposición a los elementos había momificado su estructura.
Era negro.
—Pera antes fue blanco —explicó el celador.
Jessica apartó la mirada.
—Está ahí por un motivo —continuó el guardián—. Y no precisamente para hacer bonito. Aprended la lección. Sobrepasó los dos años de estancia en él Infierno. Al final del primer año quedó ciego por la refracción. Al cabo de un mes, se le helaron las piernas, pero ni aun esto lo detuvo. Excavó dos chabolas y curtió las pieles que lleváis. Dicen que se arrancó el brazo de un mordisco al quedarle atrapado en un deslizamiento. El caso es que volvió sin él. Vivió más porque aprendió más deprisa. —Escupió sobre el hielo—. Yo paso ya de un año. Ningún otro puede decir lo mismo. Haced lo que se os mande y tal vez viváis una semana.
—¡Salvajes! —exclamó Jess—. ¿Por qué vivís dé esta manera?
El celador esquivó contestar de manera directa.
—Vale más vivir que morir.
—Podríais colaborar unos con otros —prosiguió Jess—. Trabajar en común en vez de destruiros mutuamente.
—¿Trabajar en qué?
—En producir alimentos; en hacer vestidos y herramientas…
—Aquí hay muy poca materia alimenticia, escasas ropas y ninguna herramienta. Para construir algo hacen falta madera, piedra y metales. Pero el único metal existente es el de Box.
Un hombre se acercó, depositando a sus pies un bulto húmedo.
—Ahí tienes tu parte —dijo a Logan.
Éste deshizo la envoltura. Contenía el corazón y el hígado de Harry 7. Jess dio un paso atrás, horrorizada. Logan dejó caer el bulto, que produjo una mancha en la nieve.
—Nunca desperdicies la comida —le dijo el celador con brusquedad—. Esto no es un complejo en Nebraska. Toma tu parte. Cuando tengas hambre te la comerás.
—Debe haber otra cosa —dijo Logan.
—Quizá la haya por ahí —respondió el celador señalando con un amplio ademán la inmensidad del horizonte—. A una milla o quizás a cien encontrarás, si tienes suerte, algún cachorro de foca. Pero no es muy probable. Cierta vez, Tom el Negro cazó un oso blanco, con un arpón de hielo. El mes pasado murieron tres hombres cuando acosaban a una foca… y Redding perdió todos sus dedos. El hielo es demasiado grueso para poder pescar… si es que hay algún pez. Y si no lo consigues durante la primera hora, no verás la segunda. Shackleford se hizo una honda con tiras de piel; pero quedó helado antes de poder usarla. Claro que hay comida. Osos polares y perdices blancas, cercetas y nutrias. Pero saben esconderse, correr y saltar mejor que sus perseguidores. Escucha. Si no te gusta el menú, puedes largarte a donde está Box.
—¿Box? ¿Quién es?
—No se trata de un «quien», sino de un «qué».
Logan miró curiosamente al celador.
—Quizá tenga algún otro nombre, pero yo no lo sé —dijo aquél—. Quedó atrapado en una cinta transportadora después de haberse peleado con un joven de diez años. El mecanismo lo destruyó en parte, dejándolo medio muerto. Pero volvieron a montarlo y fabricaron las piezas que faltaban. Luego lo metieron en un vehículo que lo trajo hasta aquí. Ahora bien, no estuvo mucho tiempo por estos andurriales y ahora es muy difícil de localizar.
»Debo advertirte una cosa. Seguro que ha encontrado alimento y sabe cómo lograrlo. Si das con él, a lo mejor te enseña a ti también. Prueba dos millas al norte, junto al despeñadero —sonrió con malicia—. Pero no creo que esté esperándote.
—Nos arriesgaremos —dijo Logan.
—Muy bien. Marchaos —repuso el celador—. Pero no volveréis.
Cuando salieron de su refugio el viento los impelió con fuerza hacia adelante.
Box vivía en un mundo blanco. Se movía por entre tempestades de hielo pulverizado, en medio de la más completa soledad. Jamás se fatigaba, no sentía frío y una parte de él no dormía nunca. Habitaba un espacio poblado de porcelana y mármol; de alabastro y marfil. Convertía en castillos a los icebergs, y en palacios las escarpaduras glaciales. Flotaba como una nube por las heladas inmensidades.
Pero estaba contento.
Box vio acercarse a las dos vacilantes figuras agachadas contra la ventisca. E inmediatamente desapareció.
Logan se esforzaba en vencer la terrible fatiga. Los remolinos lo fustigaban tratando de cortarle el aliento; herían su rostro y sus manos, y penetraban como cuchillos por entre las pieles en que se envolvía. Los grandes taludes sobre la glacial llanura parecían alejarse de ellos. Nunca lograrían alcanzarlos. Se hallaban a diez mil millas de distancia. Eran tan sólo espejismos que los arrastraba hacia adelante, andando con pies pesados como el plomo, un paso, y otro, y otro, y otro…
Jessica tropezó y cayó.
Trató de incorporarla tirándole de un brazo. No le era posible avanzar. Ni retroceder. Las escarpaduras se inmaterializaban como un sueño. Acaso no hubieran existido nunca. Logan se agachó junto a Jess. La muchacha tenía los ojos cerrados. «Tiene que abrirlos», pensó soñoliento. «De lo contrario, morirá. Si no abre los ojos, morirá, y eso sería fatal».
«En cambio yo, aunque los cierre, puedo abrirlos de nuevo. No tengo problemas. Los abro. Los cierro. Le diré que los abra. Pero dentro de un rato. Ya verá lo fácil que es».
Logan cerró los párpados.
Era preciso abrirlos en seguida… al cabo de un segundo. Luego diría a Jess que también los abriera. ¡Era tan agradable tenerlos cerrados por algunos momentos! El viento había cesado de soplar; reinaba una extraña calma; no sentía frío. Abriría los ojos dentro de unos momentos, y no habría más problemas. Seguro que no habría más problemas.
Logan se quedó dormido.
Al despertar se vio rodeado por un friso de bestias de cristal que oscilaban dentro de un fuego azul. Parpadeó. El friso se solidificó. Hasta donde alcanzaba la vista todo estaba cubierto de nutrias y más nutrias que parecían haber surgido, como por arte de magia, de una extensión de hielo diamantino. Pero aún había más.
Logan se sentó, contemplando el increíble espectáculo.
Un pez cuyas escamas resplandecían con los colores del arco iris, estaba atrapado en una masa de circón.
Una morsa de largos colmillos y ojos que refulgían como un espejo mostraba un cuerpo veteado de negros y de púrpuras.
Una bandada de aves de cristal volaba por un cielo también de cristal.
Se entremezclaban planos y proyecciones. Una intrincada labor de cristales calados se elevaba en una sucesión de planos prismáticos, moteados de fulgores y destellos en tonos amarillos de flor, líquidos rojos, y azules cerúleos reflejándose los unos en los otros, el todo iluminado por una lámpara oval hecha de hueso tallado, que parpadeaba y siseaba. Y sosteniendo aquel débil encaje, una inmensa columna se elevaba hasta la bóveda de la gruta de hielo.
Logan se sintió como aprisionado dentro de las lágrimas de cristal de un candelabro.
La estancia olía a aceite de foca quemado.
Jess se hallaba en el suelo, junto a él. Sus párpados temblaron, despertó y ahogó un grito.
—Sorprendente, ¿verdad? —preguntó una voz bien modulada.
Frente a ellos vieron a un ser con las piernas de metal cromado. Desde el centro del pecho a las caderas se extendía una complicada madeja de resortes y cables. Tenía una mano en forma de herramienta cortante. Su cabeza era mitad de carne y mitad de metal.
—¡Es una máquina! —exclamó Jess.
—No. Ni máquina ni hombre, sino una síntesis perfecta de ambas cosas y más lograda que cualquiera de ellas. Tenéis ante vosotros al consumado artista cuya creatividad fluye de una combinación de hombre y de metal. El primero concibe con apasionamiento y con ardor; el segundo ejecuta con micrométrica exactitud. Ningún escultor podrá igualar jamás las grandezas que aquí veis.
¿De modo que aquel ser era Box? Una mezcla increíble de criatura mortal y de robot, habitante en un mundo fantástico creado por él mismo. Logan se preguntó cuánto de humano conservaría aún.
—Nos han dicho que puedes ayudarnos a encontrar alimentos.
—¡Mastuerzos! —profirió Box—. ¡Bestias! ¿Es que no pensáis más que en comer? ¡Estómagos andantes!
—Somos humanos y tenemos hambre —replicó Logan—. ¿Tú no comes?
—Es mi alma la que se alimenta. No mi cuerpo. ¡El arte antes que nada!
Jessica recorría con la mirada la resplandeciente sala.
—¡Qué bonito es todo! —exclamó en voz baja. La mitad de la cara de Box sonrió.
—Pues espera y verás cuando haya viento —explicó con un susurro—. Mis aves cantan. Mis grandes morsas respiran. Suenan las campanas del palacio. Y en el fondo de las grutas, se pronuncia mi nombre: Box… Box… —su voz se fue esfumando hasta sonar como un sollozo ahogado.
—Aves, peces, animales diversos —dijo Jessica con expresión absorta—. Posees de todo.
—Sí. Hay aquí toda clase de criaturas… excepto hombres —gruñó Box—. Los hombres me persiguen; anhelan mi metal. ¡Cómo les gustaría hacerme pedazos y fabricarse una estufa con mi cuerpo! De mis piernas saldrían finos cuchillos, anzuelos y flechas. Son como topos que se agitan y tropiezan en la oscuridad. He visto sus cuerpos yermos sobre el hielo, horriblemente feos e inútiles, batidos por la ventisca. Pero ahora os tengo a vosotros. Seres nuevos y jóvenes. Y muy bellos. Espléndidos modelos para mi obra maestra. ¡Posaréis para mí!
—Si aceptamos ¿nos darás de comer? —preguntó Logan.
—No tengo comida.
—Entonces, ¿por qué hemos de aceptar?
—¿Por qué? ¿Sabes cuánto durará este templo?
No veintiún años, ni veintiún mil… sino veintiún mil veces mil. Y vosotros lo mismo. Seréis la joya más preciada de mi colección. Pasarán siglos, milenios, y seguiréis aquí, eternamente plasmados en un abrazo de amor.
Pero Logan no le hacía caso.
Box pareció irritarse.
—¿Qué me pedís a cambio de ello?
—No pedimos nada. Necesitamos comida y saber dónde está la salida. Pero ni tienes comida ni es posible marcharse de aquí.
—Sí que es posible —dijo Box insinuante.
—Entonces ¿por qué no te has ido?
—¿Dejar mi maravilla blanca... dejar los vientos que cantan y el silencio, la pureza, los claros firmamentos... ¿Para qué? ¿Para cambiarlo por vuestras inquietudes; por el humo, los embotellamientos y las prisas? Podría hacerlo pero no quiero, Nunca me marcharé de aquí.
—¿Cómo saldrías?
—¡Ah! ¿Quieres saberlo? —dijo con voz untuosa—. Primero posad y luego os lo diré.
—Primero nos lo dices y luego posamos.
Box vaciló. En su interior se oyeron unos ligeros tintineos. Movió su mano metálica en actitud de aceptación.
—Creo que es mejor confiar en vosotros.
Logan se preguntó si cumpliría su promesa. ¿Estaba verdaderamente en condiciones de ayudarles?
Box se llevó la mano a la parte metálica de su cabeza y cerró su ojo humano. Luego empezó a hablar como si contemplara visiones.
—Mi cabeza zumba en la oscuridad —dijo—. Estoy muy lejos de aquí. Hay diez billones de neuronas en mi potente cerebro. Un cerebro de acero… Soy la fuerza que gobierna el complejo.
¡El Pensador! Logan empezó a atar cabos. En su condición de hombre y robot Box formaba parte del gran intelecto mecánico.
—Por encima de mí, un gran guerrero cabalga sobre el mundo, sobre una cadena de negras montañas. Aves enormes se posan en mis hombros de granito. Hay debajo un desierto infinito. Soy parte de Tashuncauitco.
—¡Crazy Horse!
—Soy hermano del Pensador —continuó Box—. Conozco sus circuitos y conexiones. Comparto su inmensa sabiduría. Puedo circular por el dédalo de su campo energético. Puedo marcharme de este Infierno…
Y les reveló el camino.
Luego abrió su ojo y avanzó hacia ellos.
—Y ahora, cumplid lo prometido.
—¿Cómo hemos de posar? —preguntó Logan.
—Posaréis desnudos —respondió Poliedro.
—Quítate tus ropas —dijo Logan a Jess, mientras él empezaba a hacerlo.
La muchacha lo miró.
—No tengas miedo —la animó él.
Jess echó hacia atrás la capucha de su parka y empezó a soltar los nudos de las cintas de cuero. Las hediondas pieles cayeron a sus pies. Desviando la mirada de Logan tocó el cierre magnético de su blusa, que se abrió. Una vez despojada de esta prenda se liberó también de los finos sostenes plásticos que retenían sus espléndidos senos. La falda cayó asimismo al suelo. Bajó la cremallera de sus zapatos y despojóse de ellos.
—Encantadora —dijo Box.
Les indicó un estrado cubierto por gruesas pieles polares.
—Subid.
—¿Nos quedamos de pie? —preguntó Jess—. ¿O habrá que…?
—Tómala en tus brazos —dijo Box a Logan.
Logan miró a Jessica. La luz de las lámparas iluminaba los suaves valles y curvaturas de su cuerpo, y bajo aquella temblorosa claridad, su piel brillaba con resplandores marfileños.
—No me hagáis perder tiempo —dijo Box situándose muy erguido junto a un alto monolito de chispeante hielo.
Logan abrazó torpemente a la chica.
—¡No! ¡No! ¡No! —protestó Box—. Hay que poner emoción. Sentimiento. Ella es tu amor. Tu vida. —Y volviéndose a Jess añadió—: Cíñete a su cuerpo. Mírale a los ojos.
Jess lo hizo así.
Logan sintió el cálido contacto de sus senos apretados contra él, de sus piernas; de los brazos enlazados a su cuello. Lo invadió una oleada de pasión; mejor aún, de éxtasis mezclado a cierto dulce sentimiento de ternura y a una melancolía que nunca había experimentado hasta entonces.
—¡Soberbio! —exclamó Box.
Su mano metálica empezó a zumbar y a estremecerse. La alargó hacia el bloque de hielo y empezó a tallarlo en azulados trazos. Trabajaba con furia, a una velocidad pasmosa. Entre una lluvia de claros chispazos, las dos figuras empezaron a emerger del bloque, tomando forma; cobrando vida mágicamente.
Logan sostenía a Jess. El recinto en que se hallaban era también una Casa de Cristal. Pero ¡qué diferente a las que conoció en su frenética persecución de una dicha evasiva! Aquí había realidad, sentido. Se olvidaba el presente y el pasado. La figura torcida del hombre-máquina tallando el hielo; la arracimada horda de los convictos; Francis, Ballard, la red de comunicaciones subterráneas y el Santuario quedaron atrás. Hubiera deseado que aquellos momentos no acabaran nunca. Jess… Jess…
—¡Ya está! —exclamó Box—. ¡Mirad! —añadió haciéndose atrás.
Logan se deshizo sin prisas del abrazo de Jess.
Tenían ante sí no una copia, sino sus propias imágenes reproducidas en el hielo.
De manera asombrosa, el artista no sólo había plasmado a dos seres pletóricos de vida, sino también sus formas, su estado de ánimo e incluso su emoción. Un momento supremo se eternizaba allí. El amor, la pasión, la belleza se hacían tangible realidad.
Logan procuró distraer su atención de aquella maravilla. Era preciso actuar. Vestirse. Escapar. No había tiempo para el amor. Ni para la belleza. Ni para la pasión.
Se volvió para tomar sus ropas.
No podía prever que un golpe demoledor iba a dejarlo sin sentido.
Cuando tuvo otra vez conciencia del lugar en que se hallaba, una voz decía:
—También la tortura es un arte refinado. Y yo soy maestro en él. Tu muerte, muchacha, va a ser exquisita.
Logan se esforzó en liberarse de la niebla que aún nublaba sus sentidos.
Estaba en una jaula formada por barrotes de hielo. Y ante él podía verse a Jess, inmovilizada, desnuda, con los brazos y las piernas extendidos, sobre una placa inclinada, temblando de miedo. Frente a ella había una rampa, y en la parte superior de la misma, colocado en precario equilibrio, un bloque de hielo de diez toneladas, parecía ir a desprenderse de un momento a otro para rodar sobre su víctima. Una llama de aceite lamía su base, deshaciéndola con suma lentitud, formando un hilo de agua que chorreaba sobre las blancas pieles.
A cada segundo que transcurría, la base se iba reduciendo un poco más, amenazando con desequilibrar la mole, que crujía y se desplazaba de manera insensible, empujada por la fuerza de la gravedad. Cuando una buena parte de la base se hubiera derretido, el bloque de hielo resbalaría sobre la rampa, iniciando su rápido descenso de trineo monstruoso hasta alcanzar a Jess y destrozarla con sus cortantes aristas.
Box se sentó bajo el dosel helado, cruzando sus piernas de metal.
—Pídeme que sea bueno —le dijo—. Todavía puedo salvarte.
Pero Jess permaneció en silencio, con las pupilas dilatadas y vidriosas.
Logan se lanzó contra los barrotes tratando de romperlos. Imposible. Resistían bien. Incrustada en uno de ellos pudo ver la figura curvada y oscura de un pez aprisionado en su interior.
Recorrió la jaula con la mirada. Su camisa estaba tirada en un rincón. La recogió rápidamente y se envolvió la mano derecha.
Box seguía pidiendo a la muchacha que implorase compasión.
El bloque de hielo se desequilibraba cada vez más.
Logan se puso ante el barrote defectuoso, engarfió los dedos, hinchó los músculos de las muñecas y adoptó la postura «omnita».
Había llegado el momento.
Hizo un acopio de tensión general, notando cómo la misma le agarrotaba todos los músculos, incluso los de sus piernas. Su columna vertebral se arqueó. La sangre le afluyó a los miembros. Concentróse en la mano, hasta el punto de que todo su cuerpo pareció ser sólo eso: una mano. Aspiró el aire profundamente y fijó su atención en un punto situado unos cuantos centímetros más allá del barrote, como si fuera a descargar su golpe en dicho lugar.
Unos breves segundos y de pronto percutió con toda su energía tratando de alcanzar el punto en cuestión. Pareció cual si no hubiera resistencia, cual si el barrote nunca hubiese existido. Logan se quedó tenso por la violencia del impacto.
Se oyó un terrible chasquido y el barrote saltó en mil pedazos. Sin pérdida de tiempo, Logan traspuso la abertura.
Recogió uno de los zapatos de Jess, e ignorando la avalancha que se le vendría encima de un momento a otro, golpeó con furia las ataduras de hielo que sujetaban las muñecas y tobillos de la joven, haciéndolas añicos en unos segundos.
Jess lanzó un grito. Con horrísono fragor, la masa de hielo se precipitaba por la rampa. Logan desplazó a la muchacha hacia un lado con el tiempo justo para que no la alcanzara el demoledor torbellino. Una nube de hielo pulverizado flotó en el aire.
Se escuchó un áspero chirriar y Logan, al volverse, pudo ver cómo Box se dirigía hacia él.
—¡Coge tus ropas y huye! —gritó a Jess.
Ella obedeció.
Con el rostro contorsionado por la contrariedad y por la furia Box se abalanzó hacia Logan. Éste evitó el golpe de su cortante mano que fue a estrellarse contra la columna central de la sala. Antes de que pudiera retirarla, el vibrante estilete había abierto una profunda grieta en ella.
Logan se hizo atrás, calculando rápidamente sus posibilidades. ¡La estatua! Las figuras de él y de Jess unidas para siempre en dulce abrazo. «Tendré que destruirla», pensó. Destruirse a sí mismo y a la muchacha. Empujó con fuerza su propio muslo de hielo. La estatua se tambaleó, vaciló y finalmente fue a descargar todo su peso contra la ya maltrecha columna.
Una hendidura se abrió en la bóveda del enorme recinto.
Logan echó a correr.
Del cielo de cristal empezaron a desprenderse bandadas de pájaros de hielo. Las nutrias aullaron y se partieron en mil pedazos. La morsa se volcó.
Box murió profiriendo un grito horripilante de metal.
En medio de aquel cataclismo sobrecogedor las criaturas de hielo se desplomaban, se hacían añicos, volaban por los aires en fragmentos, chocaban entre sí entre una confusión de planos, de soportes y de encajes de cristal, y se desintegraban en oleadas rutilantes conforme el gran palacio se venía abajo engullido por una catarata azul.
Logan cumplió con precisión las instrucciones que le había dado Box. Seguido por Jess, avanzaba por el sinuoso camino que habría de conducirlos fuera del laberinto. Una vez llegaron a la llanura abierta, el viento los fustigó con sus cortantes ráfagas.
A Logan aquel paraje le pareció idéntico al que ya conocieran, batido por torbellinos y ventiscas que los hacían tambalear y dar traspiés. No cabía esperanza alguna. Box los había engañado.
Avanzaban en intrincados ángulos, dos pasos al frente y uno hacia atrás. Torcieron a la derecha, y luego a la izquierda. Unos pasos más. Y de pronto…
¡Oh, prodigio! Se encontraban fuera del recinto helado. Sus pies pisaban otra vez la plataforma.
El Infierno quedaba atrás.
Se quitaron las malolientes pieles.
—¿Podremos lograr un coche? —preguntó Jess.
—Primero quiero recobrar mi Arma —dijo Logan.
La encontró en un hueco junto a la plataforma. Comprobó su estado. Le quedaban cinco proyectiles: intimidador, vapor, desgarrador, punzador y dirigido.
Logan abrió la parte posterior del dispositivo de llamada y empezó a cambiar los terminales.
Un coche se acercó zumbando.
A las Montañas Negras de Dakota —dijo—. Ballard controla la red viaria y dirige los coches. Si queremos hallarlo, vayamos al origen. Vayamos a donde está el Pensador.