Anda cauteloso por los corredores.
Se detiene frente a la pared donde se guardan las Armas. La pistola de Logan no está allí.
Escucha un tenue rumor no expresado para que él lo capte: «El viejo Francis trama algo».
«Dicen que los cachorros le arrebataron una presa».
«No se trata de eso. Trama algo».
Se mueve como una sombra por los espacios grises.
Como una imagen de reprimida violencia.
Vuelve al soporte de las Armas; la mira; se aleja de nuevo.
Comprueba la hora: las 7. 30.
Un hecho concreto: Logan no ha vuelto con su Arma.
Otro: Logan está en su Ultimo Día.
Da instrucciones a los técnicos para que conecten un detector con el Arma que usa Logan. Cuando éste la dispare, su localización quedará indicada en el panel.
Se sienta. Su rostro queda iluminado por la luz fantasmal de los circuitos irradiantes.
Espera.
EL ATARDECER…
Cuando Logan entró en su unidad domiciliaria, la imagen del joven Abe Lincoln seguía allí, partiendo troncos en el centro de la pieza. Logan dio un golpe al interruptor y el presidente se esfumó con un leve siseo, volviendo a su lugar dentro del dispositivo para imágenes en tres dimensiones.
Se desnudó, se bañó y se puso un traje gris. Luego pidió por el disco selector una comida y un scotch. Mientras se tomaba la bebida helada, se contempló la palma de la mano, en la que su flor había empezado a cambiar de matiz.
Era su Ultimo Día. Le quedaban veinticuatro horas de vida. Luego su flor desaparecería definitivamente y tendría que disponerse para el Sueño.
Veinticuatro horas.
Logan tomó la llave de plata que tenía sobre la cama.
Los fugitivos imploraban: «No, por favor». Y: «¡Tened piedad!». O gritaban: «¡Socorro!». O repetían: «¡No! ¡No!».
Pero Doyle había dicho: «El Santuario».
Y Logan tenía la llave que podía llevarle a él. A un lugar que nadie había probado que existiera. Que tal vez nunca hubiera existido en su mundo. Y menos para un fugitivo en el año 2116.
Pero ¿y si aquel Santuario era una realidad? ¿Y si una vez allí los fugitivos estaban a salvo? ¿No podía suceder que él, Logan 3, lo descubriese y lo destruyera en las últimas veinticuatro horas de su vida? Su existencia habría tenido una finalidad. Sería un héroe. La gloria le sonreiría en los últimos momentos.
Era un riesgo digno de correrse. Y la llave del triunfo se encontraba en su mano.
¡Hazlo!
Logan se acercó al intercomunicador. La llave penetró fácilmente en la abertura. Las ranuras impresas en el borde metálico establecieron una serie de contactos. Y la pantalla se iluminó de improviso.
Una muchacha extrañamente vestida miró a Logan. Tendría dieciséis años y sus ojos parecían desprovistos de vida. Su cuerpo era muy plano y anguloso.
—Llama después. Voy a salir.
—No. Quiero hablarte ahora.
—¿Es que no tienes nombre?
—Sí, tengo nombre —respondió él secamente.
En los ojos sin vida brilló un chispazo de interés.
—Por lo visto no se lo dices a nadie.
—El dar información sin precauciones significa perder la seguridad, quedarse desarmado y sin refugio —dijo Logan haciendo un ligero hincapié en la palabra «refugio».
Ella lo miró sin pestañear.
No conseguiría nada. No iba por el buen camino. El fugitivo tal vez se refirió a otra cosa. Probablemente seguía una pista falsa.
—¿Quién te ha dado mi llave? —preguntó la muchacha.
—Un amigo.
—Voy a salir.
—Ya lo dijiste antes.
—Me están esperando en una fiesta.
—Podríamos ir juntos. O encontrarnos allí —propuso Logan.
La estudió con atención.
—Complejo Halstead. Ala occidental. Cuarto nivel. Unidad domiciliaria 2582. ¿Enterado?
Logan asintió.
—En realidad, no debería invitar a un desconocido —dijo ella—. Si no estás a tono con la fiesta, me lo echarán en cara.
—Estaré a tono con la fiesta. Y con lo que sea —respondió Logan con mirada impasible.
—Ya lo veremos.
Antes de desaparecer ante su vista, dijo todavía otra cosa:
—Me llamo Lilith 4. Creo que podré serte… útil.
La imagen se esfumó.
Logan respiró hondo, como si murmurase algo. Como si pronunciase la palabra «Santuario».
Cuando Logan llegó a la fiesta en la unidad domiciliaria 2582, la animación estaba en todo su apogeo. Le abrió la puerta un hombre con cara de ratón que vestía un traje color naranja y estaba completamente ebrio.
—El árbol de la crueldad florece a veces en la fértil tierra del amor —dijo.
—Estoy seguro de ello —respondió Logan mirando a la gente en busca de Lilith.
—El muchacho busca, el hombre encuentra. Es de un poema mío. Escribo algunos, ¿sabes?
—Pues no. No lo sabía —repuso Logan.
La chica no se encontraba allí. Tal vez se hubiera retrasado o a lo mejor cambió de idea respecto al encuentro.
—Uno de mis poemas fue leído en T. D. Se titulaba «Madera de las Entrañas». ¿Te gustaría escucharlo?
Logan no respondió.
En el bosque del alma.
Ella se introdujo.
Entre un revuelo de heridas,
Cayó.
Su corazón quedó partido.
Como una ciruela en la curva.
De sus senos.
Logan se sentó en un sillón flotante, puesto en un hueco de la pared. El poeta continuaba hablando, decidido a conseguir su beneplácito.
—Este poema fue objeto de grandes alabanzas. Soy muy famoso, ¿sabes?
—Me alegro —dijo Logan.
Un hombre que semejaba un sapo surgió de improviso ante él llevando en la mano una jarra llena de espumosa bebida.
—Pruébala —dijo.
Logan percibió el olor acre de la fermentación.
—Es un Volney de fabricación casera. He comprado un barril. No se parece en nada a la cerveza industrial. Volney es todo un artista. Pone pasas de uva moscatel.
—Prefiero el scotch.
—Tú te lo pierdes, ciudadano.
Logan accionó el selector, pidiendo un scotch. Pero cuando se lo habían servido apareció una chica pelirroja, con un vestido de terciopelo a franjas que se lo arrebató, bebiéndolo con avidez.
—¡Estupendo! —exclamó. Sus ojos verdes estaban lacrimosos por el alcohol.
Ofreció un cigarrillo a Logan.
—No. Gracias.
—No tengas miedo —le dijo la muchacha—. No hay peligro. En esta zona tenemos sobornada a la policía. Podemos fumar. Vamos, tómalo.
—No, gracias.
La muchacha se enfadó.
—¿Tienes miedo? ¡Menudos cobardes! Todos los hombres sois unos cobardes. Estuve emparejada con un mercader hasta hace una semana. Luego nos separamos. ¿Y sabes por qué?
—¿Por qué? —preguntó Logan.
—Pues porque no me daba lo que yo quería. ¡Estaba tan satisfecho de sí mismo! Satisfecho de estar satisfecho. Pensaba en sus negocios y no en mí. Con eso le bastaba. Pero yo quiero a un hombre que aspire a algo más. ¿No te parece lógico ciudadano?
—Tal vez no necesites a un hombre sino a un muchacho.
—Probé con un muchacho de once años. Me pareció bien al principio, pero luego me cansé de su cara. Yo tengo quince. Y una mujer necesita un hombre. ¿Qué edad tienes tú?
—La suficiente —contestó Logan manteniendo la mano cerrada.
La flor parecía latir contra el calor de su piel. Notaba aquel latido hasta en las puntas de sus dedos.
—¿Y si nos juntáramos?
—No. No. Gracias.
—¿Es todo cuanto tienes que decir? «No. Gracias».
La muchacha se puso en pie y alejóse de él.
Logan suspiró. ¿Dónde estaría Lilith?
La puerta deslizante se abrió y un hombre panzudo penetró en la estancia llevando un cargamento de vestidos y accesorios diversos. Gritaba con voz de falsete:
—¡Salud hermanos denostantes, detonantes, expectantes! ¡Salud compañeros de fatigas! Aquí tenéis el material. —Una sonrisa estereotipada de payaso se fijó en su rostro mientras recorría la estancia a grandes zancadas—. ¡A disfrazarse! ¡Todo el mundo a disfrazarse!
—¿Llevas mucho tiempo esperando? —preguntó Lilith 4, mientras sonreía a Logan.
Un cigarrillo rojo pendía humeante de la comisura de sus labios pintados de un color intenso. Llevaba un vestido de tela de serpiente que dejaba al descubierto sus caderas.
—Hablemos —dijo Logan—. Ya sabes por qué he venido.
El panzudo se acercó a ellos con aire desenvuelto, ofreciéndoles un conjunto negro, y unos zapatos de crepé.
—Vestíos —les animó batiendo sus manos carnosas—. ¡Venga! ¡Hay que animarse!
—Seremos pareja —dijo Lilith—. Dijiste que estabas de acuerdo.
Logan tomó los vestidos y dirigióse a un cuartito anexo en el que cambiarse. Se despojó del traje gris pensando dónde escondería el Arma. Era muy difícil llevarla con aquella vestimenta tan ajustada". Había dejado la munición de reserva en su unidad domiciliaria pensando que las seis balas bastarían. Y ahora se felicitaba por ello. Cuanto menos engorros, mejor. Dejó el Arma en un hueco de la pared, confiando en que nadie fuera a meter las narices por allí.
—Tienes hombros de griego —le dijo el poeta con cara de ratón, acercándose a él.
Logan gruñó algo y volvió junto a Lilith que, ya dispuesta, le ofreció un scotch.
—Gracias. Es mi preferido —dijo, llevándose el vaso a los labios.
Una docena de hombres y mujeres vestidos de oscuro esperaban en la sala central. Se unieron a ellos y la chica entregó a Logan unas gafas ahumadas.
—Póntelas cuando estemos arriba.
Seis cámaras de luz negra estaban dispuestas encima de una mesa. Una para cada pareja.
—Muy bien. Muy bien —decía el panzudo tratando de atraer la atención general—. Ya sabéis lo que hay que hacer.
—Deja de portarte como una mujer, Sharps —dijo una voz fatigada—. Y adelante con lo que sea.
Sharps miró con aire petulante al que había hablado.
—Yo soy el director. Las cámaras son mías.
—Sí, y también el alcohol. Y el tabaco. Y la unidad domiciliaria. Todo es tuyo. Y te lo agradecemos. Así es que… adelante.
Sharps hizo un ademán obsceno al tiempo que invitaba a la primera pareja. Los participantes en el juego fueron saliendo de la habitación por una ventana situada a la altura del techo.
Logan se encontró arrodillado junto a Lilith en un estrecho saliente del edificio. Bajo ellos, la ciudad se agitaba en serpientes de luz. Vio las hileras de resplandecientes casas de cristal junto a la plaza Hurly, y más allá el brillo de Arcade. Los túneles y galerías lanzaban al cielo su luz sonrosada manchando el azul de la noche.
Se hallaban a gran altura.
Enfocó su cámara mientras se agarraba con la otra mano al reborde de aluminio de la casa El viento soplaba entre los intersticios del armazón amenazando con lanzarlo al espacio.
Lilith andaba a gatas por entre la líquida oscuridad, delante de Logan. La siguió fijando la mirada en el suave oscilar de su oscuro trasero.
Cuando ella se detuvo, le dijo:
—Habla. Ahora estamos solos.
No podía ver su cara, semioculta por las gafas oscuras.
—Primero hay que mirar. Luego hablaremos.
—¿Y por qué no hablamos antes?
—Si volvemos a la fiesta sin haber filmado nada, sospecharán de nosotros. Sharps no es tan tonto como parece. Hará preguntas que preferiría no contestar.
Muy por encima de ellos, lo menos a media milla de altura, un vehículo de la policía enfilaba su foco hacia los bordes de las viviendas.
—Quédate en la sombra —le dijo Lilith—. Están patrullando y debemos tomar precauciones.
Logan sabía que aquel juego era ilegal, y no deseaba que la policía los descubriera. Si los agentes lo interpelaban le iba a ser difícil demostrar su identidad, puesto que no llevaba el Arma. Pero en cambio, si la hubiera llevado, la muchacha le hubiese negado su ayuda. No le revelaría el acceso al Santuario. Había que evitar a toda costa tan inoportuno encuentro.
Precaución.
Con agilidad de felino, la muchacha avanzó a gatas por un estrecho paso que llevaba al edificio próximo. Logan se colgó la cámara de un hombro y la siguió.
La mayoría de las ventanas estaban a oscuras. Algunas casas carecían de ocupantes. Lilith señaló hacia abajo.
—Creo que algo pasa ahí —dijo.
La ventana que acababa de indicar estaba cerrada pero no a oscuras.
Tomó un cable muy fino, con un auricular en un extremo y un micrófono adherido en el otro. Apretó el micrófono contra la pared y se puso el auricular en un oído. Sonrió y dijo:
—Escucha.
Pasó el auricular a Logan. A través del minúsculo artefacto pudo escuchar cálidas frases. Un hombre y una mujer se hacían el amor. Se oyeron suspiros, y el restregar de un cuerpo contra otro.
—Dame la cámara —susurró Lilith—. Y cógeme por los tobillos. Voy a tomar algunas vistas.
Dispuesto a ayudarla, la aferró por las piernas conforme ella se deslizaba cabeza abajo, quedando colgada enfrente mismo de la ventana. Debajo se abría una milla de espacio vacío cruzado por vigas de acero y cubos de cristal.
Logan se echó hacia atrás afianzando los pies sobre la dura piedra, sintiendo cómo sus músculos protestaban por aquella dolorosa tensión. La cámara zumbó.
—¡Arriba! —dijo la chica.
Tiró de ella hasta que estuvo otra vez en el saliente.
—¿Cómo sabías que podría sostenerte? —le preguntó.
—Forma parte del juego —contestó ella.
¿Conocía realmente algo acerca del Santuario? ¿O era sólo una mujer amante del peligro y de las emociones fuertes? No hubiera podido responder. Al menos por entonces.
La luz de un foco recorrió el edificio. ¡La policía!
Se esfumaron en las sombras. El vehículo pasó como un fantasma sobre ellos, continuando su camino.
—Lo estás haciendo muy bien —declaró la muchacha.
—¿Podemos hablar de lo nuestro?
Ella se echó a reír y prosiguió su camino, seguida por Logan.
Continuaron subiendo por salientes metálicos, ayudados por sus zapatos adhesivos. Una vez en el tejado, Lilith le dijo:
—¡Salta!
Y se lanzó al espacio, salvando un hueco entre dos edificios, para ir a caer en un patio. Él la imitó, perdiendo casi el equilibrio.
El patio estaba desierto.
Pero en el nivel contiguo, la muchacha encontró otro objetivo.
—Ahora te toca a ti —dijo a Logan.
Éste enfocó la cámara apretando el disparador.
—Muy bien —dijo la chica—. Ha sido un espionaje de primera. Ahora…
—Vamos a hablar… o te tiro al vacío. Ya está bien de tonterías.
—Eres capaz —dijo ella excitada.
—Sí. Soy capaz.
—Muy bien. ¿Qué sabes acerca del Santuario?
—Lo único que sé es que quiero ir allí.
—¿Quién te ha dado mi llave? —preguntó Lilith mirándole con atención.
Él aflojó el rictus de su boca y empezó a hablar volublemente.
—La tomé del lugar… del que toman las suyas todos los fugitivos.
Se echó a reír. ¿Qué le pasaba? El borde de aluminio se desprendió y cayó al vacío. Estaba flotando en el espacio, y el viento susurraba a su alrededor.
—¡Contesta mi pregunta! —le exigió la muchacha con una voz velada que sonó intensamente en sus oídos.
Pero Logan se puso a cantar:
—«Angerman estaba muy enfadado… Era a la vez juez y jurado…».
Balbuceaba palabras incoherentes, sintiéndose feliz. Flotaba en el espacio, mirándose a sí mismo allí en el borde del saliente. Vio cómo Lilith le pegaba un puñetazo en plena boca. La vio también agarrarlo por el pelo y echarle la cabeza hacia atrás.
—¡La llave! ¿Quién te ha dado la llave? —inquirió.
—Un hombre llamado 10… llamado 10… llamado Doyle 10…
El cuello le dolía por la brusca tensión.
—«Angerman siguió su caza» —cantaba—. «Ang… Angerman… el malvado señor…».
Se irguió con dificultades mientras la chica seguía pegada a él. La oscuridad se había poblado de una luz anaranjada y cegadora de la que brotaba una música cuyo sonido le hacía doler los oídos y los ojos.
—¿Mataste a Doyle?
La música naranja lo aturdía.
—Los cachorros… los cachorros lo mataron.
Logan estaba casi fuera del saliente. Instintivamente extendió los brazos y sus dedos encontraron algo a lo que asirse. Mientras agitaba las piernas en el aire, su cabeza pareció aclararse. Su pie derecho se posó en una proyección metálica desde la que lentamente pudo volver a su base anterior.
Permaneció tendido boca abajo, tratando de recobrar el aliento. Sin duda, la muchacha había puesto alguna «droga de la verdad» en su scotch. ¿Habría hablado demasiado?
—¿Qué más quieres? —preguntó.
—Has de encontrar a Doc —repuso ella—. Es tu siguiente contacto.
—¿Doc? ¿Quién es?
—Está en Arcade. En el local «Un nuevo Tú». Búscalo allí.
Logan hizo una señal de asentimiento.
—Y ahora volvamos junto a Sharps y proyectemos lo que hemos filmado. Necesitas algún estimulante, ¿verdad?
—Sí. Lo necesito.
Dejó la pista deslizante en el paso elevado de Beverly y empezó a andar hacia Arcade.
El inmenso centro de placer era como un enjambre que no tuviera fin. Llevaba quince años sin cerrar sus puertas para quienes ansiaban divertirse. Se acumulaba allí un enorme muestrario de servicios: narcóticos, salones reactivadores de experiencias, galerías y otras cosas diversas.
Letreros luminosos lanzaban sus llamadas y sus gritos, envueltos en colores rutilantes: ¡VUELVE A VIVIR EL PRIMER BESO! (Un vistoso anuncio en tres dimensiones mostraba sobre una plataforma las figuras de dos jóvenes desnudos fundidos en un tórrido abrazo).
¡GOZA DE NUEVO AQUELLOS INOLVIDABLES INSTANTES! (Un muchacho con los ojos muy abiertos cabalgaba un caballo envuelto en llamas por entre un cielo figurado.) ¡VUELVE A VIVIR!, ¡VUELVE A VIVIR!
¡VUELVE A VIVIR!
El ruido aturdía, miles de olores se entremezclaban, los mercaderes pregonaban sus géneros. Allí el día era noche y la noche día.
—¿Deseas divertirte, ciudadano? —preguntó un hombre manco, de voz gangosa, invitándole a trasponer una puerta oscilante.
Logan pasó de largo.
De pronto vio el letrero que andaba buscando. Hendía la ventana como una lluvia de sulfuro y se apagaba; aparecía y se apagaba, fundiéndose con el cristal. EL NUEVO Tú… EL NUEVO Tú… EL NUEVO Tú…
Logan entró en el local.
Había un vestíbulo color ceniza, con algunas piezas de mobiliario gastadas y sucias. Incluso el aire parecía como descolorido. En un rincón vio un antiguo escritorio cromado, al que se sentaba una joven vestida de blanco, con la cara pálida e inquisitiva.
—¿Quieres ver a Doc? —preguntó mirando a Logan con aire suspicaz.
—Lo que quiero es llegar al Santuario.
La muchacha se humedeció los labios con su pequeña y roja lengua.
—Tendrás que ver a Doc.
Se levantó con aire indiferente y se acercó a Logan.
—La mano —dijo.
Él alargó su diestra con la palma hacia arriba. La flor cambiaba del rojo al negro y viceversa parpadeando con suma rapidez.
—Vamos —dijo ella—. Sígueme hasta «EL NUEVO Tú».
Lo condujo por un sucio vestíbulo y llegaron a un salón que olía a metal. Se sintió como helado al identificar lo que había en el centro, sobre el suelo de aluminio. Era la Mesa. Un aparato pendía sobre la lisa superficie de metal en la que se veían muescas y ranuras utilizadas para amarrar los cuerpos.
—No existe otra como esta, exceptuando la de un hospital entre nuestra ciudad y Nueva Alaska —dijo una voz ronca, de expresión confiada.
Logan dio media vuelta para enfrentarse a un hombre corpulento que aparentaba dieciséis años. Sus facciones huesudas quedaban partidas por una sonrisa que descubría unos dientes torcidos. Llevaba una larga bata gris, cuyo borde le tocaba los pies. Era Doc. El doctor.
—¿Estás nervioso? Es natural. Los fugitivos siempre tienen miedo. A menos de poseer el suficiente sentido común como para escapar antes de que la flor se vuelva negra. Luego se hace muy difícil con los Vigilantes tras de uno. ¿Qué va a ser? ¿La cara sola o todo el cuerpo? Podría alargar esas piernas en algunos centímetros.
—Sólo la cara —dijo Logan.
—No tienes mucho tiempo, ¿eh? Los fugitivos nunca tenéis tiempo. —Había en su voz una nota de lástima—. No voy a preguntarte cómo te llamas. No me interesa. Posees la llave y eso me basta. Ballard sabe a quién debe entregársela.
¡Ballard! La mente de Logan funcionó velozmente. Ballard era el hombre más viejo del mundo. El mencionarlo se usaba para asustar a los niños. Un ser legendario, tema de canciones populares. ¿Y era aquel hombre la fuerza que actuaba como guardián del Santuario?
—Holly te preparará. Si te asusta la Mesa procura serenarte. Me llaman doctor pero en realidad no soy más que un mecánico bien preparado. Un mecánico muy bueno. Dame una caja de transistores y una libra de esponja de platino y hago lo que quieras. Estás en buenas manos. Me puedes creer.
Mientras hablaba, la chica se adelantó hacia Logan para desabrocharle la camisa. La pistola seguía en su cinto, y se preguntó si le quitarían más ropa. Era imposible seguir ocultando el Arma.
—Si me preguntas qué hago en un cuchitril como éste te diré que tengo mis razones. Me lo paso bien. Un poco de «músculo» para los cachorros; un poco de experiencia sexual de vez en cuando; algún trabajo para Ballard…, tal vez un cambio de cuerpo para un ciudadano cansado de sí mismo. Todo vale y me siento feliz.
La muchacha frotaba suavemente las puntas de sus dedos contra el brazo de Logan. Sus pupilas, de un azul profundo, brillaban intensamente.
—Me llamo Holly —susurró—. Holly 13. En otros tiempos se decía que mi número traía mala suerte. ¿Crees en la suerte?
Doc dirigió a Logan otra de sus torcidas sonrisas.
—Holly no trabajaba por dinero —indicó—. Le gusta ver lo que pasa en la Mesa… y otras cosas. —Su sonrisa se transformó en una carcajada reprimida—. Volveré en un minuto.
—¿Me tengo que desnudar? —preguntó Logan a la chica.
—Tratándose de la cara, no es necesario —repuso—. Pero si lo deseas…
—¿Qué más?
—Vacíate los bolsillos.
Lo condujo hacia la Mesa.
El aparato era una de aquellas instalaciones monstruosas pertenecientes al tipo «Mark J.». Suspendido sobre su lisa superficie pudo ver un deslumbrante amasijo de sondas y de pinzas; de escalpelos, muelles, grapas y agujas. Tubos y alambres se conectaban entre sí entrecruzándose por encima del circuito «solid state» que formaba el cerebro y la memoria de la máquina. A un extremo de la misma figuraba la consola con los mandos, los botones, los interruptores, las luces y los cuadrantes.
Una Mesa como aquélla podía alargar los huesos y cambiar la forma de una dentadura; ensanchar los hombros, poner o quitar peso, y alterar el plasma o el grupo sanguíneo. Con su sistema de lásers ajustables era capaz de separar la carne que envolvía un nervio y suprimirlo sin dañar su funda. Funcionaba de manera tan precisa como un tallador de diamantes y con la misma carencia de emociones que un expendedor automático.
A Logan no le gustaba someterse a un aparato capaz de variar su forma física y convertirlo en un hombre distinto. Pero lo hizo. Holly 13 le amarró muñecas y tobillos y le colocó los sensores. La Mesa se acomodó a su peso, se adaptó a su forma y lo situó en la posición adecuada.
—Me gusta el pelo oscuro —dijo Holly inclinándose sobré él. Una luz azulada se movía en el fondo de sus ojos—. Dile que te vuelva el pelo oscuro.
Doc regresó junto al paciente.
—¿Has pensado algo especial? —le preguntó—. Con una estructura como la tuya, cualquier cosa es posible.
—Usted decide —le contestó Logan—. Empiece de una vez.
—Escucha, fugitivo —le advirtió Doc con dureza—. No pierdas los nervios. Yo te diré a dónde hay que ir, cómo conseguirlo y en qué momento. Siempre me venís con prisas. Siempre me estáis empujando. Pero no irás a ningún sitio sin Doc. Todo esto es cosa mía. No podrás utilizar la segunda llave hasta las nueve cuarenta; de modo que hay tiempo para convertirte en otro hombre.
Doc manipuló el tablero de mandos al tiempo que estudiaba la cara de Logan.
—Para empezar, podríamos ensanchar un poco tus pómulos.
La máquina empezó a zumbar mientras un par de finas cánulas de plata se separaban de su soporte y se cernían sobre Logan, y una aguja apuntaba hacia su cara. Al propio tiempo una sierra vibrante empezó a buscar su presa.
Pero de pronto cesaron todos los movimientos, y la aguja quedó inmóvil. Un timbre de alarma había sonado.
Doc entornó las pupilas.
—Algo no funciona —dijo—. La Mesa ha detectado metal. ¿Te vaciaste los bolsillos?
Logan asintió.
Doc lo miraba con aire receloso.
—Pues algo no funciona.
Se alejó del tablero y fijó la mirada en Logan. El bulto que formaba la pistola destacaba perfectamente en su cintura. Doc le separó la ropa, descubriendo el Arma.
—Cierra la puerta Holly.
—¿Qué pasa? —preguntó la muchacha acercándose. Pero Doc la rechazó de un empujón.
—¡Lleva el Arma! —exclamó—. Es un Vigilante. —¿Qué hacemos?
—Déjame pensarlo —dijo Doc mirando con ira a Logan, indefenso en la Mesa.
—Ya ha visto mi mano —dijo Logan—. Es mi Ultimo Día. ¿Cree que sigo trabajando como Vigilante?
—Llevas un Arma. Y sólo los Vigilantes están autorizados para ello.
—No soy el primero que intenta huir.
—¿Por qué tengo que arriesgarme? —preguntó Doc regresando a su puesto junto al tablero—. Voy a conectar todos los mandos a la vez. Tendrás algo más que un rostro nuevo, muchacho.
Logan trató de libertarse de sus ligaduras; pero estaban muy bien aseguradas.
—¿Qué hará la máquina con él? —preguntó Holly, mientras el brillo azul de sus pupilas adquiría una nueva intensidad.
—¡Cualquiera lo sabe! La máquina obrará por cuenta propia.
La Mesa empezó a zumbar otra vez con renovado vigor.
—Quiero verlo —dijo Holly con la cara encendida.
Doc ahogó una carcajada.
Logan miró hacia arriba. Estaba sudoroso. Una serie de instrumentos afilados y punzantes se cernía sobre él. Una aguja hipodérmica le pinchó el lado izquierdo de la cara dejándolo insensible. Un par de grapas metálicas se aferró a su pierna derecha por debajo de la rodilla. Un escalpelo le rasgó la camisa desde el hombro a la cintura, dejando un rastro de sangre, que fue en seguida secado por una esponja.
Logan trató desesperadamente de comprimir el vientre apretándose contra la Mesa.
A su lado, Holly respiraba con fuerza.
Una amplia hoja con dientes de sierra descendió lentamente desviándose hacía la derecha y quedando suspendida sobre Logan. Unas tijeras para nervios chasquearon en el aire, descendieron de pronto y cortaron la cinta que inmovilizaba su brazo derecho.
Doc se hizo atrás, mientras Logan empuñaba la pistola.
Una lluvia de cuchillos de plata se abatió sobre él, pero los detuvo golpeándolos con la culata. Los cuchillos se rompieron cual pedazos de hielo.
Logan trató de apuntar a Doc con su Arma.
—¡Pare esa máquina! —le ordenó.
Pero Doc se había escabullido hacia la puerta con la celeridad de un lagarto, seguido por Holly.
La Mesa roció a Logan con el alcohol refrescante de un pulverizador, al tiempo que el prisionero libertaba su otra mano. Un sistema de contactos finamente lubricados empezó a funcionar en el interior del aparato.
Logan apartó el cuerpo, se libró de las ataduras de las piernas y saltó al suelo rodando sobre sí mismo, en el momento en que la máquina se atacaba a sí misma en sus partes vitales.
Sus movimientos cesaron entre chirridos y chispazos.
Logan reflexionó sobre lo que debía hacer. Si no lograba la segunda llave que había mencionado el doctor, su fuga terminaría allí. Por su parte, Doc no tardaría en divulgar la noticia de que tenía un Vigilante en la sala de operaciones, con lo que su camino acabaría antes de ser empezado.
Abrió la puerta de un puntapié y se encontró en un paraje oscuro en el que se cruzaban diversos pasadizos. El rumor sordo de las galerías de comunicación llegó a sus oídos, mezclado al olor nauseabundo del polvo procedente de los centros narcotizantes.
De la penumbra gris surgió un objeto frío que le arrebató el Arma al tiempo que le dejaba insensibilizado el brazo desde la mano al codo.
Logan se revolvió, agachándose un poco para enfrentarse a la figura blanca que se acercaba a él esgrimiendo una matraca congeladora. Doc estaba decido a todo.
Un solo golpe en el pecho y los cristales de hielo le paralizarían el corazón y le inmovilizarían la función respiratoria. Su Arma yacía en el suelo como un pedazo de metal helado.
Mantenía fija la mirada en el bastón de color gris que esgrimía el doctor. El aparato silbó en el aire, pero Logan logró esquivar el golpe y se agachó apoyándose en una rodilla en la postura clásica de ataque llamada «omnita». Al propio tiempo, su codo izquierdo se clavó en la ingle de Doc, quien profiriendo un grito ahogado, dio contra la pared y desplomóse sobre la rodilla de Logan, que le propinó un golpe mortífero en la espina dorsal.
Profiriendo un juramento, Logan registró los bolsillos del muerto. «No debí haberle matado», se dijo. «Ahora tengo que buscar la segunda llave? ¿La tendrá la muchacha? Pero ¿dónde se encuentra ésta? Probablemente oculta en algún lugar del laberinto de Arcade.»
Recuperó su Arma, todavía húmeda, al tiempo que se erguía, porque acababa de percibir un ruido en la estancia contigua. Se acercó cautelosamente a la puerta y la abrió.
Holly estaba apoyada en la pared del fondo sujetando en su mano un cuchillo quirúrgico a la vez que fijaba en el Arma de Logan una mirada temerosa. Al ver que Logan avanzaba hacia ella, se hundió la hoja del cuchillo en el pecho.
Su vida terminó así bruscamente.
Logan dejó su Arma. Una voz confusa preguntaba:
—Doyle… Doyle… ¿eres tú?
Logan traspuso una cortina de aluminio. La habitación hedía a anestésico. Una muchacha de pelo oscuro, desnuda hasta la cintura, se levantó como borracha de un colchón neumático.
Parpadeó soñolienta al ver a Logan.
—Soy yo… Jessica —dijo, mientras se palpaba los planos de su cara.
«Una fugitiva», pensó Logan. «La flor de su mano parpadea. Pero ¿por qué creerá que soy Doyle? Acaso tenga…».
—¿Tienes la llave? —le preguntó.
—Doyle… ya no pareces mi hermano. Ni siquiera hablas como él. Nos han cambiado a los dos.
Aquella muchacha era la hermana de Doyle y éste debió decirle que se encontrarían allí.
—Escucha —dijo Logan—. ¿Tienes la otra llave?
La chica se había despertado por completo y procedía a ponerse una blusa. La vio sacar de un bolsillo un objeto de plata. Logan lo tomó. Era una llave.
—¿Te dio instrucciones Doc?
—Sí. Me dijo… nos dijo que saliéramos por un túnel secundario que está bajo Arcade. Yo lo conozco.
—De acuerdo. ¡Vámonos!
La siguió por una rampa deslizante que los sumió en una oscuridad poblada de reflejos.
Cuando dejaron la rampa, la tomó de la mano, y ambos corrieron a lo largo de una plataforma.
La red viaria estaba formada por un millón de millas de túneles, constituyendo un sistema venoso de autovías que enlazaban todos los puntos de los diversos Continentes, uniendo Chicago con New York, Detroit con New Alaska, y Londres con la Australia meridional. Por ellos circulaban un enjambre de escarabajos de metal oscuro que surcaban las profundidades subterráneas a velocidades pavorosas.
Logan introdujo la llave en un aparato de llamada situado al extremo de la plataforma.
Se oyó en la distancia un sonido metálico, una especie de rumor de huracán que viniera de las profundidades del planeta. El vehículo apareció de pronto y se quedó inmóvil en su lugar de atraque.
Subieron a él. La puerta deslizante se cerró, y los asientos se ajustaron.
—¿Punto de destino? —preguntó el vehículo.
—El Santuario —dijo Jessica.
El vehículo inició su marcha, deslizándose con un fluido movimiento en suspensión.
Conforme avanzaba vertiginosamente Logan se dijo que todo aquello estaba resultando demasiado fácil. Se metía uno en un vehículo, decía una palabra y la máquina lo llevaba obediente… ¿a dónde?
Y en cuanto a la muchacha, ¿cómo debía comportarse con ella?
El vehículo aminoró la marcha, se detuvo, emitiendo un leve chirrido y la puerta se abrió.
Jessica continuó impasible.
—Se puede cambiar el color de los ojos de un hombre —dijo—, pero no su interior. Tú no eres mi hermano.
—Tu hermano ha muerto —le explicó Logan.
La muchacha hizo una mueca.
—Tú lo mataste.
—No. Pero lo vi morir. Me entregó la llave. Quería… que yo la tuviese.
La cara de la muchacha permaneció impasible unos momentos. Luego empezó a sollozar calladamente.
¿Cómo decirle que lo lamentaba? Un Vigilante no podía sentir piedad. Hacía su obligación y nada más.
—Escucha. Tu hermano ha muerto, pero nosotros estamos vivos. Y si queremos seguir viviendo hemos de actuar. Eso es todo.
—Apéense, por favor —dijo la voz del vehículo.
Saltaron al exterior y la máquina continuó su rauda marcha.
La plataforma estaba vacía. Una confusa claridad amarillenta bajaba de una claraboya en el techo del túnel. Algunas tejas de metal aparecían amontonadas aquí y allá, en los lugares donde se habían desprendido del techo. El suelo quedaba al descubierto en algunos lugares por estar roto su cubrimiento anodizado.
Sobre un oxidado sector de la pared había un cartel despegado por las puntas. Veíase en el mismo una silueta en trance de correr sobre la que alguien había escrito la palabra: VERGÜENZA. Más abajo pusieron con tiza: LOS QUE HUYEN SON UNOS COBARDES.
Sobre la plataforma, una señal torcida indicaba: CATEDRAL.
«¿Qué hacemos ahora?», se preguntó Logan. «¿Será esto el Santuario? ¿Un sector peligroso de la ciudad poblado por cachorros renegados?».
—¡Atención! —le advirtió Jessica.
Se oía un canto lejano, cuya melodía ganaba intensidad o disminuía, despertando ecos desde un nivel más alto.
Logan empujó a Jess hacia un lugar en sombra. Esperaron.
A sus oídos llegaban las palabras del canto:
Vigilante,
Vigilante,
Apártate de mí.
No vuelvas a mi lado.
Nunca más.
La voz sonaba con acento tembloroso e infantil, cada vez más cercana.
—¡Es un cachorro! —dijo Logan tratando de ver en la oscuridad.
Ya muy cerca, se oyeron las palabras:
Me arrodillo.
A rezar.
Vigilante, Vigilante,
Aléjate de mí…
Un ser de pequeña estatura, vestido con un raído atavío azul, penetró en el círculo de luz solar que daba sobre la plataforma. Era una niña de cinco años, que arrastraba algo tras de sí. Tenía la cara sucia y el pelo revuelto. Sus piernas eran flacas e iba descalza.
Dejó de cantar y dijo:
—No tengáis miedo. Me llamo Mary-Mary 2.
Logan salió de la sombra.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó.
—Me han dicho que viniera a vuestro encuentro.
—¿Quién?
La niña abrió mucho los ojos.
—¿Quién va a ser? ¡El viejo!
Jessica la aferró por los hombros.
—¿Qué viejo?
—Uno que tiene el pelo blanco —les contó—. Y la cara hundida. Y es muy sabio. El hombre más viejo del mundo.
—¡Ballard!
La niña se sacó una llave de plata del bolsillo. —Me dijo que os diera esto.
—¿Hemos de usarla ahora mismo? —preguntó Logan tomándola.
—A esta hora —contestó la muchacha con expresión solemne, levantando ambas manos con los dedos extendidos. En el centro de la diestra, una flor amarilla brillaba tenuemente.
—A las diez —dijo Jessica.
Logan miró un reloj de pared situado por encima de ellos.
—Faltan doce minutos.
Jessica clavó su mirada en la niña.
—¿Dónde vives, Mary-Mary? —preguntó.
—Aquí —repuso ella, sonriendo.
—¿Por qué no estás en un jardín de infancia?
—Porque soy muy lista.
—¿No tienes hambre?
—Siempre se encuentra algo que comer.
Abrió la bolsa que había quedado a sus pies y con aire triunfal sacó de la misma una vieja ratonera. Jessica palideció.
—Yo nunca subo la escalera —dijo Mary-Mary—. Arriba están los malos que nos maltratan. Y ahora, adiós. Eres muy buena.
Miró desdeñosamente a Logan y desapareció otra vez entre los túneles.
—Me parece que no le soy simpático —comentó Logan.
—No debería andar sola por estos lugares —dijo Jess—. Tendría que estar en un jardín de infancia junto a los demás niños.
—Parece bastarse a sí misma.
—En la escuela estaría protegida.
—¿Lo estabas tú?
—¡Naturalmente! Ninguna persona menor de siete años puede arreglárselas por sí sola. Yo fui feliz en la escuela —explicó Jess sentándose junto a Logan en el borde de la plataforma—. O mejor dicho, no lo fui —rectificó con voz temblorosa—. Lo aceptaba todo sin preguntar… pero nunca me sentí realmente dichosa.
Logan la dejó que hablara. Quería saber más de ella. Llegar a comprenderla.
—¿Por qué separan a los niños de sus padres apenas nacen? ¿Por qué hermanos y hermanas han de vivir en lugares distintos hasta los siete años? —preguntó estudiando la cara de Logan— ¿Cuándo empezaste a tener dudas... a no aceptar la idea del Sueño? Me gustaría saberlo.
—No puedo acordarme con exactitud. Pero había oído hablar mucho de ello.
—¿Sabías que existe Ballard?
—Sí. Y también otras cosas.
—Como lo del Santuario, ¿verdad? ¡Cómo me gustaba escuchar esos relatos siendo niña! —abrió los ojos de par en par—. ¿Te has preguntado alguna vez cómo sería tu madre; lo que sentía? ¿Crees que se avergonzaría de ti al verte ahora?
—A lo mejor también huiría igual que yo —dijo Logan evasivamente—. Nunca sabré qué fue de ella.
Jess frunció el ceño, irritada.
—Pues deberías saberlo —dijo—. Los niños tendrían que vivir junto a sus madres y ser amados por ellas. La pequeña Mary-Mary debería tener una madre que le cuidara. Una máquina no puede sentir cariño… Sólo una persona puede amar a otra persona.
—¿Dónde trabajabas antes de huir?
—Era experta de modas en la fábrica de cueros «Lifeleather». Tres horas al día, tres días a la semana. Le tenía un odio feroz.
—¿Por qué aceptaste ese trabajo?
—Porque era una situación estable. ¿Hay algún trabajo que le guste a uno? ¿Pintar, escribir poesías, aparejarse? ¿Bailar en una Casa de Cristal o actuar en Arcade? —respondió con voz adusta—. También se pueden cultivar rosas o coleccionar piedras o componer para las pantallas en tres dimensiones. Pero todo esto carece de sentido. Por lo que a mí respecta… De pronto se oyó un grito en el fondo del túnel.
—¡Es Mary-Mary! —exclamó Jess tratando de ir a su encuentro. Pero Logan la contuvo.
—Espera —dijo—. Ahí viene. La niña salió corriendo de la oscuridad para refugiarse en los brazos de Jess.
—¡Son los malos! —gritaba—. ¡Los malos! ¡Los malos!
Una vociferante turba de cachorros emergió de la boca del túnel, rodeándolos. Encabezaba el grupo un ser de trece años fanfarrón y violento. Llevaba una blusa de Vigilante rota y manchada de sangre y unos ajustados pantalones sucios de sudor. Se llamaba Billy el Guapo.
—¡Mirad que regalo! —exclamó sonriendo estúpidamente—. La niña de la ratonera y dos asquerosos desertores.
Mary-Mary golpeó el suelo con sus pies.
—¡Fuera de aquí! —les increpó—. Este lugar me pertenece. Volved arriba.
Pero Billy el Guapo ignoró sus palabras.
—¡Cómo nos vamos a divertir! —exclamó.
Logan estudió al grupo. Era preciso llamar nuevamente al vehículo. Pero necesitaba cinco minutos. ¿Y qué hacer durante dicho tiempo? Tendría que habérselas con el cachorro que tenía a su derecha y luego ir por Billy el Guapo, si no pensaba algo mejor. Indicó a Jess y a la niña que se pusieran tras de él. Luego dijo a Billy:
—Lo siento por ti.
Hubo unos momentos de confusión mientras la jauría miraba a su jefe.
—¿Por mí? Será por ti, desertor.
—No, por ti, Billy. ¿Qué edad tienes?
Billy entornó los ojos sin responder.
—¿Doce? ¿Trece? En cuanto a mí, he llegado a la máxima edad —dijo abriendo poco a poco la mano, para mostrarle la parpadeante flor—. Pero tu tiempo también se acabará. ¿Cuánto crees que vas a durar?
Había pasado un minuto.
—¿Dos años? ¿Uno? ¿Seis meses? —señaló la flor azul en la mano de Billy—. ¿Qué pasará cuando se vuelva roja?
—Una vez atrapé a otro Vigilante. Decían que era imposible, pero lo conseguí. Lo hice pedazos. Soy yo quien manda. Los cachorros me obedecen. Hacen lo que yo digo. Siempre lo harán. Soy el amo de Catedral y nunca me echarán de allí.
—A los catorce ya no se puede ser cachorro. ¿Sabes de algún cachorro con una flor roja? Tendrás que abandonar Catedral porque nunca se permitirá a un adulto vivir en ese sector. Los jóvenes te harán pedazos si te quedas. No tendrás más remedio que pasar el río. Y antes de que te des cuenta, habrás llegado a los veintiuno, y tu flor empezará a cambiar de tono. Y morirás como un cordero.
Dos minutos.
—¡Imposible! ¡Yo soy distinto! —gritó Billy—. ¿Echarás a correr? —preguntó Logan—. ¿Es eso lo que crees? ¡Correr como yo corro ahora! ¡Y como ella!
—¡Cállate! ¡Cierra la boca! ¡Nunca seré un maldito desertor!
—No te diferencias en nada de nosotros, Billy. Eres como los demás. Ayúdanos en vez de buscar líos.
El cachorro que tenía a su derecha intervino.
—Dale un poco de «músculo». Así se callará. Lo veremos morir a nuestros pies.
La cara de Billy se relajó, dejando de expresar ira y temor. Ahora sonreía, confiado en sí mismo.
Logan se dispuso a la acción. Ya no quedaba tiempo para palabras.
Tres minutos.
Los cachorros sacaron los tampones empapados de droga y los comprimieron inhalando sus emanaciones. En seguida empezaron a moverse aceleradamente en un caleidoscópico ir y venir, por entre un torbellino de colores, cual si estuvieran en todas partes a la vez.
Logan se hizo atrás, agachándose en actitud de combate. Pero antes de que pudiera descargar un solo golpe, fue atrapado, arrastrado y arrojado contra la pared.
Mary-Mary se soltó de las manos de Jessica y echó a correr, gritando, por uno de los túneles.
Se oía un torrente de palabras confusas.
—¡Dadle un poco de «músculo»! —gritaban los cachorros.
—¡Matadle!
—¡Que muera!
Un tampón de droga se agitaba en el aire frente a la nariz de Logan.
Cuatro minutos.
Logan retuvo la respiración. Los vapores lo envolvían. Si respiraba… De pronto notó la presión del Arma en su muslo. ¡El Arma!
Tendría que utilizarla, aunque ello significara revelar su personalidad a Jessica.
Logró liberar sus brazos, se dejó caer al suelo y rodó un trecho hasta desprenderse de las formas confusas de sus agresores. Sacó la pistola e hizo un disparo.
La carga de nitro fue a explorar en medio del grupo. Fragmentos humanos se dispersaron por la plataforma.
¿¡Cinco minutos!?
Logan operó el aparato de llamada.
Jess lo miraba con repugnancia.
—¡Eres un Vigilante! ¡Un Vigilante!
Un vehículo salió de la profundidad del túnel.
—¡Entra!
Jessica vaciló. Logan tuvo que empujarla, y luego saltó tras ella. Pero antes de que la portezuela se cerrara, una palpitante sombra negra se interpuso en el espacio libre.
La sombra se materializó en la figura de Billy el Guapo.
Un cuerpo sin cabeza.
La portezuela se cerró.
Y el vehículo partió, sumiéndose en la noche.