Llevado por sus sueños de grandeza, Napoleón III impuso la pompa y el boato en la corte de Francia, marcada por una rigurosa etiqueta. Eugenia representó con gran dignidad el papel de emperatriz en el marco suntuoso del palacio de las Tullerías, situado en el centro de París, que trataba de imitar la grandeza del antiguo Imperio napoleónico.