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park

Cuando entraron en la ciudad, Park empezó a agobiarse. El tráfico de Saint Paul no tenía nada que ver con el de Omaha.

Eleanor era la encargada de interpretar el mapa, pero nunca había leído ninguno fuera de clase. La una por el otro, no paraban de equivocarse en los desvíos.

—Lo siento —repetía Eleanor.

—No pasa nada —respondía Park, contento de tenerla al lado—. No tengo prisa.

Ella le apretó la pierna con la mano.

—Estaba pensando… —dijo.

—¿Sí?

—Prefiero que no entres conmigo cuando lleguemos.

—¿Quieres hablar con ellos a solas?

—No… Bueno, sí. Pero quiero decir que… no quiero que me esperes.

Park intentó mirarla, pero tenía miedo de volver a saltarse el desvío.

—¿Qué? —exclamó—. No. ¿Y si no te dejan quedarte?

—Entonces tendrán que buscar la manera de llevarme a casa. Seré su problema. A lo mejor así tengo más tiempo para contárselo todo.

—Pero…

No estoy listo para que dejes de ser mi problema.

—Es más lógico, Park. Si te vas enseguida, estarás en casa para cuando anochezca.

—Pero si me voy enseguida… —Park bajó la voz—. Me voy enseguida.

—Tendremos que despedirnos de todas formas —arguyó Eleanor—. ¿Qué más da si lo hacemos ahora o dentro de unas horas o mañana por la mañana?

—¿Bromeas? —la miró con la esperanza de haberse perdido el chiste—. Sí.

eleanor

—Es que es más lógico —insistió Eleanor, y se mordió el labio. La fuerza de voluntad era la única arma con que contaba para superar todo aquello.

Las casas empezaban a resultarle familiares. Grandes viviendas grises y blancas revestidas con tablillas que se erguían al fondo de los jardines. Eleanor y su familia habían ido allí durante las vacaciones de Semana Santa el año siguiente a la marcha de su padre. El tío de Eleanor y su esposa eran ateos, así que no habían celebrado la Pascua, pero había sido un viaje muy divertido.

No tenían hijos, seguramente por decisión propia, pensó Eleanor. Tal vez porque sabían que los niños, tan monos ellos, se convierten en adolescentes feos y problemáticos.

No obstante, el tío Geoff la había invitado a su casa.

Quería que viviera con ellos, al menos durante unos meses. Puede que no hiciese falta que se lo contase todo de inmediato, a lo mejor su tío pensaba que sencillamente Eleanor había llegado antes de lo previsto.

—¿Es aquí? —preguntó Park.

El coche se detuvo delante de una casa pintada de un gris azulado en cuyo jardín delantero crecía un sauce.

—Sí —asintió Eleanor.

Se acordaba de la casa. Y se acordaba del Volvo aparcado en el camino de entrada.

Park pisó el acelerador.

—¿Adónde vas?

—A… dar la vuelta a la manzana —repuso él.

park

Dio la vuelta a la manzana. Para lo que le iba a servir… Luego aparcó a unos cien metros de la casa del tío de Eleanor, para que no pudieran verla desde el coche. Eleanor no podía apartar la vista de ella.

eleanor

Tenía que despedirse de Park. Ahora. Y no sabía cómo hacerlo.

park

—Te sabes mi número de teléfono, ¿no?

867-5309.

—En serio, Eleanor.

—En serio, Park. Nunca en la vida voy a olvidar tu número de teléfono.

—Llámame en cuanto puedas, ¿vale? Esta noche. A cobro revertido. O, si no te dejan llamar, mándame tu número por carta… Escríbelo en una de las muchísimas cartas que me vas a enviar.

—¿Y si me devuelve a casa?

—No —Park soltó el cambio de marchas y le cogió la mano—. No vas a volver allí. Si tu tío te manda a casa, ven a la mía. Mis padres nos ayudarán a buscar una solución. Mi padre ya ha dicho que lo haría.

Eleanor dejó caer la cabeza hacia delante.

—No te va a mandar a casa —insistió Park—. Ya verás como te ayuda —Eleanor asintió sin separar los ojos del suelo—. Y te dejará contestar a las largas y frecuentes llamadas de larga distancia que recibirás.

Eleanor no se movía.

—Eh —le dijo Park, intentando que levantase la barbilla—. Eleanor.

eleanor

Ese asiático cretino.

Ese asiático cretino que le quitaba el aliento.

Menos mal que Eleanor no podía pronunciar ni una palabra, porque de haberlo hecho lo habría inundado de basura melodramática.

Estaba bastante segura de que le había dado las gracias por haberle salvado la vida. No solo la noche anterior sino, bueno, casi cada día desde que se conocían. Y eso le hacía sentir la chica más patética del mundo. Si no eres capaz de salvarte a ti mismo, ¿acaso tu vida vale la pena?

No existe el príncipe azul, se dijo.

No existen los finales felices.

Alzó la vista para mirar a Park. A esos ojos de un verde dorado.

Me has salvado la vida, intentó decirle. No para toda la eternidad. Seguramente solo de manera temporal. Pero me has salvado la vida y ahora soy tuya. La persona que soy aquí y ahora es tuya. Para siempre.

park

—No sé cómo despedirme de ti —dijo Eleanor.

Park le apartó el cabello de la cara. Nunca la había visto tan pálida.

—Pues no lo hagas.

—Pero tengo que irme…

—Pues vete —repuso Park, ahora con la cara de Eleanor entre las manos—, pero no te despidas. No es un adiós.

Ella puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.

—Menuda cursilada.

—¿Hablas en serio? ¿No me vas a dar ni cinco minutos de tregua?

—Es lo que dicen en las películas, «no es un adiós», cuando temen afrontar lo que sienten. No nos vamos a ver mañana mismo, Park. No sé cuándo te volveré a ver. Eso se merece algo más que: «No es un adiós».

—Yo no temo afrontar lo que siento —objetó Park.

—Tú no —repuso Eleanor con la voz quebrada—. Yo.

—Tú —le dijo Park rodeándola con el brazo y prometiéndose a sí mismo que no sería la última vez— eres la persona más valiente que conozco.

Ella volvió a sacudir la cabeza de lado a lado, como si quisiera ahuyentar las lágrimas.

—Dame un beso de despedida. Solo eso —susurró.

Solo por hoy, pensó él, no para siempre.

eleanor

Una cree que si abraza a alguien con todas sus fuerzas, lo tendrá más cerca. Una cree que se puede abrazar a alguien con tanta fuerza como para seguir sintiendo su presencia, grabada en ti, cuando te separas.

Cada vez que Eleanor se separaba de Park, tenía la misma sensación de pérdida irreparable.

Cuando por fin se bajó de la camioneta, fue porque pensó que no soportaría seguir tocándolo y perdiéndolo una y otra vez. La próxima vez que se separase de él, se dejaría parte de la piel.

Park se dispuso a bajar también, pero Eleanor lo detuvo.

—No —le dijo—. Quédate.

Miró nerviosa en dirección a la casa de su tío.

—Todo irá bien —le aseguró Park.

Eleanor asintió.

—Claro.

—Porque te quiero.

Ella se rio.

—¿Por eso irá todo bien?

—Pues sí, la verdad es que sí.

—Adiós —dijo Eleanor—. Adiós, Park.

—Adiós, Eleanor. Hasta esta noche. Cuando me llames.

—¿Y si no están en casa? Jo, eso sería decepcionante.

—Sería genial.

—Tonto —susurró con un resto de sonrisa en el rostro.

Eleanor retrocedió un paso y cerró la portezuela.

—Te quiero —dijo Park para sí. O quizás en voz alta.

Ella ya no podía oírle.