park
—¿Todo bien?
Eleanor asintió y subió al coche.
—Agáchate —le dijo Park.
Las dos primeras horas transcurrieron como en sueños.
Park no estaba acostumbrado a conducir la camioneta y se le caló unas cuantas veces en los semáforos. Luego cogió la interestatal en dirección oeste en vez de tomarla hacia el este y tardó veinte minutos en poder cambiar de sentido.
Eleanor no protestó. Se limitaba a mirar al frente aferrando el cinturón con ambas manos. Park le puso la mano en la pierna pero ella no se dio por enterada.
Salieron otra vez de la interestatal en alguna parte de Iowa para poner gasolina y comprar un mapa. Cuando Park entró en la tienda, compró también un refresco y un bocadillo para Eleanor. Al volver a la camioneta, se la encontró dormida contra la portezuela del acompañante.
Bien, intentó decirse Park. Está agotada.
Se sentó tras el volante, cogió aire unas cuantas veces y estampó el bocadillo contra el salpicadero. ¿Cómo era posible que se hubiera dormido?
Si todo iba bien, mañana por la mañana Park estaría volviendo a casa sin ella. A partir de ahora le dejarían conducir cuando quisiera, pero él no quería ir a ninguna parte sin Eleanor.
¿Cómo podía dormirse sabiendo que aquellas eran las últimas horas que pasarían juntos?
¿Cómo podía dormirse allí sentada…?
Tenía la melena enmarañada, color vino incluso a aquella luz escasa, y dormía con la boca entreabierta. La chica de fresa. Trató de recordar qué había pensado la primera vez que la vio. Intentó discernir cómo había sucedido; cómo había pasado de ser una desconocida a convertirse en la persona más importante del mundo.
Y se preguntó… ¿Qué pasaría si no la llevaba a casa de su tío? ¿Y si seguía conduciendo?
¿No podía haber pasado todo esto un poco más adelante?
Si la vida de Eleanor se hubiera hecho añicos un año después, o dos, podría haber buscado refugio en él. En vez de huir de él. Tan lejos.
Maldita sea. ¿Por qué no se despertaba?
Park siguió conduciendo durante una hora más, espabilado por el refresco y sus sentimientos heridos. Luego, los nervios de la noche vivida le pasaron factura. No había ninguna zona de descanso a la vista, así que se desvió por una carretera municipal y aparcó en la gravilla que hacía las veces de arcén.
Se desabrochó el cinturón, retiró el de Eleanor y, atrayéndola hacia sí, apoyó la cabeza en su pelo. Olía igual que hacía unas horas. A sudor y al tapizado del Impala. Lloró sobre su cabello hasta que se quedó dormido.
eleanor
Despertó en los brazos de Park. Su presencia la cogió por sorpresa.
Otra persona habría pensado que estaba soñando, pero los sueños de Eleanor siempre eran pesadillas. (De nazis, bebés llorando y dientes podridos que se le caían). Eleanor jamás habría soñado algo tan bonito, algo tan dulce como Park, adormilado y cálido… Cálido de la cabeza a los pies. Algún día, pensó, alguien despertará cada mañana junto a esta calidez.
El rostro de Park, dormido, reflejaba un tipo de belleza nunca visto. El sol atrapado en una piel de ámbar. La boca llena y lisa. Los pómulos altos y curvados. (Eleanor ni siquiera tenía pómulos).
La cogió por sorpresa y se le rompió el corazón sin poder evitarlo. Por Park. Como si su corazón no tuviera nada mejor por lo que romperse.
Puede que no.
El sol asomaba ya por el horizonte y el interior de la camioneta se teñía de un rosa azulado. Eleanor besó el semblante nuevo de Park… justo debajo del ojo, no del todo en la nariz. Él se revolvió, y hasta la última fibra de su cuerpo se apretujó contra ella. Eleanor le acarició la nariz y la frente, le besó los párpados.
Las pestañas de Park aletearon. (Solo las pestañas hacen eso. Y las mariposas). Sus brazos cobraron vida en torno al cuerpo de ella.
—Eleanor —suspiró.
Eleanor tomó entre las manos el precioso rostro de Park y lo besó como si hubiera llegado el fin del mundo.
park
Ya no se sentaría a su lado en el autobús.
Ya no pondría los ojos en blanco cuando Park interviniese en clase de literatura.
Ya no discutiría con él solo por divertirse.
Ya no lloraría en el cuarto de Park por cosas que él no podía arreglar.
El cielo tenía el mismo tono que la piel de Eleanor.
eleanor
Solo hay uno como él, pensó, y está aquí.
Él sabe si me gustará una canción antes de que la haya oído. Se ríe de mis chistes antes de que haya terminado de contarlos. Hay un lugar en su pecho, justo debajo de su cuello, que hace que quiera cumplir las promesas que le hago.
Solo hay uno como él.
park
Los padres de Park nunca contaban cómo se habían conocido, pero a él, de pequeño, le gustaba imaginarlo.
Le encantaba lo mucho que se querían. Si se despertaba asustado en mitad de la noche, se decía que sus padres se amaban. No que lo amaban a él; eran sus padres, tenían que quererlo a la fuerza. Pero se querían el uno al otro. Y no estaban obligados a ello.
De todos los padres de sus amigos, solo los de Park seguían juntos, y en todos los casos aquella separación parecía haber causado muchos problemas a sus hijos.
Los padres de Park, en cambio, se amaban. Se besaban en la boca, sin importarles quién hubiera delante.
¿Qué posibilidades hay de conocer a alguien que te inspire esos sentimientos?, se preguntó Park. ¿Una persona a la que amar por siempre, alguien que te quiera por toda la eternidad? ¿Y qué haces si esa persona ha nacido a medio mundo de distancia?
Las cuentas no salían. ¿Cómo era posible que sus padres hubieran tenido tanta suerte?
Puede que no siempre se hubieran sentido afortunados. El hermano de su padre murió en Vietnam; por eso enviaron al padre de Park a Corea. Y cuando sus padres se casaron, su madre tuvo que dejar atrás a sus seres queridos y todo aquello cuanto amaba.
Park se preguntaba si su padre habría visto a su madre en la calle, o desde la carretera, o quizás trabajando en un restaurante. Se preguntaba cómo lo habían sabido…
Park tendría que guardar aquel beso para siempre.
Aquel beso lo guiaría de vuelta a casa.
Tendría que evocarlo cuando se despertara asustado en mitad de la noche.
eleanor
La primera vez que Park le cogió la mano, se sintió tan bien que todo lo malo se esfumó. La caricia fue más fuerte que cualquier herida.
park
El cabello de Eleanor capturaba el fuego del alba. Sus ojos eran oscuros y brillantes. Los brazos de Park no albergaban duda alguna.
La primera vez que tocó la mano de Eleanor, lo supo.
eleanor
Con Park, no hay nada de qué avergonzarse. Nada es sucio. Porque Park es el sol, y no se le ocurría mejor modo de explicarlo.
park
—Eleanor, no, tenemos que parar.
—No…
—No podemos hacerlo…
—No. No pares, Park.
—Ni siquiera sé cómo… No tengo nada.
—Da igual.
—Pero no quiero que te quedes…
—No me importa.
—A mí sí, Eleanor…
—No tendremos otra oportunidad.
—No. No, no puedo… No, necesito creer que habrá otras oportunidades… ¿Eleanor? ¿Me oyes? Necesito que tú también lo creas.