8

Brilla una luz.

El hombre sonríe. Logan ha hecho un disparo.

Toma nota de las coordenadas. Señalan un punto bajo la zona muerta de Catedral.

Se dirige hacia allá.

Examina los cuerpos destrozados sobre la plataforma.

Recoge un tampón de droga usado y lo tira otra vez.

Examina el dispositivo de llamadas, tantea los terminales. Logan ha tomado un vehículo.

Frunce el ceño hoscamente.

Oye una voz infantil que canta suavemente: «Vigilante, Vigilante, aléjate de mí…».

La voz ya no se oye.

Sigue su rastro a lo largo del túnel.

LA NOCHE…

Al finalizar el Siglo Veinte y antes de que empezara la Guerra Menor, cuando los hombres proliferaban como microbios en un caldo de cultivo, el problema clave era la alimentación. Los cuatro jinetes recorrían el mundo bajo un solo signo: el del Hambre.

Los hombres alcanzaron otros planetas, no hallando en ellos más que gases y rocas heladas. Llegaron hasta las estrellas, pero fueron rechazados por la fórmula E = mc2. Y abandonaron el intento.

Quedaba el mar. Las seis séptimas partes del mundo. Una ola se levanta temblorosa y avanza en movimiento acelerado, recorriendo millares de millas hasta estrellarse en el borde de algún continente. Pero esto sólo pasa en la superficie. Bajo ella, se encuentran las Profundidades. La luz se va filtrando lentamente hasta alcanzar un estado difuso, y desaparece al llegar más allá de unos cientos de metros. En aquellos parajes sólo reina la oscuridad. Las presiones, las rápidas corrientes y un fermento de vida se mezclan en pavorosa confusión.

Más abajo todavía, en lugares donde el acero reforzado actúa como elemento de retención y los seres vivientes llevan sus propias luces, se encuentra Molly, la que fuera ciudad soberana dentro de un mar fecundo.

Se tardó mucho tiempo en construirla. Su extensión abarcaba muchas millas marinas. Ofrecía vivienda y trabajo a veinte mil técnicos y a sus familias y procuraba alimento a un cuarto de la población mundial. Era un enorme centro procesador de materias nutritivas, hundido bajo una cúpula de plastiacero por cuyas aberturas entraban submarinos y transportes, máquinas sembradoras y cosechadoras.

Las proteínas son proteínas tanto si proceden de una res como de un calamar. Mediante su adecuada combinación con hidratos de carbono, vitaminas y minerales, la molécula de proteína puede ser transformada en cualquier alimento. Y en el medio marino, dichas moléculas de proteína viven adoptando millones de formas.

Molly fue una precursora; mostró el camino a seguir. Después se construyeron la Zuther-Notion, la Proteus y la Manta City. Pero Molly siguió siendo la reina.

Lo fue hasta las 6.03 de la tarde, horario unificado, del 6 de marzo de 2033, hora en que las terribles presiones de la Challenger Deep, que llevaban actuando muchos siglos, ocasionaron un desplazamiento de una décima de pulgada en dos planos defectuosos que atravesaban la Trinchera de las Marianas… y una grieta, fina como un cabello, apareció en la cúpula de plastiacero de Molly. Una sólida masa de agua atravesó siete niveles, destruyendo un centenar de compartimentos en un instante crucial. La ciudad dejó escapar un alarido. El acero se partía como papel. Catorce mil hombres, mujeres y niños mezclaron sus átomos a los del mar en un primer y caótico embate.

Pero Molly encajó el golpe. Las presiones se nivelaron; los mamparos se tensaron, aceptaron la carga y chirriaron conforme el océano los curvaba hacia dentro. Se cerraron válvulas automáticas y se encajaron escotillas. En doce segundos sólo quedó en la parte afectada un conglomerado de cadáveres, compartimentos y pasillos inundados, y maquinaria grotescamente, amontonada y destruida. Pero el resto de Molly resistió.

Sus compartimentos estancos retuvieron el aire, y contra ellos empezó el mar una paciente labor corrosiva que no cesaría hasta que Molly hubiera muerto por completo.

La ciudad había empezado su largo combate contra un enemigo implacable.

El vehículo se paró al llegar a Molly, y los asientos se soltaron.

—Apéense, por favor.

Jessica no opuso resistencia cuando Logan la guió por la abertura.

La plataforma, hundida en un inmenso espacio submarino, gemía y oscilaba bajo sus pies. La inmensa piel vibrante del Pacífico presionaba con fuerza la cúpula. En el aire flotaba un olor mezcla de hierro, de tiempo y de heridas recientes. A lo lejos se oía un velado rumor. Unos ecos. Silencio.

«¿Por qué aquí, bajo el mar?», se preguntó Logan. «¿Cuál iba a ser el siguiente contacto?».

La muchacha tenía un aspecto inanimado y distante. El odio la consumía, pero no le quedaba ya voluntad para resistir.

—Bien —dijo Logan—. Tengo una pistola de Vigilante. Y en mi unidad domiciliaria guardo un uniforme que hace juego con ella. Pero ahora soy un fugitivo igual que tú.

—Los Vigilantes nunca huyen —dijo Jess secamente.

—Ni comen. Ni respiran. Ni se cansan. Pues bien. Yo estoy cansado. Y hambriento. Y harto de que me empujen y me peguen y me odien.

Lo miró con frialdad.

—Eres un monstruo. Perseguiste y mataste a gente como mi hermano por el único delito de haber querido vivir un día más.

—Yo no maté a tu hermano.

—Tal vez no; pero lo hubieras hecho en caso necesario. Le habrías disparado un proyectil, sintiéndote orgulloso de tu acto.

No supo qué contestarle.

Jess respiró con fuerza.

—¡Maldito! —le dijo—. Los Vigilantes sólo vivís del dolor que ocasionáis a los demás; de herir y de matar. Destruís en nombre de la supervivencia de la masa, sin pensar en la maldad que cometéis ni en los horrores que ello comporta… Gozáis con vuestra Arma, quemando y destruyendo. ¡Malditos vosotros y vuestro sistema! No sois más que unos asquerosos, despreciables…

Logan le dio una bofetada, cortando aquellas expresiones que le herían como pedradas.

Ella se llevó una mano temblorosa a la gota de sangre que brillaba en la comisura de sus labios.

Su flor había cobrado un color muy oscuro.

—¡Mira! —dijo Logan—. ¡Está negra!

Y dirigió automáticamente su mano hacia la culata de nácar del Arma.

La muchacha lo miró horrorizada.

Logan vaciló.

Luego de adquirir la forma y la actitud mental de un perseguido, le era imposible saber dónde se hallaba exactamente la línea divisoria.

Jessica aprovechó aquel momento de indecisión para echar a correr a lo largo de la plataforma.

—¡Jess!

Pero la muchacha continuó corriendo.

Huía presa de pánico, como un ciervo asustado, ciegamente, sin saber a dónde iba, acuciada por el deseo de poner la mayor distancia posible entre ella y su perseguidor. Una escalera metálica en espiral la condujo hacia arriba. Sus pies producían un ruido resonante que facilitaba la persecución de Logan.

Prosiguió por un estrecho pasadizo dedicado a la cultura oceanográfica, y a cuyos lados se exhibían muestras de la vida en el mar. Calamares y tortugas, anguilas, tiburones, barracudas y galápagos se sucedían a su paso. El pasadizo terminaba en una puerta de «durasteel» gobernada por una barra de hierro. Jess se aferró a ella, empujando con todas sus fuerzas.

La barra se movió ligeramente.

Se oyó un siseo como de hierba seca, percibióse una oleada de calor… y a una pulgada de la cabeza de Jess un arpón blindado se clavó en el acero de la puerta.

—¡Espera, muchacha! Si abres esa puerta el mar nos arrollará a los dos.

En pie, con las piernas abiertas, sujetando un lanza-arpones con sus manos enormes veíase a un hombre de aspecto increíble. Las hormonas habían operado en él efectos monstruosos, y algún tiroides desbocado le debió conferir aquella talla de gigante. Su cabeza cubierta de pelos enhiestos rozaba el techo del pasillo. Un traje brillante, color media noche, se ajustaba a su enorme figura. Tenía una cara ancha como la luna.

Su nombre era Whale.

—¡Cuidado! —dijo Jess señalando hacia Logan que acababa de aparecer al otro extremo del pasillo.

Whale se volvió. Y al ver el Arma en la diestra de Logan sus ojos se estrecharon hasta casi desaparecer. El lanza-arpones fijó su ojo metálico en el estómago de Logan.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Whale—. Me han dicho que esperase a dos fugitivos y me encuentro con que una persona persigue a otra.

—Es un Vigilante —le advirtió Jess.

Whale reflexionó tranquilamente. En lo profundo de la ciudad se oyó una sorda explosión. Otro mamparo acababa de derrumbarse en algún sitio. Whale se contrajo, arrugando su gigantesca forma.

—Yo soy el otro fugitivo —indicó Logan—. He intentado explicárselo pero no me cree.

—¿Y he de creerte yo? —preguntó Whale con calma, al tiempo que levantaba una de sus enormes manos y abría sus dedos gruesos como salchichas. Entre los pliegues de la carne se entreveía una flor negra. El lanza-arpones seguía apuntando a Logan.

La cólera y la inquietud nublaban la mente de Logan. Cualquier cosa que dijera podía costarle la vida.

—Deja ese Arma y ponla en el suelo, muchacho —ordenó Whale.

Con la frialdad de movimientos de un bailarín, Logan obedeció sin que su vista se apartara del cañón del lanza-arpones.

Volvió a erguirse.

—Y ahora —dijo Whale—. Vamos los tres a dar un paseito por Molly.

Los obligó a retroceder por el pasillo.

—Vosotros, los de tierra firme, no sabéis nada de Molly. Pero esta ciudad libra un duro combate. No quiere morir. Igual que yo.

Subieron la pared en pendiente de un compartimento estrecho; siguieron por una retorcida pasarela suspendida sobre la oscuridad; atravesaron una selva de estropeadas cintas transportadoras que exhalaban un acre hedor a aceite derramado y a salmuera. Animales parecidos a cangrejos huían ante su paso. Peces fosforescentes se movían en un agua putrefacta, conforme los tres proseguían su marcha zigzagueante por la moribunda ciudad en forma de burbuja.

Chapoteaban en el agua y ésta les llegó pronto hasta los muslos. Whale se acercó a una escotilla claveteada, la abrió y empujó a Logan ante sí. En el recinto repercutían sordos rumores. Dentro de aquel espacio en forma de ataúd, el océano cobraba una presencia viva. Las embestidas de la fría marea submarina hacían retemblar las paredes, y el agua se insinuaba por todo el recinto en forma de finísima lluvia.

Desprovisto de su Arma y sometido a la mirada vigilante de Whale y de su lanza-arpones, Logan sentíase indefenso.

—Esta es la parte más débil de Molly —dijo Whale—. Pero ella no se deja abatir—. Cambiándose el arma de mano acarició con la diestra la gastada pared de metal—. ¡Aguanta, chica! —susurró—. Demuestra lo que vales. Sé que estás malherida. Que soportas ataques terribles. Pero sigue resistiendo. Te traigo ayuda.

Miró a Logan fijamente.

—Si quieres seguir vivo tendrás que ayudar a Molly. Apóyate con fuerza en la pared.

El corpulento individuo salió no sin dificultades por la estrecha abertura.

—Si la pared cede, no tienes salvación.

—¡Espera! —exclamó Jess tratando de detenerle—. ¿No irás a dejarlo ahí?

—¿Cómo que no? —gruñó Whale—. Molly lo necesita.

—Pero entonces, tú eres igual que él. Otro asesino.

—Hay que matar para salvarse —replicó el gigante, y apartándola a un lado, cerró con un portazo y aseguró la escotilla por fuera.

Entregó una llave a Jess y añadió:

—Úsala a las diez cuarenta cuando llegue el próximo coche. Es mejor que me hagas caso. Ya sabes dónde hay que apearse.

Jess lo miró con el rostro muy pálido.

Una sorda reverberación conmovió las planchas que formaban el suelo.

—Molly me llama. Tengo mucho que hacer. Di a Ballard que continuamos resistiendo.

Y con agilidad pasmosa, se deslizó por entre una maraña de mástiles y puntales, desapareciendo en las entrañas de la ciudad.

Sumido en aquellas sofocantes tinieblas Logan sintió que lo invadía la desesperación. No cabía la menor esperanza. Nunca podría salvarse. «Estoy perdido», pensó agarrotado por el miedo.

Tanteó las dimensiones de su insegura cárcel. No había ninguna abertura. Ni ninguna herramienta con la que forzar la escotilla. ¿Por qué no se había arriesgado a recibir un impacto del lanza-arpones? Habría quedado desecho pero su muerte hubiera sido rápida. En cambio, un encierro como aquél quebrantaba los ánimos; destrozaba los nervios; hacía perder la condición humana.

«Tengo lo que merezco», pensó. «Tal vez sea mi castigo por lo que he hecho. Vale más que este maldito océano me ahogue».

Sintió el incontenible impulso de golpear las paredes.

El Pacífico descargaba todo su peso contra la maltratada estructura; el agua chorreaba por todas partes; la inundación crecía. Logan estaba sumergido hasta el pecho. Momentos después, el agua le llegaba a la barbilla. Tuvo que cerrar la boca. El recinto crujía sometido a presiones enormes.

De pronto la escotilla se desplazó y el agua volvió a descender. Jess había abierto.

—¡Rápido! —exclamó—. Tenemos poco tiempo.

En el subsector 8, sección T, nivel cero, ya completamente sumergido, un crustáceo minúsculo se introdujo por una tubería. Obraba así por atavismo. Pero al instante ardió con una leve llamarada azul.

En el dispositivo de llamada 192978-E un terminal de micrófono se elevó siete grados y medio originando un cortocircuito. Se fundieron algunos alambres y una nueva conexión quedó formada.

Habían dicho al vehículo que los llevara al Santuario.

Pero la orden no fue cumplida.

Porque en vez de al Santuario los condujo al Infierno.