Forzado a abdicar tras el estallido de la revolución, el zar y su familia fueron puestos bajo arresto domiciliario en Tsárskoye Seló, donde durante las primeras semanas de cautiverio se les permitía salir al exterior del palacio y dar un paseo diario de treinta minutos. El emperador y sus hijas también trabajaban en el jardín y en los meses más cálidos podían cultivar la huerta. Serían sus últimos momentos de felicidad, antes de morir brutalmente asesinados por los bolcheviques.