La llegada de los zares y la pequeña Tatiana al castillo de Balmoral en 1896 llenó de alegría a Victoria de Inglaterra. En su diario, la soberana británica anotó que se alegraba de que, a pesar de que su nieta hacía dos años que era la gran emperatriz de Rusia, apenas había cambiado y el cargo no se le había subido a la cabeza.